29 de noviembre de 2009

SOBRE UNOS HECHOS OCURRIDOS EN BALTIMORE HACE 150 AÑOS


El doctor Moran sabía pocas cosas del hombre que le llevaron gravemente enfermo la mañana del 3 de octubre de 1849. Lo habían encontrado tirado en un callejón, inconsciente. Nunca había leído ninguno de sus cuentos y eso que en Baltimore ya tenía cierta reputación, pero la fama de borracho, pendenciero y excéntrico era más conocida por todos que la de ser un buen escritor. Lo subieron a uno de los cuartos de arriba. A los pocos minutos recuperó parcialmente la conciencia. Hablaba de un baúl que poseía en el momento de sufrir el ataque e invocaba el nombre de Reynolds y en la mitad de la noche despertaba todo el caserón profiriendo unas extrañas palabras que sonaban a un conjuro demoníaco:

−Tekeli-li −gritaba− Tekele-li
Al doctor Moran le sorprendía el poco apego que sentía el paciente hacia la vida. La mayoría de los moribundos tienen miedo de pasar el umbral y por más miserable que haya sido su existencia un hombre siempre va a implorar por una bocanada más de aire. Éste no, este pedía que alguno de sus amigos le volara la tapa de los sesos de un pistoletazo. Pocas horas después terminaría el suplicio.

Al otro día el Doctor Moran se sorprendió al ver que todos los periódicos de Baltimore señalaban la noticia del fallecimiento. El Baltimore Sun publicaría incluso un poema póstumo del insigne escritor. Emocionado el Doctor Moran leería en voz alta las iluminadas palabras que componen Annabel Lee:


For the moon never beams, without bringing me dreams

Of the beautiful Annabel Lee
And the star never rise, but i feel the bright eyes
Of the beautiful Annabel Lee
And so, all the night-tide, I lie down by the side
Of my Darling- my Darling- my life and my bride
I her sepulcre there by the sea,
In her tomb by the sounding sea.

Ahora Poe estaría viendo esa tumba en el mar, la tumba de su amada esposa muerta dos años antes. El doctor Moran olvidaba al escritor cuando empezó a leer en los periódicos los virulentos ataques que le propinaban al poeta después de muerto, uno de ellos decía así:

“Edgar Allan Poe ha muerto, falleció hace unas semanas en Baltimore. A muchos la noticia los sorprenderá, pero serán muy pocos los que lo lamenten. El poeta era muy conocido en todo el país, personalmente o por su reputación. Tenía lectores en Inglaterra y en otros países de Europa pero pocos o ningún amigo”

Como pasa usualmente con los grandes genios su postura inquebrantable hacía despertar envidias y rencores. Era un reputado lector y para ganarse la vida y poder sostener a una familia compuesta por su esposa y su suegra Poe escribía crítica literaria, lugar desde el cual despedazó a más de un escritor mediocre. Eso se lo cobraban después de muerto. El doctor se sorprendió al hecho de que las mayorías de las reseñas dieran la versión de que el escritor hubiera muerto de un ataque producto del abuso de la droga o del alcohol. Él estaba seguro de que Poe no había ingerido licor esa noche y sospechaba que hubiera sido víctima de un robo ya que en su delirio no dejaba de hablar de un baúl con sus pertenencias, lo único que debería de tener en este mundo. Decidió investigar pero la gran mayoría de gente que lo conocía admiraba su talento pero lo despreciaban como persona. Un día decidió ir adonde el jefe de la policía para pedir que se adelantara una explicación pero el agente del orden le dijo que no haría nada “Ese hombre, su paciente, tenía bastante mala fama, he leído que bebía y que tomaba drogas. Si no hubiera muerto de la forma en que lo hizo seguramente de no haber encontrado la muerte acá la hubiera encontrado en otro lugar”.


Pocos años bastaron para que la obra de Poe sobresaliera sobre la de sus contemporáneos. La admiración que le atribuyeron genios indiscutibles como Wilde o Baudelaire encumbraron a Edgar Allan Poe al pedestal literario donde permanece y permanecerá por los siglos de los siglos. Poco antes de morir Moran publicó un libro titulado En defensa de Edgar Allan Poe donde pretendía que éste había fallecido “de una extremada postración nerviosa que le afectó el encéfalo”. En el libro, el doctor Moran tiene noches enteras hablando con el genio sobre lo divino y lo humano.

A pesar de que el tiempo ha hecho justicia con la obra de Poe, la versión que ha quedado de la muerte del poeta ha sido la que dejaron circular sus enemigos. Para el imaginario colectivo Poe era un borracho, un enajenado, como mucho un endemoniado que caminaba dando eses por las calles de Baltimore y que una tarde sucumbió ante la peor de las borracheras. Sin duda sus enemigos tuvieron la amarga victoria de perder con el genio y ganarle al cadáver de Poe.

¡QUÉ MIEDO, EL CHAVISMO VIENE POR NOSOTROS!


La última patada de ahogado de este miserable gobierno es dejar escapar el rumor por su organismo oficial El Tiempo (Que viene a ser una versión criolla y peor escrita que el Pravda o el Granma) que se teje desde dentro del país la tan temida revolución Bolivariana. Ahora me imagino que en aras de mantenernos lejos de este horrible flagelo van a entrar a las universidades públicas, van a prohibir grupos de jóvenes en los bares que circundan la Nacional y hasta le negaran la entrada al país a Manu Chao.
Según El Tiempo, los hilos se vienen tejiendo desde adentro del ELN, Las FARC y alguno que otro partido. Sin duda el otro partido viene a ser el Polo Democrático. Esta última estratagema del gobierno seguro repercutirá en el ignorante, desgraciado y pobre pueblo colombiano. Como borregos irán a las urnas no a votar por Uribe sino a votar para que la revolución no entre en sus hogares. Chávez no puede hacer una revolución por la simple razón de que Chávez no existe, Chávez es un programa diseñado por el uribismo para perpetuarse en el poder. Dicen los que saben, que el mismo man que manejaba a Karol Woytila en sus últimos años es el mismo que maneja este horrible muñeco.
El gobierno colombiano cada vez se llena de razones para probar los juguetes que le han venido comprando a los gringos, hablo no de las bombas ni los sukoi, sino de los aviones espías que no pueden detectar los radares y que empezarán a entrar a la Madre Patria, Los Estados Unidos de América, cargaditos de la coca más pura y más barata que se pueda conseguir en el continente.
Uribe sigue en campaña y para eso va a usar a El Tiempo a RCN y a toda esa gente que el uribismo ha venido comprando y corrompiendo a través de sus asquerosos años. Así que muchachos, prepárense porque el macartismo ha llegado para quedarse en nuestro querido país, un nuevo flagelo que instala este maldito gobierno.

26 de noviembre de 2009

MIRAR



Todo el mundo es fotógrafo. Salen por las calles y empiezan a tomar fotografías a diestra y siniestra. “Oh, Juan, mira esa nube tan poética” Y con un clic de su flimax tienen su nube que con acertados retoques digitales seguro va a tener la ansiada forma del conejo de Alicia. Muchos hablan de una democratización de los medios. Al volverse todo digital, revelar y acceder a una cámara se hace más barato. A mi todo eso se me hace una coartada para que la gente que en realidad tiene el talento para mirar por la rendija y coagular el momento para la eternidad, desaparezca.


Además la fotografía le ha encontrado oficio a todos esos que se creen poetas pero que son incapaces de armar una frase. Estoy cansado de ver atardeceres, hojas muertas, sapos espichados en el asfalto y sobre todo autorretratos. Creen que explorando todos los botones que tiene la cámara pueden llegar a explotar un medio que para ellos es completamente desconocido. Tomar fotografías no es solo obturar, también viene un trabajo previo que se compone de sensibilidad –algo con lo que se nace-, del pensar, de observación, y de lectura de textos obligatorios, mas allá de los manuales para “Obtener fotos lindas”; entre esos están los libros de John Berger que te enseñan a pensar la foto, a saber qué coños estás mirando.

Me da rabia que en aras de una democratización de la fotografía se le pierda el respeto al artista verdadero. Entre todo ese maremágnum de fotos se están perdiendo las verdaderas, las que están dando testimonio de la época que nos ha tocado vivir. Es muy fácil saber si uno tiene talento, eso empieza a salir desde cuando uno está chiquito y sería muy lindo aprender a aceptarlo cuando uno no lo tiene, entonces abrimos un blog y nos volvemos críticos pero rompemos la puta cámara y dejamos que la gente que tiene algo que mostrar lo haga.

Lo mismo pasa con el cine, con la música, con todo. Cualquiera ya puede hacer una película, puede grabar un disco y mientras todo ese esfuerzo se pierde en mamarrachos que no pueden sostener más de una semana, se pierde toda esa gente que está ungida con el don. Después nos quejamos de la puta época que nos tocó vivir. Aunque pensándolo bien yo también debería dejar de escribir un poco. Lástima que no puedo.

24 de noviembre de 2009

EL REFLEJO DEL OTRO


A mi me gustaba Chávez hasta que estuve en Caracas. Creo que a todos nos ha pasado: llegar buscando la revolución hecha carne y encontrar una ciudad hecha mierda donde la revolución baja todos las noches de los cerros y azota a todo lo que parezca Escuálido, nombre que le ha dado el comandante a sus opositores. Para ser un Escuálido capitalista lo único que hace falta es tener un Walkman y unos cuantos bolívares.

En Europa lo quieren mucho porque le ha pateado la alcancía al ALCA, “Al carajo” decía el hipopotámico comandante hace unos años en Mar del Plata y la multitud delirante aplaudía a rabiar la nueva idea revolucionaria del Emperador Bolivariano. Está bien visto ser un revolucionario en Escandinavia y en los países ricos. Chávez es un personaje carismático, una extraña mezcla entre Idi Amín y el Che Guevara. A mi también me pasó que caí preso de su verborragia incontenible. Poco después del fallido golpe de estado de abril 2002 escribí que Chávez era la idea reencarnada. ¿Cómo no caer en las redes chavistas los que en ese momento queríamos ver morder el polvo a las odiosas oligarquías del continente? Chávez no es un político, es un megalómano con una idea fija en la cabeza: expandir sus fronteras hasta Bolivia usando como excusa el ideal Bolivariano. Para eso se ha despilfarrado los billones de dólares que recibió Venezuela mientras el precio del petróleo alcanzaba un tope histórico, comprando a presidentes vecinos y -lo que es más grave- comprando a sus propias fuerzas armadas, por algo los oficiales venezolanos son los nuevos ricos que alberga la exquisita ciudad de Miami.

Pero esta peste llena de palabras no nació de la nada. Chávez es el producto de las décadas de saqueo que impusieron Adecos y Copeyanos a su país. La gente cansada de su clase dirigente quiso darle una oportunidad a ese teniente que trató de tumbar al corrupto segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Ahora no lo pueden quitar de la silla de Simón Bolívar. Chávez es un tipo aburrido, es abstemio, habla mal de la marihuana y de la cocaína, sólo escucha a Alí Primera y se acuesta temprano. Convirtió el Teatro Teresa Carreño en un solar para los jóvenes Bolivarianos que se reúnen una vez al año, vienen de todas partes del mundo a cantar Pio Tequiche mientras van bebiendo una botella de Pampero a escondidas.

Nada de eso debería extrañarme porque Hugo Chávez nunca ha dejado de ser un militar. En Dr. Strangelove, un desquiciado militar estadounidense le dice a Peter Sellers: “Llega un momento en que los soldados debemos resolver lo que los políticos son incapaces de hacer”. Nunca antes la película de Kubrick estaba tan cerca de ser realidad. Un loco maniático apuntando en la cabeza de un asesino, en medio, la población empieza a aglutinarse, a esconderse entre las delgadas paredes de concreto. Las armas son enormes cohetes nucleares. Los dos asesinos dispararán pero saldrán indemnes de pronto con la satisfacción de manejar los hilos de sus países hasta sus muertes que siempre son tardías, o si no vean a Pinochet y a Fidel Castro.

Creí en Chávez hasta que volvió a ser un militar, otro triplehijueputa militar. Pero el peor desengaño es que Chávez es tan diferente a Uribe que terminan encontrándose en las antípodas.


NADA MALO PUEDE PASAR SI MONK ESTÁ CONMIGO



En la desesperación no encuentro otra salida que el jazz. Es difícil que te guste, hay que escuchar mucho, quedarse atento en un viaje a los acordes desaforados de un tipo como Sonny Rollins, pero vale la pena cuando en medio de una borrachera ya uno necesita escuchar Round Midnight. La mayoría aprecia al jazz porque está mal visto hablar mal de la música culta. Al jazz no hay que mirarlo con respeto, los que la hicieron fueron los negros de la América oprimida que en vez de levantarse y matar a los que los discriminaban tuvieron la nobleza de armarse con instrumentos musicales y disparar melodías que devastaron al mundo. Seguían tocando hasta el otro día, su condena era no poder dormir y el consuelo lo encontraban en el pinchazo de la aguja.

En estos tiempos tan rápidos cuando nadie puede quedarse quieto el jazz invita a acostarse sobre el prado y contemplar el cielo. Nada malo puede pasarle a uno si escucha Blue Monk.

Lo malo del jazz es que te absorbe. Ya no le encuentras tanta gracia al rock o a la salsa. El jazz te enseña a estar mejor solo, a apreciar el silencio. Los que lo odian tratan de denostarlo diciendo que es la única música donde los que están en el escenario se divierten más que los que están abajo. Eso en parte es verdad, porque al parecer no hay nada mejor que tocar como un Dios.



Antes de conocer a Miles Davis era racista como la inmensa mayoría de los colombianos. Miles era un ser superior. Dicen los que han ido al cielo que allá habita un tipo con grandes anteojos negros y una trompeta en la mano. Los que acaban de llegar preguntan: “¿Ese es Miles Davis?” y les contestan “No, ese es Dios, tratando de ser Miles”. La autobiografía de Miles termina siendo el diario de un genio. La bitácora de una divinidad. No sabía nada de eso, no sentía. En el villorrio ese de donde vengo la gente no escucha estas cosas. Ya no sienten nada, están muertos, no son más que fantasmas.

Gracias al jazz puedo levantarme a trabajar un sábado, me motiva saber toda la música que voy a escuchar mientras afuera la gente corre para que el aguacero no les dañe el peinado. Nada malo puede pasar si el jazz está conmigo.

(Foto: Sonny Rollins. Tomada por William Claxton)

23 de noviembre de 2009

VOLVER A LA IGLESIA



Juliana tenía rodaje así que me dejó solo el domingo. Cansado de ver las mismas películas decidí recorrer el barrio. Los árboles todavía botaban agua y las pocas viejitas que estaban a esa hora trataban de hacer un poco de ejercicio para que la muerte no las encontrara roncando. La intención era combatir el aburrimiento y comprarme una película pero los locales estaban cerrados hasta las once de la mañana. Lo único que estaba abierto era la Basílica que queda en Juramento y Vuelta de Obligado, no la conocía y me habían dicho que era preciosa. No tengo la costumbre de sacar la cámara y tomar fotos, no tengo pretensiones de fotógrafo, menos ahora cuando las cámaras digitales han convertido a todo el mundo en un Cartier-Bresson. Entré por la puerta estrecha ya que la principal estaba cerrada, adentro estaban en plena misa. La basílica estaba atestada de viejitos y de muchachos que tratan de encontrar una explicación al milagro de sus vidas. Me senté entre una horripilante viejita que trataba de encontrar paz moviendo ruidosamente su caja de dientes. Hacía mucho no presenciaba el espectáculo de la Eucaristía. En algún momento creí que los curas se parecían a Montgomery Clifft pero no me acordaba de lo torpe, obtuso y ridículo que es el discurso de un sacerdote. No por lo que digan sino por cómo lo dicen. Antes eran siniestros, condenaban a las mujeres que menstruaban a la hoguera y las llevaban a las llamas en medio de un discurso siniestro pero brillante. Ahora este tipo de sotana, gordo como una res a punto de parir hilvanaba regaños, imprecaciones y citas que a nadie importaban. Noté con preocupación como el ruido de las cajas de dientes se iba dispersando por el recinto chocándose con sus columnas de plata y dispersándose hasta el cielo raso donde había, como no, una mala imitación de la capilla Sixtina. Agotado miré el reloj y apenas habían pasado cinco minutos, salí de la iglesia con dolor de cabeza y pensando en lo que decían los anarquistas españoles: “La única iglesia que ilumina es la que arde”. Para ese sacerdote gordo que posiblemente sea obispo debe ser una pena que ya no exista el escándalo, pronto esas iglesias serán clausuradas porque el público compuesto por viejitas se irá extinguiendo. Confiado, regresé a mi casa hasta que una idea me retumbó en la cabeza: tal vez esas viejitas están ungidas con la vida eterna. El discurso del cura se repetirá por toda la eternidad, lo mejor es encerrarlas, rociarlas con gasolina y que ardan con todo y sus malditas cajas de dientes. Lamentablemente pudo más la pereza, pero me prometí que el próximo domingo volvería armado con gasolina y estacas, por si resultan siendo vampiros.

EL CUERPO DE ANDRES FELIPE ARIAS PUDRIENDOSE AL SOL

Que no me digan que no, ser hoy en día uribista en Colombia es mucho más que ser un cretino. El que esté de acuerdo con el presidente tiene las manos untadas de sangre. Mas allá de regalarle el país a los gringos, de comprarle la tierra a los campesinos al costo que se le cante a los latifundistas, de eximir de pecado a los paras, de entregarle plata abiertamente a los mafiosos, de crear el ser mas despreciable de la historia de la política colombiana (Andrés Felipe por supuesto) de estafar a la gente con las pirámides, de hacer cualquier tipo de canallada Uribe ha despertado el colombianismo a ultranza.
No hay nada más peligroso que un país como el nuestro se crea el mejor vividero del planeta. Los colombianos se quejan de que UNASUR no haga nada contra Chávez cuando es Colombia la que está atentando con la estabilidad de la región poniendo 12 bases militares en su territorio sin pedirle permiso a nadie. Tuvo el cinismo Uribe de no darle ninguna explicación a la región de por qué esta concesión, porque sépanlo bien que hablar de pacto entre Colombia y Estados Unidos es una incongruencia porque los siervos no pactan, los siervos obedecen.

Los uribistas sacan el pecho dispuestos a exponerlo a balas venezolanas. Como no saben nada, como no leen desconocen la desgracia que implica una guerra. No oyeron de bombardeos ni de economía de guerra. He escuchado a algunos haciendo cuentas de lo bien que le vendría a nuestra economía tener el golfo de Maracaibo. Ojalá ellos sean los primeros que mueran producto del fuego cruzado.

Del otro lado está la histeria de un dictador elefantiásico que ayer demostró con las voladuras de los dos puentes artesanales en Ragonvalia que a la primera escaramuza va a estrenar sus Sukoi. Porque Chávez está como un niño en navidad felices con sus jueguetes nuevos y sediento por estrenarlos. Chávez ha encontrado en Uribe su principal aliado. En Venezuela ya están cansados de su discurso cocainómano pero el cachalote encontró en Uribe un motivo más para mantener viva su delirante revolución.

Lo triste de todo esto es que al final no va a haber juicios, nadie ahorcará al dictador ni veremos el cuerpo de Andrés Felipe Arias pudriéndose al sol. Seguramente sus funerales tendrán la pomposidad y el dolor que tuvieron los de Stalin. La gente olvida rápido y también perdona. Espero que al menos puedan profanar la tumba, que todos los millones de personas a los cuales este par de granujas les ha hecho daño despedacen sus féretros, les claven un puñal en el corazón y les corten la cabeza. Entonces ninguno de los dos volverá a levantarse.

17 de noviembre de 2009

TÉCNICAS PARA TOMARSE A BOGOTÁ

Este artículo se publicó en el suplemento cultural de Vanguardia Liberal en octubre del 2003 (Bucaramanga-Colombia). El tiempo me ha dado la razón ya que muchos de las personas que se nombran en el artículo han consolidado sus talentos. Por eso he decidido publicarlo, así me de verguenza la forma en la que está escrito.

TÉCNICAS PARA TOMARSE A BOGOTÁ
Reflexión en torno a Elizabeth Bathory de Leonardo Carreño
y R. Abdallah, y el panorama del cine en la ciudad.


Por Iván Gallo
Son dudosos los grupos, siempre lo son; ya lo dijo Groucho Marx "no puedo pertenecer a un club donde me acepten a mí como socio". Los grupos literarios son dudosos, claro que sí, y más cuando se reúnen deliberadamente. Pero si uno está en una provincia y de un momento a otro se sienten los deseos inmediatos de leer, de escribir, de ver buen cine, lo más seguro es que tu vas a buscar alguien con quién conversar sobre la película del viernes o preguntarle a alguien quién diablos es Polansky. Así que los provincianos eternos (como su humilde servidor) que tenemos alguna inquietud intelectual estamos irremediablemente abocados a unirnos para conversar o al menos para llorar o celebrar nuestro desarraigo.

No en vano los grandes grupos intelectuales del país casi nunca emergieron de la capital. Fuenmayor, Cepeda Samudio y García Márquez hicieron su caverna en Barramquilla, Gaitán Durán y Valencia Goelkel fundadores de la revista más importante de literatura en el país -de Mito- eran de los Santanderes. En los sesenta los nadaístas irrumpieron en la sociedad colombiana volando puertas con hachas de estiércol y casi todos sus integrantes no eran bogotanos. Por esa misma época en Cali un grupo de muchachos comienzan a ver películas con voracidad escualoide y a leer números industriales de novela. El grupo de Cali, que sacó a la luz público nombres tan importantes como los de Carlos Mayolo, Ramiro Árbelaez, Luis Ospina, Oscar Campo y como no el profeta Caicedo, impusieron un nuevo ritmo en las letras e imágenes de un país tan rural como era la Colombia de hace treinta años.

Lo peor del caso es que después de la erupción viene la calma, y la lava casi siempre se seca en Bogotá, receptáculo donde usualmente van a parar los geniales integrantes de estos grupos. Una vez en la capital vienen el desengaño, a muchos el monstruo se los traga vivos y ya no hay nada qué hacer, cerrar los ojos y llorar en silencio.

Leonardo Carreño viajó a la capital no hace mucho. Su desarraigo precisamente lo llevó a buscar otros locos que hicieran o al menos soñaran con realizar proyectos tan desquiciados como el de hacer cine en este país. Después de andar y desandar el cemento capitalino, Leonardo decidió volver a sabiendas de que allá era muy difícil ganar un espacio. Al alejarse pudo ver que en Bucaramanga el cine apenas está dando sus primeras puntadas, ni siquiera el sueño se ha solidificado. Con la inquietud de la foto fija se empeñó en ponerla en movimiento, sólo faltaba una historia y entonces se encontró con el juglar Abdallah, que casi siempre tiene una canción en su guitarra llena de letras. Es curioso que piense en música cuando hablo de los cuentos de Abdallah, debe ser porque usualmente tiene de epígrafe algún trozo de canción de los Stones o de Nine Inch Nails. Leonardo había leído Noche de quema, el libro de cuentos de Ricardo. A él le gustaba Camila pero Abdallah dijo “mejor Bathory pelado”. Ricardo es un morboso Poetano, como Edgar sus mejores cuentos son oscuros y pesimistas y sobre todo llevan nombre de mujer. Las historias de Abdallah son de monstruos pero ellos no son hijos del demonio sino que siempre nacen de la maldad de la mujer come hombres.

Elizabeth es una femme fatale, no una vampireza. Por eso no es un monstruo sino un ser que tiene una particular manera de amar. El amante no está en capacidad de elegir, el debe amarla así, con los dientes ensangrentados, con el agua teñida de rojo. Él no piensa mucho en mejor dejarse llevar por la concupiscencia de su sexo, por el sabor de la sangre de los otros.

En dos días plasmaron en imágenes lo que Ricardo había dicho con palabras. Grabaron con la cámara de Yulian Martínez, un man que desde que llegó de Nueva York se ha convertido en el gurú técnico del cine en la ciudad. Entre pinturas y cosas que utilizaron durante el rodaje se les fueron como trescientos mil pesos, una cifra ridícula comparado con las que se manejan no sólo en Estados Unidos sino también en el país.

Uno puede tener talento pero a la vez ser un guevón. Lo digo porque muchos quieren hacer de su ópera prima una súper producción, rebosante de extras y locaciones. Una de las razones de que en países tan pobres como Somalia o Mali se haga cine es el hecho de que ellos son concientes de su presupuesto limitado, entonces teniendo ese elemento ellos cuadran el guión.

En eso acierta Carreño, ya que, a pesar de que la película es un gótico tropical, es a la larga una historia sencilla. Los actores son amigos, las locaciones son sus casas, Leonardo es pintor y se preocupó por lograr un ambiente, no tuvieron que pagar derechos de autor, en fin, supieron manejar sus limitaciones.

La película, como es lógico, tiene muchos errores, como por ejemplo de aspecto narrativo. El lenguaje cinematográfico no está muy claro ya que Leonardo no asume riesgos y se ciñe mucho al texto de Abdallah. A veces uno no sabe si está viendo un video o un documental. Pero este es un error que debería esperarse ya que lo que más cuesta hacer en el cine es precisamente conseguir un lenguaje propio. Adaptar siempre es difícil así sea la obra de un amigo. “cada vez que lo veo me gusta menos” dice Leonardo, y esa reflexión hecha como para adentro lo alivia a uno porque sabe que el man no está desfasado, que sabe lo que hizo y seguramente en su próximo proyecto (tiene dos: un documental en 16mm y un cortometraje surrealista) poco a poco va a conseguir narrar con soltura.

Creo que la principal virtud que tiene el trabajo de Carreño es que es un inicio. Por fin se está viendo en la ciudad un surgimiento del cine. Acá hay gente que ve cine y que hace cine. Periódicamente llegan directores del interior a contarnos como es eso de convertir la inmovilidad en movimiento, nos hablan de sus frustraciones y de sus alegrías y nos dejan muy en claro de que para nosotros el video digital representa nada más y nada menos que la salvación. En La vida de Elizabeth Bathory Carreño logra hacer un ambiente, en la última escena se puede sentir el aire viciado por la muerte, se huele a sangre y a sexo, hace de esa última escena todo un cuadro apocalíptico, como si quisiera hacerle un homenaje a William Blake y a todos los malditos. La redención sólo está en la bañera, envuelto en los brazos de Elizabeth encontraré la verdad.

Cuando Carlos Mayolo y Luis Ospina realizaron sus películas de monstruos toda la crítica del país (cuando digo toda quiero decir mucha, entiéndanme soy santanderano, ergo soy exagerado) se le vino encima, “cómo es posible que hagan vainas sobre vampiros con todos estos problemas de violencia que vivimos a diario” y ellos sólo respondían “si nosotros hacemos películas de horror es porque vivimos en el valle y vimos decapitados y latifundistas que quitaban de sus manos la tierra que los campesinos sembraban. El latifundista es un vampiro”, y los periodistas callaban no porque hubiesen entendido sino porque no habían entendido nada.

Abdallah y Carreño, junto con Yulian Martínez, Edson Velandia y Nelson Cárdenas, son las piezas fundamentales de este aparato majestuoso que sin quererlo se solidifica más en la ciudad. Ya muchos saben que las respuestas no están en la capital, que una de las cosas buenas que tiene la post modernidad es que podemos encontrarnos con el mundo en un cuarto de cinco metros. Desde acá se puede filmar y se puede teorizar. Hay que hacerse fuerte en un sitio, después la capital caerá por si sola.

16 de noviembre de 2009

En la inconsecuencia está la libertad

No me gusta lo exótico sin importar de dónde venga. Yo no tengo nada que ver con un japonés o un indígena del Amazonas. Me aburre ver el Teatro No y el cine de Ozu y toda esa música que está grabando Peter Gabriel. Tengo un amigo que está feliz porque está viviendo en el Perú en Inkaterra, cada ocho días un chamán le vierte en el espíritu una especie de yajé, del cual me dice que es una experiencia impresionante: “Recorrer con un emperador astral los caminos del Inca”. A mí que me manden ese yajé por avión y me lo tomo acá en la ciudad, en mi apartamento, lejos de cualquier indio con un sonajero en la mano.


Hace unos años cuando yo vivía en Bucaramanga sacaron un libro sobre la música que se hacía en el magdalena. Las señoras mas refinadas iban a ver la exposición de fotos y leían a voz en grito los textos, lloraban al ver “Como esos indios siendo ellos pudieron hacer algo tan parecido a lo que se hace por acá” Se sentían mas cultas, mas listas para recibir a Dios. Yo puedo entender eso de esas señoras pero no perdono que gente que haya tenido acceso a los libros pueda caer en la tentación de sentirse culpable por que le gusta occidente. “Me encanta todo lo étnico” Y no conozco al primero que tenga una novia indígena o se emborrache escuchando guabinas o cualquier tipo de música que se haga con esos instrumentos que no necesitan corriente.

Yo creo que el problema no es si les gusta o no les gusta lo exótico, el problema es que hablan sin saber, que la alienación es tan impresionante que hasta los mismos intelectuales no necesitan leer para hablar. Entre más se hable sin saber más se es respetado. Entre más raro, más loco, más cool. ¿Cómo van a apreciar el arte ruandés cuando desconocen la cultura donde les tocó nacer? Y los que conocen le tienen miedo a los extremos, a sobrepasarse, van todos sobre un trampolín agarraditos de la mano, sin atreverse a mirar si quiera al abismo que se escurre interminablemente debajo de sus pies. Cuando William Blake hablaba de que el único camino a la sabiduría era el exceso, se refería a la curiosidad. La curiosidad impide quedarse en una sola idea, el hombre que piensa parece un mar abatido por las olas, dentro de él solo puede haber caos e inconsecuencia. No me interesa la paz que se puede sentir en oriente, me interesa el infierno que existe en la cultura occidental, cuando tenga ochenta años querré sentarme en una mecedora a ver todos los días cómo se va ocultando el sol. La paz está lejos, necesitamos la inconsecuencia que sólo nos puede dar la libertad.

14 de noviembre de 2009

NICA: UN SOPLO DE AIRE FRESCO EN LA CLOACA DEL JAZZ

Pannonica de Koenigswarte, o simplemente Nica


Johnny Carter encuentra la muerte mientras ve televisión al lado de su amante, amiga y benefactora Tica. Este personaje que Cortázar muestra en El perseguidor existió y gracias a ella muchos músicos de jazz encontraron un refugio cuando todo el mundo les daba la espalda.

Se trataba de la baronesa Pannonica de Koenigswarte, descendiente directa de los últimos reyes de Francia, despreció su apellido, al hombre que era su marido y a todas las comodidades que puede tener una baronesa. Después de escuchar en París el Sonido de la bomba se afinca en Nueva York con lo poco que tenía (que era muchísimo para cualquiera de los mortales). Era la década de los cuarenta, justo la época en que los negros hacían explotar la música en mil pedazos. La baronesa empezó a ir a los bares y a conocer de cerca a estos dioses del Olimpo. Así como Ludwig de Baviera creía que la verdadera aristocracia provenía del arte, y nombró como compositor de la corte a Richard Wagner; Nica (como era conocida por sus amigos) estaba obsesionada con tener cada vez más cerca a los autores de la música que ella tanto amaba.

Por eso poco le importó a la baronesa el desprecio de su familia. La felicidad la encontraba en la pirotécnica noche neoyorkina, noche que empezaba a las cuatro de la mañana en el Minton´s y terminaba en su balcón a la noche del otro día. La música no paraba de fluir sin importarle que los blancos se taparan los oídos. Aún hoy no pueden asimilar que la música clásica del siglo XX la hicieron los negros. Justamente la fascinación que ejercía el jazz sobre Nica da para que la clase alta de Nueva York que se obsesionaba con sentar en su mesa a la baronesa se preguntara: ¿Qué tiene esa música de negro que tiene como loca a la Baronesa Pannonica? Curiosos, los blanquitos de bien empiezan a pasearse por los antros donde Sony Rollins, Coltrane y Miles Davis devastaban los cimientos de la música. En las mesas del fondo la Baronesa se hacía notar por su encanto y por el brillo de sus diamantes. Ella destilaba clase y los músicos de Jazz se van a revestir de esa aura. Ella legitima jazz y lo introduce en los salones más exclusivos de Europa. Se convierte esta música de arrabal en un suceso de estima. Los idiotas dirán que “se comercializa” “se perratea”. Pero no es así. El músico de Jazz comienza a ganar lo que se merece, antes de que la baronesa irrumpiera en la escena musical los músicos de Jazz se la pasaban tratando de mantenerse a flote. El biógrafo de Theolonious Monk Laurent de Wilde dice “Nica estaba allí para recordar a todos estos grandes artistas que habían entregado su vida a su instrumento, que hay un fasto, un nivel de vida que debe acompañar al talento”. Es que no puede ser posible que un tipo como Charly Parker pase el final de sus días en rincones de calles sórdidas donde lo esperaba un dealer, un policía o los dos a la vez, y tener que ir a una casa de empeño a tocarle tres notas al dueño para convencerlo de que el Stradivarius vale un poco más de diez dólares. Y muchos hijos de mil putas dicen que de eso se trata el arte, de comer mierda para darle a la humanidad un legado. Nica fue un soplo de aire fresco en la cloaca del jazz neoyorkino.

Ella fue la última de los mecenas. Hoy en día la aristocracia la conforman un grupo de mafiosos rusos y los asquerosos jeques árabes cuya única diversión es comprar equipos de fútbol. El jazz ha dejado de ser una música popular para convertirse en la perversión de unos pocos intelectualoides. La fuerza del Sonido de la bomba se ha extinguido y de ella sólo se escucha un lejano eco.


13 de noviembre de 2009

Los fans de Sean Penn


Into the wild es la confirmación de que cualquiera puede hacer una película de autor. Sean Penn es un niño bien, hijo de un padre millonario y famoso (Arthur Penn), desde su más tierna infancia se sintió diferente, un hombre que odia el show business. Para demostrarle al mundo del espectáculo lo poco que le importaban sus comentarios se casó con Madonna. A los pocos meses Penn empezó a filmar la que sería una de sus escasísimas buenas películas, Tiro de gracia, allí conoció a Robin B. Wright, una rubia y rebelde actriz que promulgaba la conservación del oso panda de Tahití del sur y además era vegetariana. A partir de allí se consolidó con papeles donde hacia de bobo, de matón, de estúpido, de tarado, de delincuente, de queer; siempre con la misma cara y las lágrimas cayéndole por el rostro. Paralelamente a su brillantísima carrera como actor, comenzó a desplegar sus inclinaciones políticas. Aprovechando que el Katrina devastó New Yersey se remangó los jeans marca Girbaud hasta la rodilla y se fue en una barca e hizo un reportaje que estremeció a todos los niños rebeldes que votaron por Obama. Insuflado, tocado por la mano de Dios o del Che Guevara, quiso filmar la vida de un niño rico que cansado de la comodidad de su hogar se va un día -renunciando a una gran herencia y a un futuro brillante- a la montaña donde quiere encontrarse, como si fuera Ondin,a con todos sus antepasados que reposan en la niebla del bosque. Tres años después este insoportable homúnculo de Thoreau, muere de hambre y frío dentro de un bus abandonado en las profundidades de Alaska. Lejos de presentar una propuesta radical el hombre libre, que es Sean Penn, hace una película con todos los convencionalismos del videoclip, cámara lenta mientras el muchacho se baña en un paradisíaco lugar de Alaska, canciones de Johnny Mitchel mientras el muchacho hace autostop, dos horas y media de clichés y frases grandilocuentes.



Estoy seguro que Sean Penn se sintió muy contento con su ópera prima. Las críticas insuflaron su ya desproporcionado ego. Estuvo nominado a dos oscares y se ganó más de 13 premios en otros festivales y 36 nominaciones más. Incluso, como poseído por Lope de Aguirre, quiere irse a Maracaibo a filmar una película sobre la revolución bolivariana. Seguro hará la película de un chavista que quiere pasar a nado el Orinoco y se ahoga en el intento muriendo como un valiente, como le encantaría morir a Sean Penn y a Chávez. La crítica creó una horda de seguidores de este hombre libre, muchos dicen que Into the wild es igual o más importante que "On the road" de Kerouac. Los niños bien ya no buscan a Bukowsky sino el libro de Jon Krakauer en el cual Penn se basó para hacer la película.

No me molesta que exista Sean Penn, me molesta que vivan sus fans. Me molesta que aplaudan cuando la academia por fin reconoció su talento dándole un Oscar por interpretar a un marica envalentonado. Me molestan los que piensan que en 21 gramos está muy bien cuando nada puede estar bien en una película de González Iñárritu. Me escondería en un bus abandonado en Alaska solo para no escuchar a la gente hablar bien de Sean Penn. Pero lamentablemente le tengo mucho miedo a la soledad.

12 de noviembre de 2009

DEJAR QUE LA SANGRE FLUYA



Una guerra atroz de sesenta años no nos ha impulsado a crear una literatura de horror. Un escenario ideal de decapitados, de bebés traspasados por el hierro de las bayonetas, de latifundistas que como vampiros desangraban a sus pobres campesinos. Sesenta años de un río interminable de sangre para que vengamos a dar una poetisa como Shakira o Ángela Botero. 
El problema es que el siglo XX no nos tocó. Estamos muy lejos de todo y los ecos que nos llegan del mundo no los escuchamos porque somos sordos. Que pueblo tan miedoso es el colombiano, todavía el espanto del hombre crucificado nos crispa la piel, le tememos al inconsciente, a los fantasmas que se apiñan dentro de nosotros.
Los pocos que pueden leer, con los escasos libros que tienen, van haciendo una torrecita de marfil y desde el piso más alto ven al resto de los mortales. Para ellos el horror es un entretenimiento de masas, mejor leer y escribir cosas sobre la ciudad, escribir como una mala traducción de Bukowsky e ir a los recitales de poesía de los amigos porque ahí se puede levantar un buen polvo.
 Hoffman llegó a la conclusión de que todo relato es fantástico. Todo lo que viene de adentro pertenece al reino de las tinieblas. Si le sumamos eso a los relatos que cuentan nuestros abuelos, nuestros tíos, nuestros hermanos, qué cuentos macabros podríamos hacer, ¿a qué estadios inquietantes del espíritu podríamos llegar?. Conozco a una generación de escritores que lo puede revertir, gente joven con un hacha en la mano dispuesta a cortar de raíz con la anquilosada herencia que nos han dejado generaciones pasadas. Hay que cortar esa cabeza y dejar que la sangre fluya.

10 de noviembre de 2009

HOMENAJE A NELSON CÁRDENAS

Quise homenajear a mi gran amigo Nelson Cárdenas creador de la única escuela de Fotografía, cine club, y refugio de escaladores que existió en el centro de Bucaramanga a principios de esta década moribunda. Para esto he invitado a Ricardo Abdahllah quien fue coeditor de Vista al Sur y asiduo asistente de las ediciones del cineclub. Próximamente iremos publicando algunas de esas reseñas que se entregaban antes de las sesiones.



La casa de Nelson*
Por Ricardo Abdahllah

Todas las ciudades tienen sus cineclubs, y el tamaño de cada ciudad una influye más en la cantidad que en la calidad de los mismos. No se puede negar, como a nadie de pequeño lo pusieron a ver El Espejo ni Fanny y Alexandra, se necesita que haya sitios donde le pasen The Wall y Pulp Fiction, la pervertida Noche de los lápices y la melosa sociedad de los poetas muertos. Para empezar, para ir viendo lo que es el cine.
Luego como bendito sea mi dios el cine no se termina en ese ramillete de dos docenas de películas que uno a los diecisiete considera, con comillas enormes, « cine arte », se necesita que gente que no sólo quiera el cine, sino que sepa de cine, venga a uno a enseñarle. Ahí nacen los cine-clubs memorables, esos donde uno no va a ver las películas que ya le gustan sino a que le gusten nuevas. Ni siquiera con lo triste que me puse cuando la cerraron, le pregunté a Nelson Cárdenas, cómo fue que le dio por abrir la Casa Sur. Ya la pregunta estaba mal hecha, Nelson no « abrió » una casa como quien le busca sede a una asociación o cooperativa u ONG; Nelson agarró tres cuartas partes de la casa donde vivía con la idea de armar algo que reunía las funciones de escuela de fotografía, editorial, biblioteca especializada y galería de exposiciones. Y sobre todo cineclub. Decir que no era un cineclub con criterios comerciales es redundante: cineclub que se respete es pobre o mediopobre; decir que no era un cineclub con criterios políticos (porque eso ya no se usaba al final de los noventa) o intelectualoides (porque de esos sobraban) es la mitad del verdadero elogio: que el cinclub de Sur se hacía con propósitos cinéfilos, que mientras estábamos acostumbrados a los cineclubs universitarios con ciclos de cuatro películas al mes donde el tema era cualquier pretexto, en Sur (nos) pasaban tres películas por semana con criterio de director, filmografías completas y en orden que mezclaban lo digerible con lo exigente, las películas de Almodóvar, que eran lleno seguro, con los clásicos del cine mudo que exigían no sólo paciencia intelectual sino física. Que al final de las tres horas que dura El nacimiento de una nación sólo quedáramos cinco espectadores, es una prueba de la clase de películas que uno podía ver; que decenas de personas me hayan dicho que estaban presentes esa noche, es una prueba de la importancia que la Casa Sur iba a tener en los recuerdos de los bumangueses.

Nelson no sólo era el dueño de la Casa (y de la perra mona y del escarabajo rojo) sino que siempre fue el patriarca de la familia Sur, que incluía por un lado a los fotógrafos, por el otro a los cineastas y cinéfilos y por otro más a los que, venidos de las dos otras ramas, le seguimos la cuerda (porque a Nelson no podía no seguírsele la cuerda) en un proyecto de revista. De la revista puede decirse, que en la lista de las publicaciones periódicas santandereanas, que es otra manera de decir « las revistas de acá », no hubo una tan bien hecha, tan bonita digámoslo, como Vista al Sur y yo creo que, con lo consentidas que suelen ser las revistas culturales, muy pocas tuvieron papás que la quisieran tanto. De los consejos de redacción de la re-Vista al Sur, que Nelson no alzó nunca la voz y nunca impuso nada por la fuerza y que sin embargo casi siempre tenía razón.
Que Nelson tiene una hija, que es un caminador bravísimo de los senderos satandereanos y un seguidor de Inodoro Pereyra, el gaucho de Fontanarrosa, fueron cosas que aprendí hablando antes y después de las películas; antes y después y durante los consejos de redacción. También aprendí a escribir rápido y al punto, a que me editaran duro, a calmar el ego y a ver cine con los ojos más abiertos así estuvieran a veces cansados y a veces borrachos.

Yo no me imaginaba todo eso la primera vez que entré a la Casa Sur, en una de las proyecciones de un ciclo de Woody Allen. Por eso me acerqué con cierta timidez y respeto al hombre de poco cabello que luego del final de la cinta, que era cinta en el sentido de casette de VHS, se quedó arreglando las sillas que con el movimiento de los espectadores se desacomodaban en el suelo de piedritas. Me tomó poco tiempo perder la timidez y un poco más el cabello. El respeto no se lo perdí nunca.
*Exclusivo de El Ateneista

6 de noviembre de 2009

ADORACIÓN A LA SOMBRA


En una cervecería de Berlín se reunían cada sábado a hablar los jóvenes Hoffman, Tiek y Von Chamizo. A pesar de tener en alta estima el teatro, las artes y la música, les atraía hablar de hechicerías, duendes y demonios. En esa taberna -de nombre impronunciable y que hoy ha sido barrida de la faz de la tierra por obra y gracia del tiempo- empezó el Romanticismo.

Lejos del mediterráneo, condenados a vivir en la oscuridad que les ofrecía el espeso bosque, los alemanes centraron su interés en lo oculto, en lo que habita en las tinieblas del alma. Kleist fue el primero que fue consecuente con el demonio pero después lo siguieron un grupo de adoradores de su obra. En esas orgías intelectuales el grupo llegaba a conclusiones como de que “Todo relato es fantástico”, muchos de sus cuentos son puertas que se abren al universo que habita dentro de ellos. Von Chamisso destapó la cortina que cubría la imagen del demonio en la maravillosa historia de Peter Schlemihl donde al cambiarle a éste su sombra por un saco que le dará eternamente las monedas de oro que necesite lo condena a vivir rechazado por todo el que se le acerca, como si no tener sombra fuera la peor de las pestes. Todos los alemanes tienen sombra y la cuidan, la sombra es el Daimón, su doble, de allí la obsesión del romanticismo por el doble. Hoffman y el cuento del hombre que también le vende su reflejo para obtener la felicidad material. La sombra es todo lo que se tiene.

Pero esa mirada turbia que tenían hacia la realidad venía cimentada en una profunda religiosidad, es como cuando habla Safrnski que el romanticismo habla “De una continuación de la religión con medios estéticos”. Por eso al conde que se casa con una baronesa y descubre que es un vampiro, más que el horror lo embarga la indignación: “Maldito engendro del diablo,¡Ya sé por qué te repugna la comida civilizada! ¡En las tumbas es donde pastas endemoniada!” Y después pierde la razón porque ya no queda margen para la moral y en un mundo donde es permitido actuar al mal con tanta libertad no es digno vivir.

A esa profundización del mundo oscuro de la sombra llegaron un grupo de amigos que se emborrachaban cada sábado. En esa taberna confrontaron a sus daimones y los hicieron hablar, que dijeran todo lo que sabían de su universo. Todas esas confesiones quedaron consignadas en sus maravillosos relatos.

3 de noviembre de 2009

UN HERMOSO CADÁVER INSEPULTO


La casa estaba sobre una de esas sucias calles de San Telmo. Un cartel enorme anunciaba que estaba en venta. El cartel tapaba la puerta así que tuvimos que agacharnos para entrar. Durante dos años funcionó en esa casa lo que queda de la otrora poderosa Zoetrope, la compañía cinematográfica fundada por Coppola treinta años atrás. Este fue el cartel general en el cual el realizador neoyorkino lideró su proyecto Tetro, largometraje íntegramente rodado en la Argentina y cuyo rodaje despertó polémica por la manera como se trató a la mano de obra local. Después de un largo pasillo venía una rudimentaria sala de proyección. Allí estaba Walter Murch con su equipo de montajistas. La de hoy sería la primera visualización del montaje final de la película.

Me había prometido ver la película fríamente, sin caer en la emoción dulzona que tenía al estar en la primera visualización de una película de uno de los tres directores vivos más importantes del cine. Lamentablemente no me tuve que esforzar mucho. Si Francis Ford Coppola viene a filmar a la Argentina es porque es más barato, no porque la historia requiera los escenarios de este país ni porque exista un interés particular. Uno de los técnicos que vio conmigo la película me contó que vino a este país a cerrar la compra de un viñedo en Mendoza y que “de paso” podía hacer una película. Lo mismo pasó hace unos tres años cuando en Rumania hizo ese esperpento pretencioso llamado Youth Without Youth (Juventud sin juventud).
Durante meses creímos que Coppola estaba haciendo la gran historia de inmigrantes italianos que llegaron a la Argentina durante la primera mitad del siglo XX. Una historia monumental y que nadie nunca ha contado. Nada está más lejos de lo anterior. Tetro es la historia de un escritor que quiere huir de la poderosa presencia de su padre, un laureado director de orquesta (otra referencia a su enorme álbum familiar, pues Tetro es otro de los alter egos de Coppola ya que Carmine, su padre, fue un destacado compositor) y por eso es que viene a refugiarse a una de las buhardillas de La Boca.. Hasta allí va a buscarlo su hermano menor para convencerlo de que vuelva a Nueva York, a la civilización. Tetro (encarnado por Vincent Gallo) se resiste a irse, una tarde llega a su buhardilla y encuentra a su hermano leyendo sus escritos, se enfurece irracionalmente hasta el punto en que arremete con violencia contra el pobre jovencito. Sobre esta pareja de gringos revolotean sin cesar los actores hispanoparlantes, de quienes nadie sabe qué carajos hacen allí, son como parte del decorado, extras que -entre otros privilegios- tienen el de poder decir alguna frase mal hilvanada. El desconocimiento total de la cultura porteña lleva a que los personajes tengan costumbres que no están acordes a sus características. Si en Buenos Aires vives en La Boca es casi seguro que no puedas tener la posibilidad de realizar tus tertulias diarias o peñas en el Café Tortoni, pero Coppola, como cualquier turista, no hace más que sacar postales de la ciudad y lo único que le falta es llevar la trama a la Bombonera y al Obelisco porque hasta la operística y patética escena final donde el cadáver del gran compositor -que fue en vida el padre de Tetro- es velado, se lleva a cabo ¡en el Teatro Colón!.

Tetro sucumbe a la tentación de mostrar sus escritos, es un dramaturgo, un poeta, es la encarnación misma del arte. Al final -como en una pésima telenovela venezolana- se descubre que el gringo que vino a buscarlo no es su hermano sino su hijo (¡!) y ya la tolerancia que uno puede tener, por más de que al lado pueda ver al genial Walter Murch preocupado, se va yendo por una de las tantas cloacas infectas que tiene San Telmo.
Tal vez la historia del cine no ha dado un personaje más parlanchín que Francis Ford Coppola. Desde que se metió en la selva a hacer no una película sobre el Vietnam sino "el Vietnam mismo” la cantidad de declaraciones que ha dado este hombre podrían llenar perfectamente el cañón del Colorado. En noviembre del año pasado en una charla dada acá en Buenos Aires en la ENERC (la escuela del INCAA) dijo que ya era un hombre millonario gracias a sus viñedos y que por eso iba a empezar a hacer las películas que esos horribles productores le habían negado. Con Youth Without Youth y con Tetro entendemos que los productores no siempre son estas figuras vampirescas y castradoras, porque lo que le faltaron a estas dos películas fue alguien que le hiciera a entender a Coppola que las películas no sólo se hacen para uno hablar de sus obsesiones y de sus miedos sino que también está bueno de vez en cuando contar una historia.
Coppola quiere hablar de Buenos Aires y de Bucarest sin conocer estas ciudades. Acá en Buenos Aires se ganó la fama de tacaño; los actores y los técnicos quedaron francamente desilusionados. El actor argentino Mike Amigorena quien participa del filme dio estas fuertes declaraciones “No dejo de pensar en que sería otra cosa. Hubo muchos problemas con la producción. Coppola se puso a escatimar. Una cosa es que lo hagan acá y lo digan de frente y te digan “Che vamos a hacer una película pero no hay guita” y seguramente lo haga como hice quinientas… pero que venga un millonario, que venga y no te pague...no se si fue él, pero su producción fue poco seria. La verdad Coppola no me impresionó mucho, para mi fue un cero al as”.
El sentimiento fue generalizado y los resultados se ven en esta estrambótica y desafortunada historia. Para contar con más apoyo, el director de El Padrino, tuvo que llamar a estrellas locales como Susana Jiménez para que hicieran un cameo y así ganarse el favor de los medios.


Al finalizar de la proyección el grupo de técnicos se dispersó. Nadie aplaudió. La mujer de Walter Murch lo presionaba para que dijera algo, al menos para que diera las gracias en nombre de su amigo y compañero desde El padrino II, pero Walter no se volteó a mirarnos y me imaginé su rostro lleno de vergüenza y de añoranza por las hermosas películas que alguna vez hicieron juntos. “Igual debí haberle pedido un autógrafo” pensé, pero cuando me devolví la puerta con el cartel de “SE VENDE” ya estaba cerrada.

¿SUEÑAN LOS COLOMBIANOS CON ARGENTINOS CIBERNÉTICOS?

Tuve la desgracia de crecer con gente que quería ser Argentina. El primero que conocí fue a mi tío Alfonso, insuflado por la victoria gaucha- en el oscuro mundial organizado por la dictadura- empezó a ponerse camisetas albicelestes y a decir, cada vez que se tomaba un par de cervezas, que ese era su país. Las mujeres soñaban con tener a un Tarantini o a un Gustavo Ceratti.

Tengo amigos argentinos que no me creen que en el resto de Latinoamérica hay idotas que creen que el Rock Argentino es la única música culta y de relevancia intelectual que existe en el continente. Conozco gente incluso que cree que El lado oscuro del corazón es una obra maestra y que Ernesto Sábato es un gran escritor. Se tiene que pertenecer a la periferia cultural del mundo para creerse esto.

Con la crisis del 2001 se abarataron los costos y los colombianos empezaron a llegar en ramilletes. Al principio venían a estudiar, entonces era común ver al clásico rolo “argentinófilo” hablar con el acento de ellos una vez pisaba Ezeiza. Al menos venían a estudiar, ahora empezaron a llegar los buscavidas, el clásico colombiano echado pa’lante que no le tiene miedo a nada.

-Che –me dicen los pibes-, tienen que andar muy mal allá para venirse a este mierdero.
Mi respuesta por supuesto es “sí, estamos muy mal allá”. Pero así este gobierno nefasto haya incrementado la necesidad de la gente de salir de su terruño, esto siempre ha sido así. Ahora se presenta la exquisita oportunidad de venir a un país que hace cinco décadas fue grande y que ahora se está cayendo a pedazos. Y como no nos piden visa, y como son blanquitos y los edificios parecen europeos, pues qué mejor oportunidad para venir a buscar fortuna acá. Pero el desengaño llegará pronto, los sueldos son patéticos, no hay trabajo y, sobre todo, no hay vallenato ni guaro. Eso sí, llegarán a Colombia de nuevo con su fabuloso acento argentino.

Hace poco vi en ESPN un especial que hicieron sobre cómo se veía el clásico Boca-River en un bar de Bogotá. Creía que era una colonia argentina que vivía en Bogotá y vibraba con este devaluado clásico que el periodismo argentino ha venido promocionando en el continente como ¡uno de los siete espectáculos que no puedes dejar de ver en tu vida! Vi a un grupo de gente tomando cerveza con camisetas de Boca y de River, dije: “bueno, debe ser la colonia porteña en Bogotá”. Pero no. Eran colombianos comiéndose las uñas por un equipo con el que no han convivido nunca. ¿Cómo se puede ser hincha de un equipo cuando no has entrado a su estadio, cuando no conoces el barrio de donde salió este equipo? Entiendo que se pueda ser simpatizante ¿pero hincha? Y sin embargo estaban allí ¡dando declaraciones! Diciendo que en el partido de vuelta en la Bombonera iban a comer Gashinas, y lo decían así, con acento argento y todo.

La argentinofilia es un mal que todo colombiano está propenso a padecer. Yo también la empiezo a vivir, cada vez bajo más y más canciones de Los redondos y cada vez defiendo con más ahínco las grotescas declaraciones de Maradona. Me consuelo pensando que eso es así porque Maradona y los Redondos son universales, pero en el fondo sé que es mentira que el virus ya está dentro de mí.

1 de noviembre de 2009

FREAKS O LOS PEDAZOS DE UN MUNDO

En 1961 Diane Arbus, la fotógrafa estadounidense, iría a una proyección sin saber que este hecho tan cotidiano le cambiaría por completo su vida. Se presentaba en el MOMA una película que, en su momento, causó un terrible escándalo y fue sacada de cartelera como quien expulsa un espíritu demoniaco. Una hermosa trapecista se enamora perdidamente de un enano. La convivencia con microcéfalas y mujeres barbudas cambiará sus patrones estéticos. La mujer poco a poco empieza a hartarse de esos seres y quiere arrancarse de raíz la venda que le ha impedido ver los monstruos que la rodean. Lo que condenó a la película al ostracismo fue que su director hubiera optado por mostrar monstruos reales en la pantalla. Diane Arbus no estaba acostumbrada a la fealdad, por algo era la fotógrafa de moda más importante de su época, sin embargo después de ver Freaks ese gusto que tenía escondido iba a salir a flote tal y como dice su biógrafa Patricia Bosworth, “Le fascinó que los fenómenos de la película no fueran monstruos imaginarios sino reales porque en el fondo las anomalías humanas siempre la habían emocionado, retado y atemorizado a la vez, debido a todas las convenciones que desafiaban. En ocasiones pensaba que su terror estaba unido a algún profundo rincón de su subconsciente. Ver al hombre esqueleto o a la mujer barbuda le recordaba alguna parte oculta o antinatural de si misma”.
A partir de la proyección Diane Arbus empezaría a interesarse por fenómenos, en su lente sólo se filtraba lo anormal. Doce años después como si todo el horror del mundo se hubiera metido en ella se comería una ensalada de barbitúricos y la encontrarían tres días después, ya putrefacta metida en su bañera mientras una cámara registraba cada paso que daba a la muerte.

Como ella miles de personas cambiaron no sólo su manera de ver el cine sino la manera de ver el mundo a partir de ver esta película que -sin duda- reboza todos los límites estéticos que se había impuesto Hollywood. Dos años antes de su estreno Tod Browning, un hombre acostumbrado a lo macabro (su primer empleo fue en un circo donde realizaba el truco de ser enterrado vivo en un ataúd durante dos días y luego ser milagrosamente resucitado), había empezado con la serie de películas de terror de la Universal con su inolvidable Drácula. Tenía carta abierta del Todopoderoso señor Thalberg y se la iba a jugar a esta extraña historia donde una dudosa heroína aceptaba resignada a convertirse en una mujer pollo con tal de parecerse más a su familia. Era la época de la desolación total, la bolsa de Nueva York había saltado en mil pedazos y las familias que hasta hace unos años creían vivir en la tierra prometida tenían que partirse en dos por culpa del desempleo y del hambre. Se acabaron los años donde la gente quería ver héroes en la pantalla, ahora sólo lo anormal, lo extravagante, lo macabro era creíble. Si bien una década antes los alemanes habían previsto con el expresionismo que esa prosperidad era un espejismo, Estados Unidos, el país de la esperanza iba a vivir el horror en carne propia.
Pero lo que había hecho Tod Browning cruzaba el límite de la moral. La gente podía soñar con un monstruo como Frankenstein pero ver la realidad en unas siamesas, en un hombre que sólo era un torso y una cabeza, era un viaje sin regreso al pesimismo. El estudio le bajó el pulgar, Thalberg el productor más innovador de la historia de Hollywood había desaparecido y nadie quería afrontar un riesgo tan grande. Dice David J. Skal -en su libro Monster Show- sobre esta película: “Se consideró tan horrible que fue repudiada por el estudio y rechazada durante casi treinta años por los censores del otro lado del atlántico. El negativo original según contaba una leyenda, había sido entregado sin contemplaciones a las aguas de la bahía de San Francisco”. Sin embargo Freaks ha sobrevivido a todas esas calamidades y hoy -ochenta años después- sigue perturbando la cabeza de todos los que la ven. Hoy, más que nunca, vivimos en un mundo de monstruos donde lo anormal es lo que impera. Las fronteras de lo monstruoso se han roto y eso lo supo ver Tod Browning muchos años antes cuando trataba de no perder el control mientras escuchaba las paletadas de arena caer sobre su ataúd.
(Arriba-izq: Fotograma de "Freaks". Abajo-der: Foto tomada por Diane Arbus)