19 de marzo de 2010

EL GRAN KEITH RICHARDS

 Keith Richards es mi héroe, la persona viva que yo más admiro. Todos los días hablo de él, todos los días lo escucho. Tengo la ilusión de verlo en vivo algún día, tengo miedo de morir antes de hacerlo. No me da miedo que muera él, es inmortal es el mejor de los vampiros. Lo admiro porque a parte de ser uno de los guitarristas más grandes de la historia de la música, él fue el quien puso su ritmo, su idea a los Rolling Stones. Es el único tipo que lo ha probado todo y hoy en día, a los 67 años, está sentado en su trono, con la sonrisa partiéndole en dos el rostro más elegantemente destruido del mundo.
Ya no sabe ni cuándo empezó a tocar la guitarra, desde que las bombas alemanas comenzaban a caer en su pobre barrio, Richards comenzó a escuchar la melodía, la música que se hacía dentro de su propio ser. Gracias a él el blues es una música escuchada en todo el mundo, antes de que a él y a Brian Jones les diera por formar el mejor grupo de todos los tiempos la gente consideraba al blues algo pasado de moda, un invento negro que el rock blanco se estaba tragando. Pero con los discos que podía conseguir de Muddy Waters o Johnny Winter, Keith empezó a trazarse el espinoso camino que lo ha traído hasta acá.
Decían que le hacía daño al que se acercaba, sus mejores amigos han caído por tratar de seguirle el ritmo. Tiene en la capa las mejores pócimas pero no las pruebes todas, sólo él es inmune. No lo mató la biblioteca de su casa que se le vino encima al tratar de alcanzar La anatomía de Leonardo da Vinci, no le hizo nada su caída desde una palmera de cocos hace un par de años; la música lo alimenta, lo llena de vida, es lo único que quiere hacer, estar acá para tocar la guitarra y que nadie le rompa los huevos.
Hasta el año 1971 Jagger era el líder del grupo. En él se encarnaban las esperanzas de los jóvenes del mundo entero, pero poco a poco el joven rebelde se fue convirtiendo en un viejo magnate. Fue RIchards quien cargó la leyenda, el peso y el sonido de los Rolling Stones hasta esta época. Él fue quien hizo hasta lo imposible por mantenerlos unidos a pesar del desesperado deseo de Jagger de convertirse en una hiper-estrella pop. En medio de su delirio heroinómano tuvo la suficiente lucidez para no hundirse y para que no se hundieran los Stones. Con Burroughs, Victor Bockris y Lou Reed pasaban veladas enteras hablando de los medios por los cuales se podría controlar la adicción a la heroína. No recuerda nada de los setenta, no recuerda nada de las nueve noches que pasó en una fiesta, de que en esa época no se iba a dormir sino que se desmayaba absolutamente colpasado. Lo único que sabe es que bueno estar acá, estar en cualquier lugar pero estar.
Keith Richards se prepara para afrontar otra década, por el bien de la música. Ojalá que esta también pueda tener su sello, que despliegue lo mejor que puede tener ahora que está limpio. Ahora que se desenganchó definitvamente de la heroína está mas fuerte y espera en su interminable fiesta que esta década tambien esté dominada por el hechizo de su guitarra.

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