A ustedes esto no les debe importar pero yo en el colegio monté un grupo de teatro y me encargaba de dirigir, escribir y protagonizar las obras. Ninguna de ellas logró sobrevivir a los incontables vaivenes en los que me he sometido en los últimos 15 años. Me apena mucho porque debería ser divertido leer las guevonadas pseudo existenciales que podía tener un marihuanero adolescente como yo.
El caso es que el teatro para lo único que me sirvió fue para hacerme muy amigo de Juan Pablo Díaz. Los que conocen al popular "Gallineto" saben lo grato que es tenerlo en la vida de uno. Bien puede ser que te lo encuentres un domingo en la tarde y quieras solo comer unas empanadas mientras el Malecón se va llenando de indigentes o encontrarselo en la 93 un viernes a las 11 de la noche con unos tragos encima encarnando lo que es la esencia del rock
Juan Pablo Diaz tiene el aura de los viejos rockers.
En el 94 (fecha en la que debería haberse graduado) fue expulsado del Calasanz y como todos los vagos recayó en ese limbo que era el Seminario. Yo lo conocía de la primaria, el era mucho mayor que yo, me llevaba varios cursos pero la vagancia y un intercambio a Estados Unidos hicieron que en 1995 fuera mi compañero de clase. El y Carlos Castro fueron los únicos manes de esa promoción a los que le inquetaba la lectura y el rock. Los tres nos enganchamos a los Stone temple Pilots, a Velvet Underground, Nirvana, Alice in chains, Los Doors y por supuesto a la dama de los cabellos ardientes.
La afición por Morrison me llevó a escribir una obra de teatro sobre el último año del Rey Lagarto, el que pasó con Pamela recluído en su apartamento parisino. Soñabamos con una Pamela delgada y pecosita y ojalá que fuera peliroja. Le hicimos casting a una suiza, una alemana y una danesa que estaban pasando un año de intercambio en Cucuta, nos queriamos comer a las tres pero el único que pudo fue gallineto quien por esa pinta y el aire de rocker que tenia (Y tiene) se las levantaba a todas. Juan Pablo sería Morrison porque utilizando una determinada iluminación podía parecer al Rey Lagarto. Necesitabamos alguien que nos financiara porque el proyecto era ambicioso. Obviamente nadie nos dió bola y nos graduamos y los que pudimos salimos de Cúcuta a estudiar algo que nos diera de comer después o a vivir solos lejos de la sobreprotección de los padres.
A Díaz lo volví a ver en el 2008. Nos reunimos en su apartamento de Arribeños en pleno corazón del Barrio Chino. Venía a Buenos Aires a estudiar guión, tenía una pared llena de fotos con sus heroes favoritos, Hunter Thompson, Borroughs, Keroac y un fotograma de Pavor y repugnancia en las Vegas. Nos fumamos unos cuantos cigarrillos y destapamos varias botellas. Me sorprendió verlo igual, el mismo peso, el mismo aire cool, la misma pinta. A pesar de ser un tipo muy bien educado Juan Pablo afila sus comentarios como cuchillos y no duda un segundo en clavartelos. Es un tipo de una inteligencia prodigiosa, con un brillante sentido del humor, no se parece a nadie. Con un man así es imposible que los años abran distancia porque no solo tenemos en común el colegio ni el interés por los libros sino que existe un puente, una hermandad que el paso de los años no podrá destruir nunca.
Solo estuvo seis meses acá y nos vimos contadas veces. Su talento como escritor es innegable, me mostró una crónica que había hecho sobre la ciudad del sol de los venados, tenía la sequedad, precisión e incisión que puede tener un buen relato. Había bebido en las fuentes del gonzo periodismo y se había convertido en un ser de la noche.
Ayer mientras sobrellevaba el decimonoveno ataque de nervios me llegó un mail suyo, un mail que justificó la obsesión con la que estoy encarando el proyecto de El ateneista. Que bueno decir como García Márquez que la razón por la cual uno escribe es para que los amigos lo quieran a uno más.
Esta es mi forma de decirle gracias, petirojo
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