A Rodia las catorce horas que pasaba en la zapatería del viejo Karel a penas le daban tiempo para llegar a la casa, ponerse unas compresas de agua helada en sus manos hinchadas y heridas de tanto remendar suelas y con la poca energía que le quedaba se ponía a pensar en los hermosos poemas que algún día, cuando tuviera tiempo se pondría a escribir. En el invierno pasado su pequeño hijo y su esposa sucumbieron ante la extraña plaga que azotó a la región. Creyó que la pena lo iba a matar pero no fue así, al contrario esa desgracia lo había vuelto mas fuerte incluso le volvió el anhelo que alguna vez tuvo, la de ser el poeta mas grande de la germania occidental. Estaba solo ya no tenía a nadie mas que alimentar, podía lanzarse sin temor al vacío de la poesía.
Había sido premiado por la naturaleza con el don de la perseverancia. Decidió ahorrar las miserables monedas que el viejo le daba. En todo el día se mantenía con una sopa de col con aluvias y un mendrugo de pan. Incluso llego a trabajar cuatro horas mas y recibir algunas monedas extras. Supo que detrás de las montañas la gente le huía a una absurda y antigua superstición, dejando sus cabañas abandonadas. Era una región rica donde los frutos crecían con un mínimo cuidado. Poseía cascadas y los arboles eran frondosos y de un verdor casi que fosforescente. Un lugar ideal para escribir. En un año pudo recaudar lo que él esperaba le permitiría vivir sin afugias el tiempo que le llevara tener una gran obra.
El viejo Karel se sorprendió ante la partida de su trabajador mas abnegado. Cuando le preguntó que trabajo era el que lo había tentado para abandonar en épocas de crisis un trabajo mediocre pero de sueldo seguro Rodia le contestó que ninguno, que adentro de el sentía como las llamas de la poesía se apoderaban de su ser. El zapatero estalló en una carcajada y tuvo que sentarse encima de un tronco para no caerse. Temblando de la risa se frotaba las rodillas con sus manos callosas. La risa le desordenaba todo el rostro
-Pobre incauto- se mofaba Karel-Entregar su vida a la maldición de la poesía, jaajajjaa, es tan horrible tu destino que hasta me da risa, además el lugar que escoges para vivir, detrás de las montañas, es que no sabes -Dijo poniendose súbitamente serio- De que huye esa gente? ¿Quien te crees para negar lo que todo el mundo ha sufrido?
Rodión dijo que el no creía en nada pero que aún así respetaba lo que todo el mundo podía llegar a creer
-Tu sufriste en carne propia el poder de su maldición -Decía el viejo abriendo la boca y mostrando el único diente que le quedaba- Enterraste a tu mujer y a tu pequeño hijo y ni aún así cedes. Vete pero no vuelvas a esta comarca. Dentro de poco serás uno de ellos.
Rodia cambió el tema, el viejo lo miraba apesadumbrado. Le compró lo que tenía en el granero y uno de los vecinos le vendió la mula y un carromato. A la mañana siguiente emprendió el viaje. En la tarde ya estaba al otro lado de las montañas. Una hilera de cabañas de madera lucían desoladas. Rodia escogió la que parecía tener mejor huerto. El pozo distaba a pocos metros de distancia. Le gustaba la vista ya que desde el porche se vislumbraba la eterna caída de agua de una cascada. Era el lugar ideal para evocar las imágenes de las que se compondrían sus poemas. Antes de que amaneciera se sentaba en una mecedora con la pluma en la mano y un papel en la otra cerraba a los ojos y se esforzaba por entrar muy adentro de su inconsciente y extraer de allí como si fuera una mina onírica la mayor cantidad de imágenes posibles. Justo cuando creía aprehender la imagen de una mujer hermosa que cuando era niño lo venía a visitar todas las noches caía presa del mas profundo de los sueños. Se despertaba al atardecer aletargado y hambriento. Aprovechando la poca luz que quedaba recogía los pocos alimentos que esa época del año daba. Con ellos se hacía una insipida sopa. Al comer recuperaba algo de energía y volvía a concentrarse, cerraba los ojos y volvía a escuchar el susurro de esa extraña mujer "No tengas miedo querido Rodión, desde siempre nos has pertenecido" Pero poco despues la imagen se difuminaba y solo quedaba el vacío de un sueño profundo.
Al cabo de dos semanas Rodia notó con preocupación que no había escrito nada. Pensó que dormía mucho por el demoledor ritmo de trabajo que se había impuesto los últimos meses en la zapatería. Decidió que tenía que ponerse horarios "En el bosque estamos propensos a convertirnos en salvajes" Lo primero era recuperar su higiene ya que las uñas habían crecido significativamente y con la mano se palpó una frondosa y espesa barba. Al mirarse en el espejo no reconoció su reflejo. Ante él estaba un hombre viejo y terriblemente pálido. Debajo de las orejas se le había incrustado una ojeras profundas y moradas. Estaba seco como un dátil "Cuanto habré de sufrir para verme así" Sintió pena por él mismo. Soltó la navaja y como quien huye de un espectro se metió dentro de sus cobijas. Al poco tiempo se quedó dormido sin pensar en nada. En medio de la noche una fuerte punzada en el pecho lo despertó. Ante él estaba un hombre muy alto y de cejas pobladas. Lo miraba fijamente. Rodión quiso preguntarle algo pero con una mueca de disgusto el hombre se llevó un dedo a los labios manchados de sangre. El hombre retrocedió como si en vez de caminar flotara. Antes de escurrirse por la puerta le dijo
-Tus temores ya no existen. A partir de hoy eres uno de nosotros.
Nunca más, en los siglos que le quedaron de vida, Rodión Romanovicht volvería a tener ganas de escribir.
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