Hoy en día la palabra western nos hace crispar los pelos, nos lleva a las ya lejanas estancias de nuestros padres arremolinados en torno a Lee Van Clift o al peor de los Charles Bronson. Por culpa de series como Bonanza se empezó a malinterpretar el género y es por eso que hoy por hoy sabemos tan poco y calumniamos tanto al género padre.
La primera película de la historia con un esbozo de lenguaje cinematográfico fue El gran robo al tren de Edwin S. Porter, hecha en la prehistórica fecha de 1903, cuando el cine apenas era una coqueta quinceañera. Doce años después otro western, El nacimiento de una nación (1915) marcaría definitivamente el derrotero a seguir en el lenguaje de las veinticuatro fotos por segundo. Eso no lo sabíamos cuando escuchábamos la música de Nino Rota en El bueno, el malo y el feo (1966) y creíamos que eso era placer para hombres acabados.
Nacimos cuando el género estaba muerto, se murió como el amor en la vieja balada de José José: “de tanto usarlo”. Muchos quisieron revivirlo y hasta parodiaron con el mismo. Recuerdo que hace muchos años vi una película de Andy Warhol donde dos vaqueros llegaban a un bar y en vez de pedir tequila lo que hacen es ordenar dos malteadas de fresas y en un abrir y cerrar de ojos los rudos bandoleros se transforman en furibundas e incontenibles locas.
Un intento más serio fue el de Clint Eastwood en Los imperdonables donde los vaqueros estaban como el género, viejos y desusados. Si bien la película fue galardonada con yo no se cuantos dólares, el género siguió quieto, sin que nadie continuara haciendo películas y sin la fiebre desbordante de décadas pasadas.
El origen de este fin se le atribuye a la película de Arthur Penn The Missouri breaks, a quien torpemente se le dio el nombre en español de Duelo de gigantes. Pero ¿por qué muere el género acá? Primero porque el western es algo tan gringo como Mickey Mouse y la cultura del consumo; gracias a este género los norteamericanos pudieron contar sus historias épicas sobre cómo la civilización tuvo que abrirse paso a sangre y fuego para derrotar a la barbarie de los indígenas que poblaban la unión americana antes de que el hombre blanco poblara el territorio de las libertades. Así con un tema chauvinista se hicieron innegables obras maestras, aparecieron genios como Ford, Strugues o Penn, el director de esta película.
El género se popularizó y universalizó, los italianos empezaron a apropiarse de él, y a pesar de que Sergio Leone fue uno de los abanderados de el oeste y muchas de sus películas fueron magistrales, el género ya no era creíble en manos de los italianos. Además los propios gringos se empezaban a aburrir con esas historias de indios contra vaqueros, ya estaba agotado el género y también el público. Cuando todos lo daban por muerto apareció The Missouri breaks, y créanme que no apareció como un mesías dispuesto a redimirlo, al contrario, apareció con un revolver en la mano, y sin piedad (o talvez con mucha piedad), le disparó en la nuca quitándole la poca vida que aún le quedaba.
Para disparar en la nuca sobre el western, Penn buscó a un mito para que encarnara la degradación. Hizo de tripas corazón y llamó al actor norteamericano más importante vivo, hablo del todopoderoso Marlon Brando. En ese momento Brando si bien tenía todavía parte de su prestigio, ya la capa de grasa empezaba a rodearle la panza y la cara, y no resultaba tan atractivo para el grueso del público. Casi sin quererlo, Brando realiza la mejor de sus actuaciones interpretando a un cazador de hombres, uno de esos paracos del viejo oeste que a diferencia de los nuestros eran inteligentes y hasta con una moral solidamente constituida. En una de las secuencias finales, Brando decide acabar con la banda de cuatreros vestido de mujer. Debido a la gordura de Brando la escena resulta patética ya que Marlon se parece más a una abuela buena gente que a una bruja asesina. Paradójico en una actor de la gallardía y presencia de él.
La contraparte de esta historia se halla cimentada en Jack Nicholson, un actor que e 1976 llevaba tanta gente como la que lleva hoy, con el agravante de que en ese entonces era un sex simbol. Su prestigio se había acrecentado desde que en 1969 interpretara al abogado alcohólico en Easy rider (1969), recrudecida en su papel de Gittes en Chinatown (1974) segunda de sus nominaciones al Óscar. Jack es el jefe de los cuatreros, su personaje es una simbiosis entre el Búster Keaton de El maquinista de La General (1927), pasando por un ladrón de Los siete magníficos (1960). Si bien el nombre en español es casi ridículo (Duelo de gigantes) a la hora de ver las actuaciones parece que estuviéramos en presencia de un mano a mano, ya que ambos lucen espectaculares. Mientras Brando descendía (casi a postas) del cielo donde lo habían puesto como la más rutilante de las estrellas, Nicholson ascendía vertiginosamente.
Junto con las actuaciones, lo más brillante de la película radica en la fotografía de Michael Buttler, que todo lo envuelve con su claroscuro perturbador, todo sabe como a tinieblas, como cuando Nicholson habla después de la muerte de su primer compañero y el negro le cruza la cara como con un manto imperceptible. Sólo encuentro un parangón para esta fotografía y es la que el viejo maestro Gordon Willis utiliza en sus dos primeras partes de El padrino (1972 & 1974).
Tanta belleza nos insulta y nos es ajena. Ahora no sabemos hacer películas de acción y cada vez estamos más y más huérfanos. Arthur Penn está retirado, ahora dirige el Actor`s Studio, la vieja escuela de actuación fundada por Lee Strasberg. Los productores no creyeron mucho en él después del descalabro económico en que se convirtió la cinta. Todos esperaban un western convencional y no una extrañeza como es The Missouri breaks.
Esta película se pasa hoy no para brindarle un homenaje a Brando o Nicholson, ni siquiera a Arthur Penn. El homenaje de hoy es para ese santo patrono de los cineclubistas llamado San Andrés Caicedo. No me gusta nunca mencionarlo, ni tocarlo, soy a pesar de mi apatía en materia de religiones de los que cree que a los muertos hay que dejarlos en paz. Por eso no lo nombro, pero cada vez que puedo leo algo sobre él y lo evoco en mis noches de infamia. Una forma de evocarlo es viendo esta película ya que él fue de los pocos críticos que la defendió en su fugaz paso por tierras colombianas.
Unos meses antes de morir decía Caicedo sobre la película: “The Missouri breaks es una obra que lo sitúa a uno, en su totalidad, de parte de los fuera de la ley, que analiza a fondo las relaciones amo-señor, amistad, amor, amor distanciado, espíritu condicionado (ensanchado en este caso) por el contorno geográfico que habita, odio, venganza, muerte, fatalidad, necesidad de eliminación de la crueldad amparada por la ley, características (espectaculares) de actuación de las super estrellas, exageración de las formas de Brando, trabajo, mostración documental de los progresos en el trabajo, felicidad ante un trabajo bien hecho, aunque sea pasajero. Características todas que hacen a este film una obra tan importante como Bonnie and Clyde y como yo decía uno de los mejores westerns que se hayan hecho nunca”
Posteriormente Caicedo dio una lista de los que a su juicio eran los diez mejores westerns de la historia:
1.Más corazón que odio de Jhon Ford
2.The Horse Soldiers de Jhon Ford
3.Hombre del oeste de Anthony Mann
4.Pat Garret y Billy the kid de Sam Peckinpah
5.El temerario de Arthur Penn
6.Billy el Asqueroso de Stan Dragoti
7. The Missouri breaks de Arthur Penn
8.Mala compañía de Robert Benton
9.Track of the cat de William Wellman
10.Duelo al sol de King Vidor
Injustamente ignorada, castigada como todas las grandes obras a ser desconocidas en nuestro medio (¿o seremos nosotros los castigados?), The Missouri breaks se presenta después de veinte años en la ciudad de la alegría, que como Calcuta se revuelca entre su propia abyecta e inmunda ignorancia.
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