30 de agosto de 2010

NOCHES BLANCAS

Estoy demasiado viejo para tener problemas existenciales. Eso debió haber quedado atrás, en la época en que salía con un bolso guayú terciado donde cargaba un libro mugriento de poesías y el paquete de piel roja. Ahora no, ahora deprimirse es como un retroceso y uno está enseñado a andar para adelante.
Son las tres de la mañana y no puedo concentrarme en ninguna lectura, la rabia me carcome por dentro, hay una película con Dean Martin y Frank Sinatra, quiero verla pero es muy tarde para el Rat Pack, además nunca me gustaron los western. Necesito hacer tiempo, que se pase el tiempo rápido y olvidarme de todo. Aceptar por ejemplo que no está mal deprimirse, lo que está mal es ser un Emo de 32 años, el Emo mas viejo del mundo. Escucho otra vez las canciones de Leonard Cohen, quisiera tener un Dios a quien buscar pero al ponerme las botas me acuerdo que no existe.  No conozco a mi vecino y encuentro consuelo chateando toda la noche. Crisis de la modernidad.
Al mirarme al espejo no me reconozco, vengo perdiendo la batalla que emprendí contra mi mismo. Es de madrugada y no solo me siento solo sino que comienzo a aburrirme. Mañana el aeropuerto después de una gran travesía en tren, mañana cargar maletas atestadas de libros. Mañana jugar a que con cambiar el paisaje los fantasmas que tengo por dentro se van a morir, pero a donde quiera que vaya los voy a llevar. El problema es que no me está gustando la gente, ya no los hacen como antes ¿Dónde están los de mi generación? Desperdigados por el mundo, atestados de hijos y de trabajo ¿tendrán tiempo para tomarse una copa conmigo? Afuera vuelve a caer la lluvia, estoy muriendo de amor pero no voy a ir dice Leonard Cohen desde algún lugar de la internet, yo no escucho a Hank Williams toser, solo escucho el murmullo de las hojas acribilladas por las gotas de agua.
De un tiempo para acá dejé de frecuentar a la gente de mi edad. Me quedé sobre la pista de baile solo porque el resto está reventado, los que quedan bailan ritmos extraños, cierro los ojos y me dejo mecer por la música hasta que el aburrimiento termina por abatirme. Me siento en la mesa y los rayos lazer caen sobre mi pero no me tocan, pienso por un momento que el invisible soy yo, el que dejó de tener materia fui yo y solo quedó un espectro que vaga por una casa desierta, que apenas se deja tocar por el sol.
Tengo la cara de granos y mi cuerpo se ensancha, ya me parezco al barón ese de Duna pero a diferencia de él no tengo nadie que me adule. Voy pelando la madera con un viejo cuchillo hago crucifijos para enterrar los gatos que cazo. No son muchos, nunca fui bueno con la cerbatana debe ser por el asma. Entonces me quedo quieto, rodeado de todas estas maletas esperando de una buena vez que salga el sol. Acá lo estoy esperando, él es el único que no me puede falla. Pero la niebla cae sobre la noche como una sábana….

ASA NISI MASA

Guido Anselmi está agotado. Para reponerse toma el consejo de su benévolo productor y se va a un lujoso spa, tiene el tiempo que necesite para poner sus ideas en orden y pensar cual será el tema de su próximo filme. Pero el caudal se ha secado y después de siete películas y un medio metraje el director no tiene nada que decir.
Empiezan a aparecer las presiones, si fuera un escritor o un músico sería mucho más fácil pero una película es una inversión millonaria. Las actrices están desesperadas, los maquilladores, el fotógrafo su equipo de confianza. Tuvo una iluminación, hacer una de ciencia ficción, soñó con la nave con la plataforma de lanzamiento, el productor asiente a todo lo que dice y manda a construir una escenografía de tamaño natural donde se deja vislumbrar la sombra de un cohete, sin embargo los demonios lo acuchillan por dentro y piensa que tal vez su vida podría ser un gran argumento. La nostalgia de la niñez las invocaciones mágicas, llama a los espíritus repitiendo Asa Nisi Masa.
No está pasando por un buen momento. Contar historias requiere mucho desgaste y las mentiras agotan. Empieza a descubrir que su vida es de cartón y que por eso se dedica a hacer filmes, preferiría vivir en esa ficción, en un mundo de madera y cartón piedra. No puede amar a nadie, sueña por ejemplo que todas las mujeres que quiso están esperándolo en la casa para ofrecerle el placer de un baño caliente. Solo se ama a si mismo y a lo que hace ¿Pero que hará ahora que ya no tiene nada que decir?
Esas dudas azotaban a Federico Fellini cuando se aprestaba a dirigir su octavo largometraje. Tenía 43 años y el trabajo del director pasa mucho por lo físico, tener que lidiar con sindicatos, con actrices caprichosas y egocéntricas, con intelectualoides inmundos que todo el tiempo meten sus largas y sucias narices en el plató, lo mejor sería ponerles un trapo en la cabeza y ahorcarlos ahí mismo en la sala de proyección. Cuando estaba joven soñó con hacer una larga serie de comics cuyo epicentro fuera el Capitán Nemo o el mismo Flash Gordon. El cine en realidad nunca le importó demasiado y si aceptó trabajar con Rosellini en Paisa y hacer el guión de Roma Ciudad Abierta fue porque necesitaba trabajar en algo. Por él se quedaría siempre haciendo comics o trabajando en un circo con su amada esposa, la entrañable payasita Gelsolmina.
A partir de Ocho y medio Fellini dinamita todas las estructuras y empieza a amoldar al cine a sus exigencias. El onirismo del teatro de variedades, la irrealidad del circo, su particular visión de las mujeres, su universo reflejado en pequeños fotogramas de 35 m.m. Como no tenía nada que contar plasma el drama de un director que no tiene nada que decir, de un tipo que empieza a darse cuenta que los vasos comunicantes se obstruyen y que es mejor romperlos y hacer otros, entonces podrás ser oído, entonces no tendrás la necesidad de meterte debajo de una mesa y romperte el corazón de un balazo.
Ver Ocho y medio es meterse en la mente de un autor, conocer sus miedos, sus ambiciones y la impotencia que genera el silencio. No existe una película mas personal que esta. La indignación que siente la esposa de Guido es la misma indignación que sentía Guilieta Massina ante el descaro de su esposo, el gran Fellini de trabajar con su amante la genial actriz Sandra Miló ¡Y darle el papel de amante del director! Su odio rotundo a todo tipo de intelectualismo, su respeto confeso a la iglesia católica, su machismo, su onanismo y su eterna nostalgia a la amada Rimini todo eso está condensado en una de las obras mas importantes que ha dado el cine en su historia. Para todos aquellos que tiemblan ante la página en blanco, para los que dudan de lo que hacen, para los que creen que se han agotado las palabras, Ocho y medio es un manantial de los que todos tienen que beber un poco, una cura sagrada para la impotencia creativa, una razón más para seguir escribiendo.

29 de agosto de 2010

SUSTANCIAS

Entonces los muchachos duermen en una cama estrecha y yo todo desvelado tratando de escribir canciones de amor. Hay sustancias que no te dejan dormir, hay sustancias que te abrazan como un gorila y no puedes hacer nada tan solo dejarse mecer en un sus brazos poderosos. Planeamos todas las fiestas de mañana, acá no pasa nunca nada, solo un continuo plan, una idea incrustada en mi cabeza, unas ganas enormes de detonar puentes.
Desde el escritorio escucho los ronquidos y puedo identificar cada una de las cavidades nasales. Me toco la naríz y no la siento y sueño con la casa en la que vivía a las orillas del Zulia, trato de recordar como era el poema ese de Jorge Gaitán Durán, los chulos encuentran comida entre las vacas insepultas, sueño un paisaje pero no lo veo. Aterido de frío, humillado como pocos evito los recuerdos y me tapo los ojos para no ver lo que me rodea. La maldita pared está a punto de caer, tubos de agua mal instalados, la humedad carcome lo que toque y al buscar la sustancia la encuentro pegachenta así que pongo a calentar en una estufa un plato plano y tratar de salvar los grumos que quedan, disolverlos en agua bendita y tomarlo en fon blanco, no hagamos un brindis querida amiga, no mires tu contenido, solo permanece conmigo hasta que se haga de día.
Hace mucho las fiestas eran divertidas, en la piscina flotábamos como cadáveres arrullados por las canciones de Hank Williams, a vos nunca te gustó el country te pareció siempre una música de campesinos enguayabados. Trata de juntar los grumos, envuélvelos en un papel y fumatelos como si fuera tabaco. No trates de mirar para atrás, la vista de la ciudad de metal te hará pedazos, es muy tarde para jugar a la medusa, solo eres piedra, solo eres una puta estatua. Dentro de poco los carteros deslizarán por la puerta los periódicos del domingo. Dicen que hará un día precioso, no te preocupes por leer la editorial, tan solo mira los titulares y así entenderás que no vale la pena salir a buscarse un mendrugo de pan, el pan llegará hasta ti, el mismo pan te matará. En las fiestas me escondo en los rincones a pensarla, me gusta cuando suenan esas canciones de antes donde los hombres se arrastraban como serpientes en busca del perdón. Me gusta que el cigarrillo se consuma entre los dedos y que yo esté lo suficientemente borracho para no necesitar el influjo de la cocaína y si la de las otras sustancias, las que disolvimos en agua podrida.
Voy clasificando los libros, no los llevaré todos, no existe peor sensación que la de viajar cargado de maletas. Los ataré con los cordones de sus tennis los dejaré afuera por si alguien se los quiere llevar aunque con el último frío de septiembre podrás hacer una hoguera amigo clochard y sobrevivirás mientras ves como las páginas que con tanta meticulosidad escribió Goncharov se las va tragando el fuego. Hubo un hombre que se acostó en un mueble y no volvió a levantarse, la barba se le escurría por el pecho y las uñas se tornaron negras y no podía rascarse sin destrozarse el rostro. Los pocos amigos venían hasta él y le traían comidas y las noticias del mundo. Intentó construir una máquina del tiempo pero fracasó en el intento así que decidió quedarse encerrado en sus recuerdos y enajenado destapaba las botellas de agua bendita y las disolvía con las sustancias que mantienen el insomnio de los vampiros.
Los veo dormir, duermen todos en una cama estrecha y sucia, abren la boca y hacen gárgaras desde el sueño. No concibo dormir, el gran incendio se extenderá por la pampa y quiero estar despierto cuando todo sea carcomido. Cuidé la agonía de mi abuela, quería ver como su yugular se detenía pero me quedé dormido justo en el momento que expiraba, fue mi momento de ver una muerte, estuve pendiente de las ventanas tenía un revolver en las manos y quería acribillar a uno de los ángeles de la parca pero me descuidé, cuando desperté la vieja ya estaba envuelta en unas vendas, de la rabia me fui al callejón a dispararle a las ratas. No maté a ninguna.
Las viejas chismosas vuelven asustadas de la iglesia, el cura anda pregonando el apocalipsis, es uno de los pocos ministros de Dios que todavía conserva el don de la clarividencia. Saben de mis planes, tengo la cocina llena de galones de gasolina, tengo un fosforo en la mano los que duermen me ayudarán. No se puede jugar con el juicio divino, aprenderán a callarse cuando yo esté hablando. Las sustancias nos hacen más violentas y el agua bendita potencia mi astucia.
Así que pretendías que el mundo no se iba a acabar? Así que despertaste a los muertos y no pensaste en despertar a los que solo dormían? Se acaba el tiempo nena, no existe ninguna posibilidad de arrpentirme, no a esta hora de la noche querida, no cuando las sustancias galopan por mis venas.

27 de agosto de 2010

SOLARIS

Según las últimas noticias recibidas algo extraño pasa en la estación especial que gravita sobre el océano de Solaris. La tripulación parece haber perdido la razón, dicen ver deambular sobre los pasillos de la nave conocidos del pasado, gente que vuelve de la muerte para pasar una temporada con ellos en la soledad del espacio. En la tierra los científicos están nerviosos, por eso en vez de mandar a un poeta envían a un ingeniero, alguien que se ocupe las cosas prácticas y evalúe si es conveniente seguir teniendo esa estación flotante o si es mejor desmantelarla.
Kris Kelvin parece ser el hombre indicado para efectuar la misión. Es un tipo que no cree en muertos en vida, el clásico hombre de ciencia, metódico, frío. Al llegar a la nave puede constatar que solo quedan dos tripulantes. Grigorian acaba de suicidarse y su cuerpo inerte yace en un cuarto frío bajo el constante cuidado de una jovencita muy atractiva. Los otros dos sobrevivientes no parecen estar en sus cabales. Sartorius el jefe de la misión convive en su cuarto con un enano que suele tener ataques de furia si se le deja solo y Snaw, el fisiólogo a pesar de sus ojos desorbitados es el que parece tener todavía en claro porque se está allí. Kelvin se inquieta al ver el grado de abandono de la estación, algo pesado flota en el ambiente, el ha visto a la joven y al enano y ninguno puede explicarle que hacen esos seres allí. Se recuesta sobre la cama y en la duermevela puede ver como en uno de los rincones del cuarto se delinea una hermosa figura femenina, ella se acerca y el se deja abrazar y besarse. Es Hary, su esposa, se levanta asustado “Es imposible que estés acá ¿Cómo llegaste?” Ella parece aturdida, no lo sabe, no entiende porque su amado esposo en vez de alegrarse de verla se asusta. “Tu te suicidaste hace diez años, estás muerta” Ella se mira al espejo y no sabe de quien es el reflejo. Kelvin es un hombre de ciencia, sabe que ese ser no puede ser su esposa, por eso le pide que la acompañe hasta la sala de cohetes, por medio de un engaño la deposita en uno de ellos y lo expulsa al espacio sideral. Sin embargo antes de dormirse vuelve a ver a la figura de Hary, ella no es una alucinación, es real y lo ama. El baja la guardia, nadie puede rechazar el amor de alguien que vuelve de la tumba.
Hary es una joven y hermosa renevante de las muchas que abundan en el arte y la literatura desde tiempos inmemorial. Según Pilar Pedraza en su libro Espectra las renevantes se caracterizan por ser “Muertas prematuramente, mal enterradas, víctimas de alguna ofensa imperdonable, vuelven a pedir cuentas, o bien son llamadas por el viudo que desea su regreso y a veces se hace con una copia para que ocupe en su cama el lugar que le corresponde, preservándole de la invasión de las nuevas pretendientes”. A diferencia de la Clarimonda de Gauthier o la Brunhilda de Tiek, Hari no quiere hacerle daño a su esposo, al contrario lo busca no para vengarse sino para que le explique que hace ella en un mundo que no entiende. Hace diez años ella se suicidó porque creyó que su esposo no la amaba lo suficiente, eso ha pesado sobre la conciencia del científico y ahora no despreciará esta segunda oportunidad que tiene ante sus ojos.
Está claro que ella no es la verdadera Hary. Abajo el espeso e inquieto océano de Solaris ha empezado a atacar a los intrusos terrícolas que piensan estudiar el planeta. Por eso ha enviado a  esos visitantes compuestas por partículas subatómicas, es decir materia casi inmaterial. Ellos en vez de estar compuestos de átomos están hechos de neutritos. Estos se activan ante la presencia del ser querido. En cierto sentido son un reflejo del pasado del terrícola algo que puede llevarlo a la locura pero en el caso de Kelvin lo ha llenado de una nueva felicidad. Sin embargo ten presente algo hombre de ciencia: Ella no es real.
Pero acá surge una pregunta ¿Nosotros podemos ser solo las proyecciones mentales de otras personas? ¿Hay alguien detrás de la capa espesa de ese mar que es el universo soñándonos? Esas preguntas las formuló el escritor checo Stanislaw Lem en su novela Solaris, una de las joyas de la fantasía científica de carácter filosófico, la construcción más colosal que se ha escrito jamás sobre el enigma de Dios creador o, lo que es lo mismo, la relación del sujeto y el objeto, lo de dentro de la mente y lo que está fuera del vasto universo. En esta novela se basó Andreí Tarkovsky para hacer una película que escapa al canon de la ciencia ficción para centrarse así sea en los confines del espacio en todas las obsesiones que desperdigó el llorado autor ruso en sus ocho películas. La añoranza de la madre, la infancia, el pasado que te persigue y la soledad en la que todos estamos inmersos.
Realizada en 1972, Solaris fue considerada en su momento la respuesta soviética a la descomunal 2001 odisea del espacio. A Tarkovsky esa comparación lo enfurecía y era enfático al decir que jamás había visto la película de Kubrick – su director de fotografía Vadim Yusov dice que ambos la vieron juntos y comentaron sus bellezas- sin embargo Tarkovsky tiene razón porque las películas en nada se parecen. El filme de Kubrick es depurado, limpio, preciso, detallista, espectacular. La obra del ruso en cambio es sucia, descuidada, pesada, agobiante. A él poco o nada le interesaba los avances tecnológicos que podían ocurrir a raíz de los viajes interestelares, emparentando con Dostoyevsky a Tarkovsky lo obsesionaba el hombre y el absurdo de pretender vivir sin un Dios. A pesar de ser financiada por el gobierno de Breshnev Solaris –Como toda su obra- Es una búsqueda incesante de el creador, él puede estar en esas plantas que flotan en el río al principio de la película, en el hermoso rostro de Hyra o en la escena final cuando cansado de recordar Kelvin decide bajar hasta el océano de Solaris y encontrarse de nuevo con la vieja casa y mirar desde la ventana el envejecido rostro de su padre que bien podría ser el mismísimo Dios.
Ese misticismo no solo molestó a Lem –El autor de la novela-Sino que le trajo innumerables problemas con la censura soviética que hizo todo lo posible por impedir que se estrenaran sus películas y que llevaría al autor a adoptar la penosa decisión de exiliarse. Nunca más volvería a su amada Rusia y muriendo lejos de esa tierra que añoró tanto.
La Solaris de Tarkovsky es una película de ritmo lento, exasperante, fatigoso pero que otorga la recompensa de adentrarse en una de las mentes más brillantes del siglo XX. Es como asistir a una liturgia, posee ese poder sanador de lo sagrado, poder que deberían tener  los ritos religiosos pero que por suerte lo encontramos en las películas de este místico genial. En tiempos de velocidad, de atropellos e injusticias que bien nos hace visionar sus filmes y pensar asi sea por un par de horas que el mundo es un lugar maravilloso por el que vale la pena luchar.

26 de agosto de 2010

EL INSTINTO

Cositas dulces inundan la cabeza de los muertos, gusanos de todos los colores y el corazón carcomido por la plata de las balas. Tengo un hombre lobo encerrado en el sótano en las noches de luna llena se desahoga ahuyando y le pongo un poco de música, he visto como las canciones de Leonard Cohen lo apaciguan pero el único disco que tenía se fue rayando y ya solo funcionan dos de sus canciones. Una vez cada mes entro al sótano y voy limpiando los desperdicios, no se come todo lo que le sirve, a veces deja unos huesos, la cabeza de los hombres es dura y no le gusta. Junto las cabezas en una bolsa y me las llevo a la cocina, las pongo en una olla y hago una sopa con eso. El hombre lobo no siempre es un lobo, en las noches nubladas se convierte en una hermosa mujer lánguida con la que desboco la lujuria, ella me muerde el cuello para no gritar. Me mira sin amor, sabe que no podrá enamorarse porque llegará el día en que me canse y decida ponerle fin pegándole un tiro en el pecho. Después de acabar me suplica que la deje salir porque su licantropía le exige cazar, “Afuera hay hombres con escopetas búscandote-le digo con mi voz mas dulce- Para que quieres salir, acá lo puedes tener todo” Trata de arañarme pero sus manos son muy pequeñas, me río y vuelvo a trancar la puerta.
Era una pastora cualquiera que venía a ordeñar mis vacas, la maldición del lobo se sirnió sobre ella. Es la única mujer que conozco y dándole los bebedisos que me enseñó a hacer mi madre logré hacerla quedar en mi sótano pero no esperé que su cuerpo cambiara tanto, no espere en que se transformara en un lobo. Los cazadores tocan a mi puerta, me dicen que desde hace varias lunas escuchan la respiración de un monstruo descomunal. Les hago entrar, registran todo, piden entrar a mi sótano y les digo que no pueden porque allí yace la tumba de mi mujer, nadie perturbará su sueño. Insisten y asiento con mi cabeza “Voy a buscar las llaves” les digo pero voy hasta el cuarto y saco mi escopeta de doble cañón, la cargo y les clavo las balas en el estómago. Uno trata de levantarse pero yo le reviento la cabeza a culatazos. Salo los cuerpos y los pongo debajo de la estufa, voy cortando pedacitos y se los voy entregando a mi reina. Ella me acaricia y yo con eso me contento.
Mi madre era una bruja poderosa y temida. Tenía un buitre de mascota, vivía al final de la cañada. Me enseñó a preparar pócimas para no tener que incarme de rodillas ante ningún Dios. Gatos y ratas, pelos de rana, tres oraciones fuertes al señor de las tinieblas, tres invocaciones fuertes a Thelema y ella será mía. Algo salió mal pero igual si domo a la bestia tendré una amante y un ángel protector. Bajo mi mando podré conquistar estas tierras, las granjas de los otros, los más poderosos los que se convierten en mis enemigos. Ella cree que soy su salvador, ella cree que tengo las llaves de un reino. Yo la inventé, le di el poder de convertirse en lobo.
Espero en mi prado que el brillo de la luna ilumine la noche. Ya las nubes se van disipando. Ella está a mi lado, encadenada, llora de placer al volver a ver su bosque. Dentro de poco podrá corre en cuatro patas, podrá seguir su instinto. La llevo hasta la granja de los poderosos, miro hacia el cielo y allí está la luna como un arete estampillado, ella se retuerce, estallan sus venas, de la boca salen unas fauces de colmillos afilados, me mira fijamente con sus ojos rojos, se abalanza hacia mi y a pesar de mis súplicas le es imposible frenar su instinto

25 de agosto de 2010

SEVEN.

La visión de la ciudad no es sombría es mas bien amarillento, como si las llamas del inferno iluminaran las sombras de los edificios. Los demonios están sueltos en la calle, no queda esperanza en un mundo donde todos son culpables.  Solo ella puede ver la dimensión de la maldad, solo ella que es inocente. Su marido es un joven policía recién ascendido a detective, el demonio ha roto las cadenas y él debe perseguirlo y aprehenderlo. El que es un extranjero en ese reino de sombras. El demonio quiere dejar una obra, matar a siete pecadores, él es el dueño de los pecados y nadie más hará el trabajo que le corresponde al temible Belcebú. Es muy tarde para huir nena, él ya ha posado los ojos sobre ti, te domina, te desea, tu hermosa cabeza pronto reposará en una caja.
David Finsher escoge para su triller no una ciudad sino el mismísimo Averno donde todos tienen una razón para desconfiar, para odiar, donde los pocos amantes que quedan son devorados por sus llamas envidiosas. La poca gente que lee en ese lugar solo busca las claves para encontrar la raíz del mal. De Chaucer a Milton pasando por las oscuras cavernas que pintó Dante, no hay un solo resquicio para el humor. La gente no tiene rostros como en una pesadilla y afuera cae la eterna lluvia ácida. Los únicos que salen a correr son un detective y el diablo disfrazado de sicópata. Ese es el futuro, siete  asesinatos.
Han pasado 15 años desde su estreno y no ha perdido vigencia. Tiene ese poder hipnótico que provoca mirar de frente una incineración. Seven es junto con Pulp Fiction y 12 monos lo mejor que dio Hollywood en los decadentes años 90. ¿Recuerdas la ves que la fuimos a ver al cine? ¿Todavía percibes el horror reflejado en los rostros de la gente saliendo del teatro?
Lejos de poseer un pesimismo barato, la clásica menopausia quiliasmica que invadió el cine de la última década del siglo XX, Seven es consecuente con su desgarramiento. Estamos en manos no de un arquitecto que delinea todas las formas con suma perfección sino en manos de un brillante asesino que destruye sin contemplación toda forma de vida. Y lo peor es que cuando Luzbel habla con la voz de Kevin Spacey tiene razón, cada uno de esos siete asesinatos tenía una razón de ser, cada uno de esos pecados deben pagarse con la muerte. Dispárale en la frente al monstruo que decapitó a tu esposa Detective Mills, aniquila a la bestia que sacó el feto que guardaba en su vientre, esas balas rebotarán en él y se inconarán en tu herida. Acá ni la venganza te librará de su poder. Finsher no adopta un discurso tópico de “Uy que nota vamos a pasar por malos y pintemos el infierno” Para hacer una película así hay que descender a las cavernas que vislumbró Milton, hay que ver a los ojos a la pavorosa serpiente.
La cruz de neón yace sobre un lecho de eremita. La mente del maligno yace en 250 cuadernos completamente llenos con su diminuta letra. Es la biblia del anticristo, el que la lea se perderá en el laberinto de su mente y nadie te podrá sacar de allí. No lo busques, el llegará a ti y ojalá no te encuentre, si se aparece cierra los ojos y tapate los oídos, no dejes que su predica entre en tu ser. Si tienes un momento de paz huye, vuelve al campo donde no están los otros, no dejes que nadie te encuentre. Que se destruyan las ciudades, que se maten unos contra otros, por mas que los escuches gritar no voltees la mirada porque te convertirás en piedra.
Pobre maestra de escuela, venir a parar en un lugar así donde ni siquiera puedes dormir porque el ruido y la vibración de un tren te sacude cada media hora. Hermosa campesina solo querías tener una granja y querer que tus hijos corrieran por ella. Lo último que viste fue la fría risa de Lucifer, alcanzaste a ver como entraba el cuchillo en tu vientre, no tuviste tiempo de gritar, pero lo viste todo hasta cuando tu cabeza voló por los aires y desde el piso viste como el asesino se manchaba sus botas con tu propia sangre. No es culpa de nadie querida, solo que el mundo no es un buen lugar para pasar una temporada.

EL PREDICADOR

Fui llegando a la ciudad de metal, los zapatos hechos mierda y los pies llenos de ampollas. Nadie salió a recibirme. Me senté en la acera y pude comprobar las huellas de los ejércitos que deambularon por acá. Una vieja envuelta en un chal gritaba desesperada por su nieta, se abalanzó hacia mi y yo le di una patada. En vez de salir corriendo la vieja me pidió un pedazo de pan y yo le escupí el rostro, se fue entre un lastimero llanto, la perdí de vista. Entre a un supermercado, la multitud se había llevado todo. Como en las otras ciudades no dejaron nada tan solo los cadáveres insepultos de los que mas amaban.
El cielo atómico comenzaba a votar toda su lluvia ácida. No había lugar para los valientes. Hubo una época donde yo buscaba a Jesús y lo encontraba en el milagro de una flor pero ahora todas las flores se han secado. Mi madre murió hace unos días, venía quejándose de un dolor en el estómago, le dije que no tomara agua del río pero no me hizo caso, la obligué a caminar porque tenía el presentimiento de que en la ciudad de metal encontraríamos algo de comer y hasta agua, eso me habían dicho algunos peregrinos que nos encontramos en el camino, la obligué a acelerar el paso, cuando se sentó el sol de plomo caía sobre nuestras cabezas, me dio miedo morir calcinado y que a ella le pasara lo mismo. Era una viejecita muy tierna, me dio los momentos más dulces de mi vida, cuando la bomba estalló me cubrió con su cuerpo para que la radiación no dañara mis músculos, por eso me enrollé la correa en la mano y comencé a azotarla para que se levantara y llegara conmigo a la ciudad pero al tercer correazo se tendió en el piso y ya no se volvió a levantar. Yo mismo cavé el foso con mis propias manos, la metí en él y lo tapé. Me arrepiento de no juntar dos bejucos y hacerle una cruz, sé que a ella le hubiera gustado pero ya no me quedaban fuerzas.
Los semáforos todavía servían y el calor comenzaba a arreciar. Los buitres sobrevivieron y bajaban en caída el libre a estrellarse contra la carne podrida de los cadáveres insepultos. Me acerqué a uno de ellos, le disputé una vejiga al buitre que parecía el jefe de su banda, me dio dos picotazos pero un correazo lo hizo retroceder. Abrí la vejiga y me tomé todo el liquido que había en ella. No abrí los ojos y me lo bebí de un solo sorbo sin tener tiempo de pensar en su sabor. Me quemó la garganta y vomité. Tenía unas cuantas horas más de vida.
Los ejércitos se enrutaban hacia el sur, irían contra la última ciudad que no habían conquistado. La comida, el agua todo lo embarcarían en el puerto y se lo llevarían a donde no crece el pasto. Nadie sabe como comenzó esta guerra, solo vimos el brillo y escuchamos el quejido de los hombres. En ese momento todos gritaron, yo pensé en como se vería la gran explosión desde la luna. Dicen que allá hay agua, los selenitas alcanzaron a hacer unos canales muy bien fortificados, nada los podrá contaminar. Jesús sobrevivió cuarenta días con sus noches en el desierto, recuerdo que prediqué su palabra, íbamos de pueblo en pueblo y cuando me cansaba de hablar mi madre comenzaba a rasguear su guitarra y cantaba las alabanzas al altísimo. Los hombres venían hasta mi a preguntarme si sería posible que la gran explosión se volvería a dar un día, yo abría los brazos y les decía que no se preocuparan “Si ocurre no tendremos tiempo de sufrir” Pero si sufrimos y cuando los ejércitos entraron a nuestras ciudades pensamos que nos llevarían con ellos pero no fue así, acabaron con cualquier tipo de vida y se llevaron los pocos alimentos con los que podían contar los sobrevivientes. Nos escondimos en el sótano, debajo de la estufa, apeñuzcandonos entre las ratas y los rastros de aceite quemado. Vimos las botas de los soldados husmeando, las ratas chillaban como si quisieran delatarnos, no nos vieron. Le dije a mi madre que teníamos que buscar la ciudad de metal, ir detrás de los ejércitos y mirar en el piso la poca comida que podían tirar, “Un soldado siempre deja comida a su paso” le dije y no me creía. Tenía las piernas hinchadas de várices y ese dolor terrible en el estómago. Ella estaba acostumbrada al fragor del viaje pero ahora decía que había perdido la fuerza y la fe, que la explosión había terminado de matar la pobre imagen que tenían los hombres de Dios. La agarré de los cabellos y la saqué de la casa. Todo era por su bien pero así y todo terminé matándola.
Conseguí en un bolso y fui metiendo allí las vejigas de los cadáveres menos podridos. La ciudad estaba desierta y lo único que se movía era el brillo del sol chocando contra el metal. Enfilé mi paso hacia el sur, caminé unos cuantos metros y por costumbre le lancé una maldición a mi madre obligándola a acelerar el paso. Pero ella no estaba ahí. Entonces me largué a llorar

EL ETERNAUTA

No hay muchas razones para ser optimista. Los hombres de verde dominan la ciudad. Me escondo en el último reducto que queda, el estadio de River cayéndose a pedazos, las naves pasando muy cerca de mi cabeza, no me ven porque me he ocultado entre las vigas dobladas por la fuerza del rayo centrífugo. Soy el último hombre en la tierra.
He visto a naciones arder como un pedazo de madera al fuego, he visto la cara de Jesús teñida de sangre, yo fui el centinela que le clavó la lanza en el hígado, bebí su sangre negra y espesa, la sangre de un muerto. Estuve en todas partes y en ninguna huyendo de la realidad, el mundo no existe, los hombres de verde lo controlan todo.
Tuve una familia, un perro que ahuyaba al amanecer cuando todos los planetas se ponían en fila. En la mañana los niños venían hasta mi y me sacaban de la cama, iba a la estufa y les preparaba lo que había quedado de la noche anterior. Después el brillo incandescente del rayo me dejó ciego por un rato y cuando volví a ver toda la ciudad quedó en ruinas.
Una nieve fosforecente cae sin parar por las calles desiertas, se amontona en las esquinas. La nieve me recuerda a la muerte. Los pocos que sobrevivieron al rayo cayeron presa de la maldición atómica. Desde entonces el cielo tiene esa tonalidad amarilla. Caminé sin rumbo por las carcomidas vías férreas y llegué hasta la ciudad de las estatuas donde nadie había. Los hombres de verde no quieren hacerme daño, no pueden, necesitan un testigo, por eso me dejan jugar entre las ruinas. Una vez me detuvieron, me pusieron un chip en la cabeza y me hicieron viajar por las escabrosas rutas del tiempo. Fui todos los hombres y todas las épocas, fui Jesús y hablé como él, me subía a la piedra mas alta y hablaba sobre el nuevo reino de los hombres verdes que algún día pastarían esta tierra, hablé del fin pero los hombres ya estaban sordos.
No tengo hambre ni sed, me alimento de las sondas que ellos mismos me lanzan. Hay tardes donde el humo es tan espeso que camino hasta el final de las vías y vuelvo a ver mi casa. Hace años que no lloro y ya ni siquiera puedo recordar el rostro de mi esposa. Todo lo que sabía lo vertí como un cuenco en el informe que ellos me pidieron hacer. Soy el viejo que escribió una biblia que nadie va a leer, soy el traidor que narró el apocalipsis.
Sobre donde quedaba Plaza Italia está la base central, abrieron un hueco en el piso y desde allí sacan todo el material que pueden llevarse. Construyeron un túnel que surca los cielos y millones de años después su poderosa civilización recibe el material del que estuvimos hechos nosotros. De rodillas le suplico a uno de ellos que me pulverice con su pistola pero me ignoran, he violado los sellos del tiempo, dejé de pertenecer a una época, ya estoy muerto.
Duermo en el Estadio de River, justo donde quedaba norte, el río es un infecto pantano, de la vida que hubo solo quedamos yo, los zancudos y las ratas. Pero ellos ni siquiera me miran. Soy un vagabundo del tiempo, un retazo de energía coagulada, un montón de heridas mal cerradas, un testigo mudo que ya no recuerda, que no piensa en huir que se queda quieto a esperar que la nevada pase y a tratar de recordar cuales fueron las palabras que dije para resucitar a lázaro y sacar de la tumba a todos aquellos que amé. Pero todo es inútil.

23 de agosto de 2010

LAS HIJAS BASTARDAS DE LOPE DE AGUIRRE

En el verano de 1975, un envalentonado Coppola se fue a Filipinas a filmar, no una película sobre el Vietnam, si no el “Vietnam mismo”. En el elenco se destacaba la presencia de Harvey Keitel como protagonista, pero no fue si no que éste viera a ese poco de ojos rasgados hablando español, y tomara un poquito de agua filipina, para que su estómago explotara y tuviera que regresar más pronto que tarde a su país.

Coppola, que en ese momento era alguien muy parecido a Dios (un año antes su segunda parte de El Padrino (1974) había arrasado con los Oscares y la taquilla), se puso la mano en el puño y ordenó que le trajeran a Martin Sheen para que hiciera de Willard, y a los pocos días de la orden llegó a la selva un disminuidísimo Sheen ( poco antes de que recibiera la orden de Dios, había tenido un fortísimo infarto), por eso Willard luce como tan cansado, como tan sin ganas de matar al más grande de los actores norteamericanos: el ya gordito Capitán Marlon “Kurtz” Brando.

Apocalypse now fue estrenada en febrero de 1978. No fue sino que se terminara de grabar, para que Coppola hablara de sus problemas de filmación, de lo terriblemente exigente que era trabajar con Brando, de lo complicado que fue para Jhon Milius adaptar la novela de Conrad “El corazón de las tinieblas”; Coppola no se cansó de quejar de la selva, de la plata que había gastado la Zoetrope (su compañía), y todo eso lo decía como para que la gente fuera a ver la película y dijera: “ay pobre Francis, eso si es mucho amor al arte, porque mijita, yo ni loco me meteria a la selva a filmar puayá”. Y la gente fue y llenó la sala y se quedó impresionada con el trabajo que hizo ese gran fotógrafo que es Vittorio Storaro. La gente se aburrió en las dos horas y media que duró la película (la nueva versión dura más de tres horas); se aburrió porque Apocalypse now no es una película sino una guerra televisiva mal ensamblada y es por eso que el final es tan incomprensible (se filmaron como en Blade Runner, tres finales), y uno se imagina a Coppola todo diarreico en la selva, haga y haga tomas, grabe y grabe, y después en la edición vio toda esa mano de material y pegar y ensamblar eso, es casi un acto heroico.

“Los últimos días fueron dantescos -dice Coppola- yo tenía hepatitis, el mundo me daba vueltas con cada movimiento, estaba desesperado, quería acabar ya”. En recompensa y tal vez para acallar lo desesperantes que eran los alaridos de Francis, Cannes le hizo compartir Palma de Oro a Apocalypse now, junto al otro bodrio insoportable que es el Tambor de hojalata (1979). Fue un triunfo pírrico, la Zoetrope tuvo que cerrarse (de ahora en adelante se dedicaría a apoyar cine extranjero, gracias a ella se pudo ver en el mundo occidental obras tan importantes como Kagemusha (1980) de Akira Kurosawa), la compañía que tanto había ayudado a grandes amigos coppolianos como el grandilocuente George Lucas (que por cierto apenas hizo billete con su trilogía espacial se olvidó de un Coppola arruinado. ¡Así pagan los hijos!) se acabó por ruina, y Francis, tal vez el director de cine más empecinado (infructuosamente) en hacer una obra maestra que lo catapultara a las huestes de la inmortalidad, se quedaba, otra vez, con los crespos hechos. Francis se excusó de lo difícil que era filmar una película en la selva, pero esas excusas en la vida y en el cine (¡¡sobre todo en el cine!!) no sirven. No sirven por que al espectador no le interesan; él va al cine a ver algo bien hecho así el cineasta haya tenido que revolcarse en la mierda para lograrlo.

Y se puede ir a la selva, tragar lo que sea, hacer una obra maestra y no llorar.

En 1973, después de dos años de dar vueltas por toda Europa con su película bajo el brazo, Werner Herzog por fin proyecta Aguirre la ira de Dios. Era su tercera película y su segunda y última obra maestra. En la rueda de prensa un periodista búlgaro o rumano (¿sería Drácula?) le preguntó a Werner si era muy complicado filmar en la selva, por la disentería y los mosquitos y tal, Werner tomó un poquito de agua y con impasibilidad, como si fuera una boca, una inmensa boca, respondió “claro que fue difícil, pero las condiciones en que se filme no deben tenerse en cuenta a la hora de evaluarse el resultado final de una película”. Después tomó un poquito de agua y se rascó la cabeza.

Herzog era conocido por sus dos películas anteriores Señales de vida (1968) y Los enanos también empiezan pequeños (1970). El proyecto de Aguirre lo venía torturando desde años atrás. Ya tenía en la cabeza quien encarnaría el papel de Aguirre; Klaus Kinski sería el anatema que se revelaría contra el rey de España y, Amazonas arriba buscaría el tan anhelado “El Dorado”. Kinski, en ese momento vivía de recuerdos, su carrera en Hollywood la daba por terminada, y estaba de regreso en su país, haciendo una serie de monólogos locos donde el encarnaba a Jesucristo. La gente se burlaba de él, se tejían historias (no del todo falsas) de que Klaus estaba loco. En el documental Yo soy mis films, Herzog cuenta que le mandó el guión a Kinski con el firme convencimiento de que él sí lo leería; “si él decía que no, el proyecto se cancelaría. No lo quería por que él fuera un gran actor, lo quería porque él era Aguirre”, y cual sería la sorpresa de Werner cuando un sábado en la madrugada el teléfono sonó y al descolgar el auricular se encontró, como una sorpresiva cachetada, con la emocionada voz de Kinski, que habló 45 minutos, y cada frase estrepitosa que pronunciaba era como un sí.

Con 400.000 dólares se fueron al Amazonas peruano. La primera toma, cuando la hueste que conduce Pizarro está bajando, lo hacen desde un ángulo del Machu Pichu. “Kinski quería que filmáramos la ciudad, pero yo le dije que no, que mejor un ángulo donde el Machu Pichu fuera una montaña más; a él no le gustó mucho la idea y por eso hace mala cara cuando pasa por el frente de la cámara”. Las desgracias vendrían como un torrente, el guión se rescribía a medida que los imprevistos ocurrían, imprevistos tan molestos como las inundaciones del río (la escena de los rápidos es real), las plagas, las bestias salvajes, hormigas y sobre todo ese animal que era Klaus Kinski.

Un día, a poco de terminar la filmación (estaba prevista para hacerse en cuatro semanas y se terminó en ¡¡¡cinco meses!!!) Klaus amaneció cansado de recibir ese sol de justicia en la cara, se cansó de ese río que todo lo carcome y entonces necesitó buscarle problema a alguien y encontró a la victima perfecta en uno de los operadores. Le dijo a Herzog “ese hijueputa peruano me está mirando rayado” y Herzog, que en esa época se tenía confianza, fue y averiguó bien lo que había pasado y descubrió lo que ya sabia, que eran patrañas del desequilibrado actor. Se lo hizo saber a Kinski y este armó su consabida pataleta; los ojos tan azules se le tiñeron de rojo y se le plantó a menos de dos centímetros a la boca de Herzog y su pataleta llegaba a decibeles sólo concebibles en las guacamayas; “usted es un director mediocre, un director de enanos que tiene el honor de compartir set conmigo, el más grande de los actores alemanes de todos los tiempos”; la saliva de Kinski salía como espuma de su boca y se le estallaba en la cara del director. Dicen los que estaban, que los improperios duraron cerca de una hora. Con la impasibilidad que sólo pueden tener los alemanes, Herzog dijo, “espérame un segundo Klaus”, pero Klaus tan concentrado que estaba en su perorata no escuchó; Herzog sacó de un maletincito un revolver y apuntó casi que bostezando a la cara del actor. Kinski, en vez de calmarse, se alteró mas “policía, policía, un director de mierda me va a matar”, pero que va, nadie lo iba a escuchar, porque en cuatrocientos kilómetros no había más que selva. Herzog estaba dispuesto a desocupar el revolver en el diminuto y deforme cuerpo del actor. Después de dos horas se calmó y se sentó en lo que seria la popa del barquito, a ver como las pirañas sacaban sus caras a un sol agonizante.

El rodaje terminó a las pocas semanas de este incidente. Al llegar a Hamburgo, Kinski le dijo a la prensa que Herzog lo dirigía apuntándolo con un arma: “el es un director de porquería que no sabe ni dirigir ni nada, esta ha sido la peor experiencia de mi vida a nivel actoral. Nunca volvería a compartir un set con ese hijo de puta”.

Después de las vueltas que tuvo que dar Herzog con su película debajo del brazo (ningún productor se arriesgaba a exhibirla), la película se exhibió ganando en festivales tan importantes como Venecia y San Sebastián y dándole, de paso, un segundo aire a un actor por el cual ya nadie daba un marco. Las agencias noticiosas de toda Europa exhibían las fotos abrazados de Herzog y Kinski casi que como padre e hijo, pero sin saber quien era el padre y quien era el hijo.

Aguirre fue la primera de las cinco películas que hicieron juntos actor y director. Las otras son Nosferatu, vampiro de la noche (1979) Woyscek (1978), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987), películas que a medida que pasa el tiempo son más y más eclipsadas por Aguirre, la ira de Dios que tiene para mí, uno de los finales mas desoladores de la historia del cine (junto con el de ese cuerpo arrastrado por otro hombre bajo el inclemente sol del Valle de la Muerte, en Avaricia de Von Stroheim), el de la barquita llenándose de micos, que como chulos, revolotean entre los despojos de una expedición y Herzog con la cámara detrás, filmando y dándole vueltas con su ojo omnisciente a lo que dentro de poco será una balsa fantasma.

Cuando Fitzcarraldo ganó premio a mejor guión en Cannes, Herzog le dijo a la prensa que filmar en la selva era una experiencia inhumana, que los Aguaraunas en el Perú era una tribu muy brava, que hubo un momento en que la película se iba a parar y entonces el pensó en internarse en la selva y morir, “porque esto es el cine o la muerte”, y fue y trajo a Mick Jagger y Jagger se le enfermó, así como también Jason Robards, entonces eliminó el papel de Jagger y trajo a Kinski para que hiciera Fitzcarraldo y de paso lo insultara otro poquito.

Al terminar Herzog se sintió tan conmovido que se hizo filmar un documental contando sus desgracias en la selva, pareciéndose cada vez mas a uno de esos mendigos en la 15, que para que uno les de platica, van y muestran la chaguala. Tuvo que ser muy triste para Herzog que El peso de los sueños, documental sobre la filmación de la película, halla sido más entretenida que Fitzcarraldo.

Y es que Apocalypse now y Fitzcarraldo son más escándalo que película; por algo vienen a ser algo así como las hijas bastardas de Lope de Aguirre, el primer rebelde que pisó estas tierras.

EL BRILLO DE SUS PISTOLAS

Salimos más que aburridos del cine. El cabezón había insistido en ver la película y a pesar de mis resquemores entré. Al cabezón no lo veía desde hacía mucho tiempo y era mejor salir de él ahora que recién volvía a la ciudad. Me dijo que quería tomarse una cerveza para hablar de los errores de la película. Ahora se creía el gran crítico de cine porque le habían dado una columna en el periódico. La ciudad estaba oscura y vacía y todos los bares estaban cerrados. Ya estábamos a punto de irnos a dormir cuando Galvis pasó en su carro frenando en seco. Pa Donde la caminan? Nos preguntó y nosotros que para cualquier lado donde vendieran cerveza. Súbanse que yo conozco un sitio donde cierran tarde.

Nos subimos. El carro estaba lleno de botellas vacías y colillas.

Galvis debería comprarse un cenicero para el carro
Sabe que es buena suerte apagar los cigarrillos con los cojines

Me fue mostrando con el dedo todas las marcas de cigarro que tenía la cojinería. Según él esas cosas atraían a las mujeres. No quise contradecirle y agarré un cigarrillo de su guantera. En dos pitazos el cigarrillo ya estaba por la mitad. Agarró la avenida de los Faroles, los árboles se abrazaban formando un túnel, el cabezón comentó que está ciudad estaba condenada a la inmovilidad, los mismos huecos, la misma música, las mismas putas

Acá crece es por el sur, usted viera como están urbanizando por allá. Deberían dejar de estar siempre en el centro, vayan a la periferia yo se porque se los digo- Galvis un digno hijo de esta tierra, el hombre que manejaba sacando el codo por la ventana y que atemorizaba a todas las niñas. Nunca me cayó bien y si estaba en ese carro era porque en esta ciudad nunca hay nada para hacer un lunes a media noche. Empezó a hablar con el cabezón preguntándole como le iba en la capital, se distrajo y  llegando a la Guaimaral casi se estrella contra una camioneta de vidrios ahumados. Hijueputas! Les gritó y yo cerré los ojos porque creí que iban a bajar los vidrios sacando sus metralletas descargando todo el proveedor contra nosotros. Estas cosas son pan de cada día acá. Al parecer estaban de afán porque siguieron su curso haciendo chillar las ruedas traseras.

Viniendo de San Cristóbal volví mierda un carro la semana pasada, mi Papá lo había mandado a traer, nuevecito estaba el hijueputa, venía yo sólo tomándome una spolares a toda mierda cuando chaz! Me aparece de frente una gandola y yo tengo que jugarmelapa un lado entonces me parece mejor colchón las piedras que el abismo y plup! Allí fue a parar el carrito mano, se partió en dos. Usted viera, lindo el hijueputa, recién sacado de la agencia. Me salvé por que mi Dios es muy grande.

Llegamos. Nos bajamos del carro. Afuera habían tres mesas llenas de gente mal vestida. Era el único sitio abierto. Todos jugaban dominó. Miré al cabezón y este se encongió de hombros. El sitio parecía un galpón para peleas de gallo, olía a orines y retumbaban las paredes con canciones de Vicente Fernández. Galvis habló con uno de los que jugaba dominó, el tipo no se movía, al final asintió y con una sonrisa sin dientes gritó Bueno mijito entonces siéntense. Le pregunté a Galvis que que era lo que pasaba y me dijo que nada, que tan solo ibamos a jugar las cervezas con estos manes.

-Uy Galvis pero yo soy malísimo para esto y estos se ven expertos
- Fresco Gallo que yo lo cubro

Mire al cabezón como por instinto de supervivencia pero no le importó sentarse. Al cabezón solo le importaba al cine y por eso se fue de esta ciudad cansado de la misma cartelera de siempre. En Bogotá vio todos los ciclos, dejó la ingeniería que estaba estudiando para ver películas y convertirse en un crítico. Al Papá no le gustó mucho la idea y lo hizo traer de nuevo a la ciudad donde consiguió un puesto en el periódico, una columna semanal. No hacía mas, ver películas y soportar los regaños del papá. Nunca tenía un peso.

Cabezón yo no tengo plata para jugar, si quiere juegue usted
Yo tampoco tengo un peso pero Galvis dijo que invitaba
Si, si no se preocupen, además conmigo van a la fija

Me senté en otra mesa, pedí mi cerveza. Me la empecé a tomar a sorbitos y en silencio. Los que estaban en el sitio dejaron lo que estaban haciendo para ver la partida. Por la forma como iban vestidos sabía que no podían perder, esas camisetas de equipo de fútbol de barrio les daban cancha, amedentraban a cualquiera. Me le acerqué a uno de los que miraba, le pregunté que quienes eran ellos “Son los vigilantes de la cuadra, los que cuidan que no haya delincuentes ni marihuaneros por acá”.

Al principio la pareja Cabezón-Galvis parecía entenderse a la perfección, jugaban en conjunto, casi a ciegas, se fueron arriba tres juegos a cero. Al cuarto punto los vigilantes tenían que pagar la cerveza. Me animé y pedí una caja de cigarrillos. A uno de los que miraba el juego le pedí el cigarrillo que tenía encendido para prender el mío. El tres por cero había puesto muy contentos a los muchachos y no se esforzaron en demostrarlo, ponían las fichas con propiedad, chocándola contra la mesa, incluso el Cabezón dejó su parquedad y con rabia gritaba cada punto obtenido. Los vigilantes se miraban entre sí, visiblemente molestos por la humillación.

La suerte empezó a serles esquiva. Cometieron errores infames y ellos empezaron a concentrarse como si estuvieran dando ventaja a propósito. Sin atenuante voltearon el marcador cuatro por tres. Teníamos que pagar no solo la cerveza que nos tomamos sino también la de ellos. El cabezón y Galvis se recriminaron entre si y no pudieron recuperarse al perder tan estúpidamente el primer juego, además los otros sacaron a relucir su casta y ganaron los demás juegos con autoridad. Ahora eran los vigilantes los que se burlaban de nosotros. Con sus manos se agarraban las guevas y bailaban. Ellos pedían y pedían rondas de cervezas y yo las veía juntarse porque al hacer cuentas de todo lo que había que pagar se me quitaron las ganas de beber. Tenía un billete de diez en la cartera y tenía que hacerlo rendir hasta el viernes. Los vigilantes ni siquiera tomaban su cerveza, se la echaban encima entre ellos como si hubieran ganado un Gran Premio de Formula 1.

Me retiro- dijo el cabezón mientras se levantaba de la mesa y se venía a sentar al lado mío- no tengo mas plata guevón, no queda otra cosa que beber- pidió un inmenso vaso de plástico y se sirvió en ella tres cervezas las cuales bebió sin respirar. Se veía borracho y mal geniazo. Sabía que las rancheras lo ponían así. El estaba acostumbrado a otra cosa, a otro tipo de gente. Me daba miedo su amargura, me daba miedo que una mañana no pudiera aguantar mas y se decidiera a lanzarse por el balcón.

Doble o nada!- Gritó Galvis- El mejor de ustedes contra mi solito

El más chiquito de ellos se le sentó al frente tronándose los dedos. Con su mano pequeña y mugrienta revolvió las fichas. Galvis tomó las siete que le correspondían y el otro hizo lo mismo. Al ver su juego intentó sonreír como tratando de intimidar al otro pero sus ojos decían otra cosa, para poder llenarse de valor agarró la cerveza y no la soltó hasta beber de ella el último sorbo. La partida solo duró tres jugadas

-Gané! Paga doble- Gritó el chiquito de manos sucias. Los otros llamaron a la mesera  y le pidieron una caja de cerveza. Destaparon todas las botellas y se las echaron encima cantando canciones de victoria. Nosotros secos y aburridos nos fuimos hasta la caja a pagar lo que los otros botaban. El cabezón y yo sacamos unos billetes todos arrugados y se los dimos casi con timidez a Galvis

-Frescos que no vamos a pagarles ni un peso
- Pero como así guevón- le dije- si no pagamos estos tipos son capaces de agarrarnos a bala, no ve que son vigilantes
- Perro que ladra no muerde. Vamos de uno a uno al carro y nos largamos de acá. Yo no voy a darles un peso a estos hijueputas.

El chiquito de manos grasientas escuchó esta frase y les avisó a los demás. Antes de que pudieran reaccionar Galvis fue corriendo hasta el carro y se largó. Nosotros paralizados de miedo vimos como los vigilantes buscaban algo en sus bolsos. Retrocedimos al ver el brillo de sus pistolas.











21 de agosto de 2010

GALLINETO, LA ESENCIA DEL ROCK

A ustedes esto no les debe importar pero yo en el colegio monté un grupo de teatro y me encargaba de dirigir, escribir y protagonizar las obras. Ninguna de ellas logró sobrevivir a los incontables vaivenes en los que me he sometido en los últimos 15 años. Me apena mucho porque debería ser divertido leer las guevonadas pseudo existenciales que podía tener un marihuanero adolescente como yo.
El caso es que el teatro para lo único que me sirvió fue para hacerme muy amigo de Juan Pablo Díaz. Los que conocen al popular "Gallineto" saben lo grato que es tenerlo en la vida de uno. Bien puede ser que te lo encuentres un domingo en la tarde y quieras solo comer unas empanadas mientras el Malecón se va llenando de indigentes o encontrarselo en la 93 un viernes a las 11 de la noche con unos tragos encima encarnando lo que es la esencia del rock
Juan Pablo Diaz tiene el aura de los viejos rockers.
En el 94 (fecha en la que debería haberse graduado) fue expulsado del Calasanz y como todos los vagos recayó en ese limbo que era el Seminario. Yo lo conocía de la primaria, el era mucho mayor que yo, me llevaba varios cursos pero la vagancia y un intercambio a Estados Unidos hicieron que en 1995 fuera mi compañero de clase. El y Carlos Castro fueron los únicos manes de esa promoción a los que le inquetaba la lectura y el rock. Los tres nos enganchamos a los Stone temple Pilots, a Velvet Underground, Nirvana, Alice in chains, Los Doors y por supuesto a la dama de los cabellos ardientes.
La afición por Morrison me llevó a escribir una obra de teatro sobre el último año del Rey Lagarto, el que pasó con Pamela recluído en su apartamento parisino. Soñabamos con una Pamela delgada y pecosita y ojalá que fuera peliroja. Le hicimos casting a una suiza, una alemana y una danesa que estaban pasando un año de intercambio en Cucuta, nos queriamos comer a las tres pero el único que pudo fue gallineto quien por esa pinta y el aire de rocker que tenia (Y tiene) se las levantaba a todas. Juan Pablo sería Morrison porque utilizando una determinada iluminación podía parecer al Rey Lagarto. Necesitabamos alguien que nos financiara porque el proyecto era ambicioso. Obviamente nadie nos dió bola y nos graduamos y los que pudimos salimos de Cúcuta a estudiar algo que nos diera de comer después o a vivir solos lejos de la sobreprotección de los padres.
A Díaz lo volví a ver en el 2008. Nos reunimos en su apartamento de Arribeños en pleno corazón del Barrio Chino. Venía a Buenos Aires a estudiar guión, tenía una pared llena de fotos con sus heroes favoritos, Hunter Thompson, Borroughs, Keroac y un fotograma de Pavor y repugnancia en las Vegas. Nos fumamos unos cuantos cigarrillos y destapamos varias botellas. Me sorprendió verlo igual, el mismo peso, el mismo aire cool, la misma pinta. A pesar de ser un tipo muy bien educado Juan Pablo afila sus comentarios como cuchillos y no duda un segundo en clavartelos. Es un tipo de una inteligencia prodigiosa, con un brillante sentido del humor, no se parece a nadie. Con un man así es imposible que los años abran distancia porque no solo tenemos en común el colegio ni el interés por los libros sino que existe un puente, una hermandad que el paso de los años no podrá destruir nunca.
Solo estuvo seis meses acá y nos vimos contadas veces. Su talento como escritor es innegable, me mostró una crónica que había hecho sobre la ciudad del sol de los venados, tenía la sequedad, precisión e incisión que puede tener un buen relato. Había bebido en las fuentes del gonzo periodismo y se había convertido en un ser de la noche.
Ayer mientras sobrellevaba el decimonoveno ataque de nervios me llegó un mail suyo, un mail que justificó la obsesión con la que estoy encarando el proyecto de El ateneista. Que bueno decir como García Márquez que la razón por la cual uno escribe es para que los amigos lo quieran a uno más.
Esta es mi forma de decirle gracias, petirojo

19 de agosto de 2010

LA BRUJA


Ella no sospecha lo linda que es
Yo seré su espejo
reflejaré lo que ella es
Por si acaso no lo sabe
Se lo repetiría a diario.

Ella tiene una foto
Donde parece una mujer fatal
y tiene una foto
Donde parece una niña dulce
recién levantada
La téz del color de las nubes en primavera
Y el pelo negro cayendole en la cara.
Vaya que es muy linda!

Alguna vez fue gris
Su padre preocupado le compró una chaqueta naranja
A ella no le gustaban los colores
A pesar de que tenía apresada por dentro
La alegría de trescientos arco iris
No le gustaba
Que la gente le viera a la cara
No sabía lo linda que era.
En las tardes de su aburrimiento
Dejó a propósito la chaqueta naranja en un bus
Volvió a ser gris
Pero no por mucho tiempo.

Los colores siempre vendrán a ella
Al abrir sus manos
Los arcoiris se tienden como puentes a su paso.
Sus manos son delgadas y frágiles
Como la tibia lluvia de marzo
En las manos tiene el poder de crear pequeños gatos
En cajas vacías de cigarrillos
En los días en que se acerca la primavera
Los deja en los jardines
El sol y su rezo les da vida
En ciertas tardes los gatos vienen hasta acá
No les tengo miedo, los dejo entrar, son hermosos
Porque los hizo ella.

Ella es un misterio
Pero no me da miedo
Ella posee los misterios que guardaba
El viejo judío que escribió la Biblia
Y posee
La extraña inocencia de los gatos que ella misma crea
En su mirada están contenidas
La luz que entra a mi cuarto cada mañana
Y la sombra que habitaba el mundo
Antes que apareciera acá el primer hombre.

Ella es un misterio 
Pero no da miedo
Cuando está sola le gusta cantar 
Canciones de amor
Y se resquebraja con el rugido de un león.
Cuando rie sus colores estallan sobre mi rostro
Y por un momento
Me olvido de la miseria del mundo
Y vuelvo a ser felíz.

LA SED

Puedo ver la luz del sol buscándome entre las rendijas de la ventana. No deben ser más de las seis de la mañana y ya está ahí detrás de la madera. El sudor se impregna y me deja inmerso en una repugnante sopa. No hay mas remedio que levantarse y buscar una bocanada de aire. Intento abrir los ojos pero el sol me lo impide. Es imposible respirar, el aire no existe, el sol se lo ha llevado.

Adentro el ambiente sigue pesado. La cabeza me da vueltas y la lengua se seca y se acartona. En las mesas reposa el polvo y se mete en la garganta. Hubo una vez gente que vino a la ciudad y se asentó en las afueras. En pequeños círculos fueron creciendo y entre todos crearon una iglesia. El mercado crecía piedra a piedra, ladrillo a ladrillo. Pero la iglesia empezó a tener recelo del mercado y lo terminó echando de su lado, como lo hizo dos mil años antes el maldito jerosolimitano. De la ciudad sólo quedó una tienda, un hotel y el sol. Yo soy el último mercader que pasa por acá.

Esculco en mis bolsillos, dos billetes arrugados me han quedado de la noche anterior. Sólo es cruzar la calle y que el tendero me venda un cántaro de agua. La calle está desierta, ya no se oye el eterno resonar de los gritos de los aguadores. El sol sigue dándome duro en la cabeza, los ojos son dos amasijos y rojos como la carne cruda. Es mejor volver a entrar. En la sombra también puedo sentir el sol. Los brazos se me llenan de agua, como si me estuvieran exprimiendo desde adentro. Recuerdo que en el hotel una vieja gorda y pálida me abrió anoche. Toco la puerta pero nadie responde. El hotel está vacío.
Desde adentro escucho la procesión, alguien se lamenta, deben ser los nazarenos que a esta hora se rompen la espalda a punta de latigazos. Los cánticos y plegarias van ascendiendo en busca del señor. En una tarde como ésta lo bajaron de la cruz, su madre lo esperaba abajo, trató de lavarle las heridas y de mojarle los labios con un trapo pero era demasiado tarde. Todo el mundo está en la iglesia, hoy sólo trabajan el cura y los feligreses. Desde la terraza puedo ver a la ciudad. El sol se encargó de despedazarla, puedo ver la cúpula de plata de la iglesia, más brillante que todos los días. Su reflejo hace que me salga sangre de los ojos. Trato de chasquear la lengua pero no tengo saliva para hacerlo. Siento como si dos manos me estrujaran la garganta, como si la muerte estuviera frente a mí y me apuntara con su huesudo dedo. El agua tiene que aparecer. Ninguno de los cuartos del hotel tiene puerta, sólo el mío y el de la casera. Paso la cortina de uno y encuentro el mismo catre miserable de siempre y tres ratas disputándose un pedacito de pan. No hay viento que sacuda el polvo incrustado en el  piso. Busco en los demás cuartos pero la respuesta sigue siendo el polvo y la sed, todos están muertos como yo.

En la noche la gente estaba afuera y alegre. Los jueves santos sacan las mesas a la calle y se reúnen en familia, sacando un trago hecho en las casas, que es empalagoso pero efectivo a la hora de querer embriagarse. Todos me invitaron a la verbena que harían después de la procesión. Yo les dije que de donde venía no utilizaban esos rituales y ellos fruncieron el ceño y me preguntaron si yo venía de la luna, pues sólo los marcianos desconocían la importancia de un viernes santo. Yo lo tomé a broma y les dije que brindáramos y sin esperar respuesta me bebí el licor ese dulzón y caí fundido en


el acto. Me levantó la luz del sol y la sed demoledora.

Todos deben estar en la iglesia pues nadie responde a mis gritos de auxilio.  Las puertas están cerradas y hasta el perro más desesperado y sediento parece más feliz que yo. Casi de rodillas voy entrando a la iglesia. Las puertas son altas e imponentes  como dos esfinges. El sacerdote es un punto negro que se ve al fondo del interminable pasillo. Detiene su homilía. Todas las miradas del pueblo están en mi desgraciado cuerpo. Arrastrándome voy hasta la pila bautismal. Los santos me miran con recelo. La cúpula ilumina al púlpito y el oro se ve negro cuando uno está arrastrándose por la iglesia. Meto mi cabeza de lleno en la pila. Soy como un niño bautizándose, como un hereje que reconoce su falta. Caigo desfallecido sobre el mármol de la iglesia. El punto negro ya empieza a convertirse en un anciano blanco y alto. Ya no siento temor del sol, ni de los hombres. Beso el anillo del hombre y me dejo escurrir como un recién nacido entre sus brazos.

- Nunca es tarde para el arrepentimiento -dice el Sacerdote- este hombre acaba de salvar su vida aceptando que el nombre del padre entrara en él.

Entre sus manos escondí mi cabeza y él me llevó arrastrado hasta el fondo de la iglesia. Las sonrisas de los ancianos me miraban complacidos. Sus dientes eran largos y rojos y las pupilas estaban completamente dilatadas. No sentí miedo al ver el cadalso.

18 de agosto de 2010

BLOQUEADO

La inspiración no es un ánima en pena que llega sin que la busques, a la inspiración hay que invocarla y el mejor rito que conozco es sentarse a trabajar. No importa si se tiene una idea fija hay que sentarse y dejarse arrastrar por el flujo incesante de la imaginación. Nunca sé a donde me llevará el cuento, hay otros que si lo saben y por eso serán mejores escritores que yo, pero lo que me divierte de escribir es esa incertidumbre. No sé cuantos cuartos oscuros puede tener mi inconsciente.
Desde ayer me he visto tentado a escribir una pequeña historia que tenga como protagonista a John Cassavetes, no he podido porque cada vez que escribo la primera frase esta me suena artificial, ridícula, como mi propia voz. Comienzo hablando de su padre y del súbito impulso que lo obligó a dejar su natal Salónica para embarcarse en un trasatlántico que lo llevaría a América sin saber muy bien que misterios se encerraban en esa palabra. Si pudiera entrar en la mente de ese muchacho podría escribir un cuento pero su mente se encuentra cerrada para mí, además no quiero escribir sobre él sino sobre su hijo, hace dos noches me vi Una mujer bajo la influencia y necesito hablar de lo mucho que me gustan sus películas pero no encuentro el tono y me siento como un vampiro tanteando un cuello en la oscuridad. Me levanto de la silla frustrado, enciendo un cigarrillo y busco en esa discoteca de Babel que es Youtube algo que me descongestione el cerebro. Intento con varias cosas hasta que vuelvo a caer en la presencia de A love supreme. Me acuesto en el piso y al cerrar los ojos contemplo la figura fofa de Coltrane encerrado en su ático, alejándose del mundo como lo hizo un tipo que se parecía mucho a él, un carpintero de Jerusalem que hastiado de sus pecados decidió perderse en el desierto. Los dos tenían en común el odio que sentían ante sus debilidades. El músico enganchado a la heroína durante años descuidó a su familia y a su amado arte. El otro, se despreciaba por su pusilanimidad y cobardía, para sobrevivir le hacía a los romanos las cruces donde asesinaban a sus propios hermanos. Un día sienten que una voz les empieza a hablar desde adentro de ellos mismos. Para escucharla mejor tienen que alejarse de los otros que siempre hacen ruido. Jesús permanece cuarenta días en el desierto soportando las tentaciones que su propio padre, disfrazado de demonio, le ofrecía, Coltrane solo estuvo tres días a pan y agua traduciendo esa música que le dictaba Dios. Ambos volvieron, uno con un evangelio y el otro con la melodía más hermosa que le han ofrecido al Todopoderoso desde los tiempos de Bach.
Mientras que se consume mi cigarro pienso con envidia en la vocación de esos dos hombres. Fueron consecuente con su destino, lo aceptaron sin quejarse. Yo no podría entregar mi vida a una idea. Me distraigo con facilidad y aspiro a la gloria literaria representada en unos cuantos fajos de billetes. Hoy escribo no porque tenga algo que decir sino porque no hay fútbol y las tardes en Ringuelet se pasan lentas. Mejor jugar a que soy un escritor a que por unos meses solo podría vivir para esto y después cortarme el pelo y la barba y reintegrarme a la fila de mendigos que extienden sus manos en busca de un trabajo.
Restriego la colilla contra la taza que ahora me sirve de cenicero y se me viene a la cabeza una idea, la historia de un hombre que tiene muchas ganas de comer pero que no tiene boca. Pinto un lugar y meto al personaje en él, a la tercera frase el personaje comienza a darse cuenta que no está vivo, que está hecho de las palabras y las imágenes de otro. El cuento se desvaneces, hoy no es que haya mucho para decir. Sin embargo no me resigno y me aferro al escritorio para poder purgar mis culpas. No me iré sin un relato o al menos sin el bosquejo de uno. Me acordé que hace un par de noches, a raíz de la conversación que tuve con una amiga de la cual ya me estoy volviendo adicto, tuve la idea de empezar a escribir poesía. El método sería muy simple: Pensar en imágenes, que cada frase fuera una pintura, una escena de una pintura, un plano. Los poetas pueden ser los borrachos mas desagradables de este mundo pero cuanta sangre hay que verter para escribir un solo verso digno. Me esforcé y me salió un cadáver, lo envolví y se lo envié a una mujer que me encanta. Ya era de noche.
Desilusionado llamé al peruano y gracias a él invocamos al Angel de la Soledad y de la Desolación. Destapé varias botellas y puse varios ejércitos en formación. A mi edad no debería tener esos excesos pero bueno, los escritores necesitamos del cliché para al menos tener un poco de dignidad. Si no tenemos una obra al menos tengamos una vida parecida a la de los grandes malditos que tanto nos gustan.
Me levanto en un charco de vómito, las botellas vacías reposan a mi lado como mujeres violadas. Me miro al espejo y estoy completamente rojo, el dolor punzante en la sien se asemeja mucho a lo que describe la gente que ha sido atacada por duendes esquizofrénicos armados de tenedores. Pienso que este es el momento de hacer un cuento, si  a mi vida no le pasa nada entonces creemos un mundo. Veo a un niño de cinco años jugando con el revolver de su papá, se mira en el reflejo niquelado, se apunta y accidentalmente se pega un tiro en la frente. La cabeza estalla y puedo ver partículas de su cerebro en las cortinas. Me levanto y pongo a hervir el café. Lo mejor es ir hasta la estación y agarrar el próximo tren a Buenos Aires, arreglarlo todo de una buena vez. Paso por el lado del escritorio y veo la hoja. En ella noto que a pesar de no tener cabeza el niño continúa moviéndose, si me siento ahora lo podría salvar. Me siento . La cafetera explota, me sumerjo en la historia. El mundo vuelve a perder importancia. 

EL TEMIBLE HOMBRE DE LAS NIEVES



Alguna vez mandaron al Temible Hombre de las nieves a la ciudad sin nubes. Allí recorrió todas las calles y avenidas en busca de mujeres que les gustara la poesía. De tanto buscar llegó a la universidad. Al lado de un teléfono público estaba un letrero “Conversatorio poético: lugar donde siempre. Hora: Ahora”. Emocionado, corrió en busca del lugar, al cual llegó sin mayores complicaciones pero un poco turbado ya que el conversatorio había empezado. La boca llena de pelos de un hombre escupía palabras ininteligibles para los oídos del Temible y apacible Hombre de las nieves. No entendía frases como “La poesía debe ser la voz del pueblo” o “el legado de Mayakovsky  es el arma fundamental para derrotar a la burguesía”. El que hablaba era el poeta más grande que tenía la universidad, su voz tenía una resonancia metálica y contundente, muy parecida a la que usaban los predicadores de oriente. El Temible Hombre de las nieves era conciente que estaba cayendo en falta al no escuchar la verdad que aquel buen y peludo y proletario poeta decía. Pero él no tenía la culpa, su misión era encontrar una mujer que le pudiese leer poemas y ya sus ojos se iban borrando cuando notó un leve movimiento en la barba del poeta; por un instante pensó que era el viento o un piojo, luego vio algo parecido a una mujer revolcándose entre esos pelos, asomando su cara por la barba le dijo con los ojos saltones: “sácame de acá y te daré poesía”. Así que el Temible Hombre de las nieves no dudó un instante y en tres zancadas estaba al frente del poeta quien no alcanzó a decir el ya famoso “¿Qué deseas, hijo mío?”, solo abrió la boca en señal de espanto y no pudo ofrecer mayor resistencia ante el embate desesperado del hombre de las nieves quien a manotadas le arrancaba los pelos incrustados en la cara y estos caían sobre el piso y era tanto el desespero del de las nieves que en menos de un minuto el poeta quedó sin barba y el auditorio se sorprendió al ver que el poeta no tenía cara sino dos ojos que quedaron suspendidos durante un segundo antes de caer al piso. Sobre la tribuna El Temible Hombre de las nieves vio cómo los ojos rebotaban y esperó hasta que estos reposaran completamente sobre el piso para agacharse y buscar pelo por pelo a la dama que le leería poesía. Buscó incansablemente hasta astillarse las rodillas, la mujer ya no estaba allí. Antes de irse recogió los ojos del poeta y los escondió entre su pelambre; recordó que tenía una media que no usaba hacía mucho y que sería maravilloso hacerse un títere con ellos y así combatir la soledad de la montaña.  

17 de agosto de 2010

LA VARICELA

A los pocos que juzguen mis actos les digo que se callen porque no tienen ninguna posibilidad conmigo. Todo lo puedo ver, mi maldición es la misma bendición. Si tengo una esperanza la trituro ¿Quién puede vivir con treinta ojos en la ingle?. Empezó poco antes de clavarle el puñal, así que un día me rasco el brazo y con solo rasguñar un poco mi piel encuentro una úlcera, la picazón se intensifica , entierro la uña en la grasa de mi piel y siento el retículo endoplasmático. Ante mi se revela un mundo en plano medio. ¡Trescientos ojos!!
Hoy, encerrado en el cuarto infecto no tengo mucho para decir, así que empecé a escribirle varias cartas a los que me buscan, les hablo, buscando su lástima, de las amargas picazones que rodean mi vida y de la jodida incapacidad que tengo para amar. Dejo rodar varias mentiras y me siento en mi trono de mentiroso. La mentira es el alivio para mis días de ocio. No tengo muchas posibilidades y con el valor del que todo lo pierde sigo jugando a los dados con Belcebú. Los ojos de mi espalda comienzan a llorar, ya no disfrutan el sol. Veo demasiado, veo tanto que a veces, cuando atardece me quedo ciego. Pongo a calentar en la estufa el puñal con el que antes mataba el ganado. Cuando el metal se pone rojo voy sacando uno por uno los ojos que me molestan y entonces dejo de ver las cosas que mas odio. Seguro terminaré completamente ciego, cada vez me gusta menos el mundo que conozco.
Camino por el cuarto infecto, camino y sudo y me rasca la cabeza, la palpo y siento los granos que no paran de crecer. Los delineo con mis dedos y vuelvo a notar la textura frágil de una retina. Miro para adentro, los sesos flotando en un líquido amniótico, me abro un hueco en la frente, inserto un pitillo en el y comienzo a chupar, intento sacar toda esa placenta que place allí, descomprimir el cerebro, obligarlo a pensar, que el me dicte lo necesario para poder legislar.
Dejé de salir a la calle no solo porque me buscan por haber asesinado a la mujer que yo quería también es porque he notado que a la gente le molesta verme los ojos en las mejillas, los de los brazos los puedo ocultar pero ninguna máscara cubrirá mi vergüenza. En las mañanas un niño deja la leche en la puerta de la guarida y un paquete de cigarrillos. Uno tras otro los voy consumiendo mientras escucho todas las canciones que compuso Ian Curtis. Colgarse sería una buena salida pero los ojos de mi cuello me dejan ver lo que sucederá. Un cuerpo guindando de una viga como si fuera un pedazo de carne cualquiera, los tres mil ojos tardarán en apagarse y verán como cientos de moscas verdosas van dejando allí sus larvas y de ellas saldrán gusanos de todos los colores, robustas, hambrientas.
El ahorcado, antes de que su corazón estalle, tarda entre veinte y cuarenta minutos asfixiándose, una muerte lenta, inhumana. Sobre todo si un hombre como yo tiene todos sus ojos abiertos. Por eso con la braza que despide mi cigarro voy reventando los ojos encallados entre los dedos de mis pies. Un vecino inoportuno le quita solemnidad a mi acto poniendo a todo volumen la insoportable voz de Robbie Williams cantando My Way. Cierro con mis manos los ojos que dentro de mis oídos y alcanzo a ver entre mis recuerdos la borrosa figura de una carreta llena de boñiga de vaca, una niña prendiéndole fuego a un oso hormiguero y una vieja bruja ofreciéndole una gata embarazada a Thelema.
Abro quince mil ojos y miro el cuarto infecto, alguien sacó de sus cajas mis películas, pongo una al azar y veo un álbum de fotos que se mueven lentamente, De esta forma ven el cine las moscas, pienso mientras reviento la hilera de ojos que han salido de mi tobillo como si fueran culebrilla. A miles de millas de acá conozco brujos muy poderosos, ellos me podrían ayudar, todas las maldiciones ceden ante sus rezos, con una maraca llena de agua bendita rociarán los ojos que me miran fijamente y que me juzgan. “Yo no la mate” le digo a cada uno de esos ojos inquisidores “Ella estaba en el muelle corrí hacia ella y la abracé, fue el diablo el que me puso el cuchillo en mi mano, fue su carrasposa voz la que me susurró que le hundiera el cuchillo entre sus senos “Retuercelo-me decía- saca su corazón y engúllelo” Me desperté en este cuarto infecto, las manos llenas de sangre y su maldito corazón todavía latiendo en mi boca, fue mi mano pero yo no la maté” Los ojos no me creen, se estiran como si alguien detrás de ellos se convulsionara en una mueca y desde el infierno esos rostros me refriegan mi mentira.
Ya no me miro en el espejo, cuando quiero verme pongo las manos frente a mi y esos ojos que no paran de propagarse me muestran mi rostro. Viéndolo bien me lucen los ojos debajo de mi nariz, los de la frente en cambio parecen marchitos como si los que lo dominaran se estuvieran muriendo. No soy un tipo despreciable, todavía tengo cierto gusto, cierta elegancia. Los siento venir, oiga sus pasos, dentro de poco estarán acá, no tocarán de una patada derribarán la puerta. No encontrarán nada más que un ojo inmenso mirándolos fijamente. Me llevarán rodando hasta la comisaría, me levantarán los cargos, no habrá necesidad de que me torturen, estoy dispuesto a confesarlo todo, les diré que fue Belcebú, irán hasta el centro de la tierra, yo conozco su guarida.
Atarán a Satanás junto a mi y el pelotón no durará en descargar sus cartuchos sobre nuestros pechos.
Ya los escucho, están detrás de la puerta.

EL FANTASMA DE PATRICIO REY

A Matias Zoja, el heroe del wisky!

Acá en la Plata no pueden volver a tocar. La última vez la turba arrasó con todo. El Indio arriba del escenario deja de ser un cantante para convertirse en Lenin, si parara en seco su canción y dijera que fueran todos en masa a tomarse el palacio donde viven los poderosos la multitud como una sola persona los aniquilaría. Lo ha pensado pero se arrepiente. Los vientos ya no agitan como antes, además es demasiada responsabilidad. Patricio Rey es la utopía de la revolución y los tiempos de cambio ya no existen en esta Argentina post-apocalíptica. Hubo un tiempo en que todo era posible, hubo un tiempo en que las canciones no cambiaban el mundo pero cambiaron la manera de pensar de muchos argentinos. Es más fácil resistir los infaustos recuerdos sumergido en el riff demoledor de Vencedores Vencidos.
Los redonditos de ricota nacieron pocos días después de que Isabelita Perón tuvo que tomar ese helicoptero y desde las alturas escuchaba como las señoras emperifolladas de la Recoleta le gritaban "Fuera yegua asquerosa". No podían tener otra opción que atrincherarse dentro de su música, dentro de sus letras confusas, llenas de metáforas y de odio hacia una sociedad que se fragmentaba en mil pedazos. "Ahora se habla con mucha liviandad de el movimiento Hippie en la Argentina- Dice El indio en una de las pocas entrevistas radiales que ha dado- Pero lo que se les olvida a esos detractores es que muchos de esos jóvenes fueron consecuentes y algunos llegaron a empuñar las armas tratando de sacar al país de la pesadilla que estabamos soñando".
Sobrevivieron a todo, incluso a las paredes en las que ellos mismos se habían encerrado. Al principio fueron un colectivo creativo donde artistas plásticos como Rocambole se preocupaban por montar sus escenarios y crear el arte de sus discos y gente como Enrique Symms escribía unos monólogos delirantes, esquizoides que servían de introducción a sus conciertos "Pero todo eso lo fuimos quitando porque la gente se impacientaba y entendimos que lo mas importante era la música. La gente venía por eso" Para Symms el escritor maldito por excelencia esto fue considerado como una traición por parte de Solari y de Skay. A los redondos les han dado con todo, dicen de ellos que se aburguesaron, que el sueño underground naufragó por completo que ahora viven en grandes mansiones en countries electrificados y rigurosamente vigilados. Pueden decir lo que sea, un poco de confort ayuda, pero nadie puede decir nunca de ellos que tranzaron con un sello discográfico o que se hayan presentado en un asqueroso programa de televisión.
Patricio Rey es un organismo etéreo compuesto de dos partes, por una parte está Skay Bellinson, el hombre que cree en la vida ultraterrena, en el poder del espíritu. El tipo sencillo que todavía recorre lentamente las calles de Palermo viejo y que cuando le da la gana va a tomarse unos tintos en la centenaria tanguería de Roberto ubicada en Bulnes y Perón. El otro lado es más aspero, mas rocoso, el Indio Solari, una entidad demoniaca a la cual le está prohibido a nosotros, pobres mortales a mirarlo a los ojos, el que ose incumplir este precepto lloverán sobre el maldiciones y agua mierda. El Indio da declaraciones cada lustre , vive metido en su casa y cuando se cansa de ver fútbol y de trabajar en su novela la eternamente inconclusa Homicidio Americano se mete al estudio de grabación y compone el solo canciones que huelen todavía a ciudad, a wisky y falopa.
Al lado de los redondos Soda Stereo es una banda de gomelos con inquietudes seudoexistencialistas. Los redondos son la banda de los que tienen que levantarse a las cinco de la mañana en una puta y escarchosa mañana de invierno, hacer una fila con cientos de personas para apeñuscarse en un cochambroso vagón de tren, atestado de gente maloliente y recorrer las catorce estaciones que separan Berazategui de Constitución. Por eso me chupa un guevo si ella usó mi cabeza como un revolver lo que me importa es salir corriendo a ver que escribe en mi pared la tribu de mi calle.
Suciedad, crueldad, ciudad, puticlubs, conurbano, arrabal, sudor, frío, cafishios, dealers, Los redondos son ¿Porque no? Esos angeles solitarios que ahora escriben las canciones que los viejos tangueros dejaron de cantar.
El señor que me vende el choripan en la esquina al enterarse que andaba azotando mi anatomía con Patricio Rey me regaló un mp3 con las canciones de los Redondos. Patricio Rey es un fantasma, no es que vayas a una disqueria y pidas sus exitos, nada de eso, hace año no les da la puta gana de reeditar nada. Entre menos se escuchen, entre mas se hagan esperar el mito crece, la idolatría aumenta. A Patricio Rey le importa una mierda todo eso, el solo quiere que lo dejen en paz.
En Colombia, tierra alegre como pocas, no tenemos una banda de culto, un banda que genere la incendiaria pasión de destruir un pueblo con la furia de sus canciones. Lo más cerca que tenemos serían las Farc, pero definitivamente bombardear con pipetas de gas a una población no es Rock.
Allá lo que importa es que un artista tenga proyección internacional, si pega en Miami no importa que pegue en Bogotá. De tanto cacarear con nuestro folclor se nos olvidó esa música de cloaca que puede generarse en una ciudad de ocho millones de habitantes. Música pulida, correctita, eficaz, hecha para gustar a la gente. País de caretas.
Los argentinos pueden ser un manojo de hijos de puta como lo somos nosotros pero al menos a ellos les tiene sin cuidado la proyección internacional, por eso mañana se podrá morir Ceratti y lo llorarán cuatro chetos borrachos de Belgrano y por cierto las miles de niñas colombianas bien que asisten puntual y enguayabadamente a sus clases de cine en la Universidad de Palermo.
Cuando muera Patricio Rey ninguna fanfarria sonará. No habrá tiempos de ataudes, las cenizas del monstruo flotarán en el riachuelo infecto que amenaza Avellaneda. Como un rumor los fieles que reparen su ausencia dejarán de llorar al escuchar pausadamente que Patricio está bien, no hay nada de que preocuparse porque con su presencia el infierno estará encantador esa noche.