El joven médico se cansó de la bata blanca, del maldito estetoscopio, entonces se enrola en el glorioso ejército francés y entre los obuses rabiosos se abrió camino. Fue el rey de las trincheras, el que mayor número de ratas supo cazar. La gloria a veces no es más que un palo repleto de ratas ensartadas. La gloria cansa, agota sobre todo si para lograrla debes despanzurrar con una bayoneta a tu enemigo, si para alcanzar a tocar una medalla debes dispararle a una larga fila de cabezas de bebé. Por eso sin dudarlo Celine se embarca en un buque viejo, poblado de gente rara, de muy baja estofa. En medio del mar escucha el rumor de que lo quieren degollar y tirar su cuerpo por la borda. La tensión llega a ser extrema pero Bardamú sabe cómo debe tratar a la gente. Él ha tenido la responsabilidad de aplicar inyecciones poderosas, dolorosísimas y ha sabido convencer a tipos muy duros de que se bajen los pantalones y pongan el culo. Así que poco a poco, con su francés pulido los va convenciendo hasta tranquilizarlos. Después de varias semanas lo dejan a orillas del Congo donde la naturaleza es obscena, donde como si fuera una eterna película porno los alacranes y las culebras se retuercen y follan el suelo. Mira muy bien donde pones tu pie cuando te levantes de la cama, una pisada mal dada puede ser mortal.
Louis Ferdinand Celine, como Rabelais era un médico, Un decadente como Lorraine que por ansia de ciencia y ganas de ver tripas se puso en la tarea de estudiar medicina pero en vez de recetar drogas cuestionables el mismo se las bebió. Supo disfrutar de la quinina, la morfina y el éter y como Thomas de Quincey no le dio miedo hablar de sus pasatiempos.
Hoy tenemos el mundo en el click de un computador, antes con lo que nos decían los libros no bastaba así que había que viajar si era posible hasta el final de la noche para saber de que color eran los ojos del diablo. Bardamú recorrió el mundo y al final volvió a Francia, a un horrible suburbio rodeado de perros garrapaturientos. Como el viejo conde transilvano escribía con la música que le daban los hijos de la noche. Se volvió cínico pero nunca amargado. Celine conoció el mundo, se enfrentó desde ratas a leopardos, nunca tembló cuando debió disparar. Fue tildado en los años sesenta como fascista solo porque decía lo que pensaba. Nadie nunca lo supo clasificar.
Hoy cuando también trato de escapar a los confines de la noche me he encontrado de lleno, como un puño en la oscuridad, con su novela. La anarquía represada en ese texto hace que por un momento lo quiera quemar todo y después comenzar de nuevo, acostado en una balsa con el sol arriba achicharrando mi pecho. La lectura de Celine es esencial para comprender que no por estar en constante movimiento se es sabio, al contrario la gran enseñanza del viejo Bardamú es que estamos de paso, que todo es mierda hasta las palabras que escupe este viejo opiómano.
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