17 de agosto de 2011

CANTINFLAS ¡QUE TE INFLAS!

Era un muchacho cuando mi mamá me levantó con la noticia de que Mario Moreno había muerto. Pusimos el Canal de las estrellas y ahí estaba todo un país saliendo a la calle expresándole el tributo al ídolo. Nadie como él supo expresar el sentir popular. Desde las carpas improvisadas alrededor de la plaza Garibaldi Moreno demostró sus dotes de clown. Decía Fellini que lo mejor que le podría pasar a un artista era convertirse en un payaso y vaya que él lo supo hacer. Su vida fue el circo y allí mismo el público siempre fiel al escucharle sus laberínticos monólogos le gritaban “Que te inflas flaco” en alusión a todo el trago que podía beber para expulsar de su boca ese diálogo que no conducía a ninguna parte. Pero el clown que todo lo podía hacer en el escenario era abstemio, paradójicamente juntó las dos palabras para formar el sobrenombre con el que se haría inmortal: Cantinflas.
Obvio que también de niño vi todas sus películas. Hay que ver si los niños de ahora siguen con ese ritual. El chavo siempre estará presente pero las imágenes en blanco y negro del comediante ya ahuyenta a las nuevas generaciones de cinéfilos. Fue la figura más representativa de un periodo de oro que cubrió los años de 1935 a 1955 donde México disputó de tú a tú el monopolio que Estados Unidos establecía en Latinoamérica. Figuras como Pedro Infante o Jorge Negrete se convirtieron poco menos que en dioses para los espectadores de esta parte del mundo mientras María Félix, Dolores del Río y Pedro Armendáriz conquistaban el mismo Hollywood. Pero ninguno fue como él. En su primer periodo pudo desplegar su espectacular encanto. Aguila o sol era de las películas preferidas de Chaplin y filmes como Ahí está el detalle todavía no solo se dejan ver sino que siguen siendo comedias sólidas, alimento maravilloso para esta vida triste y miserable.
En los sesenta cuando renunció a ser dirigido por Juan Bustillo Oro o Miguel Delgado, insuflado por las críticas que lo investían como el ídolo máximo de la comedia mundial empezó a hacer peliculitas ingenuas que buscaban alexionar al incauto. El Globo de oro obtenido por su papel al lado de David Niven en La vuelta al mundo en 80 días terminó de insuflar su megalomanía desbordada. No sería el único caso en la historia de la comedia donde el talento definitivamente no tenía nada que ver con la inteligencia. Cuando Chaplin quiso dárselas de filósofo logro hacer esperpentos como Una mujer de París o La dama de Hong Kong. Cantinflas además cometió el peor pecado que puede cometer un cómico: Cambiarse el rostro. Cuando a mediados de los sesenta vio que el tiempo demolía su encanto decidió romperse los surcos que se formaban en sus mejillas, desinflar las bolsas que se alojaban debajo de sus ojos y estirarse el rostro de una manera degradante. Fue el fin de su carrera así haya hecho una docena de películas más. No podía mover un solo músculo, el mimo estaba muerto.
Cuentan los que lo entrevistaron que en privado era una persona extremadamente difícil. No le gustaba que le preguntaran sobre sus películas sino por sus obras benéficas que si bien fueron muchas hasta el punto de ser considerado un filántropo las empañó por estar constantemente divulgando todas sus beneficencias. Dice Guillermo Cabrera Infante que acostumbraba ofrecer banquetes espectacularmente lujosos en su casa. Servía lo último en comida francesa pero debajo de su mesa se hacía servir tacos y enchiladas que disimuladamente comía. Muy a su pesar no dejó de ser nunca un personaje del pueblo.
Pero sus virtudes fueron muchísimas. Su forma de hablar se convirtió en un adjetivo, cantinflesco, aprobado desde 1992 por la real academia de la lengua española y que se refiere a “Hablar de forma disparatada e incongruente sin decir nada” la velocidad de sus palabras solo se podía comparar a los diálogos entre Chico y Groucho Marx. Como Chaplin fue un extraordinario bailarín y un hombre de circo. Cuando quería que la adrenalina fluyera libremente por sus venas se vestía de luces y salía al ruedo. Nunca necesitó de dobles. Su genio tuvo que ver también con su particular portento físico.
Nunca más la comedia volverá a tener un personaje de esa estatura, menos en México tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios. De consuelo nos quedan sus primeras películas, las mejores comedias que hombre alguno nacido abajo del Río Bravo haya hecho jamás.

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