7 de agosto de 2011

LAS SILLAS DE ADELANTE ESTAN OCUPADAS. El Ateneista en la presentación de la Ley de Víctimas.

Un señor muy viejo se paró al lado de la entrada del teatro. Con suma dificultad cargaba ocho banderas de Colombia, con escudo y todo. La gente se paraba al frente suyo y después de un corto regateo se llevaban el máximo símbolo patrio. Había algunos que no determinaron para nada al viejo vendedor, ellos estaban preocupados en otra cosa, incluso a muchos de ellos se le veía el dolor de haberlo perdido todo. Estaban allí porque el país por fin los había tenido en cuenta y decidieron reparar en algo sus infinitas penurias.
Entraban en ramillete al Zulima y se iban desperdigando por el teatro. Contrario a lo que debería ser, una ceremonia de restitución de la dignidad perdida, las víctimas fueron de nuevo discriminados en su día ya que tuvieron que ocupar las sillas que están al costado del escenario y la parte de atrás de la sala. Los asientos de adelante estaban reservados para las autoridades locales, concejales, senadores, lo más selecto del gobierno departamental. Llegaban entre los flashes de los fotógrafos y los aplausos de unos pocos. Entraban imponentes con sus guayaberas blanquitas recién compradas. Por un momento dejé de pensar que no se venía al Teatro a presentar la Ley de víctimas sino a la ceremonia de elección y coronación de la Señorita Norte. Las mujeres de los políticos cargaban sobre sus cabezas los pesados peinados que permanecen inmutables desde la década del ochenta.
Olinto Sánchez, líder comunal y perjudicados por el conflicto murmuró al ver como entregaban besos a diestra y siniestra “Como siempre, los victimarios adelante, las víctimas atrás” Los medios de comunicación agolpados en ese sitio esperaban con ansias conseguir la exclusiva con Cristo o con Vargas Lleras, nadie miraba a Virginia, eso no importaba, ella no llevaba esos raros peinados viejos sino que iba vestida con mucha sencillez, con mejor gusto que la madre del director del partido liberal u otras señoras bien. En 1999 las Autodefensas Unidas de Colombia le mataron a su esposo y a su hermano. En una tarde la fiebre de las balas acabó con todo lo que ella había construido. Se tuvo que ir de su amada La Gabarra “Para vivir arrimada en la casa de un hermano en Villavicencio” dice con todo el dolor reflejado en su mirada vidriosa, se pasa la mano por la cara y ese gesto pareciera que le ayudara a mitigar el sufrimiento. “En el 2005 perdí el miedo y volví al Catatumbo, solo allí en el lugar donde se perpetró la masacre puedo encontrar la paz”.
La Gabarra quiere olvidar para siempre esos años fatídicos donde las Autodefensas decidieron matar el siglo pasado de un disparo en la nuca. Hoy los que quedaron, los testigos que se fueron que convirtieron ese corregimiento en un pueblo fantasma pero que al cabo de unos años, por el apego y el amor que pueden sentir por su tierra y volvieron, buscan reivindicaciones. Esperan que la ley no solo les dé plata sino que les devuelva un poco de dignidad. Igual la han logrado recuperar a punta de su tesón. En el mes de septiembre el resucitado corregimiento de La Gabarra celebrará el sexto Festival de la Vida organizado por líderes como Virginia y el Padre Jaimes quien también se hizo presente en el evento. A pesar de su juventud ha decidido cargar al hombro con los recuerdos de una población vulnerada y masacrada como ninguna otra “Hace dos años llegué al corregimiento y estoy feliz de estar allí y ayudarlos a ellos, ayudarlos no solo fortaleciéndoles espiritualmente sino organizando junto con los líderes locales actividades como el Festival de la vida que no solo sirven para celebrar la existencia sino que servirá para perpetuar la memoria de los que cayeron en esa guerra sin sentido”.
Afuera varias víctimas decidieron no entrar a lo que ellos consideraban una farsa. Desplegaron sobre el suelo carteles donde criticaban duramente la forma como iba a ser entregada estas reparaciones. Pusieron al lado de la pasarela por donde entraban los políticos fotos en tamaño natural, de cuerpo entero de los caídos. En el pecho de cada uno venía una leyenda donde explicaban donde habían caído y que hacían. Todos era gente que con sus trabajos intentaba cambiar el curso de un país irremediablemente destinado al desbarrancadero. Intentar ayudar a que las cosas mejoren es una labor extremadamente riesgosa en el país del sagrado corazón.
Ojalá el gobierno no haya subestimado a las víctimas, me sorprendió ver lo perspicaces que son, para sobrevivir en este país de genocidas hay que ser extraordinariamente desconfiado y a Virginia el hecho de que ellos por ubicación en la sala fueran relegados a un segundo plano no es otra cosa que “Un mal inicio”. Afuera mientras una fila de particulares esperaba que llegara el Gobernador del Departamento para pedirle un puestico algo que ayude mientras pasa esta temporada tan dura que son los meses antes de las elecciones, una docena de vendedores ambulantes ofrecían a quince mil pesos la nueva ley de víctimas.
Hora y media después de lo pactado, ya con la casi totalidad de los invitados de honor que eran por supuesto los políticos de siempre y sin la presencia estelar del ministro del interior, una presentadora elegante que estuvo en los minutos previos sacándose fotos con los concejales de turno dio inicio al evento. Se pusieron en pésimas grabaciones los himnos de Colombia y Norte de Santander. En la tribuna brillaban como cuatro perlas preciosas las guayaberas de Juan Camilo Restrepo, Juan Cristo y William Villamizar. Adelante las viejas chismosas se tapaban la boca para hablar de lo mal vestida que vino Cuca Garcia-Herreros mientras atrás, una mancha marrón que se extendía por las butacas del teatro se preguntaba interiormente Que diablos hacemos acá. Ellos, las víctimas no cantaban el himno y los que lo hacían escupían con rabia sus estrofas. El hermano del dirigente popular asesinado, Tirso Vélez fue muy duro al decir que “Siempre los mismos con las mismas aprovechando escenarios como este para sacar un resultado político. No son más que lagartos”.
Algunas víctimas como Olinto decidieron ocupar las sillas de adelante en vista de que muchos doctores del gabinete departamental no se hicieron presente. Tal vez decidieron darse un día más de asueto en su calendario lleno de números rojos. Se sentaron en las butacas reservadas para la crema y nata de la sociedad, era su pequeña protesta, una forma de enseñarle a esa sociedad de los discrimina que ellos no solo quieren plata sino una vida digna, con los ojos enlagunados por la rabia, la ley de víctimas se le presenta a ellos como un favor del estado, no como un deber que tiene el gobierno de reparar el daño que se le ha hecho a esta gente. A los cinco minutos del discurso de Cristo las víctimas comenzaban a cabecear, cansados de un largo viaje que les tocó hacer por recibir eso que ellos consideraron perdido para siempre: La dignidad.
Bostezando, sin entender nada la gente comenzó a escuchar a Juan Camilo Restrepo y muchos preguntaban a que horas se iba a acabar esto porque ellos no estaban para esperar todo el día “Nosotros si llegamos temprano y ellos como siempre tarde, ¿Qué muy ocupados?...mamola!” Comentó una lideresa comunal. Hostigado por las fuerzas de seguridad del ministro del interior que seguía sin aparecer decidí marcharme. Le tomé unas cuantas fotos al cartel donde se anunciaba la Ley, un horrible mural donde se mezclaban fotos de desaparecidos, de dolientes y los sonrientes rostros de Vargas Lleras, Juan Cristo y Juan Manuel Santos. Quise buscar al viejo que vendía las banderas de Colombia para grabar su imagen pero que ya no estaba, seguramente el sol del mediodía ya lo había corrido.

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