14 de septiembre de 2011

LA EDAD DE LA INOCENCIA. UNA ROSA FRESCA ESTALLA ANTE NUESTROS OJOS

Allí sobre esas edificaciones pobres, como de barcazas empezó a cimentarse la metrópolis, la ciudad. Esos habitantes encorsetados que esconden su provincialismo entre los buenos modales y el chisme fueron los primeros neoyorkinos. Dicen que si a algún loco le da por bombardear Dublín ésta sería reconstruida a partir de la lectura concienzuda del Ulises. Cuando los aviones derrumbaron las torres más de uno pensó en que Nueva York sería borrada de la faz de la tierra y que si eso sucediera lo primero que tendrían que salvar serían las películas de Martin Scorsese para recordar cómo era la gran manzana.
Esa labor de arqueólogo se exacerba en La edad de la inocencia. Uno de sus primeros proyectos fue mostrar la Nueva York de finales del siglo XIX, ver como las pandillas se trenzaban en sangrientas peleas y así lograron conformar la urbe que hoy continúa deslumbrando al mundo. Lamentablemente su tan esperado proyecto Gangs of New York necesitaba de un presupuesto desbordado que solo treinta años después pudieron financiar los hermanos Weinstein con el final y la pelea que ya todos conocemos y que de paso afectó considerablemente la película. Esa Nueva York que el atormentado asmático quería filmar ya la había hecho en 1993.
Las peleas no salpicaban de sangre la pantalla, las pandillas seguían allí pero en vez de afilar sus cuchillos afilaban era sus lenguas. No se reunían en las penumbras de los callejones sino en la elegante oscuridad de los palcos y mientras una compañía francesa ponía sobre el escenario lo último de Verdi los habitantes de Nueva York combatían el aburrimiento levantando escarnios. A esa ciudad tuvo que llegar la condesa Olenska después de su fallido matrimonio con un licencioso príncipe francés. Las cosas definitivamente no dieron resultado y si bien el ambiente se ponía cada vez más tenso la condesa combatía su depresión yendo a los museos o conversando con artistas. Los snobs suelen ser algo pesados pero eso si nunca se aburren.
Buscando apoyo en su gente lo que encuentra son un poco de ojos escrutadores, de dedos que la señalan, de murmullos que la condenan. Solo Archer puede mirarla sin juzgarla, solo él puede calentar los gélidos códigos que la sociedad se ha impuesto. Pero Archer pronto se va a casar con su prima y sabe que no es propio de damas andar hablando con hombres que ya tienen la soga al cuello, hombres que la miran con deseo, hombres de los cuales ella fácilmente se puede enamorar.
La ironía de Scorsese flota en cada uno de los fotogramas de esta exhaustiva investigación sobre una sociedad decadente. Cada cuadro, cada plato, cada cuchara y cada pitillera tienen una historia que el director de Toro Salvaje no titubea en mostrarnos. Nos puede contar incluso de cuantos cubiertos puede constituirse una mesa y para que sirve cada uno de ellos. Ni Visconti pudo ser tan exhaustivo. Esta minuciosidad no es gratuita, si Scorsese nos muestra esos detalles es para constatar que ni siquiera el lujo desmesurado podía convertir a esa primera aristocracia en habitantes del mundo. Asi fueran a la ópera o compraran lo último de los amados impresionistas el pensamiento de la aristocracia neuyorkina no era mas que una caterva de viejos prejuicios. No parecían vivir en una urbe naciente sino en una capilla a medio construir.
Como en Casino o en Goodfellas el verdadero protagonista de la película es el narrador. La voz de Edith Warthon, autora de la novela homónima en la cual se basa el filme, se deja oír durante toda la historia. La fina ironía está siempre presente al igual que la intriga y la traición. Los gangster están allí, detrás de los carruajes y de esos peinados estrafalarios, detrás de las pinturas y los bailes en los salones. En su momento apenas llamó la atención de la crítica ayudado un poco por el Oscar al mejor vestuario que ganó ese año. Scorsese contó con un grupo de colaboradores de lujo, Dante Ferreti el director de arte de Fellini volvió a componer un escenario absolutamente real. Como en Barry Lyndon uno siente que estos directores no recrean una época sino que inventan una máquina del tiempo y filman desde el siglo XIX. Los créditos de las rosas abriéndose son violentos, sensuales, agresivos, toda una obra maestra hecha por el gran Saul Bass. La fotografía estuvo a cargo de Michael Ballhaus el hombre que ayudó a crear en la obra de Fassbinder ese ambiente siempre inquietante.
Con un presupuesto de 44 millones de dólares la película a duras penas pudo recuperar la inversión. Ya la gente no estaba dispuesto a ver historias del siglo XIX, con Forrest Gump y Jurassic Park la gente entendía que el futuro del cine estaba en una computadora. Casi veinte años después de su estreno La edad de la inocencia se empieza a convertir en un clásico, en otra de las grandes películas de uno de los directores más importantes de la historia del cine.

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