7 de octubre de 2011

LA FUENTE QUE NO SE SECA

Ayer quise escribir sobre una película que me había encantado profundamente pero fracasé rotundamente. A veces puede ser un impedimento la pasión desbordada que puedes sentir hacia un tema. Uno no debe hablar de las cosas que ama ni las que odia. Releí lo que escribí sobre Medianoche en París y lo encontré soso, predecible y sobre todo inútil. Me frustró durante todo el día saber que no podía aportar mucho a la discusión sobre la mejor película del año. Es parte de la crisis, últimamente no tengo mucho por decir y lo peor es como dice alguno de mis críticos “Esa verborrea que no dejar quedarme callado” me impulsa a seguir lanzándome por el precipicio.
Es un milagro de la distribución que esta historia surrealista, mágica y evocadora haya pasado por villorrios tan violentos y alejados del mundo como este. De entrada las imágenes te conmueven. París en la madrugada, en la tarde con la luz mortecina del atardecer, con sol o con lluvia siempre es bueno recorrer sus calles. Descubrí allí un portal que me pueda sacar de la mediocridad de mi mundo. El portal existe, yo también estuve en la casa de Gertrude Stein viendo como esta acababa con el último cuadro de Pablo Picasso, yo le conté mi historia futurista al gran Man Ray, yo un hombre de Cúcuta que reprobó sexto año conocí a los ídolos de mi niñez gracias al talento de ese abridor de portales, de ese mago llamado Woody Allen.
La esperamos durante meses y cuando ya perdíamos la fe volvió. La vi los cinco días que duró en un solo horario en la pobre cartelera local. Contrario a lo que venía pasando después de su última gran obra (Match Point) con Medianoche en París se renueva la ocasión haciendo algo completamente distinto. Podrá ser su canto del cisne si la regla general de hacer una película al año se rompe en el 2012. Será muy difícil superarlo con las pocas décadas que le quedan de vida a mi ídolo Woody Allen. El casting volvió a ser absolutamente delicioso, acertado, perfecto como los de la época de Juliet Taylor. Aparte de la entrañable actuación de Owen Wilson podemos quedarnos con el ronroneo perturbador de esa gata gigante que es Marion Cotillard o los ojos desorbitados de Adrien Brody visionado rinocerontes en un bistró. Todo fue exactamente como las imágenes que sacó en limpio Hemingway en su París era una fiesta, la visión de un artista es lo que vemos desparramado sobre la pantalla, la visión de un artista sobre la ciudad más bella que ha creado hombre alguno.
Esa ciudad posiblemente solo esté en la cabeza de los románticos que como Allen creen encontrar en los recovecos de Montmartre a Joyce robándole salchichas a una vieja vendedora alemana o que sobre el Sena encontrarán a Charly Parker estropeando un Stradivarius mientras ve a una pareja de novios follando sobre la plataforma de una embarcación. No es París lo que vemos sino la proyección que tiene un director de cine sobre esa ciudad.
Ninguna crítica puede justificar esta película que es un portal, un momento de felicidad suprema y sin embargo por más que nos esforcemos no podemos callarnos. Preferimos fracasar a guardar el debido respeto la debida distancia. Salimos de las tinieblas de la sala al resplandor del sol con ganas de fumarnos un cigarrillo y hablar de lo hermoso que es quedarnos encerrados en el calor de un café intentando escribir un cuento. Woody Allen no pierde la inocencia del primer artista y lo impresionante de Owen Wilson es que puede producir esa sensación de fragilidad y de inocencia. Parafraseando a Nietzshe un artista no es más que un niño, no importa el grado de erudición que tengas un artista encuentra en la oscuridad, en la intuición.
Pero todo esto no son más palabras huecas, sin sentido. Las obras maestras nos sacan la duda de la labor de la crítica. Después de ver este filme a uno le provoca nunca más volver a escribir sobre cine ¿Para qué? ¿Qué otra cosa podemos decir? Como demonios en algún momento de la historia pudo ser más importante Paulina Kael que John Cassavettes. Los críticos han demolido las últimas diez películas del realizador neuyorkino acusándolo de repetirse de auto plagiarse. Sabemos que eso no le moverá un pelo y que se desahogará besando a su clarinete. Mientras, en cada concierto vivirá sus momento de trance y pensará en su próxima película. Viendo Medianoche en París vemos que la fuente está lejos de secarse.

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