Era la época en la que todo se creía posible. Desde la periferia se gestaba la gran toma. Los estudios serían sitiados por la nueva camada de cineastas salidos de las universidades, de la cinefilia, de las cloacas. Todos eran jóvenes menos Robert Altman y Hal Hashby. Sin embargo Hal parecía la encarnación misma del hipismo. Gafas oscuras, barba frondosa, pelo largo hasta los hombros y unas camisas que parecían bordadas por cherokees. Había empezado como montajista, era conocido por su compulsión hacia el trabajo, podía durar tres días frente a una pantalla acomodando las imágenes filmadas por otros directores construyendo con planos prestados lo que para él tenía que ser un filme.
Pacientemente esperó hasta que la oportunidad surgió. Después de ganar el Oscar por su montaje en In the heat of the night las puertas de los estudios se le abrieron de par en par. Si bien El casero no le traería un éxito inmediato de taquilla si se hizo ganar el reconocimiento de los actores. Hasta en sus peores épocas los actores querían trabajar con él. Era como una especie de universidad, como lo que significa hoy en día trabajar con Woody Allen. Todo lo que se esperaba de él se confirmó con su tercer trabajo como director, El último deber, filme que de pasó significó la consagración absoluta de Jack Nicholson. Dos marines deben custodiar a un joven recluta hasta una cárcel de máxima seguridad solo porque se robó unas cuantos dólares de una colecta de la beneficencia. En el camino hasta la cárcel se hace inevitable que la camaradería no surja dentro de los tres colegas. La cerveza, Nueva York y la vida serán los puntos en común que tendrán. Además está la cara de ese inocente, de ese pobre muchacho sin familia que se aferró al ejército como un náufrago aferrándose a un pedazo de madera. Es holgazán y cleptómano, es distraído y tonto. No durará una semana en la cárcel por eso lo mejor sería dejarlo ir, salvar a ese pobre pájaro de las fauces de los linces. Pero la tentación no llega a ser tan fuerte y siempre se antepondrá la responsabilidad a cualquier resquicio de libertad. Nicholson obtuvo su segunda nominación a un Óscar al igual que Randy Quaid. Se empezaba a ver de que trabajar con el director de Harold and Maude significaba para un actor ampliar su caché.
En el último deber está prácticamente sintetizado el nuevo Hollywood. Una historia sencilla pero poderosa escrita por el guionista insigne de la década del setenta, Robert Towne. Cuestionamiento absoluto ante las instituciones y una declaración de principios a favor siempre del antihéroe. Principios que se mantendrían en otro de sus trabajos más representativos, Shampoo.
De la mano del todopoderoso Warren Beatty y otra vez con la férrea mano del guionista Towne, Ashby construye a un peluquero que enloquece a sus clientes no solo con sus raros peinados nuevos sino con su sexualidad irrefrenable. La película puede ser la más famosa de las que dirigió pero también se hizo célebre por la lucha sin cuartel que tuvo con Beatty por el control de la película. Montador por naturaleza Ashby dirigía tal vez con el único anhelo de poder tener la libertad absoluta en la sala de montaje. A Beatty no solo le interesaba ser una cara bonita. Le encantaba tener el poder en sus manos, que cada película que protagonizara fuera de paso una obra absolutamente suya. Dicen que quedó destrozado de esa lucha y que al ver la edición final no reconoció su película.
Para recoger sus pedazos se valió de cantidades industriales de Cannabis Sativa. Como un desesperado consumía porro tras porro. Parecía que vivía en una burbuja, sus matrimonios se iban a pique porque en su mundo parecía tener asientos solo para su compulsión a la hora de construir montaje y armas baretos. Además estaba el ron, el vodka, en la botella siempre encontró las respuestas que la vida le ocultaba.
Si bien con El regreso otro de sus actores, Jon Voight, ganó un Oscar significó tal vez su éxito mas rutilante sus días como director estaban contados. Los estudios le cerraron las puertas en la cara a todos los autores que se destacaron en la década del setenta. Michael Cimino y su Puerta al cielo ayudó a que los productores volvieran a tener el control de las películas. El sueño había terminado. Su alcoholismo y obsesión por la marihuana, aunque parece imposible, aumentaron. A mediados de la década del ochenta y con casi una década sin dirigir Ahsby cambió su manera de vestir y dejó los vicios a un lado. Se cortó el pelo y comenzó a vestirse con blazers azules. Quería que los productores vieran que había cambiado y que perfectamente podían darle un proyecto. Justo cuando parecía que iba volver al plató, estando en la mansión de Warren Beatty, el protagonista de Bonnie and Clyde le notó unas extrañas manchas en las piernas. Pensó que era flebitis y efectivamente era eso y mucho más. La flebitis era producto de un avanzado cáncer de páncreas.
Beatty lo convenció de que fuera al médico, a regañadientes fue. Le quitaron un pedazo de hígado, le aplicaron quimioterapias pero de nada sirvió. Sus últimas días estuvo postrado y amargado maldiciendo a Warren por haberlo obligado a operarse. Murió a los 59 años, en 1989. La ceremonia estuvo plagado de actores. Jeff Bridges leyó uno de los discursos, Bruce Dern también al igual que Nicholson. Ni la crítica, ni las taquillas le dieron el cariño y el reconocimiento que le otorgaron sus propios actores. Fue testigo en la última etapa de su vida de como un sueño se hacía pedazos, de cómo se hundió el imperio que los autores habían logrado construir.
Algunos dicen que Ashby no murió de cáncer de páncreas sino de corazón roto.
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