12 de enero de 2012

LA PIEL QUE HABITO. LA PELICULA DE UN ENFERMO

A lo largo de la historia del cine han existido por montones casos de agotamientos creativos. Después de haber catapultado el neorrealismo con películas tan hermosas como El limpiabotas, Ladrón de bicicletas y sobre todo Umberto D, Vittorio de Sica pasó a dirigir coproducciones millonarias dignas del más profundo de los olvidos. Bastaría la década de los setenta para convertir en mito al director Werner Herzog. Con Señales de vida, Aguirre la ira de Dios y Los enanos también empezaron pequeños, se mostraba como el director mas metafísico, más extraño y original que hubiera podido dar ese movimiento que resquebrajó el orden establecido y que fue conocido como El nuevo cine alemán. Sin embargo las fisuras en su obra comenzaron a verse después de que aceptara la oferta de la 20th Century Fox para que fuera distribuida su Nosferatu. El hombre duro y radical terminaría convertido en un cineasta a sueldo de las grandes compañías, en un mito fofo y enorme cuyo único interés era hacer filmes en lugares y condiciones extremas. El toque metafísico desparecería para siempre.

Francis Ford Coppola quien con la saga del Padrino pasó de ser un chupa medias de Roger Corman a convertirse en la esperanza suprema de los cineastas libres es ahora un anciano gordo que se le pasa rodando las películas más pedantes que se puedan encontrar en un cine-club. Su deseo dejó de ser dinamitar Hollywood. Ahora está mas interesado en establecer su imperio vinícola.

Michael Cimino, William Friedkin, Peter Bogdanovich no solo fueron casos en los que se vio el agotamiento total del talento sino que sus carreras terminaron porque al público que una vez adorara sus Exorcistas, Francotiradores o Lunas de papel, simplemente dejó de interesarle sus universos personales.

A diferencia de estos cineastas Almodovar en su etapa de lucidez logró crear una afición, como si su nombre suscitara el fervor de un equipo de fútbol. Una afición que no solo embarga al público sino que seduce y enferma a gran parte de la crítica española. Enceguecidos por el éxito que sus bizarradas producen en Estados Unidos los críticos no han querido ver los esperpentos que empezaron a salir de su manga después de haber hecho Hable con ella. Lo grave es que con cada nueva película el director manchego pone en peligro su legado porque, por ejemplo después de ver La mala educación uno se promete nunca más ver cosas como Tacones lejanos o la entrañable Mujeres al borde de un ataque de nervios. La repugnancia se repitió con menor intensidad en Volver y sobre todo con Los abrazos rotos donde pudimos notar un cierto reverdecer de ideas dentro de la cabeza del autor de Carne trémula.

Pero estas esperanzas terminaron de sucumbir al ver La piel que habito. La película venía precedida de muy buenos comentarios, donde celebraban el exitoso regreso de Antonio Banderas al universo almodovariano, se hablaba de dieciseis nominaciones a los premios Goya, se afirmaba una recuperación absoluta del talento transgresor de Pedro. Todo eso no es más que humo. La piel que habito es la película de un enfermo sexual, de un hombre que cree que porque tiene éxito y cinco críticos que siempre hablan bien de él puede desconocer los límites de la decencia y el buen gusto. Hay filmes como Saló o El imperio de los sentidos que presentan escenas de coprofilia explícita o de una manera abierta y sin tapujos primerísimos primeros planos de un coito, acá a pesar de no haber visto genitales presenciamos escenas absolutamente aberrantes, escatológicas.

En un afán desmedido por seguir siendo la vanguardia del cine español, Almodovar ha escrito uno de sus proyectos soñados, porque desde hace diez años buscaba encontrar la manera de adaptar una de sus novelas preferidas Tarántula de Thierry Jonquet. El tema central, convertir a un hombre en contra de su voluntad en una mujer. Si algo había de vital y a la vez de divertido era ver esas locas que hablaban sin tapujos de las ganas irrefrenables de chupar polla, dicho con todo el descarno posible, sin tapujos. Creíamos en esos travestis porque dentro de sus películas aparecían como si fueran seres de carne y hueso, creadas desde la brillantez de sus guiones. Y eso es de lo que mas adolece este filme, de historia, de argumento, de creación de personajes. En los primeros diez minutos creemos que el punto de vista va a estar focalizado en el cirujano plástico que como un Frankenstein post-moderno a creado piel artificial para revestir a su autómata, a su Olimpia. Podemos perdonarle al manchego que el cirujano esté encarnado en un Antonio Banderas inexpresivo como siempre y cuyo mejor papel seguirá siendo hasta la fecha el del Gato con botas. Creemos que estamos viendo algo muy raro, novedoso, algo que despierta inmediatamente nuestro interés de voyeurs. Pero empiezan a aparecer personajes y situaciones que están allí solo de relleno, que no le aportan absolutamente nada a la historia.

Seca, vestido de leopardo en plenas festividades es un fantasma que solo nos sirve para saber que la anterior mujer del cirujano era una perra. La extraordinaria Marisa Paredes es un ama de llaves, la Igor de Banderas que a la vez es su madre y a la vez su amante y a la vez la guardaespaldas. Es a veces muy buena, a veces muy mala. Su temperamento inestable dentro del filme es debido al poco cuidado con el que fue construido su personaje dentro del guión.

Bueno y los espectadores necesitábamos ponernos de parte del protagonista, sentirnos identificado con él como sucede en las grandes películas. Pero la pobreza actoral de Jan Cornet es innegable, amarrado en un sótano implora piedad no como una víctima a punto de ser torturada, furcia implorando el látigo de su amante ocasional. No sentimos piedad por ese joven medio amariconado (Parece ser esta la única orden que le da Almodovar a sus actores. Mariconéate un poco) cuando el doctor sediento de venganza comienza a volarle la verga, a meterle tetas, y a ponerle el hermoso rostro de Elena Amaya. Esos ojos vidriosos con los que aparece ella de principio a fin del filme parecen la señal absoluta de que no entiende su papel, de que está ahí haciendo de un hombre que ahora es una mujer porque trabajar con Almodovar sin duda que da prestigio o sino pregúntenle a Carmen Maura o a Penélope Cruz.
Además para los amantes del cine del realizador español no se preocupen que otra vez vuelve a aparecer un bolero cantado por alguien del tercer mundo como sucedería con caetano y su currucucu en Hable con ella. Las señoras de edad y los maricas se enternecerán ante la sensibilidad de esta negra con un profundo acento español cantando las viejas canciones del trópico.

La crítica mundial por supuesto ha vuelto a sacar sus vuvuzelas y ha celebrado a rabiar esta nueva joya dentro de su filmografía. Alaban la puesta en escena, los decorados de Guillermo Pérez Villalta y las alusiones al arte de Louise Bourgeois, yo la verdad no se quién es este último artista pero en la mayoría de críticas que leí lo reseñan como un gran pintor. La crítica sigue pensando que Almodovar ha sabido representar como nadie el legado de R. W. Fassbinder, yo por supuesto que discrepo absolutamente de esas opiniones. Para mi cada vez se parece más a la loca drogadicta que cantaba Voy a ser mamá con Macnamara, solo que en esa época tenía sentido del humor y por qué no algo de talento.

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