No habían transcurrido cinco años de haberlo inventado y ya los Lumiere pensaban vender su invención. Con la llegada del tren a la estación de la Ciotat, o la salida de los obreros de sus propias fábricas los hermanos habían logrado lo imposible; todo lo que pudiera captar su máquina perduraría para siempre, era el primer triunfo que teníamos los mortales sobre la muerte. Pero para ellos el invento no había durado un lustro y ya sentían que el pública se aburría con esas tomavistas que reflejaban la cotidianidad de una calle, de una familia o el rostro adusto de un rey. La gente cada vez se preocupaba menos por ir a las barracas y dejarse sorprender por el milagro proyectado sobre una sábana blanca. Seguramente el cine hubiera muerto al nacer si un mago, discípulo del gran Robert Houdini, no se lo hubiera comprado a los hermanos.
La vida de George Melies cambiaría para siempre cuando al entrar a una barraca viera a un puñado de gente moverse a 16 cuadros por segundos. Invirtió todo lo que tenía, vendió su teatro, su casa, todo para comprar el invento. Él fue el primero en ver el aparato como una pluma que servía para narrar historias. Además descubrió por accidente que si se hacía un corte preciso la cámara podía servir para hacer desaparecer y aparecer gente. La cámara era una varita mágica y en las manos del presdigitador se convirtió en una máquina de sueños.
Papá George construyó un estudio, un pequeño chalet hecho en vidrio para que la luz del sol entrara todo el día y pudiera filmar sin problemas. En 15 años hizo 500 películas, creando una afición, un fervor que muy pocos hoy podrán imaginar. Adaptó obras de Melies y su Viaje a la luna es considerada la primera obra de ficción que logró un éxito sin precedentes en el mundo. El mago estaba en la cresta de la ola, tenía pensado abrir estudios en América, expandir su poder, seguramente lo hubiera hecho si la guerra no hubiera estallado. Entonces los hombres dejaron de vivir en el país de los sueños y se enfrentaron contra la odiosa realidad. Las trincheras, la gangrena, el barro perpetuo, el gas que se te pegaba a la piel y la corroía, el traqueteo macabro de las ametralladoras… de un solo bombazo se destruyó el mundo que conocíamos y para gente como George Melies no habría un espacio en él.
Los hombres ya no creían en la magia y el de lo único que podía hablar es de esas regiones de lo onírico que pocos conocen. Nadie quería ver sus historias. Desilusionado vio como el sol y el viento derrumbaban su palacio de espejos, quemó la utilería, esa vieja luna con un monóculo ardió ante sus ojos. Vendió las películas que tenía a una fábrica que necesitaba los químicos de los que estaban hechas las cintas para hacer zapatos de tacón, con lo que le dieron Papá George abrió una juguetería. Desde el mostrador veía como todas las mujeres de París taconeaban sus historias.
Todo director de cine es un cinéfilo pero dudo que alguien pueda tener el fervor de Martin Scorcese. En documentales como Viaje por Italia o Un recorrido por el cine norteamericano el director de Malas calles nos cuenta, sentado en una silla, que su vida ha transcurrido no en un salón de clases o una biblioteca sino en el claroscuro perpetuo del cinematógrafo. A él era el encargado de contarnos la magnífica historia de un hacedor de autómatas, de un inventor, de un soñador solo comparable con Leonardo condenado por una época brutal a vivir los últimos años de su vida en el ostracismo.
La invención de Hugo Cabret no es solo un homenaje al cine sino a todos aquellos que han tenido la necesidad y la capacidad de inventar máquinas que puedan captar o medir la realidad. El papá de Hugo en un relojero, su trabajo es medir y controlar el tiempo. Ha encontrado en un museo un autómata a medio construir. Con las reparaciones adecuadas y buscando una llave con forma de corazón el autómata podrá andar. Como el Vincent Price de El joven manos de tijeras Jude Law morirá dejando a la máquina y a su hijo huérfanos.
Hugo está convencido que si repara al hombre mecánico podrá develar el mensaje de su padre. Conoce a una niña, nieta de un anciano amargado que vende juguetes en la estación del ferrocarril. La niña evade la realidad a punta de David Copperfield, Ivanhoe y demás libros que el bueno de Cristopher Lee le deja sacar de su librería. Hugo se fija bien y descubre que la niña lleva colgada en el cuello la llave en forma de corazón que lo puede comunicar con su padre. La lleva a su refugio, introducen la llave, el autómata se mueve y comienza a dibujar una luna con ojos y boca y con un cohete como monóculo. El hombre mecánico había sido invención de Melies. La niña y Hugo descubren que papá George ha sido uno de los padres del cinematógrafo.
El homenaje no solo se sostiene en las imágenes de Buster Keaton siendo elevado por una locomotora, Harold Lloyd escalando un rascacielos en El hombre mosca, sino que cada momento de la película evoca filmes de los cuales es devoto su director. Hugo Cabret, el pilluelo que vive entre los muros de la estación de tren y que muchas veces tiene que robar para poder vivir su anarquía le recuerda a uno al Antoine Doinel de Truffaut. En la escena en que roba la medialuna y el frasco de leche están los Cuatrocientos golpes al igual que en la estrecha celda a donde lo ha puesto el policía con cara de Borak. El hecho de que la mayoría de la acción de la historia se desarrolle en una estación de ferrocarril es un homenaje al cinematógrafo. Desde Ford a Yasujiro Ozu pasando por Buster Keaton o La bestia humana de Renoir, el tren es el carrete cinematográfico pasando por la luz que proyecta las imágenes. Sentado en un tren lo que ves por la ventana no es mas que otra película, la captación de la realidad total. Scorsese se da el lujo incluso de descarrillar su tren, de hacer realidad los miedos de esos primeros espectadores que vieron en el café de las capucines un día de los inocentes de 1895, como un tren se abalanzaba hacia ellos y estos tenían que correr desesperados para no ser aplastados; no hubo espectadores de cine más atentos como los de esa tarde en París.
La niña siendo aplastada por la multitud recuerda la escenas del tumulto frenético reprendido por los sangrientos oficiales zaristas en el II movimiento, Las escalinatas de Odessa de la monumental El acorazado Potemkin, Hugo sostenido en un reloj como Harold Lloyd en El hombre mosca, el divertido inspector de la estación, (Todo un acierto del casting dándole el papel a Sasha Baron Cohen) recuerda las persecuciones del slapstick. El homenaje está en cada fotograma, en el rodaje de las películas de Melies dentro del palacio de cristal, en la manera como nos muestran como fue la fabricación de los decorados, el maquillaje, la manera como pintaron el negativo, todo tan artesanal, lejos de los efectos de la modernidad, pero produciendo un asombro entre los espectadores de esa época que no se ha vuelto a recuperar ni siquiera en nuestros días con una tecnología apta para cualquier tipo de efecto especial.
Desde que hace cuatro años atrás el 3D empezara a convertirse en una moda no veíamos resultados técnicos tan bien logrados como los que encontramos en La invención de Hugo Cabret las caras las sientes encima de ti, te da vértigo, te sientes por fin viendo una película en tercera dimensión. Considero una falta de respeto con ustedes mismos verla en una copia pirata. Este, como todos los filmes está hecho para verse en su formato original que en este caso es el 3D. no podrían juzgar ni entender la importancia de un filme como estos si se traiciona este precepto. El sonido, el color, Hugo Cabret es la película de un hombre que maneja a sus anchas la técnica, la narración, un hombre que no se cansa de sorprendernos. No hay nada mas hermoso que un gran cineasta haciendo una película sobre lo que mas ama, sobre lo único que puede disfrutar, el arte que ha muchos nos vuelve monotemáticos, locos, el único escape que tenemos los que no nos podemos conformar con la pobreza de la realidad.
Todo gran cineasta es un presdigitador y Scorsese en su último acto nos ha vuelto a sorprender.
Podrá ser todo lo que quiera pero más que nada esta película es realmente aburrida. Saludos
ResponderEliminarPues para nada pienso que sea aburrida, todo lo contrario! Hugo entretiene y de yapa el espectador queda más lúcido que antes.
ResponderEliminarA propósito anónimo comentarista... ¿quién es usted para juzgar este tributo del maestro Scorsese al genial Georges Méliés?
Lo único que sé es que usted no sabe sobre lo que escribe, un par de frasesitas descalificando a Hugo y argumentos por ningún lado.
Gracias Ivan por compartir sus reflexiones sobre este hermoso homenaje al pionero del cine por excelencia.