Estás con ellos en el camión, puedes
sentir como los poros se abren, como la respiración se acelera.
Alguno puede creer que solo es un mal presentimiento, ahora abrirán
la puerta y dejarán la oscuridad para sentir por fin la libertad de
tener un trabajo, un sueldo digno...que incluso sobre algo para
mandar a la casita. El camión se detiene, un hombre gordo y
uniformado, con un galil en las manos les grita que se bajen. Es un
camino destapado en medio de la nada. Los hombres rodean a los
muchachos, les hacen poner unos camuflados. Ronald temblando, como
estamos todos en la sala se va poniendo el pantalón, la camisa,
piensa en esa cicla gigante con la que se ganaba la vida y que hace
tan poquito se la robaron, en su mamá, en Lady la chica que ama,
nada de eso se le irá del pensamiento en los últimos instantes que
respirará en la tierra, ni siquiera el ruido ensordecedor de los
disparos estrellándose contra su cuerpo lo sacará de esas imágenes
tan queridas, tan hermosas. Detrás de los cerros no quedaba un
futuro mejor sino la muerte.
La sala queda en silencio cuando
irrumpe la luz, nos miramos y nos sentimos culpables. Colbert García
nos quita la inocencia y nos convierte en testigos.
Silencio en el paraíso es una película
necesaria en un cine que apenas se está armando, que está dejando
de creer en los tópicos que marcaron su existencia. Para el
espectador común esta es otra película que se ensaña contra la
imagen del país “Acá no todos somos malos” dice una señora
obesa en el pasillo de la sala “Yo al menos no lo soy” insiste
mientras se acomoda el busto. Colombia es un país donde se asesinan
un promedio de 18 mil personas al año y donde apenas se hacen 15
películas. Me provocó levantarme y calculadora en mano explicarle a
la señora que lo que faltan por contar son mas historias como esta.
Después desistí, es normal que piense así, no puedes pelear con el
viento porque te despeine.
A pesar de su honestidad la opera prima
de Colbert García no se ensaña en imágenes crudas ni burdas. Los
personajes no todo el tiempo están quejándose por la dura realidad
que les toca vivir, al contrario, se enamoran, se ilusionan, tienen
aspiraciones, poseen un universo. La tragedia está ahí, acechante,
viva, invisible pero siempre presente.
Uno de los puntos altos del filme está
en su impecable dirección de actores. Es inevitable uno no sentirse
identificado con Francisco Bolívar el talentoso actor que encarna a
Ronald. Es precisamente en el silencio cuando más podemos acercarnos
al dolor que siente el personaje. Bolívar surge como una revelación
de este cine nuestro tan desprovisto de talento actoral. Todos los
vicios de la televisión y del teatro son arrastrados a la pantalla
grande. A excepción de Pedro Palacio, quien interpreta a un militar
completamente unidimensional, un malo desprovisto de cualquier tipo
de humanidad, los actores de esta película logran transmitir la
emoción que necesitaba una historia tan devastadora como esta.
Lamentablemente y como suele suceder la
distribución de la película fue deficiente. Tan solo estuvo un par
de semanas en Bogotá mientras que en el resto de la cartelera
nacional fue prácticamente ignorada. Esperemos que el reciente
reconocimiento en el Festival de cine de Málaga (Mejor película
latina, premio del público y mejor director) visibilicen una
película que todos los colombianos deberíamos ver .
Los cuerpos quedaron ahí sobre el
pasto. Bastarán un par de minutos para que las garrapatas comiencen
a meterse por el ombligo. En anillos marrones los chulos comenzarán
a descender sobre ellos. Nadie recordara sus nombres. Solo son
estadísticas...números fríos.
El relato de una Colombia que nos cuesta admitir, somos tan culpables de los horrores que llegamos al indolente punto de no retorno de contar como un simple número una historia de vida, un sueño... Me conmovió hasta las lágrimas
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