26 de agosto de 2012

EL SACRIFICIO De Andrei Tarkovski. El iluminado.


Pobre Tarkovski ni después de muerto lo dejan en paz. Para unos su cine es el culmen del snobismo y del aburrimiento. Una persona que por lo general dice ser fanática del director ruso suele cargar una boina y una pipa que no usa. Para otros, entre los cuales este servidor se suscribe  el creador de El espejo es un iluminado, un artista que es para el cine lo que fue Van Gogh para la pintura y Bach para la música.
Puedo pecar de seudo, posudo y aburrido. Pero ¿Qué otro camino me queda si no es la sinceridad? Desde estas páginas he tratado de desplegar mi amor incondicional al cine, no importa si venga en descarados estuches fascistas como fue el caso de Los vengadores o tengas tintes mamertoides como es el caso de Novecento. A mí no me importa el qué sino el cómo. A Tarkovski le debemos el haber transformado el cine en una máquina capaz de apresar un sueño. Inventó una manera de captar el tiempo, de volverlo universal a partir de su propia mirada. Por eso un plano de él no se parece a ningún otro.
                                    Tarkovski y el director de fotografía Sven Nykvist

A pesar de que era un amante incondicional del cine, es muy difícil determinar de dónde procedían sus influencias. Su amor a las películas de Bergman lo llevó a aceptar la oferta del Instituto Sueco de Cinematografía dónde le proponían financiar completamente la idea que él quisiera. Desde 1981 había empezado a escribir un guión con uno de sus colaboradores habituales, Arkadi Strugatski pero las diferencias políticas y su exilio definitivo impidieron que el trabajo se completara. Cuatro años después con todos los recursos a su disposición se embarcó en la escritura final del guión.
El sacrificio es la historia de cómo vive un hombre los últimos días del planeta. El temor siempre latente en la guerra fría de que una bomba despertara cientos de ojivas nucleares se hace patente en la última película del director ruso. Esta trama es solo una excusa para que Tarkovski nos hable de lo que él piensa del ser humano, de esa necesidad absurda de no entender la naturaleza, como trataron los griegos en la antigüedad desde su ciencia, sino de dominarlo y crear eso que llaman tecnología. Puede sonar un poco ingenuo, trillado, naif…. Pero estamos hablando de un iluminado y a este hombre hay que creerle. Ver esta película es asistir a un hecho verdadero, real.
                                                           El padre y el hijo

El filme tiene dos historias maravillosas escritas por el director quien seguramente si no hubiese tenido el recurso del cine hubiera desplegado su talento en la poesía siguiendo los pasos de ese gran escritor que fue su padre, Arseni. En una de ellas habla de una madre que en plena Guerra fue a despedirse de su hijo, quien se alistaba en el ejército a la estación. Minutos antes de abordar el tren decidieron tomarse una foto. Pocos días después la mujer recibiría la noticia de que su hijo había muerto en el primer combate que sostuvo. Pasó el tiempo, la mujer olvidó la fotografía. 20 años después la mujer estaba en otra ciudad. Pasó por una casa de fotografía y se tomó una foto. Mientras esperaba a que se la revelaran comenzó a ver los álbumes que estaban sobre el mostrador. Gente sonriente, amargada, niños llorando, pasaba y pasaba páginas hasta que la visión de una de ellas la dejó helada. Allí estaba su muchacho, de la misma edad que tenía cuando murió, agarrado de la mano de una mujer mucho mayor que él. Se acercó más a la foto y comprobó que era ella pero con la edad que tenía en la actualidad.
Si existe una influencia en su cine debemos buscarlo en la gran literatura rusa del siglo XIX. Por eso Erland Josephson, el gran compañero de Bergman, acá interpreta a un actor retirado que entre otros papeles encarnó al príncipe Mishkin, el personaje central de El idiota de Dostoyevski.  Como él, es capaz de dar la vida por los demás. De rodillas le suplica a Dios que le dé una oportunidad, que si quiere él es capaz de quemar la casa, olvidarse de su familia, de su amado hijo pequeño.
                                             La bruja viendo a la casa ardiendo

 Cuando todos pensaban que al mundo le quedaban un par de miserables horas, Otto, el cartero, le dice que todavía queda una esperanza. Marina, la extraña empleada Islandesa que vive al lado de una iglesia abandonada, es una poderosa hechicera. Si él se acuesta con ella ocurrirá el milagro. En una secuencias alucinante, el patrón y la sirvienta vuelan mientras hacen el amor, no a la manera cursi de un Eliseo Subiela, sino con la maestría de la que solo es capaz uno de los mas grandes artistas que ha habido jamás.
La casa arde, los loqueros van por el desquiciado. Se lo llevan, la familia impávida ve como la caza se doblega ante las llamas.
Lejos de la imagen que le quieren dar de monje santo recluido en monasterio Tarkovski era un tipo abierto al buen cine, vinera de donde viniera. Está comprobado que en el festival de Londres de 1985 vio otra de las grandes películas sobre el apocalipsis, Terminator de James Cameron impresionándole gratamente.
                                                     Una pausa en el rodaje

En la postproducción las dolencias físicas que empezó a sufrir durante el rodaje comenzaron a agravarse. Además su postura de no volver jamás a su país mientras prosiguiera la dictadura se radicalizó. La enfermedad lo consumió con una rapidez extraordinaria. Moriría en la navidad de 1986. Dicen que no fue un cáncer común y corriente. Que agentes de la KGB envenenaron a él y a sus colaboradores más cercanos. La prueba está en que la mayoría de sus colaboradores caerían víctimas del mismo cáncer pulmonar.
Su horror a la guerra y a toda forma de dominación quedaron impregnadas en las siete películas que alcanzó a hacer a pesar de que los dirigentes soviéticos hicieron todo para sabotear sus proyectos. El gobierno de Gorbachov hizo hasta lo imposible por traer de regreso sus cenizas a Moscú pero la viuda fue inflexible.
Andrei Tarkovski vive su sueño eterno en París.

1 comentario:

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