Al hueco más inmundo del planeta no llegan las películas nominadas
a los Óscar. Cada una de las críticas hechas en El ateneista se ha escrito
después de haber visionado el film en una sala de cine. Este año me veo en la
extrema necesidad de verlas desde la pantalla del televisor, online o copiada
en un DVD mal subtitulado o con pésima resolución. Anoche lo intenté con Amour de Haneke, entré a internetcine.org que es de
las pocas páginas que no ha sido atacada por un león que no para de rugir. La empezamos
a ver y a confirmar el grado de maestro indiscutible que se ha ganado el
director austriaco después de La cinta
blanca cuando en la mitad, justo en la mitad de la película la conexión se
cayó y tuve que maldecir una y cien veces a los dioses del cine.
El cineasta Michael Haneke
Últimamente cada vez que voy al cine me siento como si
estuviera traicionando a alguien que yo fui. La necesidad de escribir sobre
cine me ha convertido en un espectador profundamente católico, no a la manera
de Bazin por supuesto sino a la manera de la viejita que va a misa los domingos
y siente resignación y misericordia ante todo lo que ve. Para mi triste
consuelo esta misma actitud la he visto no sólo en críticos nacionales sino en
revistas tan prestigiosas como El amante.
Leonardo D’espósito, su crítico bandera se atrevió a decir en el 2010 que Avatar “Va a tener la importancia de El nacimiento de una nación” no porque
esta historia repugnantemente ecologista le haya aportado algo al lenguaje
cinematográfico como si lo hizo la película de Griffith si no por los avances
tecnológicos que le aportaba al cine.
Esa condescendencia, es lo que ha permitido que el cine le
pertenezca cada vez más a la tecnología que al arte. Si vas a Hollywood
descubrirás que ya los taxistas han dejado de decir que son guionistas , ahora
son ingenieros. En nuestros días un rodaje se desarrolla en un setenta por
ciento sobre una pared azul donde los actores se convierten en mimos que
imaginan estar luchando contra guerreros demoniacos a través de una pantallita
de video. El cine se parece cada vez más a los videojuegos y viceversa.
Billy Wilder
Hace unos años le escuché a un muchacho que estudiaba guion
en Buenos Aires que el futuro de los guionistas iba a estar en los videojuegos
porque estos cada vez contaban mejores historias. Lo decía feliz porque gracias a esto él iba a
poder con su mediocridad saltarse todas esas cosas aburridas, complicadas y
humanas que escribieron para la gran pantalla blanca y negra Charles Brackett,
Billy Wilder, James Agee, Robert Towne, Ben Hecht, Robert Bolt o Paul Schrader.
Ahora iba a aprender mejor divirtiéndose mientras mata zombies en una
arriesgada y complicadísima misión. “El cine viejo es aburrido” decía una y
otra vez.
Hay una deficiencia que ha puesto desde los ochenta en
peligro al cine y es que sus estudiantes o los que directamente lo hacen no ven
películas, desconocen su historia, no reflexionan las películas, no entienden
de emociones, no saben de qué va la vida porque han pasado muchos años delante
de una pantalla matando alienígenas. No vamos a tener que esperar demasiado
para ver como ya no se necesitarán guionistas para estructurar una historia. Habrá
un programa que calcule bien los minutos en que la película deba hacer reír o
llorar a su público. La manipulación es total. El director jugará con los
sentimientos del espectador desde una pared llena de botones, el verde saca
lágrimas, el rojo grande risas, el negro miedo. Ir al cine será una experiencia
completamente deshumanizante.
Pareciera que todos esos genios que alguna vez escribieron
películas se hayan pasado para la televisión. Hace unas décadas ver una serie
significaba la degradación total para un cinéfilo. La televisión ya había
aportado sus joyas allá a finales de los setenta con el Alexander Berlintplatz de Fassbinder, a mediados de los ochenta
Edgar Reitz sorprendió al mundo con su Heitmar
y empezando los noventa David Lynch estableció los parámetros estéticos del
grunge con su magistral Twin Peaks, pero estos trabajos significaron hechos
aislados, pequeños aguaceros en un paisaje áspero, seco y estéril. Fue a mediados de la década pasada cuando
comenzó a aparecer la tendencia de la serie como Obra de arte y empezamos a
darnos cuenta de que el cine como tal estaba vivo solo que se había reducido a
las dimensiones de un televisor.
Una de las cosas que me molestaban más de las series es que
fueran incapaces de seguir una historia a través de toda una temporada, ¿Por qué
ese afán de conseguir adeptos a medida que la serie transcurría en vez de
engancharlos con una historia larga que durara toda una temporada? ¿Por qué la
televisión tenía que desperdiciar el tiempo para desarollar sus personajes si
justamente una de sus ventajas con respecto a las películas son los años que
puede durar una de sus historias? Estos problemas parecen haberse zanjado para
siempre. Los soprano fue el primer
aviso, después vendrían las series que catapultaron la televisión a su adultez
definitiva hablo de Mad Men, Breaking Bad
y ahora Homeland.
La hermosa Joan Holloway de Mad Men
En Mad Men no solo
vemos como se han construido personajes que tienen vida, sino que hemos sido
testigos en sus cinco temporadas de como cada uno de ellos ha cambiado se ha
desarrollado o degradado, enflacado o engordado, se ha puesto bella o al contrario
ha perdido sus atribuitos ¡como sucede
en la vida real!. Dicen que Lars Von Trier lleva veinte años haciendo una
película donde precisamente muestra como una niña crece y envejece, al parecer
el danés filma todos los años unos veinte minutos y espera tenerla lista para
dentro de ocho años. Este tipo de extravagancias no tiene sentido después de
ver al genial y encantador Donald Draper envejecer con nosotros o presenciar
como al otrora esbelto Pete Campbell se le empieza a notar una incipiente
papada.
Pero no sólo son los personajes los que nos atrapan sino la
época, los sesenta, la década donde empezó la adolescencia, donde la música
estalló, donde todo estaba lleno de colores, donde ejecutivos cincuentones como
Roger Sterling son capaces de vivir una experiencia de LSD no solo como un goce
estético sino como una experiencia terapéutica que le ayudará a replantearse su
vida. La década donde todo cambió, vemos como las mujeres asumen el poder, se
rebelan ante sus maridos y cambian definitivamente el mundo. Si quieren viajar
en el tiempo no esperen a que los chinos terminen de perfeccionar su máquina,
vayan a Netflix y déjense embrujar por el cigarrillo, el whisky, el pop y la
marihuana.
Esos mismos cambios que vemos en los personajes de Mad Men se sienten todavía más en lo que
va de la última temporada de Breaking
Bad. Poco queda del profesor de química medio lento, asustadizo y
manipulado completamente por su esposa, ahora Walter White es Heisenberg, el
dueño de la ciudad, con su pinta a lo Burroughs ya no le tiembla el pulso para
eliminar a todo aquel que se le interponga en su camino sin importarle si son
inocentes …. O socios.
Walter y Jesse. Construir un imperio es muy duro
Como me quedé sin más capítulos para ver de estas dos
magistrales series comencé a ver American
Horror Story, en unos cuantos días acabé su primera temporada y me
sorprendió la serie. En el cine es difícil que algo te pueda perturbar, acá sus
creadores se valen del tiempo otra vez para convertir a sus personajes en
personas vivas (Así algunas lleven décadas muertas) y podemos sopesar y
entender que un fantasma nunca es malo sino que está triste, melancólico y
sobre todo muy solo. Además y como deben
ser las grandes historias de terror es consecuente con el contexto en
que fue realizada. Aborda el tema de la crisis financiera e hipotecaria en los
Estados Unidos de una manera cruda, realista y asfixiante. No te puedes ir tan
fácil de una casa encantada cuando todo lo que tenías lo has puesto allí y ya
nadie te quiere comprar. Es mejor soportar los espantos que declararse en
bancarrota, es más sano para tu salud mental.
Como nunca antes la televisión está llenando el vacío de
millones de espectadores de cine que hoy se quedan huérfanos al ver que los
efectos especiales han desplazado a los sentimientos. Cada día aparecen nuevas
propuestas, nuevas ideas, nuevas historias que quieren ser contadas. Netflix anuncia
una serie política protagonizada por Kevin Spacey y producida por David Finsher
y FX acapara los Globo de Oro y los elogios de la crítica con la segunda
temporada de Homeland. Mientras tanto
en Colombia todavía muchos creen que las series buenas son las de los ochenta McGyver, Los magníficos o Profesión peligro con Lee Majors.
Estamos muy lejos de que cualquiera de esas series mencionadas remplace a La rosa de Guadalupe o El cuerpo del deseo, igual nuestra
televisión está hecha para enanos mentales.
Si no tienen una vida y están aburridos abran su
computador a la edad dorada de la televisión. Van a sentir por un momento lo
excitante que era el cine en la década del setenta cuando los directores
aspiraban a ser autores y no eran lo que son hoy, técnicos muy eficientes que
tienen miedo de que algún día el estudio no los vuelva a llamar.
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