Luego de un efectivo tráiler que dejaba en el ambiente la
idea del arribo a las pantallas de un thriller poco
menos que perturbador, Secreto de
confesión (2013) se evapora, se pierde en el aire de sus propias
inconsistencias.
La cinta de Henry
Rivero, en un orden casi que aleatorio, narra el descender (a regañadientes) del
infierno al sótano de un grupo de personajes entre cuyas faltas para no merecer
misericordia en esta tierra sombría que se menciona como Colombia está el
inmiscuirse en un delito que incluye un coctel de políticos, sicarios,
multinacionales y muchos millones.
En medio de estos
elementos, que por poco no alcanzan a ser personajes, excepto en el caso del senador
Ruiz, quien a través de Luigi Sciamanna logra transmitir la frialdad del
corrupto empedernido, se encuentra la figura principal representada en el
teniente Restrepo (Juan Pablo Raba).
Este policía lleva
sobre sus hombros la responsabilidad de resolver la cadena de homicidios
desatada desde el inicio, primero, como deber por su trabajo, segundo, como
placer de su sentido de la justicia y, tercero, porque a lo largo del relato
van surgiendo en el personaje motivaciones oscuras e inquietantes (desde
alucinaciones con la imagen de su padre hasta el inconfesado deseo por una
mujer, hija de una de las víctimas) que sacan a flote su verdadera naturaleza:
Restrepo es un tipo violento y reprimido en busca de pretextos para reaccionar
agresivamente.
La por igual atención
prestada por el director a estas disímiles razones, así como un asfixiante
trabajo de cámara sobre el rostro de los actores a lo largo del rodaje, constituyen
los principales reparos para que el hilo conductor de la historia se convierta
en una atropellada madeja cuyas vueltas no logran atrapar del todo la emoción de
los espectadores.
Si a esto se suma que
la película viene cargada de un componente religioso y moral que busca
mostrarse a toda costa, como un gato que se ahoga, el sabor que deja Secreto de confesión es el de un
archipiélago de subtemas en que en el paso de un valor a otro a veces naufragan
escenas completas. Sólo por momentos, escasos de cualquier modo, las impostadas
reflexiones del “justiciero” Enrique (Marlon Moreno) o la angustia del senador
Ruiz hacen llevadera la asistencia a la sala.
Un conjunto cuyos
aciertos de interpretación y técnica pueden apreciarse solo fragmentariamente y
con pinzas, Secreto de confesión es
un plato frío que para nada incita a saber de qué venganza se trata.