25 de septiembre de 2009
SARCÓFAGOS - PARTE II
Belgrano está lleno de fuerzas malignas, sin embargo nosotros disfrutamos mucho Belgrano. Nos gustan las embajadas y los Mercedes Benz que de ella salen. Apreciamos mucho el lujo ajeno. Si yo hubiese aprendido a modelar mis cuadros seguramente hoy en día sería un pintor multimillonario, sin embargo nadie creyó en mí. No entendieron que los garabatos sólo eran una puerta que se abría ante un poema. Cómo lamento haber quemado todos esos cuadernos. Gracias a mí dos bolas y un palo dejaban de ser un burdo aparato reproductor masculino para convertirse en la viva imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Él estaba en el cielo viendo todo el día a su país Colombia. Desde el cielo su país sólo es un reguero de hormigas moviéndose a diestra y siniestra porque Dios les ha dado esa libertad. Las dos bolitas son dos enjambres de abejas. Quería hacer una gran serie de bolas y palitos y abajo grabar en letras de oro que glorificaba el cambio de mando, porque desde el último terremoto de Cúcuta el Diablo pasó a gobernar a Colombia. El poema carecía de cualquier pretensión métrica decimal, lo único que guardaba era la humilde esperanza de convertirse en Los Nibelungos colombianos. Le mostraba mis dibujos a los más encumbrados especialistas del país pero ellos escupían sobre mis bolitas y mis palitos y los más atrevidos me escupían en la cara. Un día no aguanté más y me vine para Buenos Aires. Renuncié a pintar y por eso ahora me dedico junto a J. a la noble tarea de tomarle fotos a las casas embrujadas de nuestro barrio.
14 de septiembre de 2009
SARCÓFAGOS - PARTE I
Salimos a tomarle fotos a las casas encantadas de nuestro barrio Belgrano. Es fácil encontrarlas porque todas tienen gárgolas en las entradas y si uno se sube a la reja sin que el viejo guardián repare en la extraña presencia se podrán escuchar los gemidos de las almas apresadas en esas mansiones. Especulando, pudimos descubrir dónde reposaban los cuerpos de varios terratenientes de la interminable pampa. Escupimos sobre la entrada de esas casas y luego removemos la saliva con el pie para darle el último retoque a la maldición.
-Son vampiros esos hijos de puta -me dijo una vez Carlos Mayolo haciendo referencia a los terratenientes vallunos.
Las casas tienen ojos y respiran por dentro como lo pudo constatar muy bien Sherley Jackson en su libro The Haunting Hill (La casa embrujada). El fantasma de Hugh Crain todavía la persigue. A las nueve de la noche no hay nadie en la calle, sólo el viento y los espectros que él arrastra. Me acompaña J. La asusto, le digo que esos remolinos son campos magnéticos producidos por la presencia de entes. Se cubre el cuello, y dice que es para que no se le meta el frío; pero yo sé que ella está pensando en colmillos.
No es un oficio bien retribuido fotografiar casas embrujadas. La mayoría de casas son ahora jardines infantiles. Las rectoras de esos jardines lanzan alaridos al ver sus fotos publicadas en los periódicos. Ellas dicen que viven tiempos difíciles después de que las fotos revelaron los secretos de la casa pero eso es mentira, todas las mañanas vemos a las madres dejar a sus polluelos en esas casitas. A J. no le asusta revelarlas, yo no las puedo ni ver. Aparecen caras desconocidas en las ventanas, viejitas histéricas haciendo pistola con sus dedos artríticos. No soporto ver sus cejas cortadas en cuatro y sus bocas desdentadas. J. tiene cierta fascinación por el infierno y las fieras que allí habitan…
Continuará…
-Son vampiros esos hijos de puta -me dijo una vez Carlos Mayolo haciendo referencia a los terratenientes vallunos.
Las casas tienen ojos y respiran por dentro como lo pudo constatar muy bien Sherley Jackson en su libro The Haunting Hill (La casa embrujada). El fantasma de Hugh Crain todavía la persigue. A las nueve de la noche no hay nadie en la calle, sólo el viento y los espectros que él arrastra. Me acompaña J. La asusto, le digo que esos remolinos son campos magnéticos producidos por la presencia de entes. Se cubre el cuello, y dice que es para que no se le meta el frío; pero yo sé que ella está pensando en colmillos.
No es un oficio bien retribuido fotografiar casas embrujadas. La mayoría de casas son ahora jardines infantiles. Las rectoras de esos jardines lanzan alaridos al ver sus fotos publicadas en los periódicos. Ellas dicen que viven tiempos difíciles después de que las fotos revelaron los secretos de la casa pero eso es mentira, todas las mañanas vemos a las madres dejar a sus polluelos en esas casitas. A J. no le asusta revelarlas, yo no las puedo ni ver. Aparecen caras desconocidas en las ventanas, viejitas histéricas haciendo pistola con sus dedos artríticos. No soporto ver sus cejas cortadas en cuatro y sus bocas desdentadas. J. tiene cierta fascinación por el infierno y las fieras que allí habitan…
Continuará…
EL EXTRAÑO CASO DE JEFFERSON: EL NIÑO CHAVISTA DE MEDELLIN
Por: Policarpo Salaba y Rieta
Nadie sabe por qué pero Jefferson resultó un día con la camiseta del Ché. Antes de que la lluvia de pasteles de arroz y mangos podridos cayeran sobre su integridad las moscas detuvieron su vuelo. Jefferson subió a su cuarto sin comer, los papás se encogían de hombros porque ni ellos saben por qué un domingo empezó a ver Aló presidente mientras comía sus amados pasteles de pollo. En el barrio Laureles todos eran colombianos de bien, hasta el mismo papá de Jefferson ofreció su casa en Circasia para que el presidente fuera a dar el consejo comunitario desde allí. Eran colombianos de bien como cualquiera de ustedes que se levantan un día festivo al mes para cumplir con la sagrada labor de acompañar a este gobierno de la usurpación chavista.
El caso de Jefferson empezó a preocuparles a los papás cuando vieron que repartía toda la comida con sus amigos, era clemente con la pintoresca sirvientela y tolerante con los negros. Pero lo que terminó por llenar la paciencia fue la extraña capacidad que adquirió de hablar incansablemente. Hablaba comiendo, dormido, miccionando y hablaba bobadas sobre su barriga inmensa como si ese fuera su único reino. Los papás, fervientes católicos, llamaron al cura para infringirle un exorcismo, pero Jefferson fue inclaudicable y no cesó su empeño hasta llegar al desmán de ponerse una camiseta del Ché. Desde acá encomendamos nuestro rezo al señor para que el impida que este temible fenómeno se repita así sea una sola vez más.
Nadie sabe por qué pero Jefferson resultó un día con la camiseta del Ché. Antes de que la lluvia de pasteles de arroz y mangos podridos cayeran sobre su integridad las moscas detuvieron su vuelo. Jefferson subió a su cuarto sin comer, los papás se encogían de hombros porque ni ellos saben por qué un domingo empezó a ver Aló presidente mientras comía sus amados pasteles de pollo. En el barrio Laureles todos eran colombianos de bien, hasta el mismo papá de Jefferson ofreció su casa en Circasia para que el presidente fuera a dar el consejo comunitario desde allí. Eran colombianos de bien como cualquiera de ustedes que se levantan un día festivo al mes para cumplir con la sagrada labor de acompañar a este gobierno de la usurpación chavista.
El caso de Jefferson empezó a preocuparles a los papás cuando vieron que repartía toda la comida con sus amigos, era clemente con la pintoresca sirvientela y tolerante con los negros. Pero lo que terminó por llenar la paciencia fue la extraña capacidad que adquirió de hablar incansablemente. Hablaba comiendo, dormido, miccionando y hablaba bobadas sobre su barriga inmensa como si ese fuera su único reino. Los papás, fervientes católicos, llamaron al cura para infringirle un exorcismo, pero Jefferson fue inclaudicable y no cesó su empeño hasta llegar al desmán de ponerse una camiseta del Ché. Desde acá encomendamos nuestro rezo al señor para que el impida que este temible fenómeno se repita así sea una sola vez más.