Por Ricardo Abdahllah
Todas las ciudades tienen sus cineclubs, y el tamaño de cada ciudad una influye más en la cantidad que en la calidad de los mismos. No se puede negar, como a nadie de pequeño lo pusieron a ver El Espejo ni Fanny y Alexandra, se necesita que haya sitios donde le pasen The Wall y Pulp Fiction, la pervertida Noche de los lápices y la melosa sociedad de los poetas muertos. Para empezar, para ir viendo lo que es el cine.
Luego como bendito sea mi dios el cine no se termina en ese ramillete de dos docenas de películas que uno a los diecisiete considera, con comillas enormes, « cine arte », se necesita que gente que no sólo quiera el cine, sino que sepa de cine, venga a uno a enseñarle. Ahí nacen los cine-clubs memorables, esos donde uno no va a ver las películas que ya le gustan sino a que le gusten nuevas. Ni siquiera con lo triste que me puse cuando la cerraron, le pregunté a Nelson Cárdenas, cómo fue que le dio por abrir la Casa Sur. Ya la pregunta estaba mal hecha, Nelson no « abrió » una casa como quien le busca sede a una asociación o cooperativa u ONG; Nelson agarró tres cuartas partes de la casa donde vivía con la idea de armar algo que reunía las funciones de escuela de fotografía, editorial, biblioteca especializada y galería de exposiciones. Y sobre todo cineclub. Decir que no era un cineclub con criterios comerciales es redundante: cineclub que se respete es pobre o mediopobre; decir que no era un cineclub con criterios políticos (porque eso ya no se usaba al final de los noventa) o intelectualoides (porque de esos sobraban) es la mitad del verdadero elogio: que el cinclub de Sur se hacía con propósitos cinéfilos, que mientras estábamos acostumbrados a los cineclubs universitarios con ciclos de cuatro películas al mes donde el tema era cualquier pretexto, en Sur (nos) pasaban tres películas por semana con criterio de director, filmografías completas y en orden que mezclaban lo digerible con lo exigente, las películas de Almodóvar, que eran lleno seguro, con los clásicos del cine mudo que exigían no sólo paciencia intelectual sino física. Que al final de las tres horas que dura El nacimiento de una nación sólo quedáramos cinco espectadores, es una prueba de la clase de películas que uno podía ver; que decenas de personas me hayan dicho que estaban presentes esa noche, es una prueba de la importancia que la Casa Sur iba a tener en los recuerdos de los bumangueses.
Nelson no sólo era el dueño de la Casa (y de la perra mona y del escarabajo rojo) sino que siempre fue el patriarca de la familia Sur, que incluía por un lado a los fotógrafos, por el otro a los cineastas y cinéfilos y por otro más a los que, venidos de las dos otras ramas, le seguimos la cuerda (porque a Nelson no podía no seguírsele la cuerda) en un proyecto de revista. De la revista puede decirse, que en la lista de las publicaciones periódicas santandereanas, que es otra manera de decir « las revistas de acá », no hubo una tan bien hecha, tan bonita digámoslo, como Vista al Sur y yo creo que, con lo consentidas que suelen ser las revistas culturales, muy pocas tuvieron papás que la quisieran tanto. De los consejos de redacción de la re-Vista al Sur, que Nelson no alzó nunca la voz y nunca impuso nada por la fuerza y que sin embargo casi siempre tenía razón.
Que Nelson tiene una hija, que es un caminador bravísimo de los senderos satandereanos y un seguidor de Inodoro Pereyra, el gaucho de Fontanarrosa, fueron cosas que aprendí hablando antes y después de las películas; antes y después y durante los consejos de redacción. También aprendí a escribir rápido y al punto, a que me editaran duro, a calmar el ego y a ver cine con los ojos más abiertos así estuvieran a veces cansados y a veces borrachos.
Yo no me imaginaba todo eso la primera vez que entré a la Casa Sur, en una de las proyecciones de un ciclo de Woody Allen. Por eso me acerqué con cierta timidez y respeto al hombre de poco cabello que luego del final de la cinta, que era cinta en el sentido de casette de VHS, se quedó arreglando las sillas que con el movimiento de los espectadores se desacomodaban en el suelo de piedritas. Me tomó poco tiempo perder la timidez y un poco más el cabello. El respeto no se lo perdí nunca.
*Exclusivo de El Ateneista
Eran los tiempos del florecimiento, Iván, Ricardo, en los que a la Bucaramanga le dió por reverdecer, de sacarse un poco el reboso camándulero que a veces la atosiga. Esa casa que dice Ricardo que era mía, era nuestra en realidad. La casa eran los que exponían, los que iban asíduos, desparchados o extraviados, los escaladores, los estudiantes, el Giovanny, Jagger, o mi hermano (que era en realidad el dueño del VW rojo) a Liliana, a Pato, Johana, Marsella, Simón y todos y cada uno de los locos que fueron allá a parir proyectos.Una pequeña comuna hippie que me dió los mejores ratos de los que yo me acuerde ( a excepción de los que haya vivido con mi hija) y fue un poco la comprobación de que esa ciudad era campo abonado pa lo que a uno se le ocurriera, de que el mundo no es circulo con un centro, sino una red, donde los nudos se hacen del tamaño que quiere uno.
ResponderEliminarCada vez que la recuerdo a la casa (y a todos los que la recorrieron de cerca y de lejos -por que había otros muchos que la tocaban desde otras ciudades, como el Carlos Mario Pineda-) me da una nostalgia dulce, y claro, como no, lloro como cuando veo Amelie y apuro otro trago del café, para seguir en la vida, que medio se descuide , y aprovechando que ya se contar mejor el dinero, volverlo a hacer.
Todos los que atravesamos la puerta por una película, por una expocisión, por desparche, quedamos atrapados bajo el embrujo de SUR, de Nelsón, de toda la gente tan única y particular que ahi se reunía a cualquier hora y con cualquier excusa... O mejor con la excusa de soñar con un proyecto como ese, en una ciudad como está. Gracias Nelsón por hacerlo posible, por dejarnos ayudarte a que asi fuera.
ResponderEliminarPato, la pasajera del sur ;)
Y Ricardo se le olvidaron los memorables cocteles de Giovanny.
akgunos no superamos la timidez y nunca nos acercamos al final a decir gracias o a preguntar cómo podíamos ayudar, sin embargo estábamos ahí y veíamos las películas y leiamos la revista. Ahora que ya ha pasado algo de tiempo les digo a ivan gallo a nelson cardenas a ricardo abdahllah al enanito de afro de la entrada: gracias por salvarnos los finales de tarde
ResponderEliminarQue grande Jaime! Aunque no se hubiera acercado a saludarnos podíamos sentir la presencia de la gente yq eu bueno que todavía se acuerden de esas tardes. Ojalá algún día se pueda dar volver a ese espacio. Si vuelve a pasar seguro que lo haremos mejor. Un abrazo desde Buenos Aires
ResponderEliminarTiempos aquellos, los mejores, SUR y Nelson definitivamente marcaron una época y generación. Gracias Nelson por todo, Gracias Nelson y a todos los que hicimos parte de ese espacio, creativo, franco e inquieto
ResponderEliminarJose Guillermo Ariza
de pura casualidad me encuentro este homenaje a Nelson Cardenas, un vacan...y como no sumarse al grupo de bendecidos bajo el camino que él trazó desde la 26 con 37...,yo le agradezco por haberme dejado entrar el cuarto oscuro, sitio en donde llegaron a la vida muchas de las fotografias que luego poblaron las gruesas paredes de la casa; gracias por eso nelson
ResponderEliminarsaza