Pannonica de Koenigswarte, o simplemente Nica
Johnny Carter encuentra la muerte mientras ve televisión al lado de su amante, amiga y benefactora Tica. Este personaje que Cortázar muestra en El perseguidor existió y gracias a ella muchos músicos de jazz encontraron un refugio cuando todo el mundo les daba la espalda.
Se trataba de la baronesa Pannonica de Koenigswarte, descendiente directa de los últimos reyes de Francia, despreció su apellido, al hombre que era su marido y a todas las comodidades que puede tener una baronesa. Después de escuchar en París el Sonido de la bomba se afinca en Nueva York con lo poco que tenía (que era muchísimo para cualquiera de los mortales). Era la década de los cuarenta, justo la época en que los negros hacían explotar la música en mil pedazos. La baronesa empezó a ir a los bares y a conocer de cerca a estos dioses del Olimpo. Así como Ludwig de Baviera creía que la verdadera aristocracia provenía del arte, y nombró como compositor de la corte a Richard Wagner; Nica (como era conocida por sus amigos) estaba obsesionada con tener cada vez más cerca a los autores de la música que ella tanto amaba.
Por eso poco le importó a la baronesa el desprecio de su familia. La felicidad la encontraba en la pirotécnica noche neoyorkina, noche que empezaba a las cuatro de la mañana en el Minton´s y terminaba en su balcón a la noche del otro día. La música no paraba de fluir sin importarle que los blancos se taparan los oídos. Aún hoy no pueden asimilar que la música clásica del siglo XX la hicieron los negros. Justamente la fascinación que ejercía el jazz sobre Nica da para que la clase alta de Nueva York que se obsesionaba con sentar en su mesa a la baronesa se preguntara: ¿Qué tiene esa música de negro que tiene como loca a la Baronesa Pannonica? Curiosos, los blanquitos de bien empiezan a pasearse por los antros donde Sony Rollins, Coltrane y Miles Davis devastaban los cimientos de la música. En las mesas del fondo la Baronesa se hacía notar por su encanto y por el brillo de sus diamantes. Ella destilaba clase y los músicos de Jazz se van a revestir de esa aura. Ella legitima jazz y lo introduce en los salones más exclusivos de Europa. Se convierte esta música de arrabal en un suceso de estima. Los idiotas dirán que “se comercializa” “se perratea”. Pero no es así. El músico de Jazz comienza a ganar lo que se merece, antes de que la baronesa irrumpiera en la escena musical los músicos de Jazz se la pasaban tratando de mantenerse a flote. El biógrafo de Theolonious Monk Laurent de Wilde dice “Nica estaba allí para recordar a todos estos grandes artistas que habían entregado su vida a su instrumento, que hay un fasto, un nivel de vida que debe acompañar al talento”. Es que no puede ser posible que un tipo como Charly Parker pase el final de sus días en rincones de calles sórdidas donde lo esperaba un dealer, un policía o los dos a la vez, y tener que ir a una casa de empeño a tocarle tres notas al dueño para convencerlo de que el Stradivarius vale un poco más de diez dólares. Y muchos hijos de mil putas dicen que de eso se trata el arte, de comer mierda para darle a la humanidad un legado. Nica fue un soplo de aire fresco en la cloaca del jazz neoyorkino.
Ella fue la última de los mecenas. Hoy en día la aristocracia la conforman un grupo de mafiosos rusos y los asquerosos jeques árabes cuya única diversión es comprar equipos de fútbol. El jazz ha dejado de ser una música popular para convertirse en la perversión de unos pocos intelectualoides. La fuerza del Sonido de la bomba se ha extinguido y de ella sólo se escucha un lejano eco.
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