Alguna vez mandaron al Temible Hombre de las nieves a la ciudad sin nubes. Allí recorrió todas las calles y avenidas en busca de mujeres que les gustara la poesía. De tanto buscar llegó a la universidad. Al lado de un teléfono público estaba un letrero “Conversatorio poético: lugar donde siempre. Hora: Ahora”. Emocionado, corrió en busca del lugar, al cual llegó sin mayores complicaciones pero un poco turbado ya que el conversatorio había empezado. La boca llena de pelos de un hombre escupía palabras ininteligibles para los oídos del Temible y apacible Hombre de las nieves. No entendía frases como “La poesía debe ser la voz del pueblo” o “el legado de Mayakovsky es el arma fundamental para derrotar a la burguesía”. El que hablaba era el poeta más grande que tenía la universidad, su voz tenía una resonancia metálica y contundente, muy parecida a la que usaban los predicadores de oriente. El Temible Hombre de las nieves era conciente que estaba cayendo en falta al no escuchar la verdad que aquel buen y peludo y proletario poeta decía. Pero él no tenía la culpa, su misión era encontrar una mujer que le pudiese leer poemas y ya sus ojos se iban borrando cuando notó un leve movimiento en la barba del poeta; por un instante pensó que era el viento o un piojo, luego vio algo parecido a una mujer revolcándose entre esos pelos, asomando su cara por la barba le dijo con los ojos saltones: “sácame de acá y te daré poesía”. Así que el Temible Hombre de las nieves no dudó un instante y en tres zancadas estaba al frente del poeta quien no alcanzó a decir el ya famoso “¿Qué deseas, hijo mío?”, solo abrió la boca en señal de espanto y no pudo ofrecer mayor resistencia ante el embate desesperado del hombre de las nieves quien a manotadas le arrancaba los pelos incrustados en la cara y estos caían sobre el piso y era tanto el desespero del de las nieves que en menos de un minuto el poeta quedó sin barba y el auditorio se sorprendió al ver que el poeta no tenía cara sino dos ojos que quedaron suspendidos durante un segundo antes de caer al piso. Sobre la tribuna El Temible Hombre de las nieves vio cómo los ojos rebotaban y esperó hasta que estos reposaran completamente sobre el piso para agacharse y buscar pelo por pelo a la dama que le leería poesía. Buscó incansablemente hasta astillarse las rodillas, la mujer ya no estaba allí. Antes de irse recogió los ojos del poeta y los escondió entre su pelambre; recordó que tenía una media que no usaba hacía mucho y que sería maravilloso hacerse un títere con ellos y así combatir la soledad de la montaña.
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