A los pocos que juzguen mis actos les digo que se callen porque no tienen ninguna posibilidad conmigo. Todo lo puedo ver, mi maldición es la misma bendición. Si tengo una esperanza la trituro ¿Quién puede vivir con treinta ojos en la ingle?. Empezó poco antes de clavarle el puñal, así que un día me rasco el brazo y con solo rasguñar un poco mi piel encuentro una úlcera, la picazón se intensifica , entierro la uña en la grasa de mi piel y siento el retículo endoplasmático. Ante mi se revela un mundo en plano medio. ¡Trescientos ojos!!
Hoy, encerrado en el cuarto infecto no tengo mucho para decir, así que empecé a escribirle varias cartas a los que me buscan, les hablo, buscando su lástima, de las amargas picazones que rodean mi vida y de la jodida incapacidad que tengo para amar. Dejo rodar varias mentiras y me siento en mi trono de mentiroso. La mentira es el alivio para mis días de ocio. No tengo muchas posibilidades y con el valor del que todo lo pierde sigo jugando a los dados con Belcebú. Los ojos de mi espalda comienzan a llorar, ya no disfrutan el sol. Veo demasiado, veo tanto que a veces, cuando atardece me quedo ciego. Pongo a calentar en la estufa el puñal con el que antes mataba el ganado. Cuando el metal se pone rojo voy sacando uno por uno los ojos que me molestan y entonces dejo de ver las cosas que mas odio. Seguro terminaré completamente ciego, cada vez me gusta menos el mundo que conozco.
Camino por el cuarto infecto, camino y sudo y me rasca la cabeza, la palpo y siento los granos que no paran de crecer. Los delineo con mis dedos y vuelvo a notar la textura frágil de una retina. Miro para adentro, los sesos flotando en un líquido amniótico, me abro un hueco en la frente, inserto un pitillo en el y comienzo a chupar, intento sacar toda esa placenta que place allí, descomprimir el cerebro, obligarlo a pensar, que el me dicte lo necesario para poder legislar.
Dejé de salir a la calle no solo porque me buscan por haber asesinado a la mujer que yo quería también es porque he notado que a la gente le molesta verme los ojos en las mejillas, los de los brazos los puedo ocultar pero ninguna máscara cubrirá mi vergüenza. En las mañanas un niño deja la leche en la puerta de la guarida y un paquete de cigarrillos. Uno tras otro los voy consumiendo mientras escucho todas las canciones que compuso Ian Curtis. Colgarse sería una buena salida pero los ojos de mi cuello me dejan ver lo que sucederá. Un cuerpo guindando de una viga como si fuera un pedazo de carne cualquiera, los tres mil ojos tardarán en apagarse y verán como cientos de moscas verdosas van dejando allí sus larvas y de ellas saldrán gusanos de todos los colores, robustas, hambrientas.
El ahorcado, antes de que su corazón estalle, tarda entre veinte y cuarenta minutos asfixiándose, una muerte lenta, inhumana. Sobre todo si un hombre como yo tiene todos sus ojos abiertos. Por eso con la braza que despide mi cigarro voy reventando los ojos encallados entre los dedos de mis pies. Un vecino inoportuno le quita solemnidad a mi acto poniendo a todo volumen la insoportable voz de Robbie Williams cantando My Way. Cierro con mis manos los ojos que dentro de mis oídos y alcanzo a ver entre mis recuerdos la borrosa figura de una carreta llena de boñiga de vaca, una niña prendiéndole fuego a un oso hormiguero y una vieja bruja ofreciéndole una gata embarazada a Thelema.
Abro quince mil ojos y miro el cuarto infecto, alguien sacó de sus cajas mis películas, pongo una al azar y veo un álbum de fotos que se mueven lentamente, De esta forma ven el cine las moscas, pienso mientras reviento la hilera de ojos que han salido de mi tobillo como si fueran culebrilla. A miles de millas de acá conozco brujos muy poderosos, ellos me podrían ayudar, todas las maldiciones ceden ante sus rezos, con una maraca llena de agua bendita rociarán los ojos que me miran fijamente y que me juzgan. “Yo no la mate” le digo a cada uno de esos ojos inquisidores “Ella estaba en el muelle corrí hacia ella y la abracé, fue el diablo el que me puso el cuchillo en mi mano, fue su carrasposa voz la que me susurró que le hundiera el cuchillo entre sus senos “Retuercelo-me decía- saca su corazón y engúllelo” Me desperté en este cuarto infecto, las manos llenas de sangre y su maldito corazón todavía latiendo en mi boca, fue mi mano pero yo no la maté” Los ojos no me creen, se estiran como si alguien detrás de ellos se convulsionara en una mueca y desde el infierno esos rostros me refriegan mi mentira.
Ya no me miro en el espejo, cuando quiero verme pongo las manos frente a mi y esos ojos que no paran de propagarse me muestran mi rostro. Viéndolo bien me lucen los ojos debajo de mi nariz, los de la frente en cambio parecen marchitos como si los que lo dominaran se estuvieran muriendo. No soy un tipo despreciable, todavía tengo cierto gusto, cierta elegancia. Los siento venir, oiga sus pasos, dentro de poco estarán acá, no tocarán de una patada derribarán la puerta. No encontrarán nada más que un ojo inmenso mirándolos fijamente. Me llevarán rodando hasta la comisaría, me levantarán los cargos, no habrá necesidad de que me torturen, estoy dispuesto a confesarlo todo, les diré que fue Belcebú, irán hasta el centro de la tierra, yo conozco su guarida.
Atarán a Satanás junto a mi y el pelotón no durará en descargar sus cartuchos sobre nuestros pechos.
Ya los escucho, están detrás de la puerta.
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