Durante el primer semestre de 1975, después de vivir años de oscuridad, años donde la humanidad escupía sin clemencia sobre el pútrido cuerpo de Dios, la iglesia católica pudo ver como sus ovejas volvían al rebaño. Incluso, acontecimiento único en la historia, muchos judíos se convirtieron al catolicismo. Nada tuvo que ver el Papa de turno en este auge de una religión que se consideraba moribunda, la razón fundamental estribaba en una película: El exorcista. Armado de cruces, agua bendita y una fe cuestionable, Los sacerdotes Karras y Merrit salvan a una jovencita entrando a la pubertad de las temibles huestes de Satanás. A excepción de dos o tres efectos que hoy resultan ridículos, la película todavía hoy su efecto moralizante en parte porque detrás de la cámara estaba un tipo como William Friedkin quien en ese momento se revelaba como uno de los directores estandartes de lo que los críticos denominaron El nuevo cine americano.
Desde esa fecha ninguna película se había acercado tanto a El exorcista como El rito. Y visionando la primera hora uno se llena de fe, de esperanza, no en Dios sino en que todavía se pueden hacer grandes películas. La tranquilidad con la que Mike Halstrom, el director del filme va desarrollando la historia mostrando la apacible y a la vez siniestra vida de un padre y un hijo dedicados de generación en generación al noble oficio de arreglar muertos es un caso único en la historia del cine. No sé si el cura verdadero en el cual presuntamente se basa esta historia tenía como oficio el de enterrar muertos sino es así es para felicitar el recurso narrativo de un director que por lo general no ha demostrado tener en sus películas demasiada imaginación. Michael Kovak tiene dos caminos o sigue pintándole las uñas a señoras que mueren de sobre peso o va al seminario a ordenarse de sacerdote. De un mal el menor así que hace su maletica y se va a prepararse, está lleno de dudas, no sabe si la fe vive en él. Esas dudas, esa imperfección moral de Kovak puede abrir la puerta para crear un personaje de las dimensiones del padre Karras, atormentado, casi que perseguido por su propia inteligencia. Pero el debutante Colin O’Donogue dista mucho de ser Jason Miller y poco más que una sonrisa de galancete de vereda nos puede ofrecer. A pesar de sus dudas, expresadas en un mail que decide enviar a su superior donde claramente pide renunciar, la curia decide regalarle un curso de exorcista con todos los gastos pagos en Roma. Al director no le tiembla el pulso para mostrarnos como los jóvenes caza fantasmas son educados en los lujosos salones del Vaticano. Michale Kovak, siempre con su mirada de convincente vendedor de seguros puerta a puerta, va recitando sus dudas siquiátricas con respecto a la posesión. En vez de ser reprendido es enviado a conocer de cerca la cola del diablo y para eso le dan la dirección de un exorcista de la vieja guardia que se rehusa a usar métodos ortodoxos para enfrentar al maligno. Es asi como conoce al padre Lucas que no es otro que el viejo amigo Anibal Lecter. Allí radica uno de los errores mas notorios de la película porque no puedes usar en un filme de terror una cara conocida, más si esa cara va a ser maquillada para parecerse más a Lucifer. Uno no puede sentir miedo ni angustia, a lo mejor sentirá cierta impaciencia por salir rápido de la sala de cine porque afuera después de muchos meses ha vuelto a llover.
Si bien el exorcismo de la embarazada genera cierta inquietud, después de los primeros setenta minutos la película se derrite, se vuelve un líquido ectoplástico, se vuelve del mismo material del que están hechos los expectros. En líneas generales El rito es una película decepcionante porque trata de esbozar algo que no alcanza a concretarse, como si en la mitad del rodaje se hubiera acordado que el había dirigido la pésima adaptación de la novela homónima de Stephen King 1408. El climax es absolutamente ridículo, el joven y atractivo Kovak combatiendo al mismísimo Baal en persona ayudado de una atractiva periodista que no ve la hora de ver a su hermoso seminarista despojado de esa incómoda bata. La música incidental parece hecha por Richard Claiderman y evidenciamos además los últimos días del que en décadas anteriores fuera un gran actor pero que ahora no solo combate a los demonios sino al cansancio que empieza a azotarlo, porque Anthony Hopkins haciendo de jesuita poseído es francamente ridículo.
En tiempos donde tenemos que mendigar un buen momento cinematográfico El rito nos ofrece varios, traten de hablar con el proyeccionista, con la acomodadora del cine mas cercano para que les vendan la mitad de la boleta, sálganse después de la alucinación de Kovak donde ve al temible mulo, una vez vean los ojos rojos de Satanás empaquen sus cositas y sin molestar a los demás váyanse saliendo sigilosamente del cine.
Imagino que los que se queden hasta el final se irán a buscar la iglesia mas cercana, como ovejas volviendo a su redil llegaran de rodillas hasta donde está el altísimo y se dejaran arrullar en el poder sanador de Dios.
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