Uno de los mas grandes fracasos de la educación superior en Colombia es que la gran mayoría de egresados salen a la vida pública sin tener el hábito de la lectura. No solo poseyendo el cartón se es una persona ilustrada, el problema es que el profesional de hoy en día no pretende ser una persona ilustrada tan solo aspira a ser un profesional para que después el sistema lo contente con un buen puesto y con el reconocimiento de que todo el mundo le diga “Doctor”. Se confunde comprensión de lectura con amor a los libros. Un alumno contemporáneo compra libros solo porque el profesor le ha obligado a hacerlo y al obligarlo inmediatamente se lo prohíbe, le prohíbe la posibilidad de que goce su lectura. La ventaja que tendría la institución académica que pretenda inculcar el hábito de la lectura llevaría a formar profesionales con amplios conocimientos en cultura general, historia o literatura por ejemplo.
Esta renuencia de parte de los jóvenes a la lectura se la deben a la tozudez de muchos profesores de insistir enfrentar al estudiante a un texto con alta carga teórica. Recuerdo con desagrado las clases de filosofía de la historia recibidos en un vetusto salón bajo el sol inclemente del mediodía. Iba porque era un requisito para pasar la materia y como es harto sabido en este país si no tienes título tu destino será calentar banca en la plaza central de tu ciudad donde descansan esos muertos en vida que engrosan el descomunal ejercito de desempleados. Cumplí con el requisito pero el precio que tuve que pagar fue muy alto. Nombres como los de Hegel, Agnes Heller o Kant me produce urticaria. Me han cercenado un pedazo de la filosofía de la historia que no solo es indispensable para entender lo que Heidegger denominaba el Dassein que es nada mas y nada menos que el acercamiento a la explicación del gran filósofo alemán de porque pastamos esta tierra, de porque demonios fuimos arrojados arbitrariamente a un mundo que no entendemos . De paso me estoy perdiendo disfrutar de universos tan ricos, tan indispensables para hacernos preguntas vitales como son las obras de Kant y de Hegel. Sufrimos mucho los historiadores que estuvimos en esa clase pero no quiero imaginar el sufrimiento que habrán tenido que padecer los despabilados estudiantes de otras carreras que tomaron esta materia como electiva.
Toda educación como todo pensamiento es hija de su época, en estos tiempos atrabiliarios la educación es esclava de un terrible sistema productivo destinado a formar valores tan cuestionables como competitividad y excelencia. En un mundo con tan pocas oportunidades de trabajo el alumno se vuelve esclavo de su nota convirtiéndose de paso en un autómata cuya única función es grabarse la lección de hoy para olvidarlo mañana.
Es cada vez mas raro ver estudiantes que por cuenta propia decidan leer un libro, un joven que por pura curiosidad se interne en una obra literaria. La abominable cultura de las fotocopias ha cercenado cualquier posibilidad de inculcarle al alumno el amor por los libros y por la lectura. Además ¿Cómo puede inculcar esta pasión alguien que no lee?. Es alarmante constatar la incultura en la que viven sumergidos la mayoría de nuestros docentes. Cada uno de ellos repasando una y otra vez como en una eterna peonza las clases que recitan desde hace años, demasiado cansados, demasiado comodos como para leer o investigar cosas nuevas. Porque ponerse al día no es hacer el último diplomado, ponerse al día es no parar de leer, de abrir con nuestras propias manos las inagotables puertas del conocimiento. ¿Cómo se puede transmitir una fiebre si no estamos infectados de ella?.
Es exasperante escuchar en un salón de clase al profesor quejarse del poco interés con el que asumen sus alumnos la materia dictada. Una reforma educativa tiene que partir necesariamente de un cambio de mentalidad de los educadores.
Uno de esos cambios tiene que ser el de dejar de mirar con desconfianza la ficción. De la década del setenta para acá se confía ciegamente en lo que pensadores como Adorno o Lukacs amparados en el escudo teórico del marxismo. Es realmente complicado aprender a amar la lectura cuando tu profesora de economía piensa que la única forma de entender la sociedad de consumo estriba en leer las laberínticas postulaciones de Karl Popper cuando en Balzac, en novelas como Eugene Grandet, Papá Goriot y sobre todo en Grandeza y decadencia del perfumista Cesar Birotteau, en estas tres obras maestras que forman parte de su comedia humana podemos entender la mentalidad del acaparador, del capitalistas despiadado y mezquino.
A diferencia del texto teórico la obra de arte posee un valor profético, visionario. Para entender la revolución francesa y los cambios que tuvo dentro de la sociedad no nos sirve iniciarnos leyendo a un historiador, a un académica como Michelet cuando todos los hombres que hicieron posible este cambio tan importante en la Historia están metidos dentro de los Miserables. Victor Hugo con una precisión de documentalista nos va contando calle por calle como vivían los franceses unas décadas después de la toma de la Bastilla. Hasta las cañerías de París no se escapan de la omnipresencia del narrador de esta monumental obra que como si fuera Dios todo lo controla, sobre todo opina, manejando los hilos de cada uno de los personajes de esta novela. Como Guerra y Paz Napoleón es un personaje principal en su obra, acá es cuando la lectura se convierte en un juego, por ejemplo comparar como Tolstoi decidió mostrar a Bonaparte como un El Enemigo del Género Humano, el hombre que por medio de métodos tan abominables como la Gleba pudo formar un ejército de 400.000 soldados que invadió Rusia en seis meses llegando hasta la capital, poniendo sus embarradas botas de cuero sobre la bandeja que tanto amó el Zar Alejandro y que una vez estando allí, en el centro de Moscú conocieron el talante de los rusos, de las montañas bajaban cosacos, cientos de descendientes de Taras Bulba que empezaron a menoscabar, como dos siglos después hicieron un puñados de campesinos en Vietnam, las mermadas fuerzas napoleónicas. El emperador tuvo que abrir los ojos desmesurado al ver como en la noche la ciudad comenzó a arder por causas que hoy incluso desconoce, ardió como tantas veces lo ha hecho, ardió como lo retrató Dostoyevsky en su novela, un pedazo de documental escrito sobre los incendios que nihilistas, seguidores de Bakunin , perpetraron en la Moscú de mediados del XIX, prefigurando además los nefastos hechos por los cuales la familia Romanov fue aniquilada, dando paso a la revolución de los Soviets.
El ogro de Córcega se montó en su caballo y salió despavorido de Moscú, ejemplo que siguieron en completo desorden los hombres que habían invadido suelo ruso. En unas cuantas semanas Bonaparte tuvo que ver como sus bien pertrechados 400.000 hombres se transformaron en 1000 sarrapastrosos que pudieron regresar a sus casas.
La imagen de un personaje histórico se va construyendo a partir de la visión de tres autores tan disimiles que son Tolstoi, Stendhal y Hugo. Estos dos últimos presentan a Napoleón como un genio único, como “El espíritu encarnado” . En la Cartuja de Parma, Fabrizio del Dongo, el héroe de la novela tiene dos pasiones enfermizas, por las cuales podría dar hasta su propia vida, su tía la duquesa Sanseverina y Napoleón. Dejando todos los privilegios de su clase se va a caballo a enfilarse en la batalla cambiando sus oro por un mugroso uniforme, algo que lo identifique con las tropas que ama, por la bandera por la que da la vida. Su hermoso rostro hace que todas las tenderas se fijen en él y que le facilitan las cosas. Fabrizio es indiferente a todo, a diferencia del Mario de los Miserables ni siquiera la fiebre del amor por una mujercita puede alejarlo de su obsesión, de su compromiso. No le importará ser ultrajado, perder para siempre una vida de privilegios con tal de caer rendido ante su Dios.
En los miserables también Napoleón es el Demiurgo el ser rector del destino de los hombres. Bajo su nombre, bajo su memoria porque han pasado años después de su oscura muerte en una isla, el emperador u Buonaparte como lo llamaban despectivamente sus enemigos, Napoleón unía o separaba a los habitantes del mundo civilizado.
Los grandes hombres dejan una huella indeleble y nadie fue más enérgico para dar su paso como Bonaparte.
Tolstoi consideraba Los miserables como “La novela más grande jamás escrita” y a pesar de las notables diferencias ideológicas la novela de Victor Hugo sin duda, marcó su existencia y su obra. En algunas escenas de la novela podemos notarlo mejor. El conde Andrei Bonkolski mano derecha del mariscal Kutuzov yace en el martirizado suelo de Austerlitz. Una herida profunda le perfora el hombro y a pesar de que el dolor lo consume siente una paz que jamás imaginó sentir. Ante sus ojos el cielo se abre como una mano extendiéndose al infinito y Bonkolsky, el condesito Andrei Bonkolsky, niño mimado de la aristocracia rusa puede percibir lo pequeño que es el hombre con respecto al universo o porque no, al mismísimo Dios. El conde siente voces en francés a su alrededor tal vez saqueando o inspeccionando cuantos cuerpos pueden haber regados en la tierra para ir pensando de que tamaño sería el hueco que tendrían que cavar. Bonkolsky todavía respira a pesar del insoportable dolor la muerte todavía no ha posado sus ojos sobre él. Napoleón mismo se encarga de dirigir la inspección. Está pletórico de alegría; no puede ser de otra manera, en Austerlitz le ha brindado una aplastante derrota a sus mas poderosos enemigos: Prusia y Rusia. En otras palabras la batalla de Austerlitz le ha entregado el mundo.
Por eso puede tener tiempo y ganas de reconocer la valentía de un contraincante el ha vistocomo se batía en el campo de batalla el príncipe Bonkolsky. Por eso exige que se le de una atención inmediata y privilegiada al oficial que de ahora en adelante será un prisionero más, pero al conde Bonkolsky que como buena parte de los soldados europeos de principios del siglo XIX sentía una admiración rayana en la locura por el emperador francés no pudo sentir más que indiferencia al ver a ese gran hombre de uno cincuenta de estatura absolutamente insignificante si se compara con la majestuosidad que se le presentó el cielo en esa epifanía que el dolor de la muerte mismo le impuso. Si ese privilegio de ser atendido en el campo de batalla lo hubiese recibido Fabrizio del Dongo o Pontmercy lo mas seguro es que las palabras y el reconocimiento del Napoleón hubieran servido de sanación inmediata a sus heridas. Tolstoi a diferencia de los maestros franceses buscaba afanosamente la santidad, la escritura es su vehículo para llegar a la santidad y creía que el más grande de los hombres era una hormiga insignificante al lado del poder inconmensurable de Dios.
En tres novelas podemos ver las aristas de un personaje vital para la historia. ¿No es válido creer que la literatura puede servirnos para conocer mejor un personaje, un periodo de la historia?.
Vargas llosa dice al respecto que no es posible darle un sentido histórico real a los Miserables “Esto no es un testimonio sobre la sociedad francesa de 1815 a 1833 sino una hermosa ficción, inventada a partir de aquella realidad y de aquella realidad y de los ideales, sueños, traumas, angustias, obsesiones-Los demonios- del primer romántico de Francia. Lo que hay de documental en el libro es poco exacto y ha envejecido” . Esto no es del todo cierto porque en cierta forma una novela como los Miserables nos revela como sentía la política el pueblo francés, al menos su enfebrecido estudiantado que no dudó un momento para convertir las calles de París en un campo de batalla que pretendía conseguir la libertad. ¿Es más exacto entonces la copiosa y sesgada visión de un historiador ante los hechos? ¿No recuerdan que Heinrich Schliemann descubrió Troya armado solamente de un roído ejemplar de la Iliada?. Eduardo Mendoza también asume una postura parecida al del autor de La casa verde en su prólogo a la Guerra y la paz “Esto no es una novela histórica ni una novela de tesis. Tolstoi sigue en ella un método narrativo paralelo: la historia, la reflexión y las vicisitudes de los personajes nunca se mezclan. Cuando los personajes intervienen en la historia o son arrastrados por la corriente de la historia, no pierden por ello su escala y su perspectiva individual”
Es innegable que lo importante de estas novelas reside en la belleza de su narración, en la meticulosidad como está construida, en el talento indiscutido de dos genios. Son en otras palabras dos obras maestras. Pero me parece que acercarse a estos dos monumentos sirve también para tener una visión de el pasado, de sus personajes, sus costumbres. Son precisamente obras magistrales porque entre otras cosas supieron reflejar muy bien la época en que les tocó vivir. Leyendo Guerra y paz y Los miserables podremos estar mas cerca de esos turbulentos años que hicieron estremecer la tierra y cuyos efectos doscientos años después todavía percibimos.
No se lee para saber sino para formularse preguntas. Hay que llevar al joven lector a un estado de asombro que lo impulse a querer leer mas. En una época donde se imprimen libros como nunca antes en la historia resulta paradójico que cada vez se lea menos y los pocos que todavía pueden tener acceso a la palabra impresa lo hacen solo para informarse para regodearse con la noticia de hoy que siempre será la basura de mañana.
Esta preocupación por el modo en que los estudiantes abordan la lectura no para entretenerse ni para gozar sino tan solo para torturarse, para llenar el maldito requisito no es nuevo. Acá no pretendemos que el estudiante vaya a la biblioteca y aborde las voluminosas novelas antes mencionadas pero si abogamos porque tenga la valentía intelectual para poder sentir curiosidad hacia el conocimiento. Hace 150 años Nietzsche escribió un texto poco conocido titulado “Sobre el provenir de nuestros institutos de enseñanza” donde denunciaba el poc énfasis que le daban los profesores a la necesidad que tenían los alumnos de aprender a pensar y el único medio que tenían para hacerlo tenía que ser necesariamente aprender a leer. Desde ese momento se advertía sobre los tiempos que se avecinaban donde no existía la posibilidad de refugiarse en la trinchera de la lectura para defenderse de los embates de la rapidez y la productividad.
Esta preocupación vuelve a aparecer en el prólogo a la Genealogía de la moral donde dice que el hombre moderno está incapacitado para la lectura porque siempre está de afán “Por el contrario mi obra requiere de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar tranquilos” porque se tiene la impresión de haber leído, la ilusión de que se está leyendo pero no es mas que un espejismo. Repasar y repasar las fotocopias que ha dejado el profesor en la tienda de la esquina no hace más que alejar al alumno del respeto y el amor que debe sentir por el conocimiento; como una pesadilla el alumno entre más hojas lea presionado por el reloj mas lejos estará el fin buscado.
Lo más desolador de este panorama es que el alumno no consume palabras impulsado por la angustia que genera una pregunta existencia que lo esté azotando sino que lee como requisito para acceder a una nota. Si bien no pretendo caer en las trampas de la nostalgia hace unas décadas el estudiante universitario creía tener la responsabilidad de convertirse en un intelectual, independientemente de la carrera que estuviera estudiando, se quería convertir en un intelectual así no fuera mas que una pretensión esnobista pero existía esa preocupación por tan solo pertenecer al Alma mater.
Lo anterior es fácil de comprobar, si bien estaban lejos de ser los rumiantes que promulgaba Nietzshe se tenían un poco más de cultura general y al menos por esnobismo se sentían obligados a leerse una novela al mes. La culpa, como lo dije anteriormente, no recae solamente en los alumnos sino que recae sobre todo en la ausencia de maestros, un hombre que no solo sirva para calificar con un número sino que sea un guía alguien que marque la ruta que sea un faro de luz, un modelo para el joven estudiante y que sea capaz de despertar en él la necesidad de educarse con los libros.
Aunque parezca mentiras esos maestros existieron en Colombia. No es ciencia ficción. Durante la década del setenta y del ochenta Estanislao Zuleta con el aliento infestado a boca barato impartía el humanismo desde la Facultad de filosofía de la Universidad del Valle, formando humanos cobijado por la Montaña Mágica, El quijote y la obra de Kafka. Comparado con su producción intelectual lo que nos dejó fue muy poquito pero entre esos escasos escritos se destacan dos maravillosos ensayos que deberían ser lecturas obligatorias no solo para los alumnos sino para los profesores, estos ensayos son El elogio de la dificultad y Sobre la lectura. Esta última es una conferencia dada en la Universidad de Antioquia en 1982, un homenaje a Nietzshe y a eso que el llama “La fiesta del conocimiento” que no es otra cosa que una lectura juiciosa.
A partir de la lectura concienzuda del autor de Humano demasiado humano, Marx y sobre todo El quijote, Zuleta esboza en esta conferencia el tipo de lector que el quiere formar y sobre todo aboca para que haya un cambio de dirección en la educación que este apunte más hacia el humanismo. Sobre El Quijote dice que leerlo “Es una fiesta y al recomendarlo en el bachillerato nos lo prohíben” . Además es enfático al decir que “La educación es un sistema de prohibición del pensamiento”
El filósofo antioqueño fue un feroz crítico del sistema educativo colombiano. Desertó del colegio en quinto primaria terminando de formarse él solo, teniendo como maestros a Freud, Heidegger y el Asi hablaba Zaratustra un libro que como El quijote todo el mundo lleva debajo del brazo pero nadie ha leído y los que lo han leído lo han hecho mal porque el Zaratustra “Hay que cogerlo casi que párrafo por párrafo y someterlo a una interpretación” para Zuleta como para Nietzshe “leer es trabajar” y además leer y escribir van de la mano porque la buena lectura es un proceso creativo, eres tu el que estas dentro de la obra, reinterpretándolo todo creándolo en tu mente. Eres los árboles, la mujer de la cantina, el borracho que no quiere pagar, eres Jean Valjean, Cosette y Javert, pero también puedes ser Emma y Carlos Bovary y también ser Flaubert o James Joyce.
Necesitamos formar lectores antes que buenos y acomedidos estudiantes, lectores no de periódicos ni revistas, no lectores que necesiten informarse sino que aspiren a comprender. Leer los clásicos no solo implica conocer mejor la historia sino que sirve para conocer mejor a tu prójimo porque al fin y al cabo es en la novela y no en la filosofía donde se tratan de resolver los grandes enigmas que acechan al hombre. En Ana Karenina está consignada todo el malestar, la desazón, todo el fracaso del matrimonio, en la Metamorfosis está condensada toda la injusticia, egoísmo y crueldad que pueden perpetrar los padres a un hubo, en Crimen y Castigo lo que la pobreza y la falta oportunidades puede trastornar a un joven brillante, en la Montaña mágica, en todo el pálido semblante y las dudas de Hans Castorp está la enfermedad, la vileza y mezquindad de la que se puede cubrir un enfermo además de la claridad con la que puede ver la vida alguien que está tan cerca de la muerte.
Y que decir que además de poder describir el presente la literatura puede tener la fuerza para develar el futuro. La aplastante opresión en la que viven los personajes de 1984 prefiguró este mundo de cámaras y de realities donde la vida privada y la individualidad dejaron de existir, o El mundo Feliz de Huxley mostrando una sociedad totalmente coercionada por una propaganda intensa y coercitiva. La naranja mecánica y sus controvertidos medios para “curar” el crimen muestran el fracaso que ha significado la cárcel para occidente.
Tal como lo dijo el gran pensador francés Carlyle “La verdadera universidad está en los libros” y hoy mas que nunca los libros están a nuestro alcance; es una pena que ya no tengamos manos para alcanzarlos
solo una corrección; si no mal recuerdo quien dijo la frase de los libros no es francés sino ingles
ResponderEliminarEn los libros esta el poder!...
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