Tenía una manía, registrarlo todo en su puta cámara. Desde el nacimiento de sus hijos hasta el triste bamboleo de la campana de un colegio de provincia. Thierry Guetta era un ojo abierto que todo lo miraba. Cientos de cajas con miles de minutos grabados atestiguaban el hecho poco usual, el de un hombre obsesionado por aprisionar el momento.
Una tarde vio un Space Invader en el muro de la esquina de su casa. El marcianito de Atari volvió a ser visto en diferentes partes de la ciudad. Contactó al joven desocupado que lo creó y lo acompañó en sus correrías nocturnas desafiando a la ley, pendientes de cualquier muro que cumpliera con los requisitos que buscaban los grafiteros. A Space Invader se le unieron otros tipos poniendo en los aburridos muros de la ciudad íconos de la cultura pop. Un Ché Guevara con peluca, una Marilyn Monroe empuñando una Magnum 44. Los jóvenes le preguntaron al cuarentón Guetta para qué demonios filmaba algo, él les contestó que pensaba hacer un documental pero en realidad no sabía para qué filmaba, ahora que había empezado no podía parar. Ignoraba como podía armar el rompecabezas de tres millones de fichas que quería construir.
Pero sabía que entre ese universo de fichas le hacía falta la más importante de todas, y esta apareció.
Desde principios del 2003 empezaron a aparecer en Londres maravillosos Stencils en muros y vallas publicitarias hechos por alguien extremadamente sagaz, en medio de la noche. No eran marcianos definitivamente, ya no bajaban de sus sofisticadas máquinas voladoras para hacer figuras con líneas como las de Nazca. No, estos stenciles representaban a policías pegándose un pase de cocaína o a Margaret Thatcher tratando de quitarse el pelo a navajazos. En menos de seis meses los grafitis pasaron de ser actos de vandalismo a convertirse en obras de arte. El nombre de Banksy empezó a flotar en el ambiente. Thierry Guetta escuchaba las noticias desde el otro lado del Atlántico y supo entonces que esa era la ficha que le hacía falta a su puzzle.
El problema era contactarlo, una labor que él desde ya presuponía imposible. Pero el milagro sucedió. Una tarde lo llamó su cuñado para preguntarle por los mejores muros de la ciudad ya que tenía a su lado a Banksy, recién llegado a Los Ángeles con varias ideas en la cabeza para darle el color al concreto. Guetta casi se desmaya, esa misma noche lo llevó a uno que el juzgaba perfecto y el artista inglés sorprendentemente se dejó filmar. Banksy comprendió que el grafitti es el arte de lo efímero, que lo que se dibuja en la noche bien podría ser destruido en la mañana. El pequeño francés extasiado empezó a hacerse amigo de su ídolo, este le dijo que hiciera un documental con todo lo que había filmado, él lo financiaría, sería pues la reivindicación de todos esos jóvenes que eran tildados de vándalos pero que en cierta forma bien podrían ser simplemente artistas callejeros.
Thierry Guetta no tenía ningún talento para nada. No sabía poner la cámara, no le gustaba el cine, no tenía idea alguna de pintar. Simplemente era un voyeaur. Además tenía la rara virtud de no tenerle miedo a nada. Su negocio de ropa Vintage era todo un suceso en L.A. podía vivir sin trabajar, así que desempolvó los miles de casetes que tenía en cajas y empezó a editar. Él método fue muy propio de él, al azar agarraba un video y le sacaba cinco segundos y lo mismo hacía con el otro y con el otro. Al final tenía dos horas con imágenes inconexas, el zapping de un cocainómano desesperado.
Le mostró el resultado al maestro y este apenas pudo resistir diez minutos ante el adefesio. Vio que Guetta nunca podría hacer el documental que estaba destinado a ser una declaración de principios sobre el arte callejero. Banksy decidió ponerse al frente del proyecto y tomar al extraño freak que todo lo filmaba como el hilo conductor, la excusa para presentar el fenómeno que empezó como vandalismo y terminó costando millones de dólares.
Cuando uno se enfrenta al filme cree que todo es una tomadura de pelo, un falso documental, que Thierry Guetta es un actor y todo es una puesta en escena pero no, la realidad es mucho más ridícula que la ficción. Exit trough the gift shop fue el nombre con el que bautizó la película en referencia a la conocida frase que se dice en cualquier museo del mundo una vez terminada la visita. El galerista argentino Jorge Mara dice sobre este nombre “Parece que quiere decir que tras ver las obras artísticas y disfrutar de una experiencia estética más o menos satisfactoria, ahora haya que pasar por caja y dejar más dinero aún” Toda una autocrítica que hace Banksy sobre lo que parecía en su momento una revolución artística donde lo importante no era lucrarse sino mostrar que todo pasa en la vida, que hasta los maestros antiguos son susceptibles a ser borrados del libro de la Historia.
Una de las conclusiones que uno puede sacar de ver este documental es el hecho de pensar que cualquiera puede ser artista. Guetta, un tipo desprovisto de cualquier talento termina en la película convertido en un cotizado artista. Su exposición a mediados del 2009 vendió más de un millón de dólares. El eterno filmador se limitó a copiar la obra de otros grafiteros callejeros y las combinó con dos gotas de Andy Warhol.
Exit trough the gift constituye una fuerte autocrítica a la vocación artística, siempre al borde de perderse por los caminos de la traición, de venderse al mejor postor. El capitalismo le ha puesto precio a todo, hasta las mismas obsesiones humanas. Ojalá traten de bajar esta película maravillosa, todo un ensayo sobre el absurdo y hueco arte contemporáneo.
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