Después del descalabro de Cleopatra la industria del cine norteamericana no volvió a ser la misma. Ya adaptar una historia de la antigüedad, meterle 50 mil extras y con una duración de tres horas era una fórmula mandada a recoger. El público que unos años antes aplaudía a Charlton Heston abriendo el mar rojo o al mismo actor sufriendo el infierno de las galeras había cambiado. Los sesenta es una década terrible para Hollywood, la juventud ya no creía que América era el país de los sueños, el asesinato de un presidente, de su hermano el senador, de Martin Luther King y Malcom X había convencido a la juventud que el bien más preciado de los americanos, la libertad firme y segura de una sólida democracia no era más que una sarta de mentiras.
Los viejos magnates como Louis B. Mayer o Adolph Zuckor pasaban definitivamente de moda. Los héroes no cautivaban a la audiencia, ahora necesitaban que la fábrica de sueños se comprometiera con una época difícil, vital. Todo periodo de crisis lleva de la mano una época de esplendor para el arte. Ese es el gran mal de esta coyuntura, no existe una reacción de parte del arte, todos están demasiado ocupados con sus blackberry como para aullar de rabia. Pero en los sesenta existía una generación de cineastas que cursaban sus estudios en UCLA. Además de un talento innegable con la cámara poseían una sólida cultura. Si Hawks, Hitchcock o Ford habían logrado hacer obras maestras indiscutibles lo habían conseguido a partir de su pura intuición. Los tres (Tal vez con excepción de Hitchcock) eran hombres rudos, no solo lograron tener un estilo sólido sino que ayudaron a formar el lenguaje cinematográfico. Pero los muchachos que comenzaron a graduarse de las universidades a finales de los sesenta eran activistas, gente comprometida con su sociedad y sobre todo abiertamente crítica a un sistema que ellos consideraban fascista.
Los magnates judíos por supuesto no querían saber nada de ellos. La industria no iba a cambiar de la noche a la mañana. Eso lo sabían los jóvenes directores y por eso creyeron siempre en el autofinanciamiento. cuando Cassavetes estrenó Faces y tuvo un relativo éxito las alarmas se encendieron. Algo estaba cambiando en el cine norteamericano. Cassavetes no quería ser un director de estudio sujeto a los caprichos de sus productores. Se había forjado una exitosa carrera como actor (Fue nominado a mejor actor secundario en los óscar por su papel en los Doce del patíbulo de Robert Aldrich) y le pagaban bien, en vez de comprarse una lujosa mansión en Bel-air invertía lo que recibía en las películas que tenía en su cabeza. Faces tiene la virtud de no parecerse a nada que se había hecho hasta ese entonces. Fue adorada por la generación de recién graduados, la primera que surgía en América. Él fue el padre creador del cine independiente americano, mostró el camino. Si querían tener una voz, si pretendían realizar sus propios proyectos deberían arriesgarse. En eso consistía el arte en atreverse.
Pero si tu quieres escribir una novela solo necesitas un papel y un lápiz. Si resulta un fiasco la solución sería quemar el papel y luego intentar con otro cuaderno y otro lapicero. Para pintar necesitas un lienzo que por lo general es barato. Pero el lienzo de las películas es más caro, mucho más caro. Además si es tu dinero sería difícil jugar con él. No me imagino las peleas que habrán tenido por la hipoteca Cassavetes y Gena Rowlands pero para ser cineasta independiente y en esa época debías tener los cojones muy bien puestos.
Posiblemente sin la figura de Roger Corman la gran generación de cineastas de los setenta no hubiese surgido. Corman les dio la posibilidad de filmar y también de actuar. Miren a Jack Nicholson en su delirante papel en la Tiendita del Horror y miren a Coppola dirigiendo su primera película Dementia 13. El director de la Caída de la casa Husher aconsejaba a sus discípulos que no perdieran permiso legal para filmar “Porque no se los van a dar así que tan solo salgan a las calles y filmen” de esa manera empezaron.
Las fuentes donde bebieron el conocimiento no solo estaban en el viejo y maravilloso Hollywood, el nuevo cine americano es hijo directo de Godard, Truffaut, Visconti, Antonioni, Fellini, Bergman o Rohmer. Nunca antes se consumió más películas extranjeras en Los Estados Unidos de América. Con plata de Corman y por recomendación de él mismo Bogdanovitch pudo tener al mítico Boris Karloff en su inquietante ópera prima, Targets. No fue un éxito de taquilla ni mucho menos pero alcanzó para recuperar la inversión. Fue el ruido ronco que antecedió al terremoto y el terremoto se llamó Easy Ryder.
Como los personajes de El Satiricón los dos motociclistas hacen un viaje al corazón del imperio constatando que este se está cayendo a pedazos. Al final ellos mismos caen abaleados por los viejos canónes, por la brutalidad que solo puede generar la ignorancia. Pero lo más grave, lo triste de Easy Ryder es que anticipan los tiempos que vendrían después de que Reagan se asentara en el poder y sobre todo de que ese robot fabricado para hacer dinero llamado George Lucas impusiera su aburrido régimen después del éxitos de La guerra de las galaxias. Lo triste es que fueron ellos mismos los que la cagaron todo, eso se lo dice Peter Fonda a Dennis Hopper mientras le pasa un porro “La cagamos” tuvieron todo para triunfar pero que se le va a hacer, un artista por lo general es autodestructivo y ellos quemaron todo, hasta las sillas del teatro. Diez años después no quedaría nada.
La película recaudó más de cuarenta millones de dólares, un éxito total, arrollador sobre todo si se tiene en cuenta que había costado menos de un millón. Arrasó en Cannes y con las pocas neuronas que le quedaban a Dennis Hopper quien literalmente se enloqueció. Sus escándalos solo fueron superados por sus megalomaniacas declaraciones. No le temblaba la voz para decir que el era el nuevo Dios del cine. Inmediatamente las compañías al ver el éxito que podía generar este tipo de cine donde ya no cabía la super estrella, donde los personajes principales se parecían mas a la gente que hacía la fila en el supermercado decidió rendirse a los pies de los artistas.
Los éxitos se sucedían a los excesos. Aparece The King of Marving Gardens de Bob Rafelson y lo mismo poca inversión monetaria, excelente producción artística y buenos réditos en taquilla. Lo mismo pudo decirse de Alicia ya no vive acá y Alguien toca mi puerta de Martin Scorsese. No fueron pues taquillazos absolutos pero ganaban algo y lo mejor hacía ver a los productores de cine como si fueran mecenas renacentistas.
Pero dos obras maestras absolutas cambiaron el destino de la joven generación. Contacto en Francia rompió todo en mil pedazos. Una película policiaca, entretenida, con un malo de la talla de Fernando Rey que parece más un artista que un hampón. La escena del metro donde Gene Hackman persigue al “Elegante” malvado es una coreografía digna de Bubsy Berkeley. William Friedkin el joven director judío demostró su apego por el cinema verité porque no le dio miedo sacar la cámara a la calle dándole al filme un aire de cuasi documental. La influencia europea se empezaba a notar. Al impresionante logro estético se le sumaban los setenta millones de dólares que la película hizo en todo el mundo. Friedkin como Hopper empezó a sentir fiebre, una verborrea incontenible lo atacaba. Dejó de rezarle a su Dios, se volvió ateo y cuando quería conversar con el creador tan solo tenía que hablarle al espejo.
En el mismo año Bogdanovich, el niño que a los 19 años era el curador de la cinemateca del MOMA, el hombre que redescubrió a los 21 Freaks de Tod Browning, que era íntimo de Howard Hawks, Fritz Lang y Alfred Hitchcock, que a los 25 adoptó a ese niño gigante venido a menos llamado Orson Welles y que a los 27 con la ayuda de Corman pudo pasar de la crítica a la realización con Targets, creaba a los 32 años su primera y última obra maestra. La última película es para mí el mejor filme de esa generación. Una película clara, hermosamente desesperanzadora. Logró con una madurez inusitada plasmar a la sociedad nortemaericana en un pueblito pequeño de Texas, pequeño y miserable y aburrido, donde solo la fuerza de Ben Johnson y sus billares y su cine cochambroso le da alguna vida al lúgubre lugar. Las críticas fueron unánimes, existía un nuevo Hollywood poblado de rostros como uno, situaciones que le podrían suceder a uno. había un público que acudía en masa a ver estas maravillosas películas y entre todas ellas The last picture show brillaba como la plata. Dicen que la merma en calidad que sufrió la obra de Bogdanovitch después de que se separara de Polly Platt insuflado por la gloria artística, el éxito millonario y haberse levantado Cibill Chepperd se debió a que era su esposa el genio detrás del niño mimado y sabelotodo. Vaya a saber si es verdad. En Hollywood como en ningún otro lugar del mundo los chismes se cuecen como si fueran habas.
El punto es que el ego de Bogdie (Como cariñosamente lo llamaba su amigo Cassavetes) crecía de tal forma que su vida corría peligro: amenazaba con romperle el pecho como si fuera un aliens. Ya eran tres los megalómanos.
Mientras el cine de autor de norteamerica se instauraba como una guerrilla. Ellos no solo eran los directores sino en el caso de Coppola insuflado por el éxito sin precedentes de las dos primeras partes del padrino decidió fortalecer Zoetrope que sería la compañía donde los cineastas de todo el mundo harían realidad sus alocados sueños.
La buena racha parecía no tener fin. Mi vida es mi vida de Bob Rafelson catapultó la carrera de Jack Nicholson, Chinatown de Polansky lo convertiría en una súper estrella. Su pinta no tenía nada que ver con Gary Cooper, era un hombre del común como lo eran Bruce Dern, Al Pacino, Robert de Niro, John Cazale, Timmothy Buttons, Dustin Hoffman, Roy Sheider la generación de actores que le darían vida a esos personajes difusos, atormentados que mostraban un rostro duro y cruel de la América que veían sus autores.
1975 fue el año donde se empezó a percibir que el golpe de la ola del nuevo Hollywood podía comenzar a retroceder. Tiburón era una obra exclusivamente hecha para el entretenimiento de las masas. Creó una nueva forma de distribución y estreno, a partir del monstruo de Spielberg las películas se estrenarían en mil salas a la vez. Los resultados no se hicieron esperar: en un mes Tiburón se convertía en la película más taquillera de la historia. Un monstruo mecánico era más importante que Vito Corleone y su familia.
Entonces el blockbuster de Spielberg se convertiría en un mal presagio para los ya no tan jóvenes autores. Si bien con Luna de Papel y Que pasa Doctor? Bogdanovitch recibiría buenas críticas e ingresos la debacle de Daysy Miller, la estrambótica adaptación de la novela homónima de Henry James hizo que la industria quitara los ojos inmediatamente en la figura del pretencioso director. Él fue el único culpable del fracaso. Enfrascado en una turbia pasión con Shepherd decidió darle el papel principal (completamente inadecuado) y para acabar de completar el desastroso casting embebido en sus celos le puso al lado a puros actores feos deformando por completo la historia.
La fama de engreído de Bogdanovitch se evidenció con el agrado con que Hollywood recibió el hundimiento de sus proyectos. Decía Billy Wilder con su sardónico humor que “La noche del estreno de Daysy Miller lo único que se escuchaba era el sonido de las botellas de champaña descorchándose” Fueron años muy duros para el creador de La última película. La tragedia personal lo acompañó y entró rápidamente en banca rota. Veinte años después el otrora todo poderoso director vivía de arrimado en el apartamento de un amigo en Manhatan.
Suerte parecida tuvo William Friedkin. Si bien el éxito lo siguió acompañando con El exorcista, enceguecido por la pasión que sobre si mismo tenía decidió arriesgarse y adaptar El salario del miedo solo por una promesa hecha en una noche de tragos a su director, el admirado Henri Clouzot. Sourcerer sería su más rotundo fracaso del cual tampoco jamás se podría levantar. Su talento como el de Bogdanotich se evaporó como la espuma. Esto se explica porque nunca más volvieron a tener el control absoluto de sus obras, de ahora en adelante tuvieron la necesidad de trabajar por el dinero, obedeciendo casi siempre lo que la compañía les pedía. A Orson Welles después de perder el control en Los Magnificos Amberson le sucedió algo parecido pero el genio se escapó de la botella a la que lo querían meter y se fugó a Europa donde después de un penoso y larguísimo rodaje (Casi cinco años) pudo financiarse solito su Otelo en una clara prefiguración de lo que sería conocido como el cine independiente. Friedkin y Bogdie se sumieron en sus depresiones, hoy en día el director de Luna de papel es famoso más como escritor de cine que como realizador.
Hal Hashby un ejemplo claro de talento quien con El regreso, Harold y Maude y Sahmpoo logró posicionarse como uno de los estandartes del Nuevo Hollywood cayó preso en la cárcel que el mismo se hizo con barrotes de marihuana. Todo un talento desperdiciado, el talento más fresco y renovador de todos ellos. Robert Altman contemporáneo de Hashby demostró con Mash que la gente podía reírse del conflicto y que se podían decodificar los géneros hasta convertir una película en algo inclasificable con su genial Nashville. Tuvo la suficiente intuición para irse del país antes de que Michael Cimino por un lado y George Lucas por el otro terminaran de destruir ese imperio que nunca tuvo oportunidad de contraatacar.
Taxi Driver fue otro sonoro éxito de esa época y una de las grandes películas del cine americano. Tuvo un respetable ingreso en taquilla y vino a confirmar que Scorsese tenía un próspero futuro dentro del cine americano. Fue presa del delirio que a todos los ya veteranos directores embargaba el ser artista y a la vez adorado por las masas y se enfrasco en el carísimo música New Yor New York, hace poco la volví a ver y me sigue pareciendo una película maravillosa donde Robert De Niro puede tocar el saxofón como todo un profesional pero lamentablemente en 1977 nadie quería ir al cine a ver un musical que no estuviera dirigido por Bob Fosse. La amarga experiencia hizo que Scorsese tuviera desesperantes ataques de asma que él supo atenuar con las poco aconsejables nebulizaciones de cocaína. Unos meses después su matrimonio colapsaría y el estaría muy cerca de la muerte cuando a mediados de 1979 es ingresado a un hospital presentando un avanzado estado de neumonía. Quería no salir nunca más de ese estado ya que le habían afirmado que después del descalabro monumental de New York, New York nunca más volvería a hacer una película, sin embargo su amigo De Niro le llevó una autobiografía escrita por Jake La Motta y bueno apareció la que al juicio de muchos es la mejor película de todos los tiempos, Toro Salvaje, que fue es su momento un notable descalabro económico.
Pero es que era 1980 y ya George Lucas había sacado episodio IV y V de ese video juego tonto llamado La guerra de las galaxias y chao man, ningún productor volvería a apostarle a esas obras depresivas hechas en blanco y negro. Además Cimino empezó a creerse la reencarnación de Eric Von Stroheim e hizo su brillante pero ininteligible Puerta al Cielo con 44 millones de dólares cuando el presupuesto inicialmente se había pautado en 7. La megalomanía de Cimino convirtió a la producción en un grifo abierto. Se esperaba recuperar la inversión pero nadie fue a verla. Solo recaudó poco mas de un millón de dólares. Un desastre que terminó acabando con United Artist, la compañía que a principios de los años 20 habían fundado Douglas Fairbanks, Mary Pickford y Chaplin dizque para que los artistas no dependieran de nadie.
Un año antes Dennis Hopper le había pegado un tiro a su carrera con la desagradable, pretenciosa, torpe y fascistoide The Last Movie (No confundir con la de Bogdanovitch) todo un ejemplo de mala edición, mala dirección, una de las peores películas jamás hechas pero como no se entendía encantó en Cannes y le otorgaron el premio de la crítica. En Estados Unidos fue abucheada y no llegó a recuperar ni el cinco por ciento de lo invertido. Hopper se enfocaría en la actuación siguiendo una irregular carrera. Eso si durante los 73 años que vivió en esta tierra su fama de desequilibrado le daría un lugar privilegiado dentro de la prensa rosa.
En el ochenta después del Vietnam todos querían escapar de la realidad. La lucha social cedió y los jóvenes revolucionarios ya tenían cuarenta años y la verdad estaban cansados. Hollywood se entregó de lleno a las sagas de Rocky, de Rambo y a toda esa porquería donde trabajaba Schwarzennegger. La guerra fría vivió su momento álgido y con Reagan en el poder el fascismo tuvo su cuarto de hora en los Estados Unidos. El mundo también compartió esa frivolidad. En 1983 los viejos maestros habían muerto, solo quedaba Billy Wilder pero era mirado como un artículo de museo. De la generación del nuevo Hollywood solo quedarían vigentes De Palma, Spielberg y Lucas los directores que menos cosas tenían para decir, los menos peligrosos, los mas escapistas. Scorcese fue coherente con su discurso y pudo aferrarse en una tabla y llegar hasta este siglo donde su carrera está más viva que nunca hasta el punto de que sus dos éxitos mas rotundos de taquilla, Los infiltrados y La isla siniestra son de 2006 y 2009 respectivamente. Woody Allen es otro que ha sabido mantenerse activo e incluso de moda, su más reciente película Medianoche en París es todo un suceso mundial.
El resto solo es un buen recuerdo, unas figuras de bronce expuestas sobre una repisa. Están petrificados pero sus obras quedaron para siempre. Hoy pensar en que el director pueda tener el control absoluta de una obra en Hollywood se convierte en toda una obra de ficción. Hace cuarenta años esa oportunidad estuvo latente pero el ego, la cocaína y Hans Solo destruyeron en mil pedazos otro sueño americano.
Megalomanìa, megalomaníaco... descubriste estas palabras hace poco? porque las has usado infinidad de veces en tus últimos escritos.
ResponderEliminarSeñor de la cara de una vez y diga que lo que le molesta del blog es que le he atacado todos esos burros muertos, putrefactos empezando por el señor Oliver Stone, ELiseo Subiela y demás directores de cine admirados por imbéciles. Me parece cansón, agotador su ensañamiento. Usted tiene idea de escribir? Esculpe? Escupe? Disculpe pero me puede pasar su dirección de blog para leer las barrabasabas noventeras que no dudo escribira...si es que aprendió a escribir señor Anónimo
ResponderEliminarMuy buen barrido histórico de la época gloriosa en que los directores todavía tenían control sobre sus producciones. Da, así como las criticas cinematográficas de Caicedo, buenas entradas para relacionarse con directores para mí desconocidos. Esto ya es un logro enorme.
ResponderEliminarLa verdad no me parece que use esas palabras más de lo necesario, creo que la gente carece de objetividad y se agarra de cualquier pendejada para criticarlo... algo debe estar haciendo bien...
ResponderEliminarLástima que la gente se deje llevar por la envidia y critique aunque no tenga argumentos sólidos...
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