Después de que la espectacular ofensiva alemana los llevara a las puertas de Moscú, el poderío del ejército alemán comenzó a derretirse como un pedazo de hielo puesto en un asador. La guerra abierta en dos frentes estaba irremediablemente perdida. Desde su cómodo sillón para señores con hemorroides Hitler ordenaba que no se podía ser un solo centímetro a las fuerzas bolcheviques, pero que va, ni siquiera el invencible ejército napoleónico pudo resistir los embates del Comandante Invierno.
Un puñado de esos hombres llega a un pueblo completamente destruido. Pasan lista y solo sobreviven 25 de los ochenta integrantes del pelotón. El clima ya no está tan implacable como unas semanas atrás. La nieve cede y la primavera parece inminente. La tierra no está para dar flores. De ellas salen pedazos de manos o cabezas de hombres muertos perfectamente conservados. Los hombres están hartos de tanta barbarie. Han agarrado a cinco partisanos. Dos ancianos y una mujer. No tienen pinta de guerrilleros pero nunca hay que confiarse. Los soldados no quieren matarlos. Ellos saben que puede haber un ojo en el cielo que los mira. Nadie les ha garantizado el paraíso. Después de dudarlo y con asco apuntan y disparan. Hay un recluta nuevo, un niño. No puede quitarse de la mente los ojos del anciano pidiendo a la frialdad del cañón que no le escupiera el fuego mortal en la cara. Los hombres con más experiencia saltan y gritan y se emborrachan, en el fondo están asqueados pero tienen una ampolla en el alma que les permite soportar la infernal atmósfera. Él no. él prefiere meterse la Luger en la boca y apretar el gatillo. Los hombres que están en la barraca salen a ver de dónde ha salido el disparo, la respuesta está ahí tendida en el piso, silenciosa y con los pedazos de cráneo perdiéndose en la nieve.
En el pelotón se destaca la alta y elegante figura del joven Ernest Graeber. Después de tres meses de continuas negativas se le ha sido otorgado su permiso de tres semanas. La idea de poder dormir en una cama y bañarse con agua caliente lo ilusiona. Siempre es bueno volver a casa sobre todo si tu trabajo consiste en estallar el corazón a balazos de tu prójimo. Llega a su pueblo, todo parece gris, los hombres miran al piso, nadie habla. Todos lucen tristes. El barrio está irreconocible. El bombardeo aliado lo ha destruido por completo. Algunos vecinos han formado brigadas para rescatar a los que han quedado sepultados por los escombros. Graeber llega uniformado y en 1944 cuando la suerte parece echada un uniforme alemán era rechazado hasta en el corazón de Berlín. A tientas el joven soldado encuentra su casa, o mejor los pedazos deshilachados que han quedado de ella.
Nadie sabe nada de sus padres. Unos dicen que está vivo, otros que están muertos. Recuerda a un viejo conocido de la familia. El doctor que lo ayudó a nacer. La casa del doctor todavía está en pie pero él no está allí, hace unos meses que la Gestapo lo ha llevado sin decir nada, sin dar una sola explicación. Le ha quedado su joven hija. El flechazo es inmediato. Solo le quedan tres semanas de libertad total y posiblemente de vida teniendo en cuenta lo inclemente que es el frente ruso. Mejor disfrutar cada uno de esos 21 días como si fueran 21 años, que importa que nada quede en pie de la ciudad que el tanto amó, que importa que el mundo se desmorone si Ernest Graeber, el joven soldado ha encontrado a los 20 años el amor verdadero. Hay gente que llega a los cien años y nunca encontró a su alma gemela, a la mujer para compartir una vida. Así le queden pocos días de vida Ernest es el hombre más afortunado del planeta.
Douglas Sirk quiso hacer en Tiempo de amar, tiempo de morir el debido homenaje a su hijo muerto en el frente ruso a los escasos 17 años. Él reconstruye lo que serían las últimas semanas de su hijo en el frente. En su momento esta película intensamente dramática, de una reconstrucción histórica admirable fue absolutamente ignorada. Tuvo que venir Cahiers de cinema con Godard a la cabeza para que este filme tuviera el reconocimiento que se merece.
Filmada en Alemania y con actores que estuvieron lejos de ser estrellas este es un clásico hecho en la época gloriosa de Hollywood que tiene la valentía de tener momentos tan veraces que rozan el documental. El miedo de la gente escondida en un refugio antiaéreo la angustia de un hombre que no sabe si su familia está muerto o vivo y sobre todo la inutilidad absoluta de la guerra. Basada en la novela de Erich Marie Remarque, Tiempo de amar, tiempo de morir es una película absolutamente antinazi y hace la separación acertada de mostrar como la Wertmarch, el glorioso ejército alemán muchas veces no compartió las brutales decisiones nazis. Esta humanización de los soldados llevó a que el filme se prohibiera en países como la Unión soviética o Israel. Tal y como dice el mismo Sirk “Muchas veces los contrarios suelen parecerse mucho”.
Pero este filme es ante todo una historia de amor sublime, la clásica historia de dos personas que tratan de estar juntas a pesar de que el mundo se esté destruyendo. Una película sobre la esperanza y la necesidad de aferrarse a la vida, una película para verla al lado de la persona que amas y que inevitablemente te llevará al gozo de llorar viendo la vida que no es la tuya. Tiempo de amar y tiempo de morir es una de esas raras joyas del arte que te ayudan a seguir viviendo en un mundo cruel y despiadado como el que nos ha tocado
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