Para un actor no hay nada más difícil que interpretar a Shakespeare. Por eso cuando tienes al bardo en tu pecho difícilmente podrás querer salir de su mundo. Solo un puñado de intérpretes han podido entrar en la burbuja y entender el espíritu del gran poeta inglés. El Hamlet que dirigió y protagonizó el joven Laurence Olivier todavía hoy es considerada la mejor adaptación de una obra de Shakespeare al cine. Si bien Olivier tuvo actuaciones memorables después, la impronta del príncipe de Dinamarca lo marcaría hasta la muerte. Ni hablar de John Gielgud quien en teatro marcaría una nueva era. Los que lo vieron afirman que Gielgud era el actor shakespereano por excelencia. El cine nunca lo sedujo demasiado. Debutaría muy joven pero ya siendo famoso de la mano de Hitchcock en Secret Agent. Luego expondría su rostro a la cámara en muy pocas ocasiones, una de ellas siendo el mayordomo de Arturo el millonario le valió el premio de la academia. Fue la excusa que tuvieron los gringos para reconocerlo con un Óscar toda una trayectoria en el teatro. Al final de su dilatada vida Peter Greeneway le daría el papel de Próspero en su magistral adaptación de La tempestad llamada El libro de próspero. Fue su única actuación shakespereana a 24 fotos por segundo.
Inglaterra y su devoción y su orgullo. Derek Jacobi fue otro magistral intérprete al igual que Ian Mckellen nuestro querido Gandalff que bien supo ser Ricardo III en la particular versión de Richard Loncraine donde ubica al jabalí en el contexto de la II Guerra Mundial; Una lectura muy acertada ya que el jorobado y deforme tirano sería la prefiguración que tuvo Shakespeare de todos los autócratas que escupirían los siglos venideros. En los últimos tiempos los intentos de Kenneth Branaght por mantener la tradición fundada por Olivier adaptando obras como Hamlet o Mucho ruido y pocas nueces se ha quedado lamentablemente en eso, en intentos muchas veces desafortunados. Cuanto lamentamos no creerle a Branaght.
Para los norteamericanos interpretar las obras y el tono del autor de “El mercader de Venecia” ha sido todo un tabú. Han necesitado recurrir por ejemplo a la experimentación para suplir el complejo que les conlleva no tener el acento ni la elegancia que creen atribuirle al fenómeno shakesperiano. Vale la pena resaltar por ejemplo que Orson Welles con su teatro Mercurio adaptó Macbeth en Haití con puros actores negros. Lo mismo pretendía John Cassavetes cuando le propuso a Sidney Poiter que encarnara a Hamlet. Welles anticipó a todos los independientes al autofinanciarse su Otello. Tres años duró el extenuante rodaje. El resultado fue una obra maestra absoluta.
El gran aporte shakespereano del cine de los últimos tiempos fue el documental de Al Pacino con su maravilloso falso documental En busca de Ricardo III. Partiendo de la premisa de que todo actor norteamericano se intimida con las obras del dramaturgo londinense decide romper ese temor y comenzar a adentrarse en una de las historias mas complicadas, llenas de personajes cargados de contexto histórico y complejos. Con un elenco encabezado por puros actores norteamericanos como Alec Baldwin, Kevin Spacey y Winona Ryder Pacino consigue magistralmente montar la obra en el cine. Un filme completamente invisible en nuestro medio y que afortunadamente lo hemos podido conocer gracias a su edición en DVD.
Pero a Pacino no solo le interesa la forma en que el ctor puede abordar el espíritu de la obra sino como el ciudadano común y corriente puede entender o conocer a William Shakespeare. El panorama es absolutamente desolador. Para cualquiera los textos del genio inglés son aburridos, pesados, viejos. Los anglosajones durante siglos esgrimieron con orgullo sus obras. Si para los hispanohablantes lo más importante es hablar, narrar, por tener el peso del Quijote para los anglos lo más importante es actuar. Esto puede explicar porque Michael Jordan va y hace Space Jam y no desentona mientras los niños de los noventa tuvimos que padecer a Willington Ortíz actuando en De pies a cabeza. Para ellos play no es solo jugar sino actuar. Los muchachos en los colegios se divierten haciendo puestas en escena. Después de ver el documental del protagonista del Padrino podemos aseverar que ese legado parece que se está perdiendo para siempre.
Para todos aquellos que quieran acercarse a Shakespeare, entender su contexto histórico, la dificultad que implica para un actor meterse en sus personajes no dejen de bajar En busca de Ricardo III, una película que es un ensayo, un documental que es una gran obra ficción, una ópera prima que es una obra maestra.
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