16 de mayo de 2012

EL TOPO. ELLOS NO USABAN ESMOQUIN


A simple vista no son más que oscuros burócratas de vidas estériles, aburridas. El niño gordito de gafas, el freak que nadie mira en el colegio simplemente porque su única gracia radica en observar a los demás es un pichón de espía.
 Cuando la guerra de trincheras terminó ellos se convirtieron en la primera línea. Se armaron de desconfianza, traición y vileza. No entendían muy bien de que tenían que proteger a occidente pero allí estaban, cruzando silenciosamente, como fantasmas el infranqueable telón de acero.
John Le Carré trabajó para Scotland Yard y la mayoría de sus libros son relatos que se estiman fieles a la verdad. Nunca narra una persecución ni una pirotécnica pelea sobre un tejado. Incluso los espías en sus novelas no se entrenan en los misterios del Karate ni necesariamente tienen que ser altos y elegantes. No, Le Carré no es Ian Fleming. El ejercicio de un espía verdadero puede ser irse todas las mañanas a nadar una hora en un lago, flotar como si fuera una hoja seca en esas aguas pesadas y barrosas, ir caminando hasta la oficina y no más. Un espía no es un personaje sacado de una novela de Robert Ludlum, no, se parecen más bien a los grises burócratas que describía Gogol en sus cuentos.

Smiley tiene unas gafas muy gruesas, aún así es muy buen observador. Algo sucede dentro de la organización, Control antes de su muerte parecía tener pruebas de que un topo (Un agente doble) se había metido en la cúpula más alta y había estado pasándole información a Moscú. La idea es descubrir quién es el topo. Los espías a principios de los setenta estaban convencidos de que su cruzada iba a salvar definitivamente a occidente de las garras comunistas. 

A cuarenta años de estos hechos sabemos que todo no fue más que una exageración. A falta de guerras mundiales el capitalismo y el comunismo se inventaron una: La guerra fría. En los anquilosados libros de historia nos cuentan que Nikita Kruschev puso unos cascos de misiles nucleares apuntando hacia Estados Unidos, en sus páginas podemos leer “Lo cerca que estuvo el mundo del fin” Hoy gracias a historiadores como Eric Hobsbawn sabemos que esas cabezas de misiles eran completamente inservibles. La famosa crisis no fue más que una cortina de humo que supieron capitalizar muy bien Kennedy y Castro para asentarse definitivamente en el poder.
Estos hombrecitos deslucidos, burócratas oscuros, creen ser la primera línea. Están convencidos que en sus manos está el futuro de la humanidad, van detrás de unas carpetas, de un nombre.

Cuando Smiley va a la casa de Control después de lo que el muere se da cuenta de lo que ha sido todos estos años, una triste ficha de ajedrez, en su rostro vemos que no le da alivio descubrirse como un oblicuo alfil. Los gobiernos para mantener a estos tipos duros conformes les daban misiones de bajo perfil, es que en toda la película ellos no están pensando en conseguir planos del Kremlin para volarlo en mil pedazos sino buscar a un infiltrado. A eso jugaban unos con otros, como nerds abordando un juego de rol.
El topo es una película que debes seguir con extremada paciencia. Si puedes llegar a tener algún contacto con el universo Le Carré pues seguramente se te facilitarán las cosas. El resto tenemos que estar concentrados, en los gestos, las claves, los enigmas que los espías van botando en sus 123 minutos. Me encantó volver a ver en un proyecto serio a John Hurt y sin dudas la gran estrella del filme es Gary Oldman. Si tenían alguna duda pues tienen que ver su actuación contenida, gélida de este hombre tan triste, de este funcionario silencioso con pinta de perdedor inveterado. Todo el tiempo con cara de póker.

La sala se va poniendo vacía, me imagino que la gran mayoría llegó hasta acá porque extrañaban el silencio de Bond y Bourne. A los diez minutos ya Tomás Alfredson (quien con esta segunda película confirma el  sueco que lo de Déjame entrar no fue casualidad) los tenía encerrados en un callejón sin salida, mareándolos con claves falsas, con nombres raros en ciudades frías y completamente desconocidas.
No señores, perdieron el tiempo si vinieron a ver Misión imposible, estos funcionarillos eran los famosos espías. Todos traicionándose entre si, lejos de hacer algo por una convicción patriótica. Se sentaron en una mesa redonda y aburridos de mirar sus horrendos rostros se pusieron de acuerdo y se inventaron una guerra. La guerra la acabó el tedio y ellos ni siquiera se dieron cuenta.


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