A simple vista no son más que oscuros burócratas de vidas
estériles, aburridas. El niño gordito de gafas, el freak que nadie mira en el
colegio simplemente porque su única gracia radica en observar a los demás es un
pichón de espía.
Cuando la guerra de
trincheras terminó ellos se convirtieron en la primera línea. Se armaron de
desconfianza, traición y vileza. No entendían muy bien de que tenían que
proteger a occidente pero allí estaban, cruzando silenciosamente, como
fantasmas el infranqueable telón de acero.
John Le Carré trabajó para Scotland Yard y la mayoría de sus
libros son relatos que se estiman fieles a la verdad. Nunca narra una persecución
ni una pirotécnica pelea sobre un tejado. Incluso los espías en sus novelas no
se entrenan en los misterios del Karate ni necesariamente tienen que ser altos
y elegantes. No, Le Carré no es Ian Fleming. El ejercicio de un espía verdadero
puede ser irse todas las mañanas a nadar una hora en un lago, flotar como si
fuera una hoja seca en esas aguas pesadas y barrosas, ir caminando hasta la
oficina y no más. Un espía no es un personaje sacado de una novela de Robert Ludlum,
no, se parecen más bien a los grises burócratas que describía Gogol en sus
cuentos.
Smiley tiene unas gafas muy gruesas, aún así es muy buen
observador. Algo sucede dentro de la organización, Control antes de su muerte
parecía tener pruebas de que un topo (Un agente doble) se había metido en la
cúpula más alta y había estado pasándole información a Moscú. La idea es
descubrir quién es el topo. Los espías a principios de los setenta estaban
convencidos de que su cruzada iba a salvar definitivamente a occidente de las
garras comunistas.
A cuarenta años de estos hechos sabemos que todo no fue más
que una exageración. A falta de guerras mundiales el capitalismo y el comunismo
se inventaron una: La guerra fría. En los anquilosados libros de historia nos
cuentan que Nikita Kruschev puso unos cascos de misiles nucleares apuntando
hacia Estados Unidos, en sus páginas podemos leer “Lo cerca que estuvo el mundo
del fin” Hoy gracias a historiadores como Eric Hobsbawn sabemos que esas
cabezas de misiles eran completamente inservibles. La famosa crisis no fue más
que una cortina de humo que supieron capitalizar muy bien Kennedy y Castro para
asentarse definitivamente en el poder.
Estos hombrecitos deslucidos, burócratas oscuros, creen ser
la primera línea. Están convencidos que en sus manos está el futuro de la
humanidad, van detrás de unas carpetas, de un nombre.
Cuando Smiley va a la
casa de Control después de lo que el muere se da cuenta de lo que ha sido todos
estos años, una triste ficha de ajedrez, en su rostro vemos que no le da alivio
descubrirse como un oblicuo alfil. Los gobiernos para mantener a estos tipos
duros conformes les daban misiones de bajo perfil, es que en toda la película
ellos no están pensando en conseguir planos del Kremlin para volarlo en mil
pedazos sino buscar a un infiltrado. A eso jugaban unos con otros, como nerds
abordando un juego de rol.
El topo es una
película que debes seguir con extremada paciencia. Si puedes llegar a tener
algún contacto con el universo Le Carré pues seguramente se te facilitarán las
cosas. El resto tenemos que estar concentrados, en los gestos, las claves, los
enigmas que los espías van botando en sus 123 minutos. Me encantó volver a ver
en un proyecto serio a John Hurt y sin dudas la gran estrella del filme es Gary
Oldman. Si tenían alguna duda pues tienen que ver su actuación contenida,
gélida de este hombre tan triste, de este funcionario silencioso con pinta de
perdedor inveterado. Todo el tiempo con cara de póker.
La sala se va poniendo vacía, me imagino que la gran mayoría
llegó hasta acá porque extrañaban el silencio de Bond y Bourne. A los diez
minutos ya Tomás Alfredson (quien con esta segunda película confirma el sueco que lo de Déjame entrar no fue casualidad) los tenía encerrados en un
callejón sin salida, mareándolos con claves falsas, con nombres raros en
ciudades frías y completamente desconocidas.
No señores, perdieron el tiempo si vinieron a ver Misión imposible, estos funcionarillos
eran los famosos espías. Todos traicionándose entre si, lejos de hacer algo por
una convicción patriótica. Se sentaron en una mesa redonda y aburridos de mirar
sus horrendos rostros se pusieron de acuerdo y se inventaron una guerra. La
guerra la acabó el tedio y ellos ni siquiera se dieron cuenta.
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