Todavía conozco gente que tiene prejuicios con las series de
televisión. Muchachos, voy a ser claro,
se están perdiendo una época dorada, algo comparado a lo que vivió el cine en
la década del setenta. La diferencia es que acá el director es un personaje
secundario, las verdaderas estrellas son los escritores. Uno sabe de entrada
que J.J Abrams es el escritor de Lost,
Alcatraz o Personal interest. Incluso el genial guionista ya tiene dos más que
afortunadas incursiones en la pantalla grande, tanto Viaje a las estrellas como Ocho
milímetros logran el milagro de conseguir originalidad en un género como la
ciencia ficción que creíamos gastados.
En el último número de Semana
empieza un artículo sobre las series de televisión con esta frase “Si
Shakespeare estuviera vivo, escribiría guiones para HBO”. En el análisis
concluyen que mientras en el cine los guiones responden a una fórmula y a excepción de Charlie Kauffman
nadie se atreve hoy en día en Estados Unidos a la inventiva, en la televisión
el terreno está absolutamente abonado.
No es gratuito que novelistas de la talla de Salman Rushdie
o Jonathan Franzen estén embarcados en sendos proyectos televisivos. El autor
de Los versos satánicos está
trabajando en una serie de televisión llamada Midnight’s Children. Rushdie está absolutamente impresionado con la
libertad que se respira dentro de los estudios de televisión. El productor solo
está allí para asentir todo el tiempo.
En los ochenta el iluminado Luis Alberto Álvarez se quejaba de
que la televisión en sus treinta años de historia había dado contadas obras
maestras. El entrañable maestro citaba solo dos trabajos, Heimat de Karel Reiz y Berlin
Alexanderplatz de Fassbinder. Razón no le faltaba a nuestro sacerdote
favorito. Era la época de la enajenación televisiva implantada desde los cimientos
del gobierno republicano de Reagan. Esperpentos
como Alf, La pequeña maravilla o Blanco y negro ensalzaban ante todo los
valores de la familia. Tres décadas después todo eso ha cambiado.
Confieso que hasta hace unos años me resistía a creer que
una serie no fuera algo banal. Sería indigno para un hombre cocinado en las imágenes
de Bergman y Antonioni. Era un imbécil, un provinciano más sumido en la sopa de
la ignorancia. Breaking Bad me abrió
definitivamente los ojos. El autor en la televisión tiene todo el tiempo para
desarrollar su historia, no hay restricciones, al contrario, durante seis meses
tiene la oportunidad de crear, perfeccionar, darle vida, como doctores
Frankenstein a sus personajes.
Otra serie que definitivamente me ha atrapado es The big bang theory. ¿Cuál es el genio
que está detrás de esa sitcom? El mismo que creó las aventuras del borracho
Charlie Harper, Chuck Lorre, un hombre de sesenta años que empezó en 1993 con
una serie de poco éxito hasta que estalló Two
and a half man, una obra pequeña comparada con los arranques egomaniacos
del doctor Sheldon Cooper.
¿Quién podría pensar que se podía hacer una comedia con la
física, con matemáticas? En los ochenta ya conocíamos la infame saga de los Nerds pero nada como la inteligencia con
la que se han escrito estos guiones. Referencias constantes a Star Trek, Battlestar Galactica, Star wars,
Blade Runner y todo lo de Marvel son incorporados en el universo de estos
hombres súper inteligentes y solitarios.
Si me tuviera que quedar con tres episodios estos serían:
1.
El de Stan Lee
2.
El reciente de Stephen Hawkins
3.
El de Sheldon convertido en Robot.
Algunos dicen que si bien entretiene The Big Bang Theory no hace reír a carcajadas. Bueno en estos tres capítulos
es inevitable no terminar con un dolor abdominal. En el último nombrado se le
nota a Chuck Lorre las lecturas a Philliph K. Dick e Isaak Asimov. Sheldon está
calculando cuanto le resta de vida. La idea es llegar a vivir sesenta años más.
En el 2050 ya existiría la tecnología necesaria para convertir a los muertos en
robots. Eso para el cuadriculado doctor Cooper sería su sueño dorado. Cambia
sus hábitos alimenticios, se pone a trotar con Penny, pero descubre que en sus
genes podría estar propenso a algún accidente. Entonces decide no salir más y
convertirse el mismo en un robot. Dirigir su vida desde su cama, trabajando al
cien por ciento de sus capacidades.
El mérito de Lorre y su equipo de guionistas fue adaptar todas
esas películas que el cuarteto de nerds aman y hacer capítulos con esas
temáticas, como cuando descubren una de las ocho réplicas que hicieron para El señor de los anillos y los cuatro
termina convertidos en gollums, o cuando compran una copia de la máquina del
tiempo y deciden “viajar” en ella.
Para mi es bastante inusual escribir sobre una serie. Son tiempos
distintos y la verdad no conozco muy bien como es la dirección, de qué manera
trabajan los guionistas, como es la preparación de los actores. Cualquier cosa
que diga puede sonar redundante, estúpida. A veces como dice Nietzche es mejor
el silencio. Así que tan solo escribo
estas líneas para expresar en un intento torpe mi admiración y agradecimiento hacia The Big Bang Theory por hacerme cada noche la vida más grata.
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