9 de mayo de 2012

LA CAJA YA NO ES BOBA. Balbuceos sobre The Big Bang Theory y la época dorada de la televisión.


Todavía conozco gente que tiene prejuicios con las series de televisión. Muchachos, voy  a ser claro, se están perdiendo una época dorada, algo comparado a lo que vivió el cine en la década del setenta. La diferencia es que acá el director es un personaje secundario, las verdaderas estrellas son los escritores. Uno sabe de entrada que J.J Abrams es el escritor de Lost, Alcatraz o Personal interest. Incluso el genial guionista ya tiene dos más que afortunadas incursiones en la pantalla grande, tanto Viaje a las estrellas como Ocho milímetros logran el milagro de conseguir originalidad en un género como la ciencia ficción que creíamos gastados.


En el último número de Semana empieza un artículo sobre las series de televisión con esta frase “Si Shakespeare estuviera vivo, escribiría guiones para HBO”. En el análisis concluyen que mientras en el cine los guiones responden a  una fórmula y a excepción de Charlie Kauffman nadie se atreve hoy en día en Estados Unidos a la inventiva, en la televisión el terreno está absolutamente abonado.

No es gratuito que novelistas de la talla de Salman Rushdie o Jonathan Franzen estén embarcados en sendos proyectos televisivos. El autor de Los versos satánicos está trabajando en una serie de televisión llamada Midnight’s Children. Rushdie está absolutamente impresionado con la libertad que se respira dentro de los estudios de televisión. El productor solo está allí para asentir todo el tiempo.
En los ochenta el iluminado Luis Alberto Álvarez se quejaba de que la televisión en sus treinta años de historia había dado contadas obras maestras. El entrañable maestro citaba solo dos trabajos, Heimat de Karel Reiz y Berlin Alexanderplatz de Fassbinder. Razón no le faltaba a nuestro sacerdote favorito. Era la época de la enajenación televisiva implantada desde los cimientos del gobierno republicano de Reagan.  Esperpentos como Alf, La pequeña maravilla o Blanco y negro ensalzaban ante todo los valores de la familia. Tres décadas después todo eso ha cambiado.


Confieso que hasta hace unos años me resistía a creer que una serie no fuera algo banal. Sería indigno para un hombre cocinado en las imágenes de Bergman y Antonioni. Era un imbécil, un provinciano más sumido en la sopa de la ignorancia. Breaking Bad me abrió definitivamente los ojos. El autor en la televisión tiene todo el tiempo para desarrollar su historia, no hay restricciones, al contrario, durante seis meses tiene la oportunidad de crear, perfeccionar, darle vida, como doctores Frankenstein a sus personajes.
Otra serie que definitivamente me ha atrapado es The big bang theory. ¿Cuál es el genio que está detrás de esa sitcom? El mismo que creó las aventuras del borracho Charlie Harper, Chuck Lorre, un hombre de sesenta años que empezó en 1993 con una serie de poco éxito hasta que estalló Two and a half man, una obra pequeña comparada con los arranques egomaniacos del doctor Sheldon Cooper.

¿Quién podría pensar que se podía hacer una comedia con la física, con matemáticas? En los ochenta ya conocíamos la infame saga de los Nerds pero nada como la inteligencia con la que se han escrito estos guiones. Referencias constantes a Star Trek, Battlestar Galactica, Star wars, Blade Runner y todo lo de Marvel son incorporados en el universo de estos hombres súper inteligentes y solitarios.
Si me tuviera que quedar con tres episodios estos serían:
1.       El de Stan Lee
2.       El reciente de Stephen Hawkins
3.       El de Sheldon convertido en Robot.


Algunos dicen que si bien entretiene The Big Bang Theory no hace reír a carcajadas. Bueno en estos tres capítulos es inevitable no terminar con un dolor abdominal. En el último nombrado se le nota a Chuck Lorre las lecturas a Philliph K. Dick e Isaak Asimov. Sheldon está calculando cuanto le resta de vida. La idea es llegar a vivir sesenta años más. En el 2050 ya existiría la tecnología necesaria para convertir a los muertos en robots. Eso para el cuadriculado doctor Cooper sería su sueño dorado. Cambia sus hábitos alimenticios, se pone a trotar con Penny, pero descubre que en sus genes podría estar propenso a algún accidente. Entonces decide no salir más y convertirse el mismo en un robot. Dirigir su vida desde su cama, trabajando al cien por ciento de sus capacidades.
El mérito de Lorre y su equipo de guionistas fue adaptar todas esas películas que el cuarteto de nerds aman y hacer capítulos con esas temáticas, como cuando descubren una de las ocho réplicas que hicieron para El señor de los anillos y los cuatro termina convertidos en gollums, o cuando compran una copia de la máquina del tiempo y deciden “viajar” en ella.
Para mi es bastante inusual escribir sobre una serie. Son tiempos distintos y la verdad no conozco muy bien como es la dirección, de qué manera trabajan los guionistas, como es la preparación de los actores. Cualquier cosa que diga puede sonar redundante, estúpida. A veces como dice Nietzche es mejor el silencio.  Así que tan solo escribo estas líneas para expresar en un intento torpe mi admiración y  agradecimiento hacia The Big Bang Theory por hacerme cada noche la vida más grata.


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