15 de junio de 2012

100 AÑOS DE SAMUEL FULLER. LA CASA DE BAMBU.


Samuel Fuller era un tipo duro. Su hiperactividad lo llevó a escoger el dinámico oficio de ser periodista. Le encantaba la crónica roja. Deberían recopilar sus reportajes, dicen que escribía muy bien. Por ahí están dos novelas muy poco difundidas y un sin fin de guiones que el nunca firmó. Era lo que denominan un guionista fantasma. Nunca dijo cuales eran esas películas que el había escrito. Era un hombre de palabra.


Actuó varias veces, con directores que lo idolatraron y revalorizaron su obra. Hace un cameo en Pierrot el loco de Godard y aparece también junto a ese otro maldito de Hollywood, Nicholas Ray en El amigo americano de Win Wenders. Pero lo suyo era sin duda escribir y filmar y si podía para tener todavía mas autonomía el mismo las producía.

Títulos como La casa de Bambú le dieron otra dimensión al cine negro. Imagínense un grupo e asaltantes gringos actuando en el Japón de Ozu, cuando todavía esa era una ciudad de papel. Tipos duros administrando los casinos, las incipientes maquinitas, el monstruo en plena formación. Vemos esa ruptura en esta película dispareja, con un final absolutamente traído de los cabellos pero a la vez con una fuerte carga poética. Robert Ryan allá arriba en esa rueda, girando y mirando a la ciudad mientras el traidor lo acribilla. Esos colores fuertes, vivos. Una ciudad de papel lleno de detalles completamente ajenos a los occidentales.


Años después Wenders, influenciado por esta película haría su extraordinario documental Tokio-Ga donde vemos ya a la provincia inocente convertida en un gigante. En el 2004 Sofia Coppola también se acercaría con cierto acartonamiento al gigante oriental en su Lost in traslation. Pero nadie la pudo filmar así como lo hizo él. Las esteras sacadas de las cajitas, las divisiones de las casas, los palos del arroz, es la mirada de un documentalista lo que estamos apreciando.

Se toma su tiempo para pintar su fresco. Ahora cualquier ama de casa que crea en los cuarzos y en las energían tendrá algún souvenir japonés para decorar sus muebles. En los cincuenta pocos se acercaban o se interesaban por esa cultura. La fascinación de Samuel Fuller fue tanta que convenció a la productora de sacar las cámaras y rodarla donde transcurrían los hechos. Fue la primera película norteamericana rodada en Japón. Este es un remake de "The Street Of No Name" (1948), de William Keighley, se escogió al mismo guionista y la misma historia, lo único que cambió fue el lugar donde se desarrolla la acción y algunos diálogos.

Se incorporaron nuevas secuencias cargadas de poesía. Una de ellas es la de ese hombre recién muerto al que solo le vemos los pies y al fondo se ve el monte Fuji, o la secuencia donde Robert Ryan abalea a Griff quien se bañaba apaciblemente en un cubo japonés. El masacrado queda con la cabeza colgando por fuera del cubo, los huecos de las balas dentro del cubo hace que el agua comience a salir. Spielberg copió esa escena para su Minority Report.


No solo el autor de Tiburón le debe a Samuel Fuller. Su influencia pesó sobre Godard, Tarantino, Jarmush. Para Cassavetes mas que una inspiración fue su maestro. Su obra por estas latitudes permanece desconocida. Afortunadamente los españoles no solo hacen futbolistas, también tienen una fuerte industria de DVD y se han encargado de remasterizar su obra, acercándola a las nuevas generaciones de cinéfilos.

Esperemos que el centenario de su natalicio haga que se lleven a cabo ciclos con sus magnificas películas, que se estrenen copias restauradas en 35 milimetros, que su nombre vuelva a influenciar y a estar presente dentro del imaginario de todo joven cineasta.

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