Le pegó con el casco, tres veces
en la cara para que le quedara bien claro quién era el que mandaba. Luego,
frustrado al ver que la coca lo había dejado momentáneamente impotente decidió
agarrar un palo e introducírselo repetidas veces. Había quedado claro quién era
el que mandaba. Después se fue, dejándola tirada en el pasto, arrastrándose,
con las pocas fuerzas que le quedaban llamó a emergencias. Nadie contestaba,
eran las cuatro de la mañana y a esa hora en Bogotá los únicos que están
despiertos son los borrachos y los ladrones. Dos horas después atendieron la
llamada. Tres policías de mala gana fueron a ver qué pasaba. “Lo de siempre” habrán pensado “Alguna
hijueputa que por rehusarse buscó que la violaran” a pesar de que la estela de
sangre que se esparcía por el pasto y el empalamiento eran de una violencia inusual, ellos se sobrepusieron a la situación y con desgano le preguntaron qué EPS tenía y ella entre el dolor alcanzó a decir, que no, que no tenía nada de eso. A pesar de que a unos
cuantos metros quedaba el Hospital San Ignacio y el Militar, tuvieron que
atravesar la ciudad para llevarla a uno de esos Centros de salud donde atienden
a la gente como ella y los tratan como lo que son: pobres.
A las diez y cuarto llegó con la
vida escurriéndose entre un hueco que se la abría hasta el estómago. Habían transcurrido más de
siete horas. Sus súplicas se perdían en el ruido del agua chocando contra las
piedras, al lado de la cañada donde el hombre abusó de ella por no dejarse. Ochenta
minutos después de haber llegado al hospital le asignaron camilla pero ya era
tarde. Un paro cardiaco le acabó el sufrimiento de haber sido mujer.
Mucha gente ha cobrado fama por
empalar a personas. Recuerden a Vlad Tepes a quien Cesescu elevó a la categoría
de santo cuando fue dictador de Rumania, no se les olvide a las cincuenta
mujeres que murieron empaladas en la temible y aún desconocida masacre del
Salado cuando recién amanecía el milenio en Colombia. Uribe premió a estos
asesinos con confortables celdas en Estados Unidos lejos del dedo acusatorio de
sus víctimas.
Hasta ahora se han dado cuenta de
que en Colombia así digamos que queremos mucho a la mamita, odiamos a las
mujeres. Las estadísticas son frías, infames. Cada hora dos mujeres son
violadas en este pantano. Esto suma 17.935 casos de abuso sexual al año. Según medicina
legal ocho mujeres son golpeadas cada hora y una muere cada 3 días.
Pero no solo se maltrata
golpeándolas, la discriminación es constante. A pesar de que está más que
comprobado que son más eficientes, inteligentes y responsables que los hombres
en los trabajos ganan 15 por ciento menos que nosotros. De 1.5 millones de
pobres que hay en el mundo el 70 por ciento son mujeres, el noventa por ciento
de ellas viven en países profundamente católicos. La religión acostumbra a
perdonar y a encubrir al maltratador. Miren la biblia, está poblado de ellos.
El caso de
Rosa Elvira ha puesto en evidencia el infierno al que están condenadas 24
millones de seres que tuvieron la desgracia de haber nacido mujer en Colombia.
Que tristeza y la vergüenza no es por lo que pensarán los demás de nosotros los colombianos sino porque esto mañana se olvida y no aprendemos nada y como diría ya la frase célebre quién no aprende de la historia está condenado a repetirla, que tristeza!!!!
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