9 de julio de 2012
POR LA TARDE
El viejo estaba balanceándose en la mecedora. La sombra de la gorra le cubría media cara, el sol no lo enceguese, puede ver como los coyotes han dejado de comer la burra podrida, se dispersan asustados por los cascos de caballo que estremecen las piedras.
Con el miserable movimiento que le permitían sus piernas, detuvo la mecedora y se levantó crujiendo como si los huesos se le astillaran. En tres pasos llegó a la puerta, tomó el rifle y tambaleante se lo llevó al hombro.
"Todo se acaba menos la vista" pensaba el viejo "Si dejo de mirar, si los ojos se cierran es porque estoy muerto". La polvareda precedía a la pandilla "Fue ella, la morena, tenía hambre, yo no le puedo dar nada, que voy a hacer, ella tiene el derecho de ganarse la vida como se le de la gana".
Eran tres. Al cabalgar el sombrero del rubio volaba en el cañón como un buitre más. "El sol le da de lleno en la frente, como si Dios hubiera sacado uno sus dedos de entre las nubes y me hubiera dicho Tu dispara Visconti, tu hala el gatillo que yo te la llevo hasta allá". El viejo sintió como el hombro se le desencajaba ante el primer culatazo "Primero se escucha la explosión, como si la tierra se tragara un trueno y pasará un momento, el tiempo justo para secarte el sudor que te cubre la frente para que veas como el hombre cae, como muerde el polvo".
Quedaban dos más, no se detuvieron a mirar como estaba el rubio. Al Grande la rabia le recorría las venas. Romperían cien mil murallas para sacar ese corazón. El viejo miró el suelo de su porche, se buscó una bala, una puta bala entre el pantalón, en el bolsillo de su camisa, se quitó el sombrero y arrojó el rifle al suelo.
"Con que esas tenemos viejo conchudo" Pensaba el grande mientras agarraba con fuerza las riendas del caballo "Apelando a la caridad cristiana gran hijueputa, no tuviera yo esas ganas de sacarle esa alma a balazos y mandarla directica al infierno, tuviera yo la paciencia que usted tuvo malparido para abrirle el pescuezo a mi papá y sacarle la lengua por ese hueco". La piel del caballo se abría en un surco sanguinolento, la carne exponiéndose al sol, la tierra dándole de lleno en los ojos del Grande. "Agradézcale a Dios que no me dió imaginación, que me hizo un guevón impaciente, un hambriado que quiere comer sin respirar, sin disfrutar. Porque era para deleitarme cortándolo por pedacitos, dejándole las heridas abiertas pa que los buitres bajaran y se atragantaran con usted".
El viejo salió del porche, siempre con las manos arriba. El Grande se detuvo unos pasos antes de llegar a la casa, el otro hermano se había retrasado. El grande puso el cañón de su rifle en su brazo extendido, vió una borrosa y redonda mancha en el visor, respiró y presionó. La bala como un ave de rapiña se le llevó medio brazo. Los hilachos de carne salpicaron la pared.
El Grande se bajó del caballo, arrojo el rifle entre las piedras y desenfundó una pistola. "Santa María que estás en el cielo, tiene que existir un alma, esto no se puede acabar así. ¿Cierto que existe usted Dios? que se esconde es solo para asustarnos, para que la gente madrugue y sea laboriosa y devota como todos nosotros. Cierto que si Dios?." Al grande la rabia lo desbordaba. "Ojalá no me vaya a pedir perdón porque ahí si se me sale lo sádico y puedo caer hasta en el pecado de la tortura. No, no, que no me pida perdón. Bastante tiene con el sofoco que le espera en el infierno"
El sol aplastaba la casa. El caballo del otro hermano tenía la lengua por fuera. Le clavó las espuelas en seco. Tuvo que agarrarse al cuello del animal para que el impulso no lo hiciera caer. Se apeó, caminó tres pasos hasta que el estallido de un revólver lo hizo detenerse. Desde donde estaba alcanzó a ver como el viejo caía con la cabeza abierta en la madera que el mismo había pulido.
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