21 de agosto de 2012

¿PODEMOS JUGAR? Historias de la violencia.


Esto me lo contó Emiliano hace unas noches.
En Chitagá como en casi todo Norte de Santander los paramilitares se asentaron a principios de la década pasada. Pusieron su centro militar y de tortura en el viejo caserón de los Ávila. No se caía una hoja de un árbol sin que ellos lo supieran. El control era total. Todo lo que salía y entraba en el pueblo tenía que pasar necesariamente por el ojo inmenso que todo lo ve. Una mañana  apareció un niño de 7 años encima de una mula. Nunca antes lo habían visto en el pueblo. Marcos, el líder de los paracos al verlo salir del puente ordenó que lo esculcaran.  Dos hombres de cara rocosa ayudaron a bajar al niño de la bestia. Le preguntaron que de donde venía y el niño señaló los frailejones que se veían quemados por las constantes heladas que azotaban el páramo.

-          Usted cómo se llama?- Le preguntó el más viejo de los hombres mientras revisaba las alforjas que cargaba en la mula.
-          Francisco- respondió el niño.
El más viejo le hizo una seña al  de la cabeza rapada para que se acercara. Entre unas sábanas venía escondido un radio intercomunicador. El de la cabeza rapada se le acercó al niño.
-          ¿Quién le dio esto?
Francisco se quedó pálido, como si el alma se le hubiera salido con esa pregunta.
-          Me lo encontré por el camino- respondió mientras tragaba saliva.
El de la cabeza rapada toma a la mula por las riendas y quiso marcarle el camino pero la mula se mantuvo inmóvil y miraba con angustia al niño como preguntándole que hago y Francisco no tuvo tiempo de decirle con palabras dulces al animal que hiciera caso porque detrás de la bestia estaba el más viejo agarrando con fuerza su fusil y propinándole un culatazos en sus ancas.. La mula automáticamente se puso en camino.

El pueblo eran tres calles desiertas. Pocos se atrevían a enfrentarse al frío que bajaba como un manto tenebroso justo después de las siete, la hora en que los paramilitares montaban el estado de sitio. Todos tenían medio. Mejor vivir encerrado, escuchar desde el cuarto descascarado el lamento de los torturados. El único que se atrevía a salir era Emiliano. Su familia vivía justo al frente de la casa de los Ávila. Eran amigos de toda la vida. Una noche vieron como entraba un comando y los sacaba a empujones de su propia casa. Los metieron en un camión y según palabras de Marcos los llevaron a dar una vuelta. Nunca más los volvieron a ver.
Emiliano Tenía ocho años y le gustaba salir a jugar con los carritos justo al frente del cuartel. Por las rendijas de las  ventanas los habitantes de la calle central vieron como los dos hombres traían a Francisco y a la mula. Emiliano los vio meterse en el viejo caserón, ignorando porque la gente grande tenía miedo. Su mamá iba a salir a decirle que mejor centrara a tomarse un chocolatico, el de la cabeza rapada salió y con amabilidad le dijo a la mamá que mejor lo dejara por ahí
-          Le hace un bien señora, es mejor acostumbrarlo a que viva en la calle y no debajo de sus naguas, así es que se forman los hombres, señora.

El consejo era una orden y la señora no tuvo otra posibilidad que obedecer. Antes de que fuera mediodía, cuando Emiliano ya había hecho una carretera con sus propias uñas y andaban por allí los cuatro carros con los que jugaba tenía al frente a Francisco.
Recordaba Emiliano muchos años después “Era como un hombre muy viejo metido en el cuerpo de un niño. Se veía muy angustiado y con una voz que seguramente no correspondía a su edad me preguntó “¿Podemos jugar”. Yo le di un carro y le expliqué un poco en qué consistía mi juego pero la verdad no me hacía mucho caso, todo el tiempo estaba mirando para la casa de los Avila, sabía que estaban deliberando sobre la pena que le esperaba por haber traído ese transistor”
El niño tomó un carro y distraído lo impulsaba para detrás y para adelante. El de la cabeza rapada y el más viejo los veían desde la entrada del cuartel mientras tomaban una cerveza. “ Me parecía increíble que el último deseo que podía tener ese niño era justamente jugar, jugar en contra de las circunstancias, en contra de él mismo porque tenía miedo, se le veía el miedo, le temblaban las manos no del frío sino del miedo.No sé cuánto duró eso, el pánico que sentía el niño me lo transmitió a mí. Al poco tiempo dejamos de jugar y nos pusimos a esperar entre la tierra que habíamos escarbado”.
Adentro en la mesa de caoba de doce puestos Marcos terminaba de comer las orejas de cerdo que tanto le gustaban. Tenía al frente el radio que había traído el niño. Lo tomó entre sus manos, lo examinó. Estaba claro que nadie dejaba por ahí, tirado al lado del camino un aparato de ese calibre. Se levantó de su mesa, se acomodó las tirantas y salió a la calle. Se puso entre el mas viejo y el de la cabeza rapada y miró al niño. Le hizo una seña a sus dos hombres y ambos entraron.

“El niño tenía los ojos llorosos y yo le dijo que no tuviera miedo, que mi mamá no iba a dejar que nada malo le pasara, pero Francisco no me escuchaba, era como si ya no estuviera allí”. A los pocos minutos salió el más viejo.
-Venga para que almuerce, no vaya a ser que después me le dé la pálida.
“Francisco me pedía algo con la mirada pero yo no sabía que era, quería quedarse conmigo, que lo guardáramos en el patio pero yo no atiné a decir nada y lo dejé ir”
La mamá de Emiliano lo metió en la casa. Ya era mediodía y la bruma bajaba entre las piedras y los frailejones como una avalancha. “estaba con mi mamá en la mesa, tenía al frente un plato de colado pero no me comí ni una sola cucharada. Escuchamos llegar el camión, el mismo camión que se llevó a los Ávila, nos asomamos entre la rendija de la puerta y allí estaba el secundado por los dos hombres. Estaba pálido como una placa de mármol  Lo subieron al camión, tenía la mirada perdida, tal vez buscando la mula pero no la encontró”
El camión despertó la polvareda. Emiliano salió a la calle y lo vio perderse entre los peñascos. En la noche regresó el camión sin el niño. La mula duró deambulando por el pueblo tres días hasta que uno de los hombres que vivían en la casa de los Avila, después de desocupar una botella de aguardiente en fondo blanco decidió descargar el proveedor en ese animal triste y flaco. Algunos paracos también tienen alma.
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