23 de agosto de 2012

RAN. De Akira Kurosawa. El último samurai.


Dicen que nadie, en occidente, entendió a Shakespeare como lo hizo Kurosawa. El director japonés no se conformó tan solo con recrear fielmente la obra del bardo inglés, sino que le dio un contexto, hizo lo que el dramaturgo mismo implantó como técnica de trabajo, tomar tramas que surgieron con el advenimiento de la humanidad, las disputas familiares, los celos, el parricidio, el desprecio total al hombre viejo. Toma el Rey Lear un hombre que como él bordeaba la ancianidad, lo mezcla con Motonari Mori, la historia de Hidetora  un señor feudal japonés al que la unificación de su país lo sorprendió demasiado viejo como para poder contrarrestar esas fuerzas separatistas.

Entonces, ante los ojos cansados de Hidetora se muestra dominante el Ran, palabra japonés que significa desorden, caos. Sus hijos que ya no son Regania, ni Cordelia sino tres hombres, cada uno completamente diferente del otro y que juntos son indestructibles según la vieja parábola de las tres flechas unidas, viven la disputa por heredar el feudo que su anciano padre quiere delegar en vida. Saburo, el hijo mayor, expone su descarnado punto de vista sin máscaras de ningún tipo. El padre lo expulsa de sus tierras y prefiere quedarse con las lisonjas de sus otros dos hijos.
Pero apenas están asumiendo el poder delegado empieza a aparecer la verdadera naturaleza que yace dormida debajo de la piel. Jiro, al ver desde su ventana el amanecer le dice a su mujer “Este paisaje se ve más bonito ahora que es mío” Uno ya puede asumir que a este samurái se le han subido un poquito los humos. Pero el personaje más terrorífico del filme es el de Kadaee, antigua señora del castillo quien vio como Hidetora despedazaba a toda su familia para apoderarse de la propiedad. En venganza la antigua princesa poco a poco se va convirtiendo en una bruja. Con su erotismo helado somete a su voluntad a los estúpidos hijos del señor feudal, manipulándolos conduciéndolos inefablemente al final de su estirpe.

Ran fue en su momento la película más cara de la historia del Japón con un presupuesto de 15 millones de dólares. En su filme anterior, Kagemusha  Kurosawa había tenido que pedirle ayuda a George Lucas y Francis Coppola para financiarlo. Acá la plata se la consigue ese extraordinario mecena de maestros que fue Serge Silberman. La dirección de arte de la película es simple y llanamente maravillosa. Cuentan que Kurosawa empezó a pensar en el proyecto en 1975, diez años antes de que empezara a ser rodado. Con suma paciencia pensó la construcción de cada castillo, de la indumentaria de los samuráis. Se internó en una investigación exhaustiva sobre cómo eran los códigos sociales de esa época. Para el director de Yojimbo “había sido una etapa más libre, en la que los hombres estaban menos controlados. Si a un samurai no le gustaba su señor, podía abandonarlo. Eso le permitía poder desarrollar los caracteres de sus personajes a su antojo. Además, en el siglo XVI también existía un gran sentimiento estético pues los hombres se preocupaban por la belleza y quería rodearse de objetos hermosos.” Y vaya si es capaz de reconstruir esta época. Solo en la construcción de un castillo la producción se gastó un millón de dólares, una cifra absolutamente exorbitante teniendo en cuenta los presupuestos que se manejaban en Japón a mediados de la década del ochenta. El diseño de vestuario estuvo a cargo de Emi Wada y le valió un Oscar.

En esta película Kurosawa decidió alejarse de las técnicas del teatro No. Esta vez decidió dirigir a sus actores a partir de los patrones de comportamiento que imperaban en la época. Todo es pausado, controlado. Las emociones se dejan ver a través de rostros pétreos. Todo es intenso, profundo, el odio, el amor, la envidia, la locura y la venganza. Entre todos los actores el de Tatsuya Nakadai se destaca interpretando a Hidetora, el samurái a punto de caer abatido por el desprecio de sus hijos y de los años. Sus pasos medidos, contenidos contrastan con su felxibilidad. Recuerdo la manera como se queda dormido en la reunión al principio del filme y como lentamente con contención habitual se le va cayendo la vasija que tiene en sus manos. Nakadai es una fuente inagotable de emociones que todo el tiempo nos mantiene al borde de la butaca, sufriendo por ese anciano al borde de la extenuación.

Ran habla de la ambición desmesurada al poder, del sexo como manipulación, de la destrucción total que deja la guerra. A pesar de sus dos horas y media el ritmo no decae nunca. A una escena que te quita el aliento  viene otra no menos poderosa. Las pupilas se dilatan ante todo color, creías haber visto el rojo pero no tenías idea, el rojo de la sangre, de los estandartes es redescubierto por el maestro japonés.  Ran fue la última gran película de Akira Kurosawa. No pierdan el tiempo descargándola, si quieren acercarse un poco a su grandeza intenten conseguirla en su formato de DVD.

1 comentario: