Dicen que nadie, en occidente, entendió a Shakespeare como
lo hizo Kurosawa. El director japonés no se conformó tan solo con recrear
fielmente la obra del bardo inglés, sino que le dio un contexto, hizo lo que el
dramaturgo mismo implantó como técnica de trabajo, tomar tramas que surgieron
con el advenimiento de la humanidad, las disputas familiares, los celos, el
parricidio, el desprecio total al hombre viejo. Toma el Rey Lear un hombre que
como él bordeaba la ancianidad, lo mezcla con Motonari Mori, la historia de
Hidetora un señor feudal japonés al que
la unificación de su país lo sorprendió demasiado viejo como para poder
contrarrestar esas fuerzas separatistas.
Entonces, ante los ojos cansados de Hidetora se muestra
dominante el Ran, palabra japonés que significa desorden, caos. Sus hijos que
ya no son Regania, ni Cordelia sino tres hombres, cada uno completamente
diferente del otro y que juntos son indestructibles según la vieja parábola de
las tres flechas unidas, viven la disputa por heredar el feudo que su anciano
padre quiere delegar en vida. Saburo, el hijo mayor, expone su descarnado punto
de vista sin máscaras de ningún tipo. El padre lo expulsa de sus tierras y prefiere
quedarse con las lisonjas de sus otros dos hijos.
Pero apenas están asumiendo el poder delegado empieza a
aparecer la verdadera naturaleza que yace dormida debajo de la piel. Jiro, al
ver desde su ventana el amanecer le dice a su mujer “Este paisaje se ve más
bonito ahora que es mío” Uno ya puede asumir que a este samurái se le han
subido un poquito los humos. Pero el personaje más terrorífico del filme es el
de Kadaee, antigua señora del castillo quien vio como Hidetora despedazaba a
toda su familia para apoderarse de la propiedad. En venganza la antigua princesa
poco a poco se va convirtiendo en una bruja. Con su erotismo helado somete a su
voluntad a los estúpidos hijos del señor feudal, manipulándolos conduciéndolos inefablemente
al final de su estirpe.
Ran fue en su momento la película más cara de la historia
del Japón con un presupuesto de 15 millones de dólares. En su filme anterior, Kagemusha Kurosawa había tenido que pedirle ayuda a
George Lucas y Francis Coppola para financiarlo. Acá la plata se la consigue
ese extraordinario mecena de maestros que fue Serge Silberman. La dirección de
arte de la película es simple y llanamente maravillosa. Cuentan que Kurosawa
empezó a pensar en el proyecto en 1975, diez años antes de que empezara a ser
rodado. Con suma paciencia pensó la construcción de cada castillo, de la
indumentaria de los samuráis. Se internó en una investigación exhaustiva sobre
cómo eran los códigos sociales de esa época. Para el director de Yojimbo “había sido una etapa más libre,
en la que los hombres estaban menos controlados. Si a un samurai no le gustaba
su señor, podía abandonarlo. Eso le permitía poder desarrollar los caracteres
de sus personajes a su antojo. Además, en el siglo XVI también existía un gran
sentimiento estético pues los hombres se preocupaban por la belleza y quería
rodearse de objetos hermosos.” Y vaya si es capaz de reconstruir esta época. Solo
en la construcción de un castillo la producción se gastó un millón de dólares,
una cifra absolutamente exorbitante teniendo en cuenta los presupuestos que se
manejaban en Japón a mediados de la década del ochenta. El diseño de vestuario
estuvo a cargo de Emi Wada y le valió un Oscar.
En esta película Kurosawa decidió alejarse de las técnicas
del teatro No. Esta vez decidió dirigir a sus actores a partir de los patrones
de comportamiento que imperaban en la época. Todo es pausado, controlado. Las emociones
se dejan ver a través de rostros pétreos. Todo es intenso, profundo, el odio,
el amor, la envidia, la locura y la venganza. Entre todos los actores el de
Tatsuya Nakadai se destaca interpretando a Hidetora, el samurái a punto de caer
abatido por el desprecio de sus hijos y de los años. Sus pasos medidos,
contenidos contrastan con su felxibilidad. Recuerdo la manera como se queda
dormido en la reunión al principio del filme y como lentamente con contención
habitual se le va cayendo la vasija que tiene en sus manos. Nakadai es una
fuente inagotable de emociones que todo el tiempo nos mantiene al borde de la
butaca, sufriendo por ese anciano al borde de la extenuación.
Ran habla de la
ambición desmesurada al poder, del sexo como manipulación, de la destrucción
total que deja la guerra. A pesar de sus dos horas y media el ritmo no decae
nunca. A una escena que te quita el aliento
viene otra no menos poderosa. Las pupilas se dilatan ante todo color,
creías haber visto el rojo pero no tenías idea, el rojo de la sangre, de los
estandartes es redescubierto por el maestro japonés. Ran fue
la última gran película de Akira Kurosawa. No pierdan el tiempo descargándola,
si quieren acercarse un poco a su grandeza intenten conseguirla en su formato
de DVD.
Se acuerda de Susoyiro?
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