20 de septiembre de 2012

EL ABSURDO CASO DE ALBERTO JUBIZ HAZBUN.


Hace pocos meses este país sin memoria se escandalizó por el caso de Sigifredo López. Afortunadamente la presión pública fue tan fuerte y las pruebas que presentó la fiscalía fueron tan ridículas que por más que el fiscal quiso evitarlo, su arbitraria detención solo duró unas cuantas semanas. Dos décadas antes de que ocurriera esta infamia ocurrió otras peor, más extraña y absurda.
El 17 de agosto de 1989 el profesor de la universidad del Atlántico y  vicenconsul de Haití en Barranquilla Alberto Jubiz Hazbún llegaba a la ciudad de Bogotá con el fin de asistir a una capacitación sobre cultivos hidropónicos. Hazbún era químico de profesión y a pesar de sus 53 años el hombre no paraba de estudiar. Se encontró en la capital con viejos amigos y celebraron la vida con grandes cantidades de ron.

En la noche su amigo Edgar Perea lo invitó a ver el partido Millonarios- Junior desde la cabina de Caracol . Al salir del estadio, apesadumbrado por lo que el Pájaro Juarez le había hecho a su amado equipo tiburón se enteró de la noticia: En Soacha acababan de atentar contra el pre candidato liberal, Luis Carlos Galán Sarmiento. Las informaciones  eran difusas. Algunos medios decían que el político solo había sido herido en un brazo y que en ningún momento había perdido el conocimiento. Poco antes de llegar al hotel Hazbún se enteró por la radio de la noticia: Galán había muerto.
 El lunes 22 de agosto, pocas horas antes de salir en un vuelo a su ciudad natal se reunió con gente que había conocido en la capacitación y viejos amigos costeños radicados en Bogotá. En medio de la reunión aparecieron unos hombres fuertemente armados. Hazbún, acostumbrado a las celebraciones pantagruélicas, a las bromas desmedidas creyó que era víctima del humor de sus propios amigos. El rostro le cambió cuando los  policías le mostraron las armas que el supuestamente guardaba. El nunca había visto esa mini ingram ni mucho menos las dos nueve milímetros.  Es más a Alberto ni siquiera le gustaban las armas.
Violando todo tipo de proceso, rompiendo en mil pedazos la ley que lo protegía lo detuvieron. Pensó en llamar a la poderosa familia Char de Barranquilla. Él trabajaba para ellos y podrían atestiguar “Además mírenme a la cara y díganme si yo podría ser un asesino”. El policía no se inmutó, ni siquiera lo miró, se limitó a exhalar un suspiro y a cerrar con llave la reja.
A pesar de haberse violado todo proceso, de que se inventaron testigos falsos, de haber desestimado el testimonio de gente tan influyente como Fuad Chard, Edgar Perea, el ex ministro Carlos Obando Velazco, que alegaban la inocencia del barranquillero,  Alberto Jubiz Hazbún nunca perdió  la esperanza. Cuando el país lo había olvidado y solo su hermano Wilson, un prestigioso abogado de la costa Atlántica colombiana movía cielo y tierra para sacarlo del hueco, Alberto recibió la visita de uno de sus victimarios. Se trataba del general Oscar Peláez Carmona. Allí se mofaba de él y le decía que “Nunca vas a salir de acá”. Detrás de él estaba Miguel Maza Marquez, Alberto Santofimio Botero y con esas dos fichas jugando en contra de Hazbún difícilmente  él podría demostrarse su inocencia.

Tuvo que esperar cuatro años este juerguista inveterado, este hombre bueno lleno de energía y de fe para volver a ver la luz del sol. El 5 de mayo de 1993, casi cuatro años después de haber sido detenido fue recibido por tremenda parranda vallenata en el aeropuerto Ernesto Cortissoz. Después de recuperarse de la rumba instauró una demanda contra el estado que ascendía a más de 5.000 millones de pesos. En 1998 Justo cuando  lo habían llamado a conciliar la demanda un infarto lo sorprendió en su finca en Sabanalarga. La familia afirma que en esos cuatro años de reclusión la salud de Alberto se deterioró.
El estado nunca ha reconocido su error. Es más esta es la hora y no ha pagado un solo peso de la demanda, al contrario el monto de la misma ha descendido a los 390 millones de pesos.
Lo de Sigifredo como pueden ver es un cuento de hadas comparado con lo que sucedió con Alberto Jubiz Hazbún. En su afán por mostrar resultados y sobre todo por proteger a los verdaderos autores del magnicidio encontró en el farmacéutico costeño a su chivo expiatorio. Solo hacía falta un poco de sentido común para ver que este hombre no podía matar a nadie, primero porque no lo acosaba ningún tipo de necesidad económica y segundo porque estaba en una cabina, al lado de relator de fútbol más popular del país en el momento en que Luis Carlos Aguilar Gallego, alias el Mugre oprimía el gatillo de su mini Uzi contra el cuerpo del líder liberal.
Si esto le pasó a Hazbún ¿Qué le puede suceder a un pobre diablo como uno en este país? Por eso es que nos desaparecen, nos desmiembran y nadie dice nada. Nadie dirá nada. Es deprimente. Estamos muy solos, muy desprotegidos. En el país del sagrado corazón paradójicamente no existe Dios ni ley.

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