Con todo el horror que hemos sufrido en los últimos sesenta
años estoy convencido de que los elementos están dados para crear cine de
terror. Hasta el momento todos los intentos han naufragado, algunos con más
clase que otros pero dando un vistazo general todavía no hemos logrado
consolidar la gran película de horror criolla.
El páramo iba a
constituirse en eso, Jaime Osorio Márquez parece conocer muy bien el género
porque fue capaz de crear lo más complicado, una atmósfera. Cuando los soldados
van llegando a la base y la espesa niebla hace imposible que puedas ver más
allá de unos cuantos metros adelante puedes sentir la desazón, el miedo que
causa lo inesperado. Arriba posiblemente te esté esperando algún guerrillero
dentro de su casamata, listo para disparar cuando cualquier movimiento
distorsione la niebla.
Llegan a la base y no encuentran sino unos cuerpos
destrozados, rastros de sangre y de pequeñas partículas de cráneo pegadas en
las paredes de la guarnición. No hay nada allí, de pronto los guerrilllos se
llevaron a esos jóvenes soldados, uno no sabe cuánto sufrimiento y dolor
tendrán que soportar. Lo raro es que no se han llevado ni un arma, ni una sola
munición. También es extraño que hayan pasado 20 minutos de película y todavía
estés ahí, sufriendo con esos actores tan malos repitiendo una y otra vez las
palabras de siempre “Hijueputa malparido” “Hijueputa malparido” “Hijueputa
malparido”. Cuando crees que ya, que la cuerda que podía tener la película se
está acabando se dan cuenta que en las paredes de la base han encerrado a
alguien.
Es una mujer flaca, de rostro siniestro. Antes habíamos
visto contras, patas de gallina, oraciones. Como si los soldados que estuvieron
antes se estuvieran defendiendo de una bruja. Entonces va media hora y no solo
te han atrapado dentro de la narración sino que tienes miedo. Deciden tenerla
vigilada, es una guerrillera. El más atarbán de los soldados la vigila la
primera noche. El man resulta muerto y la bruja se escapa y de paso nosotros
empezamos a ver como al director se le empiezan a acabar las ideas.
Nos condujo a la boca del lobo y le dio miedo usar a una
bruja. Entonces empezó a caer en la tentación de hacer una maldita reflexión
sobre el conflicto. Tuvo la oportunidad de burlarse de él, de jugar con el
género y lo que pasó fue que sufrió de un ataque de inteligencia. Esa es
nuestra rabia que Jaime Osorio Márquez es un director joven, lleno de talento,
que demostró en el género más difícil crear la inquietud que puede generar una
bruja encarcelada.
El páramo no solo
es una película digna de ser vista sino una gran película. Por momentos
aburridora, exasperante, claustrofóbica, pero estoy seguro es que eso era lo
que pretendía hacer su director. No la vi en su momento en cine y cinco meses
después la conseguí gracias a una excelente copia pirata que anda por ahí
circulando. La gran conclusión es que estamos en la capacidad de crear cine de
terror, de ese que te hace saltar de la silla pero que a la vez se corresponde
con una línea argumental fuerte. Los sustos no están puestos ahí como adornos
sino que sirven para que la historia avance.
Desde ya esperamos la próxima película de este maravilloso
realizador colombiano perteneciente a la generación dorada. Como nunca antes
Colombia vive una fiebre de cine y películas como El páramo lo confirman.
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