Los colombianos estamos convencidos de que somos muy
graciosos porque cuando estamos borrachos en nuestras fiestas interminables nos
da por contar chistes verdes. Para nosotros los gringos no tienen gracia porque
la mayoría de sus comedias renuncian a la grosería, a lo escatológico. Esta actitud
se refleja en la programación que despliegan los canales criollos. A pesar de
lo absurda, cruel y ridícula que es la política en este país no hay un solo programa
que intente atacar con humor la corrupción y mediocridad en la que viven
sumergidos los servidores públicos.
El humor lo sigue dictando como desde hace cuarenta años Sábados felices. La razón de la
inusitada longevidad de este programa es que ha renunciado a cambiar. Su fórmula
es la misma desde sus orígenes, chistes costumbristas, tontos y unos sketches
donde los cuentos son eternamente reciclados.
No existe espacio para la experimentación, para construir historias
que pongan al protagonista en situaciones desternillantes, ilógicas y por qué
no usar el humor como una herramienta
para arrinconar al espectador y obligarlo a preguntarse por qué demonios estamos
tan mal.
Si la televisión no funciona uno creería que las películas
podrían ser un vehículo coherente e innovador del humor. Nada de esto sucede. Dago
García se ha convertido en nuestro Chuck Lorre o Larry David. Todo lo que él
escriba tiene el sello indeleble del éxito. Ha encontrado una fórmula a la cual
se ha aferrado con la misma tenacidad que se aferra un niño que no sabe nadar al
borde de la piscina.
La fórmula consiste en mostrar el estereotipo del colombiano
que ellos mismos han creado. Los personajes masculinos que construye son por lo
general seres despreciables, ruidosos,
borrachines, promiscuos, morbosos, ordinarios, lobos, estafadores e incultos.
Cuando es el caso de escribir un personaje femenino sus características son
igual de limitadas. Ellas casi siempre se caracterizan por ser mujeres interesadas
que sueñan con operarse que caen rendidas ante un acento extranjero, en otros
casos, es simplemente una madre o una esposa abnegada. En la tercera opción está
la suegra insufrible que vive pensando en lo buen partido que era el ex novio
de su hija y se lamenta de lo feo y pobre que es su yerno.
Cuando Dago García escribe una película no piensa en
llegarle a un público que acostumbre a ir al cine. Eso es sobre todo lo que lo
ha convertido sus películas en éxitos rotundos de taquilla. Para disfrutar una
de sus producciones es obligatorio no estar muy familiarizado con el lenguaje
cinematográfico, él como en el nuevo porno, va de una al primerísimo primer
plano, de entrada recurre al madrazo que garantiza una sonora carcajada.
Sus películas están más emparentadas con Chispazos, Sábados felices y sobre todo
con los viejos comerciales de frutiño. Recicla sin piedad las frases hechas que
caracterizan nuestra colombianidad esas que buscan desesperadamente
identificarse con el espectador. Una de ellas es Listo
papito, si es ya es ya o El que no
llora no mamá, frases hechas que resaltan por supuesto la malicia indígena
que nos hace tan especiales.
Sumado a todo esto está el ataque constante a los
argentinos. Me da vergüenza cuando se hacen referencias al cinco- cero, ya
vamos para 20 años con esos chistes de “choque esos cinco” y de la venganza
chibcha al glamour porteño. El que estaba al lado mío como toda la sala
estallaba en carcajadas cuando Leguizamo se burlaba “De ese hijuemadre
argentino”
Así los escriba él mismo, decir que las últimas películas de
Dago García tienen guión es una exageración. A lo sumo son un conjunto de
sketches que conforman una historia raquítica. Uno no sabe muy bien de qué
tratan sus películas. Bueno, tampoco sé muy bien de que va El sentido de la vida pero cumplía, era graciosa, delirantemente
graciosa. Acá el problema con los sketches, es que definitivamente no tienen
gracia.
103 mil espectadores vieron el pasado 25 de diciembre el
estreno de El paseo 2.Desde ya se
perfila como el filme más taquillera de nuestra historia desbancando a la
primera parte de El paseo.
La gran mayoría de los que la vieron aseguran haber salido
conformes, felices y de una regaron por las redes sociales el rumor de que esta
era la mejor opción para las vacaciones. Salieron orgullosos de ser
colombianos, de lo bonita que es Cartagena y sobre todo de lo graciosos que
somos.
Debería ser gratificante que una producción nacional recaudara tanto dinero.
Podríamos imaginar que con la plata conseguida acá Dago invirtiera una parte
para hacer una película personal, algo parecido a la formidable Pena Máxima. Pero desde ya sabemos que
los billetes obtenidos con esta película se invertirán en hacer una tercera
parte. Irán a Girardot y harán las delicias del público haciendo juegos de
palabras con Chontaduro, Totumo y Borojó.
Resulta inaudito que un tipo que ha trabajado con Brian De
Palma o Baz Luhrmann, que ha compartido escenas con Al Pacino, Ewan Mcgregor y
Dennis Hopper salga a decir que Harold Trompetero ha sacado lo mejor de sí, que
el guión de Dago es de lo mejor que él ha podido leer. Es increíble que
Leguizamo no haya opinado sobre la pobreza de su personaje, lo paupérrimo de
las situaciones como esa competencia con los Ortiz, con carrera de costal
incluida, no sólo es ridícula sino anacrónica, sabemos que el otrora ganador de
un Tony está pasando por un momento muy bajo pero de ahí a haber aceptado
aparecer en este esperpento es algo que en realidad no esperábamos. Debe ser
que en su completo desconocimiento del cine colombiano creerá que lo único que
se hace acá son este tipo de sainetes de colegio.
Lo triste es que con El
paseo 2 el público que habitualmente va al cine va a seguir creyendo que el
cine Colombiano no es más que una pobre imitación del legendario programa
peruano Risas y salsas. Los jóvenes
talentosos que en este país quieren llevar a la pantalla grande sus historias
verán como la masa crítica los desprecia y como el gran e ignorante público les
exige más madrazos y suegras cansonas.
La gloria de unos es la desgracia de otros.