27 de febrero de 2013

LA NOCHE De Michelangelo Antonioni. El aburrimiento en los tiempos modernos.


A  Pontano el éxito le ha llegado sin buscarlo. Algunos años atrás hubiera escupido sobre él pero ahora se está dando cuenta que se siente cómodo teniendo el reconocimiento de los empresarios, de esas delgadas y largas damas de la alta sociedad. Se fuma el éxito como una droga y como tal lo necesita. Está tan embebido en su ascendiente fama que ni siquiera la terrible enfermedad Tomasso el único amigo que le queda lo logra conmover. Lidia, su mujer no sabe ya quién es él. Su cara posando hacia la cámara como si fuera un objeto más de esos que se venden en las estanterías la asquea, mejor salir de allí, caminar por las calles de Milán, ir a los suburbios, ver a los niños con la cara corchada de mugre llorar porque se han orinado y nadie les cambia el pañal, a las viejas desdentadas pelar el último pedazo de una pera, a un grupo de pandilleros pelear a golpes, a un par de muchachos tirar cohetes al aire en uno de los pocos lugares descampados que aún le quedan a la ciudad. Cualquier cosa con tal de no verlo disfrutar de su traición.

En el atardecer mientras en una bañera intenta sacarse su hastío con un paño enjabonado le pide a Pontano que se vayan de ahí, que no resiste estar en el apartamento. Pontano le recuerda que los Gherardini los han invitado esa noche a una fiesta en su villa. A Lidia no le gusta mucho la idea, lo mejor es que vayan a uno de esos bares de moda.
Allí están, sentados en una mesa, viendo el espectáculo de dos bailarines contorsionistas jugando con una copa de champagne. Pontano está allí pero piensa en lo bien que se sentiría estando con toda esa gente elegante, poderosa que ahora lee sus libros ¿Qué hace que pasaba las noches en vano, escribiendo páginas gloriosas que nadie leería? La única música que escuchaba en esa época era el ruido de sus tripas crujiendo de hambre. Ella había llegado para sacarlo del hueco en el que se había metido. Su familia era rica y tenía contactos, en poco tiempo iba a tener la comodidad de escribir sin apuros económicos y tampoco pasaría mucho tiempo para darse cuenta que entre la confortabilidad burguesa difícilmente saldría una obra maestra. En vez de rebelarse se conformó con su comodidad.

  En ese bar está aburrido, a su lado está Lidia, ya no hay nada que decirle a ella y al frente ese par de espectaculares bailarines no son más que una constatación del vacío en el que se ha metido. Ese no es el lugar, lo mejor es tomar de la mano a su esposa, llevarla hasta el auto e ir a toda velocidad a los Gherardini. La villa es gigante, los invitados se esconden en el bosque aledaño, en los oscuros rincones de la casa. Mientras Lidia decide recorrer el lugar sola, sin tener la molestia de conocer a toda esa gente tan distinguida, tan frívola. Los únicos invitados que merecen conocerse en la fiesta son ese grupo de jazz que de una manera compulsiva no pueden parar de tocar. Mientras tanto Pantano conoce a una joven solitaria que trata de inventar un estúpido juego. Valentina Gherardini, hija del magnate. Le gusta leer, el tennis, las fiestas, el golf, los vestidos caros, el cine y la música. Le gusta todo. Pontano cae rendido a sus pies, por ella abandonaría a Lidia, necesita una mujer joven, alguien que no se sienta celosa de su éxito, que pueda sentirse alegre entre una multitud. Pontano se acerca y la besa, ella no quiere acabar ningún hogar pero está ahí, con los ojos cerrados, arropada en sus brazos.
Al otro lado de la mansión Lidia llama al hospital y se entera que Tomasso, su amigo enfermo acaba de morir. Cuelga y busca a su esposo para contarle pero lo encuentra acariciándole el rostro a Valentina. El vacío que abría entre los dos se acaba de ahondar aún más.

Es injusto decir que La noche, segunda película de La trilogía de la incomunicación, haya envejecido y se considere hoy en día como un bodrio insoportable. Uno de los males de la modernidad es la incapacidad que tiene una pareja de esposos para comunicarse. Después de un tiempo se desgastan las palabras y si están  juntos es por algo intangible, innombrable, más fuerte que el amor o la rutina. Esa angustia, ese vacío lo retrata Antonioni de una manera admirable.
Un par de años antes el director italiano había encontrado su particular estilo con La aventura que sería abucheada y aplaudida con igual intensidad y fervor. Lejos de cejar en su empeño de retratar el aburrimiento Antonioni continúa con su búsqueda rodeado esta vez de dos actores maravillosos.
Cuesta encontrar un actor como Marcello Mastroianni participando en un lustro de un conjunto de obras maestras absolutas. Con Fellini haría en el 60 y en el 63 La dolce vita y 8 y medio. En el 61 con Pietro Germi Divorcio a la italiana, En el 62 trabajaría con Louis Malle en Vida privada y en 1961 sería el escritor Giovanni Pontano en La noche. Nadie como él para encarnar la angustia, desesperación y frivolidad del hombre burgués. A su lado está Jeanne Moreau, con su enigmática sensualidad, contemplando con tristeza el mundo al que ha entrado su esposo. Por momentos intenta aferrarse a eso, si el dio ese paso ella lo acompañara, pero algo dentro de ella la obliga a sentir la náusea, a vomitar sobre esos lectores complacidos por el trabajo de Pontano. No puede dejar de sentir desprecio al ver como su esposo se ha convertido en una prostituta.
Si hay un rostro que se asocie al universo de Antonioni es Monica Vitti. Acá en su papel de Valentina, la niña rica que lo quiere todo, incluso a los escritores que lee por más comprometidos que estén, consiguió una de sus mejores interpretaciones. Su elegancia, sensualidad y sofisticación ayudaron a que su figura fuera una de las más representativas de los convulsionados años sesenta.

La noche se lee como una novela. Los silencios, las miradas, los diálogos secos, la frivolidad, son un conjunto de aspectos que ayudan a construir la visión que Antonioni tenía sobre la década que apenas comenzaba y que vendría a constituir el principio del fin de las ideologías. No creo que lo de Antonioni sea solo forma. Claro, su obsesión marcada está en la arquitectura. Para él el espacio es un personaje más dentro de sus películas. Recuerden no más como empieza La noche en un travelling descendiendo por un edificio, recuerden el hospital donde está Tomasso, la villa de los Gherardini, el espacio tragándose al hombre. Pero la angustia ante el vacío está latente en cada palabra de lo que se dice, en lo que se calla, en lo que se ve.
La había visto unos años atrás y me sorprendió encontrarla fresca, más joven y cercana a mí que la primera vez que la vi. Con películas como esta uno se da cuenta de que hubo un tiempo donde el cine era algo muy importante. Lástima que ya no sea así.

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