24 de febrero de 2013

SONATA DE OTOÑO De Ingmar Bergman. Ingrid en una película de Bergman


En Suecia no respetan a los héroes. A principios de 1977 los dos Bergman más famosos estaban en sus momentos más críticos. Ingmar acababa de ser detenido durante cinco horas por las autoridades locales debido a una presunta evasión de impuestos. Ingrid había hecho una penosa versión de Juana de Arco en teatro recibiendo por primera vez una lluvia de críticas desfavorables.

Había sido un sueño para los cinéfilos del mundo ver a los dos Bergman en una película. Durante la proyección de Gritos y Susurros en el festival de Cannes de 1973 Ingrid se le acercó a Ingmar y con sigilo le metió una carta en su chaqueta. Al llegar al hotel el director se dio cuenta del papel. En él la actriz le hablaba de una cena ocurrida un par de años antes donde el autor de Persona había prometido escribir para la mítica protagonista de Casablanca un papel especial.


La ocasión sólo se presentó cuando, amargado, Bergman regresó a Farö la pequeña isla donde vivía, a sacudirse de la rabia que le había provocado su arbitraria detención. Se encontraba en un estado febril, sacó la máquina de escribir, se encerró en su cuarto y no salió de allí hasta cinco días después. Su serio problema intestinal lo obligaba a tener una estricta dieta basada solo en yogures y frutas. Ocasionalmente comía y salía a tomar agua. Terminó el guión, se lo envió a Ingrid que contemplaba a sus sesenta y cuatro años  la posibilidad de retirarse de la actuación.

En sus memorias la diva cuenta que no entendía muy bien el mamotétrico guión. Le sorprendió a ella, acostumbrada al milimétrico profesionalismo de Hollywood, la manera tan descarnada con que Bergman había escrito ese guión “De pronto son las notas de una novela pero acá no hay ninguna película” Venciendo sus escrúpulos viajó a Suecia. Al llegar al aeropuerto se sorprendió al ver que Ingmar en persona había ido a recogerla.

Por el camino Ingrid le contó que su ex marido, Roberto Rosellini, fallecido un año antes se enfurecía cada vez que ella se ponía al servicio de otro director que no fuera él. “Sólo le gustaba que me dirigiera Jean Renoir y se ilusionaba con la posibilidad de que tu pudieras hacer una película conmigo” la emoción que sintió Bergman al escuchar el elogio póstumo lo embargó de emoción hasta el punto que tuvo que orillar el auto y ponerse a llorar frenéticamente.



Este sería el último elogio que le dirigiría la actriz al director en varias semanas. A Ingrid le emocionaba ser dirigida por el mítico realizador y sobre todo volver a actuar en sueco, su idioma natal, pero le espantaba la historia. No entendía como una madre podría ser tan desalmada, estar siete años sin ver a sus hijas, despreciar a una de ellas por estar sumida en una enfermedad que le ha provocado una parálisis cerebral que la ha postrado para siempre en una cama. “La gente no es así- Le decía Ingrid a su director- debes estar rodeado de una gente horrible”.

La estrella de Notorius criticaba todo, los diálogos demasiado largos, el hecho de que su personaje, una pianista famosa atormentada por unos terribles dolores de espalda, tuviera que pasar parte de la noche acostada en el piso boca arriba buscando sosegarse. “Eso es ridículo Ingmar, el público no es tonto, se va a reír cuando vea esta escena”.

La gran mayoría de las ayudantes de Bergman eran mujeres. Ellas no sólo hacían con abnegación su trabajo sino que respetaban hasta la adoración al consagrado director. Por eso con estupefacción veían como la actriz le ponía trabas a todas las decisiones que asumía el realizador. En el documental que se hizo sobre el rodaje de la película se ve claramente como las mujeres miran con odio a Ingrid Bergman. En dicho documental además nos damos cuenta de lo que tuvo que combatir Ingmar para sacarle a la diva una actuación veraz, cruda, lejos de la artificialidad que caracterizaba la época dorada de Hollywood.


En Casablanca la orden de Michael Curtiz era la de inexpresividad. Su rostro debería ser una hoja en blanco que el mismo espectador se encargaría de llenar. En Sonata de Otoño el rostro lo es todo, es el paisaje mismo, cubierto de dolor, de intesidad, de amargura, de desesperanza, de crueldad. Cuando Eva toca para su madre una melodía de Chopin que ha ensayado durante meses, vemos en los gestos de Charlotte el desagrado que le produce la interpretación de su hija. No se necesitan diálogos para expresar este momento, los diálogos se los ahorra el realizador para el final, cuando después de una terrible pesadilla Charlotte no puede conciliar el sueño, baja a tomar una copa y se encuentra con Eva. Es plena madrugada, las dos de la mañana, la hora del lobo, justo cuando la noche es más oscura, allí se encuentran madre hija, Ingrid Bergman contra Liv Ullman en uno de los mano a mano actorales más impresionantes, no sólo de la filmografía del autor sueco, sino de la historia del cine.

Aunque ha perdido a su pequeño hijo de cuatro años, ahogado en un río aledaño por un descuido suyo, cuando Eva cierra los ojos siente que él todavía está allí, corriendo por la casa, despertándola en medio de la noche por culpa de un mal sueño. Esta ilusión la reconforta, hace que no tome la decisión de suicidarse. Su madre, Charlotte, ocupada por los interminables compromisos que puede tener una pianista famosa, nunca conoció al niño. Después de siete años ha vuelto. Leonardo, su compañero durante 14 años acaba de morir. Volver a ver a su hija la puede reconfortar un poco. Lo que no sabe es que Helena, su hija, la que está enferma ahora está viviendo allí. El mundo de Charlotte es demasiado perfecto para preocuparse con el dolor ajeno. Por eso no quiere saber nada de las penas de sus hijas, lo mejor es huir de ahí, tomar un tren que la conduzca directamente a los escenarios donde no es juzgada sino que al contrario es adorada por su incondicional público.


Ingrid Bergman decía que sus amigos en el mundo podían mal interpretarla al haber aceptado encarnar a esa pianista, ya que podrían decir que se estaba encarnando a ella misma. Sin embargo, nadie la juzgó, la crítica se rindió a sus pies. Ingrid ignoraba que el cáncer volvería a aparecer y que esta sería su última interpretación en el cine, muriendo cuatro años después.

Los dos Bergman por fin se juntaron dejándonos otro de los maravillosos avistamientos de Ingmar a los profundos y oscuros abismos del alma.

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