Me llamó la atención que la mayoría de críticas sobre Lincoln hicieran referencia a lo
aburrida que es esta película. Estaba claro que la intención de Steven
Spielberg era recrear los últimos cuatro tormentosos meses de la vida de este
republicano, centrados en su empeño en que la decimotercera enmienda fuera
aprobada.
La sangrienta guerra civil, la formación de la nación más
poderosa del mundo sirven solo de contexto para un drama que retrata la
sensacional lucha de un hombre para acabar de una vez por todas la crueldad que
significaba creer que los negros eran inferiores sólo por su color de piel. Entonces no sé qué
podían esperar los críticos que escribieron sobre diálogos interminables,
monólogos que no van a ninguna parte y
algunos, los mismos críticos que pasaron por alto el nacionalismo exacerbado de
Argo y La noche más oscura, acusando al director de La lista de Shindler de dar una imagen completamente idealizada de
los Estados Unidos de América.
Los mamertos me van a
odiar pero en teoría los principios sobre los que se fundó la nación americana
son mucho más humanos que los que se usaron por ejemplo para fundar la China
comunista o La Unión Soviética. Difícilmente uno va a encontrar los atributos
humanistas de Lincoln en Lenin o Mao Tse- Tung. Claro, esa vocación de servicio
público le pasaría factura en su empeño por hacer de la nación americana un
país en donde sus ciudadanos fueran iguales y tuvieran las mismas oportunidades
sin importar su origen o raza. Pocas semanas después de que la histórica
enmienda fuera aprobada y se firmara el pacto que ponía fin a la guerra civil
el presidente decidió relajarse yendo a ver la obra de teatro Our american cousin, sentado cómodamente
en su palco fue sorprendido por el actor John Wilkes Booth quien sin mediar
palabra le propinó un disparo en la cabeza. Pocas horas después moriría en su
cama, rodeado de la gente que más lo quería. Tratar de hacer de Estados Unidos
un lugar mejor puede causar la muerte, o si no vean lo que le sucedió a Kennedy
cien años después.
Claro, Spielberg corre el riesgo de desmarcarse, de tomar
una distancia entre su admiración por el mártir y su concepción histórica de
los hechos. El proyecto lo venía preparando desde hace una década y estaba
claro que Liam Neeson iba a encarnar al inmolado presidente. El actor se cansó
de esperar y allí se abrió la oportunidad para que el genial Daniel Day Lewis
nos regalara una de sus acostumbradas y espectaculares interpretaciones. El
actor irlandés en ningún momento le da a su personaje ese aire solemne que
suelen tener los grandes hombres. No, acá Lincoln es un humano cualquiera, que
le tiene miedo a la cantaleta de su mujer, que tiene problemas con la crianza de
sus hijos y al que le cuesta a veces ganarse el respeto de sus compañeros de
lucha. Dicen que mientras duró el proyecto Day- Lewis nunca dejó de ser el
presidente. El método riguroso del ganador del Óscar por Mi pie izquierdo hace que se tome varios años entre un proyecto y
otro.
Spielberg, qué duda cabe, es un gran director de actores. Por
eso Day- Lewis está rodeado de un maravilloso grupo actoral. Tommy Lee-Jones
logra aprovechar los pocos minutos que está frente a la cámara para comprobar
que su talento está intacto, Sally Field, como la esposa del presidente logra
disputarle palmo a palmo las escenas a Day-Lewis algo que es ya en si mismo
toda una hazaña y Joseph Gordon-Levitt confirma lo que ya sospechábamos con El origen y Looper que es junto con Ryan Gosling el mejor actor que ha dado
Hollywood en el último lustro.
Con la distancia del maestro Spielberg da su versión de lo
que sucedió en los agitados días en que Estados Unidos dejó atrás la barbarie y
abrazó con fuerza el legado que había sembrado 70 años atrás la Revolución
Francesa.
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