El mundo ya es esa distopía que preconizaban los grandes
escritores de principios del siglo XX. Tres bombas atómicas dinamitaron el
centro de la civilización y ahora son los “malos” los que han ganado. Eso
explica por qué la crítica mundial ha abrazado con fervor una de las películas
más fascistas de las que se tenga recuerdo.
Con Vidas al límite Bigelow
había demostrado lo cómoda que se siente filmando con el uniforme del ejército
norteamericano. Los gringos eran los que estaban allí en Irak, eso era lo que
importaba. Para la directora (Iba a escribir dictadora) es irrelevante
mostrarnos a un solo iraquí, ellos no importan, son salvajes que deben ser
reducidos a su mínima expresión, son ellos o nosotros. Pero en Vidas al límite lo más importante no era
hablar de la cruzada yanqui sino mostrarnos a un marine sicópata como un
muchacho simpático, adicto a la adrenalina, que no quiere andar por ahí
perdiendo el tiempo con su familia sino pasarse la vida haciendo lo
que más le gusta, desactivando bombas, acabando con los enemigos de América. Para
Bigelow todos los jóvenes deberían dejar de estudiar, ponerse el uniforme e ir
hasta Afganistán donde está el enemigo.
En el 2010 cuando ganó el Óscar con el cual Hollywood
avalaba su cine-propaganda, decía con la estatuilla en la mano "Quisiera
dedicarle esto a los hombres y mujeres que arriesgan sus vidas en Irak, Afganistán
y alrededor del mundo” Su guionista y compañero de lucha por un mundo libre,
Mark Boal dijo en su discurso de premiación "Quiero dar las gracias y
dedicar esto a nuestras tropas, a las 115.000 personas que siguen en Irak, a
los 120.000 de Afganistán y a los más de 30.000 heridos y 4.000 que no lograron
volver a sus hogares". Queda claro que el cacareado distanciamiento con el
cual los críticos alaban su cine no es más que un escamoteo. Cuando han muerto
las ideologías los críticos no son más que cínicos al servicio del que mejor
pague. No hay tiempo para la polémica, igual ya nada importa. Hace años que
explotaron las bombas atómicas.
Pero la propaganda es más directa, más descarada en La noche más oscura. La historia
comienza con el atentado a las torres. De una manera bastante inteligente
Bigelow pone la pantalla en negro y lo que escuchamos son los gritos de auxilio,
las llamadas, el sonido de las explosiones que inundaron el 11 de septiembre de
2001. A partir de allí la directora de Punto
de quiebre nos cuenta la persecución, el relato de una mujer obsesionada
por darle caza al terrorista más cruel de la historia, una santa en búsqueda de
Satanás. Uno de sus compañeros dice con admiración que Maya a pesar de su
juventud “Es toda una asesina” algo que al parecer es un elogio dentro del
servicio secreto. La historia abarca una década de persecución y queda claro
que para la realizadora y su guionista era mejor el mandato de Bush porque no
se tenían que llenar tantos papeles a la hora de bombardear. Cuando te
enfrentas contra terroristas no hay que preguntar mucho, hay que actuar, si no
disparas a tiempo tu vida y la de la gente que más quieres corren peligro. Es más
saludable que caiga un inocente a dejar la duda flotando en el aire.
En la sociedad post- apocalíptica se le dan premios a las
producciones que nos enseñan que la tortura muchas veces está justificada, sobre
todo si se la aplicas a un cochino musulmán. En una sociedad así los
torturadores son tiernos muchachitos que en sus ratos libres alimentan con helado a sus mascotas encerradas en una jaula. Jovencitos casi universitarios
que se cansan de tener que torturar porque al fin y al cabo detrás del desierto
hay una familia que espera por ellos.
Para Bigelow los funcionarios de la administración Obama son
siniestros burócratas que necesitan pruebas antes de efectuar un operativo, los
marines son jovencitos inocentes que no le temen a nada, que tienen la valentía
de entrar a una casa en medio de la noche más oscura y asesinar a todo aquello
que se mueva adentro, hombre o mujer, armado o desarmado no hay diferencia…
igual todos son musulmanes.
Me es inevitable no comparar La noche más oscura con Homeland.
En la serie protagonizada por Claire Daines los de Al Qaeda no solo son
fanáticos capaces de inmolarse sino que llegan a ser seres humanos con
contradicciones, víctimas de una poderosa fuerza de ocupación que masacra
inocentes. La CIA son una partida de ineptos misóginos que ningunean y
maltratan a su mejor agente sólo porque es una mujer. En el filme nada de eso
sucede, es más, no sabemos a qué es lo que se enfrenta Maya si dentro del
servicio secreto la respetan tanto. Mientras la serie se atreve a desnudar que
el problema no son los fundamentalistas islámicos sino la corrupción, fanatismo
y estupidez que emergen desde los cimientos de la casa blanca, en La noche más oscura el problema eran Bin
Laden y su harén.
De verdad no entendemos tampoco por qué esa lluvia de elogios
sobre Jessica Chastain, su papel es eficiente pero nada antológico, está allí
poniendo esa cara de robot frío, siendo lo suficientemente incisiva sobre
atacar, sobre llevarse todo por delante como un vendaval para parecernos
odiosa, casi que repugnante. Los entendidos dicen que es un Óscar seguro, no
nos extrañaría. La academia está para respaldar esas cosas, Hoover dejó limpia
la casa antes de morir.
Los pakistaníes y afganos de esta laureada cinta no son más
que sombras, fantasmas que deambulan sin que sobre ellos caiga el más mínimo
interés. No hay una sola línea de ellos, ni les interesa mostrar donde viven,
quiénes son y sobre todo por qué han decidido dar la vida con tal de destruir a
la nación más poderosa del planeta.
Como en todas sus películas Bigelow vuelve a demostrar que
es una de las mejores técnicas del cine contemporáneo y que Boal es un hombre
capaz de realizar los guiones más acabados del momento, pero de nuevo volvieron
a dejar claro su nostalgia hacia los dorados años de Bush, cuando no se
respetaban los derechos civiles, cuando se torturaba para prevenir un ataque,
cuando se disparaba a todo aquello que tuviera una túnica y se moviera, cuando
América era un lugar más seguro y digno para vivir.
Perfecto ejemplo de buena escritura, buena crítica cinematográfica compuesta desde un lugar político, como debe ser. Un abrazo de Andrea, la colombiana, y de Luis, el argentino que te visitaba en la añorada Guadalquivir.
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