Es una pena que una idea tan atractiva haya naufragado en
las manos de un director novato. Si fuimos a la sala fue para ver todos los
problemas que le acarrearon al maestro del suspenso haber escogido hacer, en el
pináculo de su carrera, un filme de horror justo cuando este era considerado un
género vulgar, intrascendente, indigno de un director de la talla de Alfred
Hitchcock.
En vez de eso el horrendo guión de John J. McLaughlin se
centra en una supuesta crisis matrimonial entre el realizador inglés y su fiel
compañera Alma Reville. La relación entre la montadora de Una dama desaparece y un escritor mediocre, revestida de una coquetería
completamente inoportuna es absolutamente vulgar. Da vergüenza ver como Mister
McGuffin cae presa de unos celos infantiles que acaban interfiriendo con su
trabajo.
Si la señora Reville tuvo intenciones o no de serle infiel a
su corpulento esposo me tiene sin cuidado.
Yo lo que quería saber eran los innumerables inconvenientes que tuvo Hitchcock a la hora de proponerle a
los productores de la Paramount su idea
de adaptar la novela homónima de Robert Bloch. Su inquebrantable decisión de
realizar el filme a toda costa, con su particular estilo, renunciando a sus
acostumbradas estrellas, incluso asumiendo de su propio bolsillo el costo total
de la producción hicieron que el rodaje de esta película fuera particularmente
estresante. Cuentan los que estuvieron allí que los nervios del director inglés
estaban crispados y en más de una ocasión estaba en el plató ardiendo en fiebre
literalmente.
En el férreo sistema de los estudios no había espacio para
la experimentación. Hitch tuvo la osadía por ejemplo de matar a su
protagonista, Janet Leight en la primera media hora, de adentrarse en un género
considerado impropio de un hombre de su prestigio, de haber escogido entre su
casting no a una estrella sino a un desconocido y enigmático actor como Anthony
Perkins y sobre todo luchar soterradamente contra la implacable censura.
Todos estos aspectos harían de Hitchcock una película necesaria ya que serviría para mostrarnos
los fantasmas que azotaron al genial artista en la más famosa y polémica de sus
creaciones. Pero estos problemas se resuelven en unos cuantos minutos y para el
ingenuo Gervasi lo trascendental es lo morboso, la obsesión que tenía Hitch por
la comida, las ansias de aventura que tenía su esposa, la incontrolable
obsesión que le despertaban las hermosas actrices con las que trabajó, pura
vulgaridad e intrascendencia, música para hipnotizar incautos.
Pero lo peor de la película son sus actuaciones. Se nota que
el hombre que nos cautivó hace cinco años con el inolvidable documental Anvil, el sueño de una banda de rock,
aún no sabe dirigir actores. Anthony Hopkins se encuentra ahogado entre el
abotargado maquillaje y la absurda caricaturización de su personaje, Helen
Mirrer se vale de su talento para no
ahogarse entre la improvisación, Scarlett Johansson carece de cualquier tipo de
expresión y vuelve a demostrar que si no está bien dirigida poco o nada puede
aportarle a sus papeles y James D’Arcy realiza una pobrísima caracterización
que raya con la ridícula imitación del genial actor Anthony Perkins.
No hay un solo plano que trascienda, que nos indique que
estamos frente a una película. Resulta paradójico que The girl el telefilme de
HBO, reseñado hace unos meses en este blog tenga más lenguaje cinematográfico
que esta ambiciosa y esperadísima producción. Hay momentos que despiertan
nuestro interés, algunos detalles de cómo se rodaron ciertas escenas, la
reacción del público ante la famosa escena del baño y el sonido estruendoso de
los violines chillones de Bernard Herman, la revolucionaria campaña
publicitaria para convertir a Sicosis en
un éxito de taquilla, pero no son suficientes para hacernos quitar la impresión
de que Hitchcock está lejos de ser el
homenaje que se merecía el maestro del suspenso. Tal vez lo único que
justifique esta mediocre película es en el interés que pueda despertar en las
nuevas generaciones ver Sicosis. Si no fuera por eso merecería
ser archivada y olvidada para siempre.
Una buena historia, bien contada, con un Hitchcock amable que muestra ante la pantalla todas sus neuras y debilidades de la mano de Alma, su comprensiva esposa. Buenas interpretaciones para una película que hace pasar un buen rato. Un saludo!
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