No había vuelto a escribir sobre series simplemente porque
ninguna me había enganchado. Lo intenté con Game
of Thrones pero la cantidad de
nombres y las actuaciones abiertamente televisivas me alejaron de ella aunque
me dejó bastante claro porque los nerds mueren por las aventuras en Invernalia.
Me entusiasmé leyendo lo que decían sobre Los
demonios de Da Vinci pero no terminé ni siquiera el primer capítulo, sus
torpes efectos visuales y un Leonardo más parecido a un modelo de ropa interior
que a un genio enloquecido hicieron que la detestara.
En una noche de desparche empecé a hurgar en Series ID una
nueva producción que hubiera salido en estos días y encontré Motel Bates. El hecho de hacer la
precuela de un clásico en televisión no es tan original como parece. Este año
incluso lo intentaron con Hannibal y
aunque no está desprovista de virtudes a mi en lo particular me pareció más de
lo mismo. Y es que con el respeto que se merece el distinguido Doctor Lecter
pero la hora y media de intimidad que nos proporcionó Hitchcock con Norman
Bates fueron suficientes para que sintiéramos no solo piedad por su personaje
sino que queríamos saber cuál fue el origen de su trauma, de esa amnesia
temporal en que se sume este buen hombre antes de acabar con sus víctimas.
A & E también se preguntó lo mismo y por eso ha sacado
este año la primera temporada de Motel
Bates donde veremos a un jovencísimo Norman trasladarse al célebre motel
con su madre, interpretada acá por una cada vez más consistente Vera Farmiga.
En los tres capítulos que he visto ya se ha dejado ver la obsesión que tiene
Norma por su hijo. En él ve toda la pureza y bondad que le ha hecho falta a su
vida y ha establecido con el muchacho un vínculo más parecido al que puede
tener una pareja de enamorados que el lazo filial que une a una madre y un
hijo.
Lo verdaderamente destacado de esta serie no es la trama en
si sino la manera en la que han sido construidos los personajes. Ninguno es
completamente malo o completamente bueno. Ella a pesar de todos sus desafueros,
incluido el de un asesinato, extrañamente siempre va a tener nuestra
complacencia, al fin y al cabo es una mujer en medio de hienas salvajes. Porque
en el pueblo en el que ahora viven los Bates la maldad hace rato se ha
instalado en él. No es una maldad intangible sino una corrupción característica
de todos esos sitios donde el dinero entra en grandes cantidades pervirtiendo
cualquier tipo de alma.
No esperen pues, al menos en este inicio de temporada, al
clásico joven sicópata de mirada perdida y gestos exagerados. El actor inglés
Freddie Highmore (Charlie y la fábrica de
chocolates, las crónicas de Spiderwick) le logra imprimir a su personaje
una ternura inusitada teniendo en cuenta de que estamos ante uno de los
sicópatas más famosos de la historia del cine. Vemos ya en el inicio de la
serie como el joven lucha contra sus propios demonios, tratando de rechazar el
destino al que parece estar condenado. La santidad y la demonización son cosas
que no se eligen. Sufrimos con él cuando al lado de la cama Norman se pregunta
“¿Qué me está pasando?”, nos amarramos los cinturones y nos preparamos para el
viaje que tendrá el muchacho a las profundidades del infierno.
Afortunadamente este viaje se hará de manera gradual. El
creador de la serie Anthony Cipriano parece no tener prisa, la sangre no
aparece en abundancia aunque ya el ambiente comienza a llenarse de situaciones
sórdidas. Varias subtramas comienzan a despertarse, la inquietante casa tiene
un pasado tormentoso que poco a poco nos irán revelando, igual sucede con el
pueblo, con el apuesto policía, con el segundo hijo de la señora Bates y por
supuesto con ella misma, la creadora del monstruo.
Motel Bates es
otra serie que confirma el buen momento por el que atraviesa la televisión.
Esperen el fin de semana para llenarse de provisiones y vivir la angustia de
los personajes, sufrir por ellos, sentirse parte de ellos mismos, un placer que
antes nos lo proporcionaba el cine pero que ahora nos lo está brindado la
televisión en su época dorada.
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