No es una coincidencia que los tres españoles más
universales del siglo XX hayan compartido una adolescencia juntos. Si eras de
provincia, procedías de una familia
acomodada y tus padres no pensaban en que faltar a misa era un pecado que se
pagaba tostándose en el infierno, lo más seguro es que se pensara en la
Residencia de Estudiantes de Madrid como el lugar ideal para que un muchacho
viviera en la capital española mientras estudiaba en la universidad.
En la residencia no sólo se dormía y se comía. La Residencia
era todo un centro del saber. A ella iban los sabios de la época a dictar
conferencias. Se sabe que Freud, Einstein, Eisenstein, Miró, entre otros
artistas y científicos eran visitantes asiduos. La totalidad de las
conferencias se grabaron pero lamentablemente después de la guerra civil
española el gobierno de Franco mandó a quemar este invaluable material de
archivo.
Este lugar era el espacio perfecto para que tres espíritus
iluminados se encontraran y se desarrollaran juntos. Mientras que García Lorca
y Dalí desde muy chicos tenían definida su vocación, a Buñuel le costó más
trabajo entender que era lo que quería hacer.
Lorca fue el primero en llegar. El elegante andaluz llegó a
Madrid con el firme propósito de estudiar derecho. No pasaría mucho tiempo para
que las peñas organizadas en los cafés, el contacto directo con Juan Ramón
Jiménez y el ambiente cosmopolita que vivía España en la década del veinte
descarriaran al muchacho. Lo de él no eran las leyes si no los versos. Su
cuarto en la Residencia se convirtió en el lugar nocturno más popular de todo
Madrid. Los que lo conocieron que su verdadero encanto no era como dramaturgo o
poeta sino como persona. Era un portento, una maravilla de la naturaleza.
Después estaba el que llamaban El pintor checoslovaco. Un catalán de mirada desorbitada que se la
pasaba todo el día encerrado en su cuarto pintando cuadros compulsivamente.
Buñuel recuerda que no se podía entrar a la habitación sin pisar el reguero de
lienzos que estaban en el suelo. A veces lograban sacarlo de allí y se lo
llevaban al bar más cercano. Dalí era la imagen misma de la provocación. Tenía
el pelo largo, los ojos saltones y llevaba todo el tiempo una bata blanca
curtida de mugre. En los bares no faltaba quien lo insultara, detalle que le
encantaba a Buñuel ya que le daba la excusa perfecta para liarse a golpes.
Y es que el aragonés era el polo opuesto de sus dos
refinados compañeros. De biotipo grueso y tosco, Luis Buñuel había llegado a
Madrid con el firme propósito de hacerse ingeniero agrónomo. Pero en las
primeras semanas de estar en la universidad descubrió que lo suyo no eran los
números. Al joven le encantaba el boxeo. Tuvo varias peleas con resultados
desiguales. Los que lo conocieron en esa época decían que era medio cobardón,
que solo era valiente en su imaginación. Después de perder un combate se
replanteó su carrera boxística y empezó a tomarse en serio la posibilidad de ser
escritor.
El contacto con Lorca, y con otros compañeros de la
Residencia como Alberti o Pepin Bello hizo que en el joven aragonés se le
despertara la inquietud de saber si tenía algo que decir o no. Pronto se daría
cuenta de que a pesar de que no estaba desprovisto de talento, se encontraba a
años luz de sus contemporáneos. Frustrado decidió intentarlo con el cine, algo
que en esa época era más una curiosidad científica que un arte. Es así que en
las escapadas fortuitas que hizo a París tomara contacto con Jean Epstein,
cineasta con el cual empezaría a aprender la técnica necesaria para hacer
películas.
La influencia en cada una de sus obras de esa juventud
compartida es notoria. En La miel es más
dulce que la sangre, el célebre cuadro de Dali, se ve un brazo de boxeador
y un busco de Lorca tendido en el suelo. Mariana
Pineda la inmortal obra de teatro de Lorca, fue corregida por el pintor y
el cineasta en ciernes, mientras que el autor de El discreto encanto de la burguesía recolectó a lo largo de su obra
una colección de chistes, anécdotas y situaciones sacadas directamente de sus
años de residencia.
Es tan visible esa influencia que después de ver El ángel exterminador Pepín Bello
comentara intrigado de que como era posible que la gente del común pudiera
entender esa colección de “Chistes Privados”. Su cine es toda una colección de
recuerdos sacados de una época muy querida y añorada por Don Luis.
La influencia que ejercería Dalí sobre él fue tan fuerte que
incluso en sus dos primeras películas, Un
perro andaluz (Directa alusión al autor de La casa de Bernarda Alba) y La
edad de oro trabajaría a cuatro manos con el artista catalán. En la
primera, catalogada como un manifiesto surrealista, la armonía en el trabajo
fue notoria. Parecían un solo cerebro. Entre los dos hicieron este “Desesperado
llamado al asesinato” que escandalizaría al mundo entero. En La edad de oro, a pesar de que la mitad
de las imágenes que se ven en la provocadora película salieron de la mente de
Dalí, Buñuel se llevaría todos los créditos, lo cual, sumado a que Salvador
comenzara su relación con Gala, llevaría a que los dos amigos se empezaran a
alejar progresivamente.
Este alejamiento se convertía en ruptura definitiva cuando
en plena guerra civil española, las fuerzas franquistas fusilaran y
desaparecieran después a Federico García Lorca. La descarada adhesión de Dalí
al general Francisco Franco y su posterior declaración de que cuando se enteró
de que el poeta había muerto había exclamado “Olé” indignaron a Luis.
Se volverían a ver en Nueva York, en plena década del
cuarenta. El autor de El enigma sin fin ya
era un pintor reconocido mundialmente y multimillonario, mientras que Buñuel
estaba pasando por su momento más crítico. Acababa de ser expulsado del MOMA
víctima de la Caza de brujas adelantada por el senador Joseph McCarthy. Si bien
se rieron y alcanzaron a desocupar varias botellas de champaña la amistad
estaba rota. A pesar de que vivirían cuarenta años más nunca más volverían a
verse. En su libro de memorias Buñuel escribiría todavía resentido “Cuando
pienso en él, pese a todos los recuerdos de nuestra juventud, pese a la
admiración que todavía me inspira hoy una parte de su obra, me es imposible
perdonarle su exhibicionismo ferozmente egocéntrico, su cínica adhesión al
franquismo y, sobre todo, su odio declarado a la amistad”.
Sin embargo, unos meses antes de su muerte, en febrero de
1983, el cineasta dijo públicamente que le encantaría tomarse una copa con su
amigo antes de morir. Al cabo de los días Salvador Dalí contestaría con su
satánico sentido del humor “A mi también… pero ya no bebo.”
Muy interesante, y definitivamente no es casualidad que se hayan encontrado estos tres artistàzos. Gracias por comparitr.
ResponderEliminarEL mito dice que yo la tengo mas grande que los brancos y que los blancos lo tienen mas desarrollado que yo. El mito que los blancos generaron dice eso. En referencia al organo reproductivo masculino y al organo clave del sistema nervioso central tal mito. Mito al fin. Mentira.
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