Pacho y
Chucho tienen una emisora de radio que está a punto de quebrar. Lo que se les
ocurre para recuperar audiencia y atraer patrocinadores es hacer una falsa
transmisión de la Vuelta a Colombia en bicicleta. Es 1952, Bogotá se está
recuperando de la muerte de Gaitán y el país está entrando en una etapa crítica
de violencia. El ciclismo es lo único que puede curar la amargura e impotencia
generalizada. En torno a la radio se agolpaban miles de personas a hacerle
fuerza a “Pajarito” Buitrago, Ramón Hoyos, Efraín “El Zipa” Forero o tantos
otros guerreros del pedal. Las condiciones para transmitir la vuelta eran tan
precarias que en muchos tramos el locutor al quedar muy lejos de donde estaba
la cabeza de la carrera no tenía otra opción que inventarse grandes trozos de
la competencia.
Partiendo de
esa idea los dos amigos deciden transmitir desde el sótano donde funciona la
emisora toda la vuelta ciclística. Al principio, a pesar de que Pacho comete
terribles errores geográficos, como por
ejemplo decir que en Honda se puede ver una manada de hipopótamos retozando en
el barro, o que en Paipa se veían a las jirafas comer hojas de las copas de los
árboles más grandes, había un interés de parte de la emisora de contar parte de
la verdad, por ejemplo tomarse el trabajo de avierguar quien era el ganador de
cada fracción. Pero al ver que la vuelta era ganada con contundencia por los
franceses y argentinos, decidieron olvidarse de la realidad e imponer una
competencia donde los únicos ganadores serían los integrantes del conjunto
colombiano.
La gente
alborozada dejó de escuchar masivamente la verdad y empezaron a sintonizar el
dial de la emisora donde siempre ganaba el ídolo nacional “El cuchuco” Ramírez
y en ese momento la película se convierte no en un sainete colegial sino en
toda una recocha.
Desde el inicio
de los créditos cuando en las imágenes de archivo sacadas del documental Rapsodia bogotana de José María Arzuaga, empecé a preocuparme. Si esta
película había sido realizada por el español en la década del sesenta, entonces
¿Para qué mostrar estas imágenes al
principio si la historia de De rolling
por Colombia transcurría en 1952? ¿Sería que Trompetero quería hacerle un
homenaje a uno de los padres del cine de autor en Colombia? Una vez empieza la
película y ves la granulienta imagen de la película, absolutamente televisiva,
los constantes anacronismos, la ausencia casi completa de guión y el irrespeto
absoluto hacia la historia de la vuelta a Colombia, nos empezamos a dar cuenta
que todo está puesto así, amontonado, a la brava, sólo porque no había tiempo
ni billete para dedicarse a nimiedades como realizar una investigación o una impecable
dirección de arte que sitúe al público en un contexto histórico ya que a la
larga eso al espectador que va a ver y que disfrutan con este tipo de películas
esos detalles no le interesan.
Entonces
mejor invertir los pocos recursos que se tienen en pagarle a Andrés López para
que haga de… Andrés López, la estrategia funciona, la gente se ríe a
carcajadas, no es sino que el comediante levante una ceja o haga uno de esos
extraños sonidos para que el público se ría. La historia ya ha dejado de
importar, nadie quiere saber de detalles, lo importante es que se están divirtiendo y
para eso es que van al cine o encienden el televisor, para que el baño de luz
les resetee la mente.
Los asistentes a la proyección están de
acuerdo con lo que se les plantea; los medios de comunicación deben estar no
para informar, que eso es muy aburrido y hasta deprimente, sino para
entretener. No queremos verdades que nos hagan sentir mal sino mentiras que nos
pongan felices, mentiras que nos sigan manteniendo como el segundo país más
feliz del planeta.
Nada como el
humor para burlarse del orden establecido. Desde Mark Twain a Monty Phyton
pasando por Peter Capusotto y Jaime Garzón, el humor está allí para hacer
política, para demostrar que por medio de la risa se puede atacar
despiadadamente a los regímenes más conservadores y autoritarios. A pesar de lo
graciosos que creemos ser nosotros no tenemos humor, tenemos una serie de
contadores de chistes anacrónicos, locales y viejos. Chistes inofensivos que no
apelan a la curiosidad y a la anarquía sino al conformismo y la pereza. Humor
que está allí para alienar, para mentir, morfina para no sentir el dolor que
nos atormenta, opio para un pueblo sin sensibilidad ni emociones.
Cuando el
humor es un instrumento de alienación en un país como Colombia que en los
últimos 54 años ha tenido más de 200 mil muertos en una guerra no declarada, es
algo triste. Triste e indignante.
Es una película que le gusta a muchos colombianos. Trompetero se la gana haciendo lo que sabe y lo que le gusta. Supongo que vive feliz.
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