Algunas voces entusiastas hablaron de milagro: por fin una
película latinoamericana arrasaba en el exigente y endogámico mercado gringo. En
su primera quincena en cartelera No se
aceptan devoluciones recaudaba la impensada cifra de 26 millones de
dólares. En México duró cuatro meses circulando en los cines y esta fiebre
inevitablemente se extendería por todo el continente, convirtiéndose en un fenómeno.
Con toda la prevención del caso la fui a ver y tengo que
reconocer que la película ha superado mis expectativas: no sólo es mala sino
que ni siquiera es cine. Hay series, como Breaking
Bad, The shield o Game of thrones
en que a pesar de emitirse por televisión poseen un lenguaje cinematográfico
evidente. Exactamente lo contrario
sucede con ciertos filmes en donde, como en cualquier comedia televisiva, no se
cuenta una historia sino que se hilvanan sketches.
Esto que a simple vista puede verse como un defecto es
precisamente el secreto del éxito de este filme. La gente que ha colmado la
taquilla y que ha llorado y reído con esta comedia bipolar es casi la misma que
desperdicia sus tardes de domingo viendo los capítulos atrasados de La rosa de Guadalupe o la que creció
sufriendo con las desventuras que contaba Silvia Pinal en Mujer, casos de la vida real. El público de No se aceptan devoluciones es el que va al cine una vez al año, a
ver algo que les haga olvidar lo horriblemente aburrida que puede resultar su
vida.
Ni siquiera se dan cuenta que este bodrio es el remake
solapado de Big Daddy, una comedia de
1999 del gran Adam Sandler. A las patadas ha conseguido acostar en una misma
cama a Big Daddy con Kramer contra Kramer y con El extra de Cantinflas y el resultado ha
sido este bombón insoportablemente azucarado.
Muchos amigos cineastas se rascan la cabeza tratando de
entender porque con un argumento precario, con actuaciones bastante pobres, con
uno de los finales más manipuladores y sucios que estos ojitos rojos han visto,
ha podido acceder Derbez a la siempre esquiva aprobación del público. Las
razones, queridos amigos, saltan a la vista.
No se aceptan
devoluciones es una película extremadamente machista: el héroe es un tipo
feo que se acuesta sin condón, propagando enfermedades venéreas e hijos a todas
las hermosas turistas que llegan a Acapulco. Y eso le encanta a la gente
No se aceptan devoluciones
enseña que si quieres acceder al sueño americano debes chocarte contra las
paredes, revolcarte en el fango con cerdos y sobre todo ser obediente y
obedecer. Y esa actitud de esclavo, de decir que “Yo soy un gran trabajador” le
encanta al latinoamericano.
Queda claro además con No
se aceptan devoluciones que de nada sirve un argumento original, lo mejor
es cortar y pegar, robar ideas de aquí y de allá. El público por lo general no
tiene memoria y la “cintota” que vio hoy es basura que se olvida mañana.
Y por último con No se
aceptan devoluciones se comprueba de que si vas a trabajar con niños no
debes permitirle al menor cualquier tipo de naturalidad: que equivocados
estaban Vittorio de Sica en su Ladrón de
bicicletas, Win Wenders en Alicia en
las ciudades y Chaplin en The kid,
quienes consiguieron en sus películas que sus menores no fueran otra cosa que
niños, ni más especiales, ni más hermosos, cansones o inteligentes que otros
niños. Derbez crea una niña rubia realmente irritante, con una vocecilla aguda
y punzante como un alfiler en la garganta. Completamente sobreactuada, arrebatada,
como si durante el rodaje le hubieran complementado el cereal que come en las
mañanas con anfetaminas. Loreto Peralta
está lejos de ser la joven estrella que el aparato publicitario de la película
nos quiere hacer creer. Cuando se muere – Porque si, si no la han visto de
malas, la niña muere al final y ese es el gran secreto de la película- yo no
pude dejar de reprimir una carcajada de gozo: para este servidor ese es
precisamente el momento más gracioso de esta burda comedia.
Pero con todo y lo pobre que es la ópera prima del
comediante mexicano, es incomparablemente superior a El paseo 3 y Todas para uno
de Harold Trompetero. Al parecer el público también lo tuvo claro y por eso ni
la secuela de Dago ni el debut de Jessica Cediel alcanzaron los números
esperados. La competencia del todopoderoso Dago García vino desde México y vaya
que le ha ganado el pulso: con una semana menos y con la mitad de las salas No se aceptan devoluciones ha obtenido en
el país 796.309 espectadores, mientras que la tercera parte de El paseo ha obtenido 784.235. En este
caso el voz a voz ha sido fundamental. En redes sociales las muchachas dicen
haber salido de la sala “Con el corazoncito arrugado” después de ver como la
china esa cansona moría en brazos de su padre. Esto inmediatamente repercute
dentro del ánimo de los amigos de la chica que puso ese estado en su perfil de Facebook.
Ya se habla de una segunda parte y de una versión china. Derbez
empieza a creerse Arturo Ripstein y llegó a decir que su película debería
representar a México en los Óscar –Ignorando que Heli de Amat Escalante triunfó
en Cannes y que ha sido exhibida precariamente en su país- como un vulgar
mafioso está donando billete a diestra y siniestra y piensa que el futuro del
cine latinoamericano está en sus manos. En televisa comparan esta porquería con La vida es bella... las cosas que tenemos que escuchar.
Y viendo como existe en este continente un afán
de crear una industria por encima de una cinematografía podemos pensar que lejos de estar equivocado tiene toda la razón:
en el futuro nuestros directores no se inspirarán en Glauber Rocha, Emilio
Fernandez o Víctor Gaviria, no, dentro de muy poco le pondrán veladoras a
Derbez y a Chavelo quien dentro de poco estrenará su primera película como
director. Dicen que será un exitazo
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