EL ERMITAÑO

Hoy no quiero odiar mas, no abrir ningún periódico y poder expresarme con toda claridad. Tratar de manejar la ansiedad, ser una persona diferente, no salir de la casa dejarme crecer las uñas de los pies y la barba. Un Howard Hughes pobre.
Persigo una fila de hormigas que arrastran comida hasta su guarida, comportarme como un loco y comer como un desaforado. El mar es la calle y no existe viernes. Los amigos caben en una pantalla, hay setenta conectados, hablo con ellos y cuando me canso me desconecto sin avisarme. Dejo escapar una sarta de rumores, casi todos dicen que volveré. Afuera está el mar pero no hay olas, los autos flotan en él. Nadie vendrá hasta acá.
Escarpadas montañas, abismos y oceanos me separan del resto, sin embargo podría nadar con mis brazos famélicos hasta la estación de tren y flotar hasta Buenos Aires. Detesto la ciudad, los subtes, la gente oliendo a mierda. Quise crearme una torre de cristal pero la torre se resquebraja, creo ser una persona y me convierto en otra. Estoy aburrido.
Termino de leer unos cuantos libros inconclusos, luego comienzo otros pero a la tercera página me canso. Nunca acabaré A la sombra de las muchachas en flor ni veré las películas que me faltan. A pesar del mar sacaré un colchón a la orilla de la playa y veré todos esos colectivos que van hasta la plata. Se encienden las hogueras, los hombres después de cierta hora de la noche cargan sus fusiles con balas de plata y van en busca del hombre lobo. Que mi barba no los confunda ni mis dientes afilados, soy un cristiano común y corriente que rezo antes de comer un buen buen muslo de sacerdote y antes de acostarme entre coronas de espina. Las balas de plata me harán mas fuerte.
Hubo un tiempo en que tuve una rutina, un empleo, una casa, una mujer. Hubo un tiempo en que para hablar con los demás no necesitaba mandar mensajes en botellas, las palomas venían hasta mi y ellas llevaban noticías mias a todo el que quisiera saber de mi. Tuve una voz pero la fui perdiendo y ahora me he quedado mudo, aislado. Mi única arma es la pluma oxidada que me he encontrado en un basural.
Escucho disparos y un chillido, los cazadores han vuelto a confundir a sus perros con la figura del hombre lobo. Quieren vengar a sus hijos, a los vecinos a los curas que el lobo ha devorado. No lo encontrarán. Debajo de mi casa está un sótano, en las madurgadas cuando todo se pone oscuro escucho la risa del lobo, se burla de los cazadores y un poco de mi. Lo voy a dejar allí, que se muera de hambre, me he cansado de matar hombres para mantenerlo vivo. El lobo sospecha, siento su respiración acechante y a pesar de que la tapia es gruesa alcanzo a escuchar sus maldiciones. Un día cuando me canse de la imagen que destilen los espejos quemaré la casa con el cadáver del lobo adentro. Los cazadores tratarán de apagar el fuego y confundirán mis dientes con los del licántropo. Nos enterraran en una fosa cualquiera, lejos de la fanfarria de las criptas. No leerán mis diarios, ni descubrirán en mi letra el poder del primer lenguaje. Estoy seguro que en las noches seguirán cargando sus rifles con balas de plata.