Entonces era un hombre que habitaba una casa en ruinas. Las piedras y otros desperdicios se le iban acumulando s dentro de la sala. El proceso de limpiar era agobiante y el hombre perdía el tiempo tratando de pescar algo en la lánguida cañada que surcaba su casa en ruinas. Un día acosado por el gélido viento de la montaña, el hombre ensilla su famélico caballo y lentamente se va alejando de la nación de las brumas.
Alentado por el relato de cientos de viajeros decidió cruzar la montaña y ver el sol. Lo que le daba un poco de miedo era en que ya no podía recordar cuando fue la última vez que un viajero había pasado por la Casa en Ruinas , no podía ser que el estado deplorable de la edificación los obligara a pasar de largo. Esa era una detención obligatoria a no ser que el caminante qusiera morir abrazado por la locura de la sed y la calcinación . El último viajero estaba desgarbado y pálido y murmuraba, como si un demonio lo azotara por dentro que las heladas de la mañana habían acabado con todos los plantíos y el sol "Estaba perdiendo fuerza". Después de tomar un caldo el caminante parecía recuperar su cordura y decía "Pero eso es pasajero, ha pasado antes, sin duda que ha pasado antes". Y después no pasó ninguno más y en noches despejadas el hombre podía ver en el horizonte como escandecía el cielo que cubría a Guasimales.
Pero el hombre no se acordaba en que fecha pasó el último, eso tuvo que ser en diciembre porque recién acababa de recoger la belladona. Contó con sus dedos artríticos y se alarmó a notar que habían pasado mas de cuatro meses. El camino se le hacía largo y tedioso. En el ambiente un sopor como de incendio le nublaba la vista. "No pude haber escogido mal el camino, esa trocha es la única ascención". Los perales estaban marchitos, y a penas se debajaba ver algún tuberculo. La tierra parecía arrasada como si se hubieran cavado trincheras en ella.
Pronto las provisiones comenzaron a mermar. Racionar una galleta, partirla en tres, dejarla fundir en la boca como si fuera una pastillita no fueron suficiente para soportar el viaje. Preocupado el hombre destapó la última de las viandas que había preparado para el viaje. El caballo apenas era capaz de mantenerse en pie. "Debo estar cerca"pensaba el viejo "Lo que me desorienta es la arena que me cae directo a los ojos podría ver donde estamos, además por esta época del año ventisca alguna azota la región" Reviso su brújula y supo que estaban cerca.
Pocos metros después la bestia no soportó la ascensión y cayó estruendosamente sobre las piedras y la tierra quemada. El hombre siguió adelante y desesperado y hambriento empezó a correr al ver la cima de la escarpada montaña. Arrastrandose se aferró a la última piedra y divisó el horizonte. Toda la llanura lucía chamuscada como si inmensas lenguas de fuego la hubiesen arrasado. "Donde está Guasimales?" "Donde quedaron los plantíos" decía llorando con la desesperación de un condenado muerte, apretando con fuerza el dolor agudo que le punzaba el estómago como si un feto diabólico lo estuviera apuñalando desde dentro. Entonces sintió como la tierra temblaba, el polvo se levantaba y un ruido ensordecedor apareció en el ambiente. Al ver como desde el cielo bajaba lentamente un descomunal plato de hierro el hombre dejó de sentir hambre.
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